A. CREACIÓN Y RE-CREACIÓN
“He aquí yo derramaré mi espíritu sobre
vosotros.” Prov. 1. 23.
Abordamos la obra especial del Espíritu
Santo en la Re-creación. Hemos visto que el Espíritu Santo desempeñó una parte
en la creación de todas las cosas, particularmente en la creación del hombre, y muy particularmente al dotarlo de dones y
talentos; también, que Su obra creadora
afecta al sostenimiento de las “cosas,” del “hombre,” y de los “talentos,” a
través de la providencia de Dios; y que en esta doble serie de actividad triple
la obra del Espíritu está íntimamente conectada con aquella del Padre y aquella
del Hijo, de manera que toda cosa, todo hombre, todo talento, brota del Padre,
recibe disposición en su respectiva naturaleza y ser a través del Hijo, y
recibe la chispa de la vida por el Espíritu Santo.
El viejo himno, “Veni, Creator
Spiritus,” y la antigua confesión del Espíritu Santo como el
“Vivificans” concuerdan con esto
perfectamente. Porque lo último significa aquella Persona en la Trinidad que
imparte la chispa de la vida; y lo primero significa, “Viendo que las cosas que
han de vivir y que vivirán están listas, ven Espíritu Santo y avívalas.”
Siempre está el mismo pensamiento profundo:
el Padre permanece fuera de la criatura; el Hijo la toca externamente; por el
Espíritu Santo la vida divina la toca directamente a su ser interior.
Sin embargo, no se entienda que estamos
diciendo que Dios entra en contacto con la criatura sólo en la regeneración de
Sus hijos, pues eso sería falso. A los cristianos en Atenas, San Pablo dice “En
Él vivimos y nos movemos y tenemos nuestro ser.” Y nuevamente, “Porque de Su descendencia
somos” (Hechos 17. 28). Sin mencionar plantas o animales, no existe en la tierra
vida, energía, ley, átomo o elemento sin que el Dios Todopoderoso y
Omnipresente avive y soporte esa vida de momento a momento, haga que esa
energía trabaje, y haga cumplir esa ley. Supongamos que por un instante Dios
dejara de sostener y animar esta vida, estas fuerzas, y esa ley; en ese mismo
instante dejarían de ser. La energía que procede de Dios debe, por lo tanto,
tocar a la criatura en el centro de su ser, desde donde toda su existencia debe
brotar. De ahí que no hay sol, luna, ni estrella, ni material, planta, o
animal, y, en mucho mayor sentido, no hay hombre, habilidad, don, o talento si
Dios no los toca y los sostiene a todos.
Es este acto de entrar en contacto
directo con cada criatura, animada o inanimada, orgánica o inorgánica, racional
o irracional, que, de acuerdo a la profunda concepción de la Palabra de Dios,
no es realizado por el Padre, ni por el Hijo, sino por el Espíritu Santo.
Y esto pone la obra del Espíritu Santo
en una luz bastante diferente de aquella en la cual por muchos años la Iglesia
la ha mirado. La impresión general es que Su obra se refiere a la vida de
gracia solamente, y está confinada a la regeneración y santificación. Esto, de
cierta forma, se debe a la bien sabida división del Credo Apostólico por el
Catecismo de Heidelberg, pregunta 29, “¿Cómo se dividen estos artículos?” que
se responde: “En tres partes de Dios el
Padre y nuestra creación. De Dios el
Hijo y nuestra redención, y de Dios el Espíritu Santo y nuestra santificación.”
Y esto, también lo ha declarado en su “Thesaurus” Altho Ursinus, uno de los
autores de este catecismo: “Todas las tres Personas crean, redimen y
santifican. Pero en estas operaciones observan este orden que el Padre crea de
Sí mismo mediante el Hijo; el Hijo crea mediante el Padre; y el Espíritu Santo
mediante ambos.”
Pero como la profunda percepción del
misterio de la adorable Trinidad se perdió gradualmente, y la el énfasis del
púlpito sobre ella se tornó tanto escaso como superficial, el error sabeliano naturalmente
se volvió a introducir lentamente en la Iglesia, a saber, que habían tres
períodos sucesivos en las actividades de las Personas divinas: primero, el del
Padre solo, creando el mundo y sosteniendo el orden natural de las cosas. Esto
fue seguido por un período de actividad por parte del Hijo, cuando la
naturaleza se había desnaturalizado y el hombre caído se había vuelto un tema
de redención. Finalmente, vino el del Espíritu Santo regenerando y santificando
a los redimidos sobre la base de la obra de Cristo.
De acuerdo a esta visión, en la niñez,
cuando comer, beber y jugar ocupaba todo nuestro tiempo, teníamos que ver con
el Padre. Más adelante, cuando la convicción del pecado se nos presentó,
sentimos la necesidad del Hijo. Y no sino hasta que la vida de santidad
comenzara en nosotros el Espíritu Santo empezó a fijarse en nosotros. De ahí
que mientras el Padre forjaba, el Hijo y el Espíritu Santo estaban inactivos;
cuando el Hijo desarrolló Su obra, el Padre y el Espíritu Santo estaban
inactivos; y ahora como el Espíritu Santo solo realiza Su trabajo, el Padre y
el Hijo están ociosos. Pero como esta visión de Dios es totalmente
insostenible, Sabellius, que la desarrolló filosóficamente, llegó a la
conclusión que Padre, Hijo, y Espíritu Santo eran después de todo sólo una
Persona; la cual primero forjó la creación como Padre; luego, después de
transformase en el Hijo, forjó nuestra redención; y ahora, como Espíritu Santo,
perfecciona nuestra santificación.
Y sin embargo, por inadmisible que sea
esta visión, es más reverente y temerosa de Dios que las crudas
superficialidades de las actuales opiniones que confinan las operaciones del
Espíritu enteramente a los elegidos, comenzando sólo en su regeneración.
Cierto, los sermones sobre la creación
se referían, al pasar, al movimiento del Espíritu Santo sobre la faz de las
aguas, y Su presencia ante Bezaleel y Aholiab es tratada en la clase de catequesis;
pero ambos no están conectados, y al auditor nunca se le hace entender qué tuvo
que ver el Autor de nuestra regeneración con el movimiento sobre las aguas;
fueron meramente hechos aislados. La regeneración fue la obra principal del
Espíritu Santo.
Nuestros teólogos reformados siempre nos
han advertido sobre tales representaciones que son sólo el resultado de hacer
del hombre el punto de partida en la contemplación de cosas divinas.
Siempre hicieron de Dios mismo el punto
de partida, y no estuvieron satisfechos hasta que la obra del Espíritu Santo
fuera claramente observada en todas sus etapas, a través de los tiempos, y en
el corazón de toda criatura. Sin esto el Espíritu Santo no podría ser Dios, el objeto
de su adoración. Sentían que un tratamiento así de superficial llevaría a una
negación de Su personalidad, reduciéndolo a una mera fuerza.
De ahí que no hemos escatimado ningún
dolor, ni omitido detalle alguno, con el objeto, por la gracia de Dios, de
exponer ante la Iglesia dos pensamientos distintos, a saber:
PRIMERO, La obra del
Espíritu Santo no está confinada a los elegidos, y no comienza con su regeneración;
pero toca a cada criatura, animada e inanimada, y comienza Sus operaciones sobre
los elegidos al momento mismo de su origen.
SEGUNDO, La obra
correcta del Espíritu Santo en cada criatura consiste en el avivamiento y sostenimiento
de la vida con referencia a su ser y talentos, y, en su sentido más elevado,
con referencia a la vida eterna, que es su salvación.
De esta forma hemos retomado el
verdadero punto de vista necesario para considerar la obra del Espíritu Santo
en la re-creación. Porque así aparece:
PRIMERO, que esta obra de re-creación no se
efectúa sobre el hombre caído independientemente de su creación original; sino
que el Espíritu Santo, quien en la regeneración enciende la chispa de la vida
eterna, ya ha encendido y sostenido la chispa de la vida natural. Y, nuevamente,
que el Espíritu Santo, que imparte al hombre nacido, desde lo alto, dones
necesarios para la santificación y para su llamado a la nueva esfera de vida,
lo ha dotado en su primera creación con dones y talentos naturales.
De aquí sigue la fructífera confesión de
la unidad de la vida del hombre antes y después del nuevo nacimiento que corta
toda forma de Metodismo
desde la raíz, y que caracteriza
a la doctrina de las iglesias Reformadas.
SEGUNDO, es evidente que la obra del Espíritu
Santo mantiene el mismo carácter en la creación y la re-creación. Si
reconocemos que Él aviva la vida en aquello que es creado por el Padre y por el
Hijo, ¿qué hace Él en la re-creación sino una vez más avivar la vida en aquel
que es llamado del Padre y redimido por el Hijo? Nuevamente, si la obra del
Espíritu es Dios tocando el ser de la criatura por medio de Él, ¿qué es la
re-creación sino el Espíritu entrando en el corazón del hombre, haciéndolo Su
templo, reconfortándolo, animándolo y santificándolo?
De esta forma siguiendo a la Sagrada
Escritura y a los teólogos superiores, alcanzamos una confesión que mantiene la
unidad de la obra del Espíritu, y lo hace unir orgánicamente la vida natural y
la espiritual, el reino de la naturaleza y aquel de gracia.
Por supuesto Su obra en lo último
sobrepasa aquella en lo primero:
PRIMERO, como es Su trabajo tocar el ser
interior de la criatura, mientras más tierno y natural sea el contacto, más
gloriosa será la obra. De ahí que aparece más hermoso en el hombre que en el
animal; y más brillante en el hombre espiritual que en el natural, dado que el
contacto con el primero es más íntimo, la hermandad más dulce, la unión
completa.
SEGUNDO, dado que la creación está tan lejana
detrás de nosotros y que la re-creación nos toca personalmente y diariamente,
la Palabra de Dios dirige más atención a lo último, reclamando para ello más
prominencia en nuestra confesión. Sin embargo, por diferentes que sean las mediciones
de operación y energía, el Espíritu Santo permanece en la creación y la
re-creación como el único Trabajador omnipotente de toda vida y avivamiento, y
es, por lo tanto, digno de toda alabanza y adoración.
B. ORGÁNICA E INDIVIDUAL
"¿Dónde está el que puso en medio
de él Su Santo Espíritu?" Isaías 63. 11.
La siguiente actividad del Espíritu
Santo reside en el reino de la gracia.
En la naturaleza el Espíritu de Dios
aparece creando, en la gracia, re-creando. La llamamos recreación, porque la
gracia de Dios no crea algo inherentemente nuevo, sino una nueva vida en una
naturaleza vieja y degradada.
Pero esto no debe entenderse como que la
gracia restauró sólo lo que el pecado había destruido. Porque entonces el hijo
de Dios, nacido de nuevo y santificado, debe ser como Adán lo fue en el Paraíso
antes de la caída. Muchos lo entienden así, y lo presentan como sigue: En el
Paraíso Adán se enfermó; el veneno de la eterna corrupción entró en su alma y
penetró en todo su ser. Ahora viene el Espíritu Santo como médico, portando el
remedio de la gracia para sanarlo. Vierte el bálsamo en sus heridas, sana sus
magulladuras y renueva su juventud; y así el hombre, nacido de nuevo, sanado y
renovado, es, de acuerdo a su postura, precisamente lo que era el primer hombre
en un estado de rectitud. Una vez más las condiciones del pacto de obras son
presentadas a él. Por sus buenas obras nuevamente ha de heredar la vida eterna.
Nuevamente puede caer como Adán y ser
presa de la muerte eterna.
Pero todo este parecer está equivocado.
La Gracia no pone al impío en un estado de rectitud, pero lo justifica dos cosas muy diferentes. Aquel que se
mantiene en un estado de rectitud tiene ciertamente una virtuosidad original,
pero la puede perder; puede ser juzgado y fracasar tal como fracasó Adán. Debe
reivindicar su rectitud. Su consistencia interior debe descubrirse a sí misma.
Aquel que es recto hoy, puede no serlo mañana.
Pero cuando Dios justifica a un pecador
lo pone en un estado totalmente diferente. La justicia de Cristo se vuelve
suya. ¿Y cuál es esta rectitud? ¿Estaba Jesús sólo en un estado de rectitud? De
ninguna manera. Su virtud fue puesta a prueba, juzgada, y cernida; incluso fue puesta
a prueba por el fuego destructor de la ira de Dios. Y esta virtuosidad
convertida de “rectitud original” a “virtuosidad
reivindicada” fue imputada a los impíos.
Por lo tanto lo impío, al ser
justificado por gracia, no tiene nada que ver con el estado de Adán antes de la
caída, sino que ocupa el lugar de
Jesús después
de la resurrección. Posee
un bien que no puede perder. No trabaja más por un salario, pero la herencia es
suya. Sus obras, su celo, amor y alabanza no fluyen de su propia pobreza, sino
de la rebosante plenitud de la vida que fue obtenida para él. Como se expresa a
menudo: Para Adán en el Paraíso, estaba primero el trabajo y luego el descanso
sabático; pero para los impíos justificados por gracia el descanso sabático
viene primero, y luego el trabajo que fluye de las energías de ese sábado.
En el comienzo la semana cerraba con el
sábado; para nosotros el día de la resurrección de Cristo abre la semana que se
alimenta de los poderes de esa resurrección.
Por lo tanto, la gran y gloriosa obra de
re-creación tiene dos partes:
PRIMERO, la eliminación de la corrupción, la
curación de la violación, la muerte al pecado, la expiación de la culpa.
SEGUNDO, la inversión del primer orden, el cambio
de todo el estado, la presentación y el establecimiento de un nuevo orden.
TERCERO, Lo último es de suma importancia.
Porque muchos enseñan algo distinto. Aunque conceden que un recién nacido hijo
de Dios no es precisamente lo que fue Adán antes de la caída, ven la diferencia
sólo en la recepción de una naturaleza superior. El estado es el mismo, con diferencias
de grado. Esta es la teoría actual. La naturaleza de mayor grado se denomina “divino-humana,” la cual Cristo lleva en Su Persona;
la cual, siendo consolidada por Su Pasión y Resurrección, es ahora impartida al
alma recién nacida, elevando la naturaleza más baja y degradada a esta vida
superior.
Esta teoría está en conflicto directo
con las Escrituras, que nunca hablan de condiciones similares pero con
diferencias de grado y poder, sino de una condición a veces muy inferior en poder
y grado que aquella de Adán, pero transferida a un orden totalmente diferente.
Por esta razón la Escritura y la
Confesión de nuestros padres enfatizan la doctrina de los
Pactos; porque la diferencia entre los
Pactos de Obras y de Gracia muestra la diferencia entre dos órdenes de cosas
espirituales. Aquellos que enseñan que el nuevo nacimiento meramente imparte
una naturaleza superior, permanecen bajo el Pacto de Obras. De ellos es el
trabajo agotador de subir a la montaña la piedra de Sísifo, aunque sea con la
mayor energía de la vida superior. La doctrina de Gracia de Las Escrituras pone
fin a esta tarea imposible de Sísifo; transfiere el Pacto de Obras de nuestros
hombros a los de Cristo, y abre ante nosotros un nuevo orden en el Pacto de
Gracia donde no puede haber más incertidumbre ni temor, ni pérdida ni
confiscación de los beneficios de Cristo, sino uno del cual la Sabiduría grita,
"¿No clama la sabiduría, y da su voz la inteligencia? En las alturas junto
al camino, a las encrucijadas de las veredas se para” (Prov. 8. 1, 2) diciendo
que todas las cosas están ahora listas.
La obra de re-creación tiene esta
peculiaridad, que pone al elegido inmediatamente al final del camino. No son
como el viajero que aún está a medio camino de su hogar, sino como uno que ha
completado su viaje; el largo, triste y peligroso camino está completamente
detrás de él. Por supuesto, no recorrió ese camino; nunca podría haber
alcanzado la meta. Su Mediador Árbitro lo viajó por él y en su lugar. Y por
unión mística con su Salvador, es como si hubiera viajado la distancia
completa; no como nosotros lo consideramos, sino como Dios lo considera.
Esto mostrará por qué la obra del
Espíritu Santo aparece más poderosa en la re-creación que en la creación.
Porque, ¿de qué camino se habla, sino de aquel que nos guía desde el centro de
nuestros corazones degenerados hasta el centro del corazón amante de Dios? Toda
piedad apunta a traer al hombre a comunión con Dios; por lo tanto, a hacerlo
viajar el camino entre él y Dios. El hombre es el único ser en la tierra para
el cual su contacto con Dios significa comunión consciente. Dado que esta
comunidad se rompe por la aparición del pecado, al final del camino el contacto
y la comunidad deben ser perfectos, en lo que respecta el estado y los
principios del hombre.
Si el compañerismo es el término y la
gracia de Dios pone a Su hijo ahí de inmediato, por lo menos en lo que
concierne su estado, hay una obvia diferencia entre él y el no regenerado;
porque el recién mencionado está infinitamente distante de Dios, mientras que
el anterior tiene la más dulce comunidad con Él. Dado que es la operación
interna del Espíritu Santo la que logra esto, Su mano debe aparecer más
poderosa y gloriosa en la re-creación que en la creación. Si pudiéramos ver Su
obra en la re-creación como un hecho cumplido, podríamos entenderlo en su
totalidad y escapar las dificultades con las que nos encontramos ahora
comparando el Antiguo Testamento con el Nuevo sobre este tema.
La re-creación nos trae aquello que es
eterno, terminado, perfeccionado, completado; mucho más allá de la sucesión de
momentos, el curso de los años, y el desarrollo de circunstancias.
Aquí yace la dificultad. Esta obra
eterna debe ser traída a un mundo temporal, a una raza que está en proceso de
desarrollo; de ahí que esa obra debe hacer historia, aumentando como una planta,
creciendo, floreciendo, y dando frutos. Y esta historia debe incluir un tiempo
de preparación,
revelación, y finalmente de llenar la
tierra con arroyos de gracia, salvación y bendición.
Si no estuviera relacionado con el
hombre sino con seres irracionales, no habría dificultad alguna; pero cuando
comenzó su curso, el hombre ya estaba en el mundo, y al pasar de las épocas el
flujo de la humanidad se expandió. De ahí la pregunta importante: Si es que las
generaciones que vivieron durante el largo camino de preparación antes de
Cristo, en quienes la obra de re-creación fue finalmente revelada, fueron
partícipes de sus bendiciones.
La Escritura responde afirmativamente.
En las épocas antes de Cristo los elegidos de Dios compartían las bendiciones
de la obra de re-creación. Abel y Enoc, Noé y Abraham, Moisés y David, Isaías y
Daniel fueron salvados por la misma fe que Pedro, Pablo, Lutero y Calvino. El Pacto
de Gracia, aunque hecho con Abraham y por un tiempo conectado con la vida
nacional de Israel, ya existía en el Paraíso. Los teólogos de las iglesias
reformadas han develado claramente la verdad de que los elegidos de Dios de
ambas dispensaciones entraron por la misma puerta de rectitud y caminaron la
misma vía de salvación que aún caminan al banquete del Cordero.
¿Pero cómo pudo Abraham, viviendo tantos
años antes de Cristo, siendo el único a través de quien la gracia y la verdad
han sido reveladas, tener su fe contada a su favor como justicia de manera que
vio el día de Jesús y se gozó en él?
Esta dificultad ha confundido a muchas
mentes en relación a las Antiguas y Nuevas Dispensaciones, y hace que muchos
pregunten vanamente: ¿Cómo pudo haber una operación de salvación del Espíritu
Santo en el Antiguo Testamento si fue vertido sólo en Pentecostés?
La respuesta se encuentra en la casi inescrutable
obra del Espíritu Santo, donde, por un lado, Él trajo a la historia de nuestra
raza esa eterna salvación ya terminada y completa que debe recorrer períodos de
preparación, revelación, y frutos; y donde, por otro lado, durante el período preparatorio,
esta misma preparación fue hecha, mediante gracia maravillosa, el medio para salvar
almas aun antes de la Encarnación del Verbo.
C. LA IGLESIA ANTES Y DESPUÉS DE CRISTO
"Y todos éstos, aunque recibieron
buen testimonio por la fe, no recibieron el cumplimiento de la promesa."
Hebreos 11. 39.
La claridad requiere distinguir dos
operaciones del Espíritu Santo en la obra de re-creación antes del Adviento, a
saber:
(1) la preparación de la redención para toda
la Iglesia, y:
(2) la regeneración y santificación de los
santos que entonces vivían.
Si no hubieran habido elegidos antes de
Cristo, de manera que Él no tuviera Iglesia sino hasta Pentecostés; y si, como
Balaam y Saúl, los portadores de la revelación del Antiguo Testamento no
hubieran tenido interés personal en el Mesías, entonces sería evidente por sí
mismo que, antes del Adviento, el Espíritu Santo pudo haber tenido sólo una
obra de re-creación, a saber, la preparación de la salvación que vendría. Pero
como Dios tenía una iglesia desde el principio del mundo, y casi todos los
portadores de la revelación eran partícipes de Su salvación, la obra re-creativa
del Espíritu debe consistir de dos partes: primero, de la preparación y
redención de toda la Iglesia; y, segundo, de la santificación y consuelo de los
santos del Antiguo Testamento.
Sin embargo, estas dos operaciones no
son independientes, como dos cursos de agua separados, sino como gotas de
lluvia cayendo sobre el mismo río de revelación. Ni siquiera son como dos ríos
de distintos colores que se juntan en el mismo lecho de un río; porque la
primera no contenía nada para la Iglesia del futuro que no tuviera también
significado para los santos del Antiguo Pacto; ni la segunda recibió revelación
o mandamiento alguno que no tuviera significado también para la Iglesia del
Nuevo Pacto. El Espíritu Santo entretejió y entrelazó de tal manera esta obra
bipartita que lo que fue la preparación de la redención para nosotros, fue al
mismo tiempo revelación y ejercicio de fe para los santos del Antiguo Testamento;
mientras que, por el otro lado, Él usó sus vidas, conflictos, sufrimientos y
esperanzas personales como el lienzo sobre el cual bordó la revelación y
redención para nosotros.
Esto no significa que la revelación de
antaño no contuviera un gran porcentaje que tenía un sentido y propósito
diferente para ellos del que tiene para nosotros. Antes de Cristo, el servicio completo
de tipos y sombras tenía significado que perdió inmediatamente después del Adviento.
Continuarlo después del Adviento sería equivalente a una negación y repudio a
Su venida. La sombra de uno va por delante; cuando sale a la luz la sombra
desaparece. Por lo tanto, el Espíritu Santo desarrolló una obra especial para
los santos de Dios al darles un servicio temporal de tipos y sombras.
Que este servicio haya eclipsado toda su
vida hace que su impresión sea tanto más fuerte.
Esta sombra estuvo sobre toda la
historia de Israel; estuvo esbozado en todos sus hombres desde Abraham hasta
Juan el Bautista; cayó sobre los sistemas judiciales y políticos, y más pesadamente
sobre la vida social y doméstica; y en las imágenes más puras se extendió sobre
el servicio de culto.
De ahí los pasajes del Antiguo
Testamento que se refieren a este servicio no tienen el significado para
nosotros que tuvieron para ellos. Cada característica de él tenía fuerza
vinculante para ellos. Por el contrario, no circuncidamos a nuestros varones,
pero bautizamos a nuestros niños; no comemos durante la Pascua, ni observamos
la Fiesta de Tabernáculos, ni sacrificamos la sangre de toros o vaquillas, como
cualquier lector discriminador del Antiguo Testamento entiende. Y aquellos que
en la Dispensación del Nuevo Testamento buscan reintroducir el diezmo, o
restablecer el reino y el sistema judicial de los días del Antiguo Testamento,
se embarcan, de acuerdo a experiencias anteriores, en una tarea sin esperanzas:
sus esfuerzos muestran poco éxito, y toda su actitud demuestra que no gozan de la
totalidad de la libertad de los hijos de Dios. En realidad todos los cristianos
están de acuerdo con esto, reconociendo que la relación que sostenemos hacia la
ley de Moisés es del todo diferente a aquella del antiguo Israel.
El Decálogo por sí solo es
ocasionalmente fuente de discrepancia, especialmente el Cuarto Mandamiento. Aún
hay cristianos que no admiten ninguna diferencia entre aquello que tiene un carácter
pasajero, ceremonial, y aquello que es perpetuamente ético, y que buscan
sustituir el último día de la semana por el día del Señor.
Sin embargo, dejando a un lado estas
serias diferencias, repetimos que el Espíritu Santo tuvo una obra especial en
los días antes de Cristo, que estaba dirigido a los santos de esos días, pero
que para nosotros ha perdido su significado anterior.
No significa, sin embargo, que podamos
descartar esta obra del Espíritu Santo, y que los libros que contienen estas
cosas puedan dejarse de lado. Esta visión ha logrado vigencia especialmente en
Alemania, donde el Antiguo Testamento se lee incluso menos que los libros del
Apócrifo, con la excepción de los Salmos y algunos periscopios seleccionados.
Por el contrario, este servicio de sombras tiene aun en los más mínimos
detalles un significado especial para la Iglesia del Nuevo Testamento; sólo que
el significado es diferente.
Este servicio en la historia del Antiguo
Pacto atestigua para nosotros las maravillosas obras de Dios, mediante las
cuales de Su infinita misericordia nos ha salvado del poder de la muerte y del
infierno. En las personalidades del Antiguo Pacto revela el maravilloso trabajo
de Dios al implantar y preservar la fe a pesar de la depravación humana y la
oposición satánica. El servicio de ceremonias en el santuario nos muestra la
imagen de Cristo y de Su gloriosa redención en los más mínimos detalles. Y
finalmente, el servicio de sombras en la vida política, social y doméstica de
Israel nos revela esos principios divinos, eternos e inmutables que, liberados
de sus formas transitorias y temporales, deberían gobernar la vida política y
social de todas las naciones cristianas por todos los tiempos.
Y sin embargo, esto no agota el
significado que siempre tuvo este servicio, y que aún tiene, para la Iglesia
Cristiana.
No sólo nos revela los lineamientos de
la casa espiritual de Dios; pues, de hecho, operó en nuestra salvación:
Primero, preparó y preservó en medio de
la idolatría pagana a gente que, siendo portadores de los oráculos divinos,
preparara al Cristo en Su venida un lugar para la planta de Su pie y base de
operaciones. No podría haber llegado a Atenas o Roma
ni a China o India. Nadie allí lo habría entendido, o hubiera suministrado
instrumento o material para construir la Iglesia del Nuevo Pacto. La salvación
que fue lanzada como un fruto maduro en la falda de la Iglesia Cristiana había
crecido en un árbol profundamente enraizado en este servicio de sombras. De ahí
que la historia de ese período es parte de la nuestra, como la vida de nuestra
niñez y nuestra juventud permanece nuestra, a pesar de que como hombres hemos
dejado de lado las niñerías.
Segundo, el conocimiento de este
servicio e historia, siendo partes de la Palabra de Dios, fueron fundamentales
en el traslado de los hijos de Dios desde la oscuridad de la naturaleza a Su
luz maravillosa.
Sin embargo, como el Espíritu Santo
desarrolló obras especiales para los santos de esos días que tienen un
significado diferente pero no menos importante para nosotros, también realizó obras
en esos días que estaban dirigidas más directamente a la Iglesia del Nuevo
Testamento, las cuales también tenían un significado diferente pero no menos
importante para los santos del Antiguo Pacto.
Esto fue obra de la Profecía.
Como declara Cristo, el propósito de la
profecía es predecir cosas futuras de manera que, una vez ocurridos los eventos
predichos, la Iglesia pueda creer y confesar que fue obra del Señor.
El Antiguo Testamento a menudo plantea
esto, y el Señor Jesús lo declaró a Sus discípulos, diciendo: “Ahora os lo he
dicho antes que suceda, para que cuando suceda, creáis” (Juan 14. 29). Y
nuevamente: “Desde ahora os lo digo, antes de que suceda, para que cuando
suceda, creáis que Yo Soy” (Juan 13. 19). Y aun más claramente: “Pero estas
cosas os he dicho, que cuando llegue el momento, podáis recordar que Yo les
hablé de ellas.” Estas afirmaciones, comparadas con las palabras de Isa. 41.
23, 42. 9, y 43. 19, no dejan dudas respecto al objetivo de la profecía.
No significa que esto agote el tema de
la profecía, o que no tiene otros objetivos; pero su fin principal y final se
alcanza sólo cuando, sobre la base de su realización, la Iglesia le cree a su Dios
y Salvador y lo magnifica en Sus poderosos actos.
Pero mientras que su centro de gravedad
es la realización, en la iglesia del Nuevo Testamento, estaba igualmente
dirigida a los santos contemporáneos. Porque, aparte de las actividades proféticas
que se referían exclusivamente al pueblo de Israel que vivía en ese tiempo, y
las profecías cumplidas en la vida nacional de Israel, las profecías que
valientemente esbozaban a Cristo dieron preciosos frutos para los santos del
Antiguo Testamento. Conectado con teofanías, produjo en sus mentes una forma
tan fija y tangible del Mesías que la hermandad con Él, que por sí sola es
esencial para la salvación, fue hecha posible para ellos por anticipación, tal
como a nosotros por memoria. No sólo se hizo posible esta hermandad al final de
la Dispensación, en Isaías y Zacarías; Cristo atestigua que Abraham deseaba ver
Su día, lo vio, y se gozó.
NOTAS
1. Para el sentido en que el autor toma el
metodismo, vea la sección 5 en el Prefacio.
2. En holandés, “centro de vida.”