Uno de
aspectos más importantes de la vida del cristiano es la oración. La oración es
la comunión del alma con Dios. Por medio de ella el cristiano adora a Dios, lo
ama, lo alaba por sus perfecciones, le da gracias por sus misericordias, le
confiesa sus propios pecados, le pide perdón, se entrega a su voluntad, y pide
bendiciones providenciales y espirituales tanto para sí mismo como para los
demás.
El Espíritu
Santo es el manantial de esta vida de oración. Por ello, en este estudio
examinaremos de qué forma actúa en nuestra vida de oración. El comprenderlo nos
ayudará a orar, a hacer nuestras oraciones más aceptables a Dios, y también más
poderosas.
No vamos a
estudiar el tema de la oración en sí mismo. Sería útil explicar el poder de la
oración, el cual es tan grande que María de Escocia llegó a decir que temía más
las oraciones de Juan Knox que a los ejércitos de Inglaterra. Seria provechoso
también presentar las normas bíblicas que son requisito de la oración eficaz. Y
seria útil estudiar las razones de la oración no respondida. Estos temas, sin
embargo, no son el objetivo directo de nuestro estudio. El tema del estudio es
la relación del Espíritu Santo con la oración. Pero al examinar este tema,
trataremos también en forma indirecta, alguno de otros problemas.
A. ORACIÓN EN EL ESPÍRITU SANTO.
Los
discípulos de Jesús pidieron en cierta ocasión, ‘Señor, enséñanos a orar’. No
sabían cómo hacerlo. Hoy día podríamos pedir lo mismo porque no es fácil saber
orar. Una regla esencial de la oración, sin embargo, con muchas implicaciones,
es que oremos ‘en el Espíritu’. Esta expresión se encuentra por lo menos dos
veces en la Biblia. Pablo dijo que los Efesios deberían estar ‘orando en todo tempo con toda oración y
súplica en el Espíritu’ (Efe. 6: 18). Judas habla también e estar ‘orando en el
Espíritu Santo’ (Jud. 20). En Zacarías encontramos esta misma idea, aunque no
la expresión exacta, cuando el profeta, anticipado el de Pentecostés,
profetizó: ‘Y derramaré sobre la casa de David, y sobre los moradores de Jerusalén,
espíritu de gracia y de oración’ (Zac. 12: 10). Zacarías predijo el
derramamiento (para usar la terminología pentecostal de Joel) del Espíritu
sobre todos los cristianos en Pentecostés. Oración significa pedir y suplicar.
La profecía, pues predijo que Dios derramaría en Pentecostés el Espíritu de
oración al derramar al Espíritu Santo. Decir que los cristianos poseen el
Espíritu de oración en su vida equivale en esencia a decir que oran en el
Espíritu. Así pues, en efecto, esos tres pasajes hablan de la oración en el
Espíritu Santo.
¿Pero qué
significa orar ‘en el Espírito Santo’ y poseer el Espíritu de oración? Ante
todo, significa que sin el Espíritu, la oración es imposible. Hay que advertir
que incluso la oración de los regenerados proviene del Espíritu Santo.
Abandonados a sus propias inclinaciones pecaminosas, el hombre sin el Espíritu
maldeciría a Dios y blasfemaría. Es obvio que a menudo no hace esto en forma
abierta. Antes bien, un predicador modernista que niega a Cristo a veces puede
ofrecer oraciones que parecen conmovedoras. Si ocurre así, es porque, aunque
sin regenerarlo ni actuar en él en una forma salvadora, el Espíritu Santo lo
protege contra el pecado exterior y lo estimula al bien externo, tal como la
oración. Así pues, el Espíritu es necesario incluso en las oraciones de los no
salvos.
Pero estas
oraciones no son agradables a los oídos de Dios. No son sino expresiones
pecaminosas del corazón no regenerado. No ora para la gloria de Dios ni en fe.
Claro que la oración del no cristiano es mejor que el blasfemar y maldecir,
pero sin le fe en Jesucristo esa oración carece del motivo propio que la haría
fundamentalmente agradable a Dios. Este tipo de oración no es la oración a que
se refiere Judas y Pablo cuando hablan de ‘orando en el Espíritu’.
Para orara
en forma aceptable a Dios y con poder, se debe orar ‘en el Espíritu’ es decir,
uno debe nacer de nuevo y experimentar la presencia de Dios en sí mismo. Sin el
Espíritu Santo que mora en nosotros, no se puede ofrecer a Dios ninguna oración
que le plazca. Porque el hombre está muerto espiritualmente para todo lo bueno.
No tiene vida espiritual en él. No le importa orar a Dios. No le desea, y por
ello no ora.
Sin vida el
cuerpo está inerte; sin la savia de vida no hay fruto; si fuego no hay calor;
y, de igual modo, sin el Espíritu Santo no puede haber oración cristiana que
sea oída por Dios.
Por otra
parte, donde está el Espíritu Santo, habrá poder, vida, fruto, y acción. Porque
vivifica al alma muerta hacia Dios. Crea deseos nuevos dentro de su alma, de
manera que ésta quiere comunicarse con Dios; e incluso no podrá dejar de orar a
Dios. De hecho, se puede decir con exactitud que si la persona no ora, está
espiritualmente muerta; no ha sido convertido. Porque la persona que está ‘en el Espíritu’ debe
orar, de la misma forma que la semilla colocada en terreno fértil y regado debe
brotar. Si hay vida debe haber actividad. Y donde está el Espíritu de oración
debe haber oración. Así pues, lo primero que hay que advertir acerca de la
oración ‘en el Espíritu’ es que implica la presencia del Espíritu j, por
consiguiente el deseo de orar.
Al morar dentro
del hombre, el Espíritu lo hará orar en la forma más aceptable a Dios, no
debido a un don especial de oración, sino debido a la influencia santificadora
que tiene consecuencias directas en la misma.
Por ejemplo,
el Espíritu Santo abre los ojos del hombre para que vea en qué sentido debe
orar. Debido al pecado, los ojos del hombre están cerrados a la verdad en forma
general. No puede ver bien. Esto es verdad sobre todo en el caso de los temas
de oración. Pablo dice que ‘qué hemos de pedir como conviene, no sabemos’ (Rom.
8: 26). Ante alternativas múltiples, no sabemos por cuál de ellas debemos orar.
Nos resulta difícil aplicar principios bíblicos a situaciones concretas de
nuestra vida, a fin de saber qué debemos pedir. A veces ni siquiera entendemos los
principios bíblicos mismos, ni tampoco aquellas cosas que Dios ha revelado
claramente que debemos pedir. Para que nuestra oración sea fructífera, debemos
saber cómo orar de acuerdo con su voluntad. Porque ‘esta es la confianza que
tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye’
(1ª Jun. 5: 14). Este es uno de los secretos del poder de la oración. Y una de
las funciones santificadoras del Espíritu de oración es enseñarnos para qué
orar a fin de que nuestra petición esté conforme con la voluntad de Dios.
Ilumina nuestra mente entenebrecida a fin de que podamos ver los principios
bíblicos y los sepamos aplicar correctamente a situaciones concretas.
Orar en el
Espíritu también significa que el Espíritu nos dará la fe que Dios escuchará y
contestará. También esto es esencial para la oración fructífera. Porque Dios no
escucha la oración ritual, si el corazón está ausente de ella. No escucha las
palabras si no hay confianza. Ni tampoco son eficaces las oraciones que nacen
simplemente de la angustia o del deseo intenso. Dios no escucha las oraciones
de los que acuden a él desesperados y que, por otra parte, no creen que de
verdad van a recibir contestación. La oración eficaz debe ir acompañada de la
creencia no sólo de que Dios puede responder, sino de que responderá. Esto es
la fe: saber y confiar. Cuando oramos ‘en el Espíritu’, el Espíritu de oración
que mora en nosotros nos da esa fe, de manera que nuestra oración se conforme a
esta regla bíblica de la oración eficaz.
Otra
consecuencia de estar ‘en el Espíritu’ es que paulatinamente nos iremos
liberando del pecado. Esto también es importante para la oración, porque como
1ª Juan 3: 22, dice: ‘Cualquier cosa que pidiéramos la recibiremos de Él’.
Isaías dijo: ‘Vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro
Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no oír’
(Is. 59: 2). Nuestros pecados interrumpen la comunión con Dios e impiden que
responda a nuestra vida, nos purifica y nos capacita cada vez más para guardar
los mandamientos de Dios. En consecuencia, el Espíritu ayuda al cristiano a
cumplir también esta importante regla de oración.
En resumen,
poseer el Espíritu de Súplica, u orar en el Espíritu (las dos cosas son
sinónimas, significa estar espiritualmente vivificado de modo que se tenga el
deseo y la capacidad de orar; estar iluminado de modo que se sepa para qué hay
que orar, de manera que las peticiones estén de acuerdo con la voluntad de
Dios, tener la confianza que espera que Dios conteste; y estar capacitado para
guardar los mandamientos de Dios, requisito indispensable para que la oración
reciba respuesta. Por consiguiente, ante todo, debemos orar en el Espíritu.
B. ORACIÓN POR EL ESPÍRITU SANTO.
El Espíritu
Santo no sólo nos hace orar. Sino que también Él ora por nosotros. No sólo hay
oración en el Espíritu Santo, sino también oración por el Espíritu Santo.
Encontramos esta verdad en Romanos 8: 26-27.
En ese
pasaje Pablo nos habla de que es necesaria esa oración por el Espíritu. Dice que
estamos enfermos, es decir, débiles, ‘pues qué hemos de pedir como conviene, no
lo sabemos’. El cristiano no conoce sus propias necesidades, y en consecuencia
no sabe para qué ha de orar.
El Espíritu
Santo ayuda, como hemos visto, iluminando la mente, de forma que podamos pedir
las cosas correctas. Pero hace más que eso. En cierto modo ora también en lugar
nuestro. Como dice el texto, ‘el Espíritu mismos intercede por nosotros’.
Esta
intercesión no ha de confundirse con la intercesión de Cristo. La intercesión
de Cristo ocurre en el cielo; la del Espíritu Santo en la tierra. La de Cristo
está fuera de nuestro corazón; la del Espíritu, dentro del corazón. Cristo
intercede por nosotros en asuntos de los que podemos muy bien tener conciencia;
el Espíritu Santo intercede por nosotros en asuntos de los que quizá no tenemos
conciencia.
Hay
diferencia de opinión en cuanto a cómo debemos concebir esta intercesión.
Algunos dice que el Espíritu Santo simplemente mueve nuestra alma hacia deseos
y anhelos que nunca adquieren forma clara porque son demasiado profundos. En
otras palabras, ora por medio nuestro. Otros dicen que el Espíritu que mora
dentro de nosotros intercede por Sí mismo, aparte de nosotros. Otra por
nosotros. En oración por medio nuestro, si bien está en nosotros. En oración
por medio del Espíritu y no por nuestro medio. En última instancia importa poco
cuál de dos interpretaciones escojamos, porque el resultado es el mismo; el
Espíritu Santo en una forma maravillosa colma nuestra necesidad. Ora a nuestro
favor cuando nosotros mismos debiéramos haber orado, pero no sabíamos para qué
orar.
¡Qué hecho
tan consolador! A veces no estamos conscientes de los peligros que nos esperan,
o no sabemos por cuál de dos opciones debiéramos orar. Quizá deseamos tomar dos
ocupaciones distintas. No sabemos si casarnos con una joven determinada o no.
Dos programas de estudios universitarios pueden atraernos de la misma manera,
pero cada uno de ellos nos conduciría a vidas completamente distintas. La
elección entre escribir un libro cristiano y ser un anciano puede ser nuestra. Entonces,
ante estas cosas, ‘que hemos de pedir no lo sabemos’. Sin embargo el Espíritu
Santo, sabiendo exactamente con qué propósito debemos orar, presenta nuestra
necesidad delante de Dios.
La verdad
maravillosa es que, como el Espíritu intercede, la oración recibirá respuesta.
Una razón es, insinúa Pablo, que Dios el Padre sabe que el Espíritu ora. Porque
‘El escudriña los corazones’ (donde el Espíritu Santo intercede, ya sea aparte
de nosotros o por medio de nosotros) siendo uno con el Espíritu y ‘sabe cuál es
la intención del Espíritu’.
Además, el
Espíritu Santo ora de acuerdo con la voluntad de Dios. Esto es siempre esencial
para que la oración reciba respuesta, y una de las razones de que no la reciba
es que a menudo se pide lo que no debería pedirse, cosas que no están de
acuerdo con la voluntad de Dios. A veces lo hacemos egoístamente. En otras
ocasiones lo hacemos por ignorancia; no sabemos para qué orar. En el caso del
Espíritu esto no es así. Lo escudriña todo, incluso las profundidades de Dios (1ª
Cor. 2: 10). Es una de las personas de la Trinidad. Sabe lo que está de acuerdo
con la voluntad de Dios. En consecuencia, como dice expresamente nuestro texto,
‘Conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos’. La consecuencia es
una oración que siempre recibe respuesta porque está de acuerdo con la voluntad
de Dios.
¡Qué
bendición tan maravillosa es tener a la tercera Persona de la Divinidad
intercediendo eficazmente por nosotros en asuntos importantes de la vida, de
acuerdo con la voluntad del Padre! Esta es la oración por el Espíritu Santo.
C. ORACIÓN AL ESPÍRITU SANTO.
Examinemos
ahora la oración al Espíritu Santo. A veces se pregunta: ¿Es correcto orar al
Espíritu Santo solo? Esta pregunta tiene relación intima con el problema de a
quién nos dirigimos en las oraciones. ¿Oramos al Padre, es decir, a la primera
Persona de la Trinidad, o al Padre como divinidad total, o a cada Persona de la
Trinidad por separado? ¿A a quien tenemos presente cuando oramos?
En la Biblia
se encuentra poco que indique que cuando oramos al Padre oramos a la divinidad
toda. Antes bien, hay indicios que señalan a la primera Persona de la Trinidad.
Este nombre Padre de los creyentes a quien podemos acudir con fe y oración,
indicó claramente que el Padre es la primera Persona de la Trinidad. Por
ejemplo, cuando dijo, ‘Nadie viene al Padre, sino por mí’ (Jun. 14: 6),
obviamente se excluyó a sí mismo del término Padre. O cuando Jesús dijo a María
después de la resurrección, ‘Subo a mi Padre y a vuestro Padre’ (Jun. 20: 17),
el paralelismo indica que el Padre de María era el Padre de Jesús, y que no era
otro sino la Primera persona de la Trinidad.
Adviértase
también que en su discurso de despedida, Jesús incitó a los discípulos a orar
en su nombre, pero al Padre (Jun. 15: 16). Es notable que Jesús no oró al
Espíritu Santo mismo para que descendiera en Pentecostés, sino que oró al Padre
para que enviara al Consolador (Jun. 14: 16). Cuando añadimos todo esto a la
observación de que Pablo oró casi exclusivamente al ‘Dios y Padre de nuestro
Señor Jesucristo’ (es decir, la primera Persona de la Trinidad), sacamos la
conclusión de que tiene buen fundamento bíblico el dirigir la oración sobre
todo a Dios Padre de nuestro Señor Jesucristo y Padre de todos los creyentes.
Hay ocasiones,
sin embargo, en las que es correcto, incluso deseable, orar a cada Persona de
la Trinidad. Como tiene una relación especial con nosotros y han hecho cosas
especiales por nosotros, deberíamos acudir a ellos individualmente.
Al Padre
deberíamos acudir, por ejemplo, sobre todo cuando deseamos su amor, cuidado, y
protección paternales. A Cristo deberíamos orar cuando deseamos el perdón del
pecado y la purificación del mismo. Después de todo, fue él quien murió para
borra la culpa y la mancha del pecado.
En forma
semejante, es bueno orar al Espíritu Santo. Si alguien, por ejemplo se siente
afligido, debería acudir sobre todo al Espíritu Santo y no al Padre ni al Hijo,
porque él es quien más que ningún otro fue enviado para ser nuestro Consolador.
Su misión es consolarnos. O si advertimos falta de santificación dentro de
nosotros, conviene orar al Espíritu que siga santificándonos, porque esa es una
de sus tares primordiales en la vida del creyente.
Podemos pues
orar al Espíritu Santo solo del mismo modo que podemos orar a cada una de las
dos Personas de la Trinidad por separado. Se hallan ejemplos de oraciones
excelentes al Espíritu Santo en numerosos himnos que se encuentran en la mayor
parte de los himnarios.
D. ORACIÓN PARA EL ESPÍRITU SANTO.
Finalmente,
no sólo debemos orar en el Espíritu, por el Espíritu, y al Espíritu, sino
también para el Espíritu.
Vimos en
estudios anteriores la variada que es la obra del Espíritu, y todavía no hemos
terminado de estudiarla. Algunos han pensado que no es posible decir mucho más
acerca del Espíritu que lo que se encuentra en la doxología. Al contrario,
hemos visto que hay mucho más que decir acerca de Él. Su acción es múltiple. Ha
hecho cosas maravillosas en el mundo objetivo; en la creación, en la gracia
común, en las dos Palabras de Dios. Pero también realiza obras maravillosas en
el campo subjetivo. Es él quien nos regenera, hace su morada en nosotros, nos
guía, nos da garantía de que somos hijos de Dios, sella nuestra herencia, y es
el manantial de nuestra vida de oración. Su obra es variada e importante para
nosotros. No cabe duda de que podamos orar para pedir toda esta múltiple obra
el Espíritu. De hecho, nuestro deber es hacerlo.
Recordemos
que la oración es un poder que Dios nos da por medio del cual podemos obtener
más y más del Espíritu Santo. Si deseamos poseerlo en mayor medida, y si no lo
recibimos más plenamente, este estudio no ha conseguido su propósito, podemos
recibirlo si vamos a Dios en oración y lo pedimos.
Si el pecado
nos asedia constantemente, el Espíritu Santo es la fuerza dinámica que nos
puede hacer triunfar. Si nos sentimos desorientados ante decisiones que debemos
tomar, necesitamos al Espíritu. Si deseamos mayor seguridad en nuestra
salvación, el Espíritu es quien puede dárnoslo.
Esto también
es cierto en el caso de la oración. Si nuestra vida de oración es monótona y
aburrida, si es pesada, si sentimos que no estamos en contacto co Dios, como si
nuestras oraciones no le llegaran, si no sabemos para qué orar, si la oración
no es medio poderoso en nuestra vida, entonces podemos acudir al Espíritu de
oración mismo y pedirle que venga a nuestra vida, en forma más plena, para
ayudarnos en esta debilidad. Si lo hacemos así, con fe y esperanza, vendrá a
nosotros y revolucionará nuestra viada de oración. Porque él es el secreto de
oración, del mismo modo que es el secreto de toda la vida santa. Sin él nada
podemos hacer. Pero con él podemos ser transformados y vivir vidas que sean
espiritualmente ricas, activas y alegres.
Por
consiguiente, ¡oremos! Oremos en el Espíritu, oremos al Espíritu, y oremos para
el Espíritu. Y el Espíritu orará por nosotros.