EL ESPÍRITU SANTO Y LA RESPONSABILIDAD HUMANA.

En el curso de los estudios anteriores, hemos visto de alcance tan grande son las obras del Espíritu Santo. El campo en el que el Espíritu actúa en grande y variado. Es posible limitar su actividad sólo a la santificación. El propósito de este estudio, sin embargo, no es el satisfacer nuestra curiosidad respecto a hechos relativamente poco conocidos, sino más bien, que a través de un conocimiento más preciso del Espíritu, podamos llegar a esperar y experimentar más bendiciones de parte de él. Para estar más llenos del Espíritu, debemos saber más acerca de Él y de su obra. Pero debemos poseer más que conocimiento; debemos hacer algo. En este estudio veremos cuál es nuestra responsabilidad respecto al Espíritu Santo. Veamos primero el campo en el que no hay responsabilidad humana, y luego el campo en el si la hay.

A. DONDE NO HAY RESPONSABILIDAD HUMANA.

Si no estamos vigilantes, quizá nos imaginamos la regeneración como algo que el hombre controla, como su propia responsabilidad. Quizá citemos la afirmación de Jesús, ‘Os es necesario nacer de nuevo’ (Jun. 3: 7), y luego exhortar: ‘a fin de entrar en el reino de los cielos hay que nacer del Espíritu. Procurad pues, cumplir los requisitos necesarios de la convicción, arrepentimiento, conversión y fe a fin de poder ser regenerados. Está en vuestras manos, no lo pospongáis, porque es necesario nacer de nuevo’.
El pensar así no seria bíblico. La Biblia considera a los hombres responsable por todas sus acciones, pero no por la acción del Espíritu en la regeneración. El hombre no regenerado, aunque está muerto en sus pecados y no puede hacer nada bueno en lo espiritual, sigue siendo responsable delante de Dios por su caída en Adán y por los pecados consiguientes. No puede eludir la culpa echándole la responsabilidad a Adán. Es culpa del hombre mismo el encontrarse en la situación moral en que está. El hombre regenerado también es responsable delante de Dios por todas sus acciones, tanto por sus pensamientos, como palabras y obras. Pero nadie es responsable por la obra de la regeneración; no es algo que el hombre puede hacer. No se engendra a sí mismo, sino que como Jesús dijo a Nicodemo, el hombre nace de arriba, del Espíritu. La regeneración es actividad exclusiva del Espíritu, y en ella el hombre está completamente pasivo, como vimos más en detalle en el estudio séptimo.
Tampoco se puede decir que el hombre sea responsable por poner en movimiento esa cadena de acontecimientos, es decir, convicción, arrepentimiento, conversión y fe en Cristo, que producirán la regeneración. Porque como hemos visto, estos acontecimientos no preceden ni causan la fe, sino que como en el caso de Lidia, la regeneración debe ocurrir de antemano a fin de que los perdidos se arrepientan y crean.
Hay que advertir que la Biblia no menciona en ninguna parte ningún mandamiento en el sentido de que el hombre debe nacer de nuevo o debe comenzar un proceso que conduce a la regeneración. Cuando Jesús dice a Nicodemo, ‘Os es necesario nacer de nuevo’, no le manda que lo haga. Antes bien, afirma simplemente una realidad. Le es necesario a Nicodemo nacer de nuevo si quiere entrar en el reino de los cielos. Tiene que nacer de agua y del Espíritu, es decir, tiene que ser purificado con el lavado de la regeneración a fin de poder entrar. Jesús no le dice a Nicodemo que puede regenerarse por sí mismo o que primero debe hacer ciertas cosas para poder llegar a la regeneración. Por el contrario, insinúa bien claramente que la regeneración no está en absoluto bajo su control. Antes bien, este nacimiento viene de arriba. Además, dice Jesús, el Espíritu que engendra es como el viento que sopla donde quiere. Nadie lo controla ni lo dirige. Así como nadie puede cumplir con ciertos requisitos que hagan que el viento cambie de dirección, así tampoco nadie puede, mediante el cumplimiento de ciertas condiciones, forzar al Espíritu Santo a regenerar a alguien.
Se puede decir también que cualquier mandato dado al hombre respecto a la regeneración seria como tratar de exigir al niño todavía no nacido que cumpla con ciertos requisitos a fin de poder nacer. O seria como pedir a Lázaro muerto que realice ciertas cosas a fin de que Jesús pueda resucitarlo.
Así pues, como la regeneración es un acto que sólo puede realizar y realiza el Espíritu Santo, y como la Biblia nos dice que el hombre no puede ni tiene que cumplir con ciertas condiciones que obligarían al Espíritu a regenerar, la conclusión ineludible es que el hombre no está totalmente en las manos de Dios.
Si bien la Biblia no hace al hombre responsable de la regeneración, sí pone sobre sus espaldas, en ciento por ciento, la responsabilidad de creer. La Biblia no manda en ningún pasaje que el Hombre se regenere. Pero constantemente lo exhorta a que crea. La regeneración pertenece al Espíritu Santo, peor la fe pertenece a Dios que la otorga para que crea y responda como persona según esa fe, (si bien es el Espíritu Santo, pero la fe pertenece al hombre que ya la haya recibido de Dios para creer). Este énfasis bíblico debe ser nuestra guía tanto al dar testimonio como al predicar a los no salvos. Por una parte, debemos abstenernos de mandarles que nazcan de nuevo, eso no es responsabilidad suya; por otra parte, debemos exhortarlos en el nombre del Rey, mandarles, y exhortarlos a que obedezcan al llamado del Señor. Esta si es una responsabilidad.
Hace falta añadir aquí unas palabras de alerta. No se debe distorsionar al enseñar la Biblia de que el hombre no es responsable de su regeneración dando a entender que la Biblia enseña un sistema fatalista de salvación. Se podría razonar: si el hombre no puede creer hasta que el Espíritu de Dios lo regenere, entonces no es obligación ni responsabilidad suya el creer. Pero este razonamiento es del hombre. Nuestra responsabilidad es ceñirnos a la revelación de la Escritura, aunque sus enseñanzas no armonizan con el razonamiento humano. La sabiduría y conocimiento de Dios son infinitamente superiores a los nuestros, y nos debemos someter a ellos incluso cuando parece ir en contra de la lógica humana. Por consiguiente, si bien la Biblia enseña que la regeneración precede a la fe, y que la regeneración precede a la fe, y que la regeneración es la elección de Dios y no responsabilidad del hombre, sin embargo, por otro lado, la Biblia pone toda la responsabilidad de creer en el hombre. Si no cree, es sólo culpa suya, y no de Dios. Si cree, toda la alabanza la pertenece a Dios y al hombre. Solo a Dios la gloria.

B. DONDE SI HAY RESPONSABILIDAD HUMANA.

La Biblia nos enseña que después de la regeneración el Espíritu vive en nosotros en una forma especial. Posee nuestra alma y cuerpo. Se dice que somos templo del Espíritu Santo. Hay una diferencia radical entre nosotros y los no cristianos.
Pero la Escritura también insinúa que puede haber diferentes grados en la presencia del Espíritu. Mora más plenamente en unos que en otros. Puede haber una posesión mínima o una posesión sobreabundante. Los discípulos de Antioquia ‘estaban llenos de gozo y del Espíritu Santo’ (Hechos 13: 52). Pablo manda a los Efesios, quienes ya poseían en su corazón al Espíritu y a Cristo, que se llenen con el Espíritu, y no con vino (Efe. 5: 18). En vez de alegrarse con la embriaguez que agrada, debían alegrarse con el Espíritu Santo. Entonces serian hombres ‘perfectos’ (Efe. 4: 13), ‘Perfectos, enteramente preparados para toda buena obra’ (2ª Tim. 3: 17).
Hay pues diferencia entre simplemente tener al Espíritu Santo y estar lleno del Espíritu Santo. Es posible poseer al Espíritu hasta tal punto que llene todas las facultades, y sin embargo seguir recibiendo más. Podemos poseer un principio nuevo de vida dentro de nosotros, tal como el Espíritu Santo, el cual cambia todo nuestro ser, y sin embargo puede ocurrir que no haya tomado posesión hasta el punto de que nos llene hasta la sobreabundancia. La muerte ha sido expulsada y la vida está presente, pero puede ser una vida enfermiza. Puede haber luz, y sin embargo es sólo un amanecer, no el esplendor del medio día. Así también, podemos poseer al Espíritu de forma que toda nuestra vida espiritual sea completamente diferente de nuestra antigua muerte espiritual, y sin embargo no hasta el punto de que lo poseamos en toda su plenitud.
Como hemos visto en un estudio anterior, el secreto de la vida santa está íntimamente ligado con esta presencia del Espíritu de Dios. Sin él es imposible hacer nada bueno. Por el contrario, con la presencia del Espíritu podemos triunfar cada vez Más sobre el poder del pecado en nuestra vida. Nos da una fuente de poder que el hombre natural no posee. Es la fuente eterna que mana para vida eterna. Después de que alguien se ha hecho cristiano, la meta más elevada de su vida es llenarse completamente del Espíritu.
Después de haber vista algo en cuanto a los grados diferentes en que el Espíritu puede morar en el cristiano, se suscita la pregunta. ¿Hay algo que podamos hacer para poseer una presencia plena del Espíritu a fin de que lleguemos a ser hombres de Dios, prefectos, completos, preparados para toda buena obra? ¿O debemos simplemente esperar que Dios tome la iniciativa? En otras palabras: ¿Es responsable el hombre de esa presencia más plena o no?
Al tratar de responder a esto hay que evitar dos peligros latentes. Uno es la idea que sostiene que como todo, incluso la presencia plena del Espíritu, ha sido predestinado por Dios, el hombre no puede hacer nada en cuanto a incrementar la presencia del Espíritu y por consiguiente no tiene ninguna responsabilidad en ese sentido. Po consiguiente, el hombre no debería ni siquiera esforzarse por recibir una presencia más plena, porque todo sucederá, se esfuerce o no. Esta idea pasiva, que enseña que el hombre no puede hacer nada y que lo deja todo en manos del Espíritu, no es bíblica.
En otro peligro latente que hay que evitar es el extremo opuesto: el punto de vista activista. Enseña que Dios no tiene control último sobre el incremento de la presencia del Espíritu, sino que la responsabilidad completa descansa sobre el hombre. Este punto de vista sostiene que el hombre puede hacer fracasar el propósito del Espíritu resistiéndose al mismo. Por consiguiente, el hombre debe permitir que el Espíritu actúe, o de lo contrario no hará nada. El hombre, y no dios, tiene las riendas en la mano. Tampoco este punto de vista es bíblico.
La solución bíblica, desde luego, no está en ninguno de estos dos extremos, sino en un punto medio. Y no queremos decir un punto medio en el sentido de que el Espíritu haga la mitad de la obra y el hombre la otra mitad, algo así como el cincuenta por ciento. Antes bien, es un punto medio en el que el Espíritu es completamente soberano y el hombre es completamente responsable: una distribución del ciento por ciento a cada uno, por contradictoria que parezca. Al igual que en la regeneración, así también en la santificación el Espíritu tiene propósitos irresistibles, y lleva a cabo con exactitud lo que desea. En esta campo es como el viento que sopla donde quiere. Pero al mismo tiempo, si bien el hombre no es responsable por la acción del Espíritu en su nuevo nacimiento, en la regeneración, si es totalmente responsable en relación con la acción posterior, santificadora de la tercera Persona de la Trinidad.
Lo primero que habría que advertir acerca de la responsabilidad del hombre respecto al incremento de la presencia del Espíritu es que Dios le ha dado medios por los cuales puede luchar por esa meta. Uno de esos medios es la fe. Co un deseo intenso y la oración constante por la santificación y la presencia de Cristo y del Espíritu Santo, y con la esperanza confiada y firme de que Dios responderá a la oración, recibirá un dominio más pleno de Cristo y del Espíritu en su vida.
Todas las bendiciones del cristianismo nos vienen por medio de la fe sola. Somos justificados por la fe en Cristo como Salvador nuestro. Y no menos somos santificados por la fe en Cristo como Salvador nuestro de la culpabilidad de nuestros pecados. No comenzamos con la fe solo para luego ser perfeccionados por la ley (Gál. 3: 1-5) el genio de la Biblia, tal como la ha visto el protestantismo histórico, en que toda la bendición espiritual se obtiene por la fe sola. Cristo no es sólo nuestra redención sino también nuestra santificación (1ª Cor. 1: 30). Reveló a Pablo, camino de Damasco, que los santos reciben ‘por la fe que es en mí, perdón de pecados y herencia entre los santificados’ (Hechos 26: 18).
Así mismo, la presencia más plena del Espíritu de santificación no se recibe por obras sino por fe. Sabemos por Gálatas 3: 14, que Cristo fue maldito por nosotros, ‘a fin de que por la fe recibiésemos la promesa del Espíritu’. En Juan 7: 38-39, leemos: ‘El que cree en mí como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu’. Hay pues relación directa entre la fe y la presencia del Espíritu. Cuanto mayor es nuestra fe, tanto mayor será la presencia del Espíritu y la subsiguiente santificación.
Además, sabemos que las tres personas de la Trinidad so inseparables, incluso en el asunto de su presencia en los cristianos. Donde quiera que está el Espíritu de Cristo también esta Cristo mismo (Rom. 8: 9). Y donde Cristo hace morada, también la hace el Padre (Jun. 14: 33). Debido a esta inseparabilidad, las tres personas vienen a morar en el corazón del cristiano por los mismos medios. Como sabemos, es por fe que Cristo mora en nosotros más abundantemente, esto significa que también lo hace el Espíritu.
Que Cristo en nosotros más abundante por fe se puede ver en Efesios 3: 17, donde Pablo ora por los Efesios para que Cristo more en sus corazones por medio de la fe. Esta morada no tenía como fin la regeneración, porque los Efesios a los que Pablo escribía ya estaban regenerados y ya poseían a Cristo en su corazón. Eran, después de todo, ‘los santos fieles en Cristo Jesús que están en Éfeso (Efe. 1: 19. Sin embargo Pablo ora para que Cristo more en ellos por fe. La conclusión incluible es que la fe es el medio por el cual Cristo viene a nuestra vida en una manera más abundante después de la regeneración. Si eso es así, entonces, debido a la inseparabilidad de la personas de la Trinidad, el Espíritu también viene a nuestra vida en forma más plena por fe. Si podemos incrementar la presencia de Cristo por fe, entonces podemos incrementar la presencia del Espíritu de la misma manera. Porque donde está Cristo también está el Espíritu.
Otra condición para el incremento de la presencia de Dios se encuentra en las de Jesús: ‘El que me ama, mi Palabra guardará; mi Padre la amará, y vendremos a él, y haremos morada con él’ (Jun. 14: 23). La primera condición que menciona, a saber, amor hacia él mismo, el cual incluye desde luego la fe. Pero una segunda condición, o quizá una de la primera, es guardar su Palabra, es decir, hacer su voluntad y ser santo. En otras palabras, si después de la regeneración seguimos creyendo y no vivimos en pecado, entonces Cristo y el Padre, y en consecuencia el Espíritu Santo, harán su morada en nosotros en forma más plena. Así pues, la presencia más plena del Espíritu depende en parte de nuestra fe y santidad.
No sólo son necesarias la fe y santidad para tener una presencia mayor del Espíritu, sino que, su acción disminuirá si se dan actos de rebelión de nuestra parte. Esto lo da a entender Jesús cuando afirma si el hombre lo ama y guarda su Palabra, Él y el Padre harán morada en él. En otras palabras, si el hombre no guarda su Palabra, sino que peca, no morarán en él.
Además, dice Pablo, ‘No apaguéis al Espíritu’ (1ª Tes. 5: 19). No se refiere sólo a los dones especiales del Espíritu, tales como el don de milagros, lenguas, o profecía, que se mencionan en el versículo siguiente. Es más probable que se refiera a la acción más general del Espíritu en su operación santificadora. Se debe recordar que es imposible apagar totalmente al Espíritu, porque, una vez salvos, siempre salvos. Sin embargo es posible echar agua al Espíritu de fuego con el pecado constante y la falta de arrepentimiento, de fe; al no avivar esas chispas de vida que el Espíritu Santo nos ha dado. De este modo se le contrista, se le entristece (Efe. 4: 30; Is, 63: 10). Estamos ante un lenguaje antropomórfico, ante un hablar de Dios según la manera humana. Pero indica que se puede entristecer y provocar al Espíritu, con el resultado de que su influencia en nosotros sea menos intensa, y que la unión que tenemos con el Espíritu no sea tan fuerte como debería ser.
Es un arma de doble filo. Podemos incrementar la presencia del Espíritu con la fe y la santidad, pero también podemos impedir esa presencia con la falta de fe y con el pecado. Esta es, pues, nuestra responsabilidad para con el Espíritu Santo. Dios ha ordenado que haya una relación directa entre nuestra fe y santidad por un lado, y la presencia cada vez mayor del Espíritu Santo por otro. El Espíritu morará en nuestro corazón en proporción exacta a la fe que tengamos en Él. Cuanto más fe tengamos, tanto más vendrá a nuestra vida. No tenemos que ser pasivo como necesariamente lo es la regeneración. Antes bien, Dios nos manda que seamos muy activos. Tenemos que buscar una presencia más plena del Espíritu. Si no acudimos a Dios y oramos al Espíritu, no lo recibiremos en una medida más abundante, porque Dios ha establecido la ley de que la presencia más plena del Espíritu viene por fe. Si queremos vivir santamente, debemos poseer el manantial de los caudales de vida; si queremos el manantial, la fuente sobrenatural, entonces debemos buscar al Espíritu por fe. Es el único camino para el triunfo.
Alguien podría preguntar: ¿Acaso esto no va en contra de la pre-ordenación que Dios ha establecido para todo? ¿No hace esto acaso que Dios dependa del hombre, y que el Espíritu dependa de la fe del hombre? La respuesta es; ¡Claro que no! Dios ha pre-ordenado tanto los medios como los fines.
Por ejemplo, la Biblia nos enseña que recibiremos al Salvador sólo por fe. Si rechazamos a Cristo, no podemos salvarnos. La salvación depende de la fe en Cristo. Así también, en cuanto a la oración, si no pedimos ciertas cosas, no las recibiremos, hablando en términos generales; y si pedimos esas cosas según las normas de la oración, las recibiremos. La razón de que estos dos hechos no contradigan la pre-ordenación absoluta de todas las cosas por parte de Dios es que Dios no solamente ha pre-ordenado los fines, sino también los medios. No sólo pre-ordena ciertos acontecimientos, sino también que haya que orar por ellos.
En forma semejante, si queremos recibir la plenitud de la presencia del Espíritu, debemos pedirla. Si no lo hacemos así, no lo recibiremos más abundantemente. La intensidad de la presencia del Espíritu en nosotros dependerá de si lo buscamos con fe o no. Esta es la nuestra responsabilidad. Pero, si pedimos ese Espíritu y en consecuencia lo recibimos en forma más abundante, debemos recordar siempre que Dios fue él quien envió al Espíritu Santo para que nos hiciera orar. Porque, si bien debemos ocuparnos en nuestra salvación con temor y temblor, si bien podemos recibir una presencia más plena del Espíritu si lo pedimos y no lo entristecemos ni lo agraviamos, esto es así sólo porque ‘Dios es el en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad’ (Fil. 12-13).
Así actúa Dios. Nos manda que hagamos grandes cosas, incluso algunas que son imposibles, y luego nos da la capacidad para cumplir lo que nos manda. Nos manda, por ejemplo, que creamos en Jesucristo. Pero con las fuerzas naturales eso es imposible, y en consecuencia podríamos decir que no podemos hacerlo. Pero entonces Dios, por medio de la regeneración, nos dé la capacidad de creer en Cristo.
Así también, Dios nos manda que nos llenemos del Espíritu Santo (Efe. 5: 8). Pero también esto es imposible de alcanzar con nuestras propias fuerzas. Dios entonces nos da una fuerza mayor del Espíritu para que podamos para que podamos pedir una presencia más plena del mismo. Y como la pedimos, lo recibimos más plenamente. Nuestro deber es esforzarnos con todo nuestro empeño por poseerlo. Pero si lo hacemos es sólo porque el Espíritu ya ha estado actuando dentro de nosotros para que oremos y nos esforcemos. Dios nos manda algo y luego nos da las fuerzas para que hagamos lo que nos manda.
Así pues, al tratar de definir la responsabilidad del hombre en cuanto a conseguir una presencia más rica del Espíritu, vemos que la responsabilidad del hombre es de ciento por ciento. Si no utiliza los medios que Dios le ha dado, no poseerá al Espíritu con más abundancia. Por otra parte, si utiliza estos medios, poseerá al Espíritu en una medida más abundante. Le obligación de buscar esta presencia más del Espíritu Santo es completamente del hombre.
Al mismo tiempo, sin embargo, la acción de dar al Espíritu depende completamente de Dios, en un ciento por ciento. Esto no significa que el hombre por sus propias fuerzas llega a mitad de camino hasta Dios y que luego Dios le sale al encuentro y lo guía hasta el final de la ruta, una división de responsabilidad en un cincuenta por ciento. No, Dios lo hace todo, el hombre es ciento por ciento responsable, y sin embargo Dios da al hombre toda la capacidad que tiene. Este es el evangelio de gracia, gracia desde el principio hasta el fin y no a medias.
No cabe duda que muchas de estas cosas resultan difíciles de entender. Entrañan el gran problema de combinar la soberanía divina con la responsabilidad humana. Nos resulta imposible reconciliarlas, si bien nuestro Dios infinito si puede. Lo que podemos hacer es averiguar lo que la Biblia revela, y luego dejar el problema en manos de Dios, descansando en esas dos grandes verdades que la Biblia nos enseña.
Pero queremos concluir subrayando una cosa: La Biblia afirma si dejar lugar a dudas que la fe y la santidad produce una presencia más plena del Espíritu. Si no nos preocupa el poseer esa plenitud, si no la buscamos, si cedemos ante la tentación, no poseeremos al Espíritu de Dios en toda su plenitud. Pero si acudimos a Él y se lo pedimos, vendrá a nuestra vida en forma más plena. Claro que Dios nos capacitará para hacerlo; sin embargo, si no lo hacemos es culpa nuestra. Nosotros merecemos el reproche. Y si lo hacemos, la gloria es para Dios. Por consiguiente, apartemos el pecado, deseemos al Espíritu, y pidamos con fe.

Podemos tener seguridad de que si así lo hacemos, recibiremos con toda certeza una presencia más plena del Espíritu eterno de Dios. Porque ¿Quién de nosotros cuando el hijo nos pide pan, le damos una piedra, o si nos pide un huevo, le damos una serpiente? ‘Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿’Cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan’? (Luc. 11: 11-139. ‘Pedid y se os dará, buscad, y hallareis; llamad, y se os abrirá’ 8Luc. 11: 9). Pidamos al Espíritu, creamos que lo recibiremos cada vez con mayor abundancia, y así sucederá. Si Cristo nos ha salvado del pecado, no puede haber meta más elevada que esta: conocer la plenitud de la presencia del Espíritu eterno de Dios.