EL ESPÍRITU SANTO Y LA REVELACIÓN.

Este estudio del Espíritu Santo tratamos de temas muy importantes. Hemos visto algunos de los misterios eternos de la divinidad, tales como la relación de providencia del Espíritu Santo respecto al Padre y al Hijo, el papel perfeccionador que el Espíritu Santo desempeño en la creación de este mundo, y los efectos transcendentales del Espíritu Santo por medio de la gracia común. En los estudios que siguen trataremos de otros temas importantes, tales como el papel del Espíritu Santo en la encarnación, en la regeneración, en la santificación, y en la iglesia.
En este estudio nos ocuparemos de aun otro gran ministerio del Espíritu Santo, su obra en la revelación. Por revelación entendemos el acto de Dios por medio del cual da a conocer al hombre ciertas cosas que estaban ocultas y se desconocían. Esto ocurre de dos formas: por medio de la naturaleza y por medio de la Biblia.

A. EL PROBLEMA DEL CONOCIMIENTO.

La revelación divina es de suma importancia porque es la fuente de todo nuestro conocimiento. A lo largo de los siglos los hombres, cristianos y no cristianos por igual, se han interesado por el conocimiento. Desean saber la verdad acerca de si mismos, acerca de la naturaleza y acerca de dios. Tienen un ansia básica dentro de su naturaleza por conocer, y por conocer con certeza. Solamente por medio de la revelación alcanza el hombre verdadero entendimiento de las cosas. Por la revelación, Dios se manifiesta al hombre y también revela la verdadera naturaleza de los seres que pueblan el mundo, tanto la de los hombres como la de los objetos naturales.
El no cristiano niega, explicita o implícitamente, la revelación de Dios, y por ello busca la verdad sin éxito. Niega al Dios cristiano y con el lo niega, la única forma posible de conocer verdaderamente las cosas, mediante la revelación. Carece de certeza absoluta en su forma de conocimiento. Conjetura y dice ‘quizá’ y ‘creo’, pero nunca conoce con carácter definitivo. Pero cuando uno acude al Dios de la Biblia y a su revelación, adquiere el fundamento para el conocimiento verdadero. Porque Dios, por su revelación, dice muchas cosas al hombre. Dios dice algo acerca de lo que a Él le agrada y lo que le desagrada, acerca sus planes que previamente fueron decretados, acerca la norma de vida según la cual debe andar el hombre, acerca del camino de la salvación, acerca de la realidad y naturaleza de este mundo, acerca de ciertas leyes, y de lo que sucederá después de la muerte, sólo para nombrar algunas. El hombre puede conocer con certeza absoluta cosas que de otro modo no hubieran podido comprenderse nunca, cosas relacionadas con este mundo creado y con Dios. El hombre que conoce a través de la revelación de Dios posee un fundamento firme que es eternamente inalterable. Su saber no cambiará con el tiempo. Esto le da una satisfacción total. Posee algo que los filósofos, y todo hombre es filósofo en su corazón, han buscado desde los tiempos de Adán.
Esta revelación divina es doble. Es una revelación natural y sobre natural; o, todavía mejor, una revelación general y una especial. Esa primera revelación, la revelación general, se encuentra donde quiera que uno esté. Está en las flores del jardín, en la pantalla de la televisión, en la sala de estar, y en las gotas de la lluvia prendidas del cristal de la ventana, en las hojas de los árboles, en una brizna de hierba, en todo lo general creado etc. Todas las cosas las hizo Dios, y revelan en sí mismas algo de Dios, muestran algo de su gloria, poder, sabiduría, y divinidad. No es necesario ver a dios con los ojos físicos para conocerlo.
Es posible conocer algunas de las características de Dios observando la naturaleza. ‘Los cielos’, dice David, ‘cuentan la gloria de Dios’ (Sal. 19:1). Es casi como si el sol, la luna, y las estrellas pudieran hablar, ya que son claras las cosas de Dios que revelan, tales como su infinidad y omnipotencia. Cuando el hombre examina los rayos de la luna, o el resplandor del sol, o ve los millones de estrellas con sus distancias vastas e incompresibles, que se observaron por primera vez en la historia, gracias al telescopio gigantesco del palomar, entonces, sino está ciego, y si el Espíritu Santo abre sus ojos, ve la gloria de Dios, tanto el día como la noche revelan cosas acerca de Dios, y con tanta claridad, como si tuvieran labios y lenguas para hablar. Porque David dice también: ‘Un día emite palabra a otro día, y una noche a otra sabiduría´ (Sal. 19: 2). Observando simplemente estas cosas, aprendemos acerca de Dios, como si la naturaleza nos hubiera hablado de Él. Pablo afirma lo mismo en Romanos 1: 20, donde dice que ciertas cosas invisibles de Dios, tales como su poder y divinidad, se pueden ver claramente al observar el mundo creado. Veamos un ejemplo, como a los seis anos de edad el niño perderá algún diente. Muy pronto comenzará a aparecer uno más grande, en concordancia con la mandíbula que se está desarrollando, y llenará el espacio que dejó el diente perdido. Cuando uno se da cuenta que fue Dios quién hizo que el diente del niño cayera en el momento oportuno, ni demasiado pronto, ni demasiado tarde, para luego brotar otro exactamente en el lugar adecuado, entonces se da cuenta que Dios es un Dios sabio. Dios le reveló esto por medio de un diente. Este es un ejemplo de revelación, y por él el hombre conoce algo acerca de Dios.
En esta revelación general el Espíritu Santo desempeña su papel, como ya hemos visto en el estudio a cerca del ‘El Espíritu y la creación´. Hay una segunda revelación también, llamada revelación especial, que es la Biblia, en que el Espíritu Santo desempeña un papel destacado. Es interesante advertir que incluso la primera revelación, la revelación general, no se puede captar bien sin conocer la revelación especial y sin el poder iluminador del Espíritu en al mente del hombre. Esto se debe a que el hombre es espiritualmente ciego debido a su propio pecado. Por ello el hombre no puede conocer ni una sola cosa tanto de la revelación general como de la especial sin el Espíritu Santo. El Espíritu realiza tres obras, y todas ellas son esenciales para un verdadero conocimiento del universo y del Creador. Muestra la verdad por medio de la revelación general, en la cual participa activamente. También proporciona la Biblia (revelación especial), que es necesaria para ver adecuadamente las verdades reveladas en al naturaleza, y la que también es necesaria para conocer cosas grandes no reveladas en la naturaleza, tales como el camino de salvación, la naturaleza de la iglesia, y la segunda venida de Cristo. Finalmente, actúa en la interioridad del hombre a fin de que pueda ver las verdades manifestadas en esas dos revelaciones.
Así pues, si el hombre verdaderamente desea la plena satisfacción del alma, si quiere obtener respuesta a las preguntas profundas que se suscitan en un momento u otro de su vida, sea cual fuere su grado de educación, puede conseguirlo. Pero tiene que conocer la obra del Espíritu Santo, no sólo en la revelación general, sino también en la revelación especial, y tiene que experimentar la actividad del Espíritu Santo para iluminar su mente, con lo que se desterrará su ceguera espiritual. El Espíritu Santo es la llave para todo verdadero conocimiento. Sin él no se puede conocer nada en su esencia, pero con Él el hombre puede adquirir un conocimiento del universo y de Dios, que es eternamente verídico.
Pasemos, pues, a estas dos obras del Espíritu Santo: la Biblia y su iluminación de la mente del cristiano. Como el tema es muy amplio, en este estudio siguiente trataremos sólo de la primera obra. En el estudio siguiente nos ocuparemos de la segunda, iluminación por medio del Espíritu Santo.

B. REVELACIÓN ESPECIAL

Hay una clase de revelación especial aparte de la biblia que Dios dio al hombre. Desde el paraíso hasta Patmos, desde Adán hasta Juan, Dios se reveló así mismo al hombre de una manera especial. Lo hizo en distintas formas.
Se presentó en lo que se llaman teofanías, apareciéndose en una forma visible, por ejemplo a Abraham, a Agar, y a Jacob. Se reveló en el fuego y en las nubes que protegiera y guiara a Israel en el desierto. También habló directamente a personas del Antiguo Testamento: a Adán, Noé, Abraham, Jacob, José, Moisés, Samuel, y otros. Habló con voz del cielo audible. Se apareció en sueños y en visiones. Habló por medio de los Urim y Tummim. Se comunicó directamente con los Profetas. Así pues, desde el paraíso hasta Patmos, Dios se presentó en formas especiales y directas, y se reveló a los hombres aparte de la Biblia.
Algunas de estas revelaciones son de suma importancia para nosotros. Por ejemplo, el mandamiento cultural a Adán, ‘Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread sobre ella’ (Gn. 1: 28) tiene implicaciones de largo alcance para nosotros. O pensemos en la gran voz de la primera profecía acerca de la salvación venidera, cuando Dios hablo a la serpiente en presencia de Adán y Eva, diciendo: ‘Pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza y tú le herirás en el calcañar’ (Gn. 3: 15). O supongamos el significado del pacto monumental hecho con Abraham, cuando Dios dijo que sería Dios para él y para su descendencia después de él. Estas y otras revelaciones son asuntos de suma importancia para el cristiano. Suministran conocimiento glorioso y veras en cuanto a los planes de Dios para la eternidad y en cuanto a sus mandamientos para nosotros en campos tan importantes como la salvación y la cultura. Esto es lo que los hombres de todos los tiempos han buscado: certeza en relación al futuro, y certeza en cuanto a sus deberes actuales.
En lo que a nosotros respecta, sin embargo, hay una limitación básica en todas estas revelaciones especiales. Dios habló. Nadie podría dudarlo. Pero una vez entrado el pecado, ¿Podría el hombre recordar exactamente lo que Dios dijo en esas ocasiones?
Concedido, por ejemplo, que Dios se apareció y hablo por medio de revelación directa a ciertos personajes de los tiempos bíblicos, ¿Cuál sería la garantía de que esa revelación no se distorsionó, debido al pecado del hombre, al transmitir de boca en boca desde Adán hasta Set y a lo largo de centenares de generaciones hasta llegar a nosotros, miles de años después?
No vayamos tan lejos. Supongamos, por ejemplo, que estamos en lugar de Adán y Eva. Adán llegó hasta los novecientos treinta años de edad. Conjeturemos también que ochocientos años después de la caída habló con uno u otro acerca de lo que había sucedido y de lo que Dios le había dicho en el jardín. ¿Qué cree que podría suceder después de ochocientos años? No cabe duda de que habría conflicto y malos entendidos sobre lo que Dios había dicho exactamente.
Imaginemos también que estábamos con los Israelitas cuando Moisés les dio los Diez mandamientos, y que después de cuarenta años de errar por el desierto tratáremos de recordar con precisión lo que Moisés había dicho. Se podría plantear la pregunta: ¿Qué afirmó exactamente Moisés? ¿Dijo: recordad el día sábado? O ¿Recordad el día sábado para santificarlo?
Podríamos suponer por otro lado que hubiéramos estado en le lugar de Pedro en el monte de transfiguración con Santiago, Juan, Moisés y Elías; que hubiéramos visto a Cristo glorificado y que hubiéramos oído la voz del Padre desde el cielo. ¿Podríamos recordar, diez años más tarde, todos los detalles con precisión, y garantizar que el relato de los mismos pasaría con exactitud de generación en generación, por medio de la tradición oral?
Pedro no pudo. Estuvo con Cristo. Y sin embargo dice en segunda carta que hay ‘la palabra profética más segura’ (2ª Ped. 1: 19) Pedro estuvo en el monte. Vio a Cristo. Oyó la voz de Dios salir del cielo, y sin embargo dice que en la Biblia (Profecía) hay algo que es más cierto, más seguro, que oír la voz de Dios con los oídos propios y ver Jesús con los ojos propios. Se da a entender, desde luego, que algo visto con los ojos o algo oído con los oídos puede distorsionarse al cabo del tiempo. Pero hay una profecía que es más segura que la visión o audición propias, a saber la Biblia, la cual pasa a describir en los dos versículos siguientes. Debido a la inspiración del Espíritu Santo, está garantizada la exactitud de lo que se dice en ella respecto a sucesos a pesar de las fallas de la memoria y a pesar de los errores que naturalmente se desarrollan en cualquier relato de segunda o milésima mano.
Pedro se dio cuenta, pues, claramente que, por maravilloso que pudiera ser para una persona oír la voz de Dios, la certeza de ésta dura sólo para esa persona y por un tiempo limitado. Nosotros hoy día, cuando Dios ya no habla como lo hacía en otros tiempos, necesitamos el relato en blanco y negro, al que podamos recurrir una y a través para asegurarnos exactamente de lo que se dijo. Esto es lo que la Biblia nos proporciona. Nos de certeza absoluta. Se trata de la misma palabra de Dios, como si Cristo se fuera a aparecer hoy en la habitación para hablarle en forma visible, en una teofanía.
Sólo que la Biblia es mejor. Porque si Cristo le hablará una vez que él hubiera terminado de hablar su voz desaparecería. No podría Ud. Volver a ella para comprobar la precisión de su memoria. Quizás diría más tarde: ¿Fue acaso un sueño? ¿Habló Dios de verdad? ¿Y qué dijo exactamente, no en forma aproximadamente? Nunca podría comprobarlo. Nunca podría repetir ese momento bendito. Pero en la Biblia, la voz de Dios permanece grabada por siempre para que pueda volver a ella cuantas veces quiera, para comprobar con toda precisión lo que Él dijo. Así pues, si desea oír la voz de Dios, sus mismas palabras, y el mensaje auténtico que es suyo exclusivamente, si desea este milagro, entonces acude a la Biblia para escuchar la palabra de Dios. Porque la palabra de Dios es un milagro vivo; es Dios que habla constantemente al hombre, como si le estuviera conversando en forma visible en su propia habitación.

C. EL ESPÍRITU EN LA REVELACIÓN ESPECIAL

EL Espíritu Santo es el responsable de este milagro sorprendente. El es quien nos da la voz de Dios de forma que, en las lenguas originales, no tiene ni un solo error, grabado exactamente tal como Dios quiso. El Espíritu Santo también da al hombre la posibilidad de conocer asuntos eternos y temporales con certeza absoluto.
La misma Escritura da testimonio de que es el Espíritu Santo quien inspiró la Biblia. Pedro lo afirma con toda claridad cuando dice: ‘Porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, siendo inspirados por el Espíritu Santo’ (2ª Ped. 1: 21). ‘Pablo dice que las cosas que dice las habla no con palabras enseñadas con sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu’ (1ª Cor. 2: 13).
En muchos lugares del Nuevo Testamento se menciona al Espíritu Santo como autor de una porción del Antiguo Testamento. En Mateo 22: 43, Jesús, al citar un Salmo, dijo que David, en el Espíritu, llamó al Mesías, (Cristo). Al escoger a un discípulo para que reemplazara a Judas, Pedro dijo: ‘varones hermanos, era necesario que se cumpliese la Escritura en que el Espíritu Santo habló antes por boca de David a cerca de Judas, (Hech. 1: 16). Y el autor de Hebreos, al citar el Salmo 95, lo menciona sin referirse siquiera al Salmista, sino diciendo: ‘Como dice el Espíritu Santo’ (Heb. 3: 7), con lo que atribuye el Salmo al Espíritu Santo. Constantemente se alude al Espíritu Santo, y no al Padre ni al Hijo, como autor de la Biblia, si bien como vimos previamente, nunca se puede separar la obra de los tres, ya que la Trinidad es una unidad.
Ahora se suscita la pregunta: ¿Cómo inspiró el Espíritu Santo la Biblia? ¿Cómo logró que fuera la misma palabra de Dios, de forma que esté revestida de autoridad absoluta? La Biblia nos da indicios respecto a este proceso.
Ante todo, no se llevó a cabo por medio del proceso de la gracia común. No se llevó a cabo por la acción general del Espíritu Santo en las vidas de los no regenerados, lo que les proporcionan nuevas habilidades en la mente de tal manera que sus facultades naturales quedaran agudizadas hasta un grado elevadísimo, por lo que pudieron escribir obras que estuvieron al nivel de las llamadas obras ‘inspiradas´ de Dante, Milton, Shakespeare, Cervantes o Unamuno.la Biblia fue escrita por hombres regenerados, y el resultado final tiene categoría completamente diferente de todos los demás escritos. Tiene autoridad absoluta porque está divinamente inspirada, y por lo tanto es infalible.
Tampoco el Espíritu Santo dio lugar a la Biblia intensificando lo poderes regenerativos del hombre. Porque el hombre nunca llega a ser perfecto en esta vida, sino que es pecador hasta la muerte como se ve tan obviamente en David, Pedro, y Pablo. Ha habido muchos hombres santos, tales como Calvino y Lutero, que nunca fueron inspirados en este sentido. Los hombres son santos porque están unidos místicamente a Cristo Jesús, pero algunos santos son autores de la Escritura porque han sido especialmente llamados por Dios para esta misión particular.
Las pruebas tampoco señalan ningún método mecánico de dictado por parte del Espíritu Santo. El Espíritu no se apareció en una visión a unos cuantos individuos escogidos, ni les susurró al oído, de forma que estos escritores bíblicos no fueran sino secretarios que no usaran sus propias mentes, sus propios genios o propias personalidades al formular sus propios pensamientos y palabras, sino que movieran mecánicamente la pluma mientras que el Espíritu Santo les decía exactamente que tenían que escribir. Este punto de vista prescinde de lo que es obvio en la Escritura, las diferencias en los varios escritos que hacen que incluso el no experto diga: ‘Esto suena a Pablo’, o ¿No parece que esto sea David? Si es cierto que estas características personales diferentes se notan en los distintos libros de la Biblia, entonces el que sostiene la teoría del dictado debe suponer que el Espíritu Santo dictó a sus secretarios en una forma tal que creara la ilusión de que las palabras las formulaban autores humanos, cuando en realidad procedían del Espíritu Santo.
Ninguna de estas teorías es satisfactoria. Antes bien, el Espíritu Santo hizo que la Biblia fuera escrita en lo que se ha llamado manera orgánica. Fue elaborada en forma más natural, la forma en la que Dios suele actuar.
Hay un aspecto pasivo an la composición de la Biblia, y un aspecto activo. En cierto sentido los escritores fueron completamente pasivos. No cooperaron con Dios en el sentido de que ellos hicieron la mitad en tanto que Dios hacía la otra mitad, ni tampoco de manera que Dios los fuera guiando mientras ellos hacían la mayor parte del trabajo. Antes bien, fueron completamente pasivos en el sentido que Pedro indica cuando, al hablar acerca de la palabra profética más segura, dice: ‘Porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo ‘inspirados’ por el Espíritu Santo’ (2ª Ped. 1: 21). El hombre no interpuso su voluntad, fue el Espíritu Santo quien la quiso. El hombre no tuvo absolutamente nada que aportar en la decisión de producir la Biblia. Dios lo decidió. En otras palabras, los autores humanos fueron los instrumentos por medio de los cuales Dios escribió. El Espíritu Santo impulsó en forma irresistible a los autores humanos para que escribieran precisamente lo que él deseaba que escribieran palabras de su propia elección. Además, la traducción más exacta de la palabra ‘inspirados’ sería: ‘llevados’. Indica la pasividad de los autores bíblicos. No fueron parcialmente activos, al mismo tiempo que eran guiados por el Espíritu Santo. Sino más bien, fueron ‘llevados’, lo que indica que no contribuyeron en nada al proceso de ser movidos, sino que fueron los objetos movidos o inspirados. La silla que es acarreada no ayuda en el traslado, tampoco quiere ser trasladada, ni contribuye en lo más mínimo al movimiento, sino que está inerte las manos del que la lleva. Así también los profetas, dice Pedro, fueron ‘llevados’ o inspirados por el Espíritu Santo para escribir lo que escribieron. Fueron pasivos.
Lo mismo indica la afirmación de Pablo en 2ª Timoteo 3: 16, cuando dice que ‘Toda la escritura es inspirada por Dios’. Este versículo quizá se traduciría mejor en esta forma: ‘Toda la Escritura es ‘espirada’ por Dios’. Es el aliento de Dios, es un producto completamente divino. Siendo esto así, la Biblia no es algo que los hombres resolvieron producir por su propia decisión, sino que la recibieron del Espíritu Santo. Es un producto divino, y los hombres fueron pasivos al producirla.
Si bien hay un aspecto pasivo en la composición de la Biblia, también hay un aspecto activo. Ahora debemos de insistir en éste si queremos describir adecuadamente el proceso de composición, y si queremos comprender en forma total de qué manera el Espíritu Santo inspiró la Escritura.
La composición de la Biblia se puede comparar en un sentido a la salvación del creyente. En un sentido se puede decir que la salvación es totalmente de Dios. Es algo que el hombre recibe. El hombre está pasivo, y Dios está activo al producirla en el hombre. Sin embargo, en otro sentido, el hombre está muy activo. Si bien toda su salvación incluye la fe, es un don que viene totalmente de Dios; y si bien ‘Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad’ (Fil. 2: 13), de forma que le hombre está completa y receptivamente pasivo; sin embargo la frase inmediatamente anterior presenta el aspecto activo de la salvación, el mandato de ‘ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor’ Dios no regenera a los hombres tratándolos como simples máquinas que no tienen, ni mente ni, voluntad. Cuando los regenera no suprime sus experiencias previas ni sus características personales de forma que pierdan todas estas cualidades especificas que hacen que el Señor ‘A’ sea tan diferente del Señor ‘B’. Los cristianos no son personajes uniformes y estereotipados, sin características propias. No son como soldaditos de plomo que hace una máquina, sin diferencias entre sí, todos pintados del mismo color, de la misma altura, con fácil al hombro, con el mismo gesto de caminar. No, Dios conserva todos los talentos distintivos del hombre, la individualidad, las características propias, y éstas forman parte de la vida del cristiano. El hombre recibe la salvación; está pasivo. Pero también está muy activo, creyendo en Cristo y viviendo la vida cristiana en una forma propia, según sus características distintivas.
En forma semejante fue la composición de la Biblia. Los autores estuvieron completamente pasivos. La Biblia es un producto divino. No procedió de la voluntad del hombre, sino que hombres de Dios hablaron inspirados ‘llevados’ por el Espíritu Santo. Sin embargo, Dios no destruyó la individualidad y talentos de los autores, haciendo que la Biblia resultará estereotipada, con un estilo único desde Génesis hasta Apocalipsis, el estilo del Espíritu Santo, con todas las diferencias humanas de los escritores suprimidas o escondidas. Antes bien. Dios permitió que las experiencias de los autores dirigieran el acto de escribir, que sus emociones diferentes afectaran su pensamiento, sus gustos individuales se expresaran en al Biblia. Dios permitió que el amor de David por la naturaleza brillará en sus Salmos, que le conocimiento que Pablo tenia de la literatura pagana se manifestara en sus cartas, que los conocimientos médico de Lucas caracterizaran su escritos, que la brusquedad de Marcos apareciera en su libro. En tanto que Pablo escribió en una lógica, Juan lo hizo en una forma más mística.
Los autores estuvieron ciento por ciento pasivos y también estuvieron ciento por ciento activos. No se les obligó a escribir mensajes contrarios a su voluntad, como tampoco el no creyente se ve obligado a creer en contra de su voluntad. Dios crea las circunstancias en una forma tal que cuando regenera el corazón del no creyente, hace naturalmente que él mismo desee apartarse de sus pecados y aceptar a Cristo como su Salvador. En una forma semejante, Dios tiene un mensaje, mensaje exacto, con palabras precisas, que quiere que escriba sin un solo error, en el punto de una ‘i’ o en el palito de una ‘t’ (Cristo dice: ‘ni una jota ni una tilde’). Para ello prepara a seres humanos para que lo hagan en una forma voluntaria y activa.
Siglos antes de que Moisés naciera, Dios moldeó a sus tatarabuelos para que hicieran llegar hasta Moisés las características adecuadas para que escribiera con una cierta perspectiva, con naturalidad, y no de una manera forzada. Fueron escogidos la madre y el padre adecuados para que le dieran cierta preparación que lo capacitaría para escribir con las emociones precisas que el Espíritu Santo deseaba. Le sobrevino persecución, de modo que, oculto y hallado en una costa, fuera adecuado en la cultura egipcia, porque el Espíritu Santo quería que aprendiera a leer y a escribir y que poseyera preparación legal, de modo que pudiera escribir el pentateuco. Luego Dios dirigió las circunstancias que rodearon la muerte de un egipcio, lo que obligo a Moisés a adentrarse en el desierto para estar solo durante años a fin de aprender humildad y devoción, de modo que pudiera escribir el Pentateuco también con ese espíritu.
Luego, cuando Dios hubo preparado todas las circunstancias en la forma adecuada, cuando Moisés y poseía las influencias hereditarias y las características apropiadas, cuando su vida ya había sido moldeada por las experiencias que el Espíritu deseaba, bajo la influencia del Espíritu, Moisés empezó a escribir exactamente lo que el Espíritu deseaba. Y no se llevó a cabo en una manera forzada de dictado mecánico, ni el Espíritu Santo le susurró al oído lo que tenía que escribir. Antes bien, influido por los muchos factores que intervinieron en su vida hasta lo más mínimos detalles, los que Dios había preparado con un propósito, Moisés escribió con naturalidad y se expresó a sí mismo como lo hubiera hecho en la vida normal. Así pues, utilizando su propia mente, sus propios recursos y características individuales, escribió las mismas palabras que el Espíritu Santo deseaba. Desde luego que, al escribir, Moisés también recibió del Espíritu Santo revelaciones directas acerca de cosas que no conocía, tales como la creación de universo o las profecías; y el Espíritu supervisó su acción de escribir de forma que no se filtran los errores que normal entran en los escritos de cualquier persona.
El producto final fue verdaderamente obra de Moisés Él lo realizó. Moisés no fue sólo un secretario o una pluma de los que el Espíritu Santo se sirvió para escribir, sino que Moisés contribuyó con su propio pensamiento y experiencias. Fueron ciento por ciento activos. Al mismo tiempo, sin embargo, como Dios había controlado todos lo factores que influyeron par Moisés escribiera, precisamente como lo hizo, lo que Moisés escribió fue también un producto divino; fue el aliento de Dios, ‘espirado’ por Dios. Fue un libro del Espíritu Santo en todas sus partes. En este sentido Moisés estuvo también ciento por ciento pasivo. El Pentateuco fue la palabra de Moisés ya la mismo tiempo la Palabra de Dios.

CONCLUSIÓN

El resultado de esta actividad y control del Espíritu Santo es un libro que, respecto a los otros libros, es lo que Jesús hombre es, respecto a los otros hombres. Así como la gente notó que Jesús hablaba no como otros hombres, no como los escribas, sino como quien tiene autoridad; así también nosotros notamos que la Biblia habla, no como otros libros, sino con autoridad de Dios. Así como Jesús fue alguien que poseyó no sólo la naturaleza humana sino también la divina, así la Biblia tiene no sólo naturaleza humana, en cuanto fue escrita por hombres, sino también naturaleza divina, en cuanto fue inspirada por Dios. Del mismo modo que Jesús es la Palabra de Dios, así también lo es la Biblia. Y del mismo modo que Jesús es Señor de Señores, Así también la Biblia es el libro de Libros.

La Biblia, pues, es la Palabra misma de Dios, y no simplemente un documento que contiene esa palabra. Es Dios que habla a los hombres todos los días. Es un milagro vivo del aliento de Dios. Y por esta razón, como lo mencionamos el comienzo de este estudio, el hombre puede poseer la certeza absoluta que los filósofos de todos los tiempos han buscado. Acudiendo a la Biblia se puede poseer conocimiento verdadero y cierto, que satisface, en forma profunda, esa ansia natural del hombre. Por consiguiente, alabemos también al Espíritu Santo, por esta tercera acción estupenda: no sólo por su acción en la creación, no solamente por sua actividad penetrante en el campo de la gracia común que hace que este mundo sea visible, sino también por hacer posible que podamos oír precisamente en este momento, y por todo lo que dure nuestra vida, la voz de Dios, que está contenida de modo permanente e infalible en la Biblia.