El gran
privilegio profetizado de la era del evangelio, el cual haría a la iglesia del Nuevo
Testamento más gloriosa que la del Antiguo, fue el maravilloso derramamiento del
prometido Espíritu Santo a todos los creyentes. Esto era el buen vino el cual
era reservado para lo ultimo (Is. 35:7; 44:3; Jl. 2:28; Ez. 11:19; 36: 27).
El ministerio del
evangelio por el cual somos nacidos de nuevo es llamado el ministerio del
Espíritu (2 Co. 3:8). La promesa del Espíritu Santo bajo el evangelio es para todos
los creyentes y no solo para algunos especiales (Ro. 8:9; Jn. 14:16; Mt.
28:20).
Se nos enseña a
orar para que Dios nos dé su Santo Espíritu, para que con su ayuda podamos
vivir para Dios en la obediencia santa que él requiere (Lc. 11:9-13; Mt. 7:11; Ef.
1:17; 3:16; Col. 2:2; Ro. 8:26). El Espíritu Santo fue prometido solemnemente
por Jesucristo cuando estaba a punto de dejar el mundo (Juan 14:15-17; He.
9:15-17; 2 Co. 1:22; Juan 14:27; 16:13). Por lo tanto el Espíritu Santo es
prometido y dado como la única causa de todo lo bueno que en este mundo podemos
participar.
No hay ningún
bien que recibamos de Dios si no es traído a nosotros y forjado en nosotros por
el Espíritu Santo. Ni hay en nosotros algún bien hacia Dios, alguna fe, amor, obediencia
a su voluntad, sino lo que somos capacitados para hacer por el Espíritu Santo.
Porque en
nosotros, que es en nuestra carne, no hay nada bueno, como Pablo nos dice.
A. LA NUEVA CREACIÓN
La gran obra que
Dios planeó era la restauración de todas las cosas por Jesucristo (He. 1:1-3).
Dios deseó revelar su gloria, y la manera principal de hacerlo debería ser la revelación
más perfecta de si mismo y sus obras que el mundo jamás hubiera visto. Esta revelación
perfecta nos fue dada en y por el Hijo, el Señor Jesucristo, cuando tomo nuestra
naturaleza en si mismo para que Dios benignamente se reconciliara con nosotros.
Jesucristo es .la
imagen del Dios invisible. (Col. 1:15). Él es el .resplandor de su gloria y la
expresa imagen de su persona. (He.1:3). En la cara de Jesucristo resplandece la
gloria de Dios (2Co. 4:6). Al planear, establecer y llevar a cabo esta gran
obra, es por lo tanto, la revelación más gloriosa que Dios a hecho de sí mismo
a ambos, los ángeles y los hombres (Ef. 3:8-10; 1P. 1:10-12). Esto lo hizo para
que nosotros pudiéramos conocerlo, amarlo, confiar en él, honrarlo y obedecerlo
en todas las cosas como Dios, y de acuerdo a su voluntad.
En esta nueva
creación, en particular, Dios se ha revelado a si mismo especialmente como tres
Personas en un Dios. El propósito supremo y planeamiento de todo es atribuido al
Padre. Su voluntad, sabiduría, amor, gracia, autoridad, propósito y diseño
están constantemente revelados como la fundación de toda la obra. (Is. 42:1-4;
Sal. 40:6-8; Juan 3:16; Is. 53:10-12: Ef. 1:4-12). Muchos también eran los
hechos del Padre para el Hijo, en enviarlo, darlo y nombrándolo para su obra.
El Padre preparó un cuerpo para él, y lo consoló y apoyo en su obra. También lo
premió dándole una gente para que fuera su gente.
El Hijo se humilló
a sí mismo y accedió a hacer todo lo que el Padre planeó para que él hiciera
(Fil. 2: 5-8). Por esto el Hijo debe ser honrado así como honramos al Padre.
La obra del
Espíritu Santo es de traer a terminación lo que el Padre había planeado hacer
por medio de su Hijo. Por eso, Dios es revelado a nosotros, y somos instruidos
a confiar en él.