LA SANTIDAD EN UN MUNDO IMPÍO

INTRODUCCIÓN

El estado natural del hombre en este mundo es depravado. La mente del hombre esta descrita en la Escritura como estando en oscuridad. La mente del hombre es vana, necia e inestable.
La voluntad del hombre esta bajo el poder de la muerte espiritual, siendo terco y obstinado.
EL CORAZÓN DEL HOMBRE ES MUNDANO, SENSUAL Y EGOÍSTA: Por lo tanto, el alma entera, siendo alejada de Dios, esta siempre llena de confusión y desordenes perplejos (Job 10:21, 22; Ecl. 7:29; Ro. 1:24, 26, 28; 3:10-18; 2Ts. 2:11, 12; Mt. 15:18, 19; Stg. 4:1, 2; Is. 57:20, 21; Gn. 6:5; Sal 69:14).
El problema es, ¿como puede la naturaleza desordenada del hombre ser curada y esta fuente de abominaciones pecaminosas ser taponada?
Algunos son naturalmente de un temperamento más tranquilo y callado que otros. Esta gente es comparativamente apacible y útil a otros. Pero sus mentes y corazones están sin embargo llenos de oscuridad y desorden. Entre menos molestosas son las olas en la superficie, más cieno y lodo esta escondido en el fondo del alma.
La educación, convicciones, aflicciones, iluminaciones, esperanzas de alcanzar justicia por ellos mismos, el amor a la reputación, la amistad de buenos hombres y buenas soluciones casi siempre ponen grandes limitaciones a pensamientos y propósitos malos y sirven para someter los deseos turbulentos de las mentes de los hombres. El curso del pecado en las vidas de los hombres puede ser cambiado por tales limitaciones.
Cualquiera que sea el medio natural usado, la enfermedad del pecado todavía esta sin curar y el alma todavía continúa en su desorden y en confusión interna. La única cura para esta condición mala es santidad (Ef. 4:22-24).
OBJECIÓN. Admitimos y mantenemos la verdad que en todas las personas santificadas todavía hay restos de nuestro desorden y depravación original. El pecado todavía permanece en los creyentes. El pecado todavía obra poderosamente y efectivamente en ellos, manteniéndolos cautivos a su ley. Por lo tanto, en los creyentes, hay conflictos poderosos en sus almas. La carne codicia contra el Espíritu. No parece entonces que la santidad cura estas disposiciones pecaminosas. El no regenerado más a menudo parece tener más paz y tranquilidad en sus mentes que los creyentes.
RESPUESTA.
PRIMERAMENTE, la paz y el orden que se supone que esté en la mente de los hombres bajo el poder de el pecado y quienes no están santificados, son como la paz y el orden del infierno. Satanás no esta dividido en contra de sí mismo. Allí solo esta esa paz en tales mentes con el cual, .el hombre fuerte armado el cual es Satanás, mantiene sus bienes hasta que uno mas fuerte que él viene a molestarlo. No puede haber paz donde la mente esta todavía en enemistad con Dios.
SEGUNDO, hay una diferencia entre una confusión y una rebelión. En un alma santificada puede haber rebelión en algunas partes, pero no confusión en el alma entera.
El gobierno en el alma es fuerte, ordenado y estable. Esta es la obra de gracia manteniendo todo en orden bajo de Cristo, aunque algunas partes se rebelen.
TERCERO, el alma de un creyente tiene tal satisfacción en este conflicto que su paz usualmente no es perturbada y nunca enteramente derribada por ello.
CUARTO, una persona santificada está segura del éxito en este conflicto. Tal garantía de éxito en este conflicto mantiene la paz y el orden en su alma durante la batalla.
La victoria sobre el pecado que mora dentro y sus insurrecciones rebeldes viene de dos maneras.
PRIMERO, en instantes particulares, tenemos suficiente garantía que si nos mantenemos en el uso diligente de los medios que nos son dados y la ayuda provista en el pacto de gracia, no fracasaremos de tener victoria sobre codicias y pecados particulares.
Estas codicias y pecados no se dejaran concebir, traer o producir pecado (Stg. 1:15). Pero si descuidamos de usar estos medios que nos son dados por Dios, no podemos esperar victoria.
SEGUNDO, en el resultado final del conflicto, el pecado no desfigura completamente la imagen de Dios en nosotros, ni tampoco absolutamente o finalmente arruinara nuestras almas, lo cual es su ambición mortífera. Los creyentes tienen la fidelidad de Dios para su seguridad (Ro. 6:14). Así que, a pesar de esta oposición del pecado, la paz y el orden son preservados por el poder de santidad en un alma santificada.
OBJECIÓN. Muchos Cristianos quienes pretenden ser grandemente santificados y quienes afirman de haber alcanzado un grado alto de santidad están todavía malhumorados, irritables, melancólicos y perturbados en sus mentes.
REPUESTA. Si hay tales Cristianos, la más vergüenza para ellos y deben de llevar su propio juicio. Su comportamiento es lo bastante opuesto a la santidad y .el fruto del Espíritu. (Ga. 5:22). Muchos se piensan que son santos y santificados y no lo son y muchos quienes verdaderamente son santos pueden estar sufriendo bajo dos desventajas. Pueden estar en ciertas circunstancias que frecuentemente les servirán para extraer su debilidad natural. David estuvo en tal posición toda su vida, y también Ana (1S. 1:6, 7). Puede que sus debilidades sean agravadas grandemente por hombres malos. Donde quiera que está la semilla de gracia y santidad, allí una posición segura ha sido ganada para la cura de todas estas corrupciones (Is.11:6-9).
En nuestra santidad descansa la mayor parte de ese provento de gloria y honor lo cual Cristo el Señor espera de sus discípulos en este mundo. La santidad es el camino mayor por el cual podemos honrar y glorificar a Cristo en este mundo. La santidad es el camino mayor por el cual podemos enseñar al mundo lo que Cristo verdaderamente es (1ª Co. 6:19, 20; 2ª Co. 5:15; Ro. 14:7-9; Tito 2:14).
Hay, al final, solo dos cosas que Dios requiere de nosotros en este mundo. El requiere que le honremos y le glorifiquemos al vivir vidas santas, y que le honremos y le glorifiquemos al sufrir pacientemente por él.
Cristo llama a todos sus verdaderos discípulos a atestiguar a la santidad de su vida, la sabiduría y pureza de su doctrina y la suficiencia y efectividad de su muerte por sus pecados. Él llama a sus discípulos a dar testimonio a la paz que tienen con Dios por medio de la fe en él. Cristo llama a sus discípulos a dar testimonio al poder de toda su obra de mediación para renovar la imagen de Dios en ellos, para restaurarlos al favor de Dios y traerlos a gozar de Dios. Y la manera que deben hacer esto es por medio de una vida de obediencia santa a Dios. Al hacer todo esto, los creyentes glorifican a Dios en este mundo.
Estamos obligados a profesar que la vida de Cristo es nuestro ejemplo. ¿Pero como podemos dar testimonio a la santidad de la vida de Cristo en contra de las blasfemias del mundo y la incredulidad de la mayoría que no están interesados? Lo hacemos por medio de la santidad de corazón y de vida, al ser conformados a Cristo en nuestras almas y viviendo para Dios en obediencia fructífera.
Traemos reproche al nombre de Cristo cuando pecamos, cuando seguimos y somos guiados por nuestras codicias y placeres, cuando preferimos cosas presentes en lugar de glorias eternas, y todo el tiempo profesamos a todos y a algunos que Cristo es nuestro ejemplo.
No podemos darle gloria a Cristo al menos que demos testimonio a su enseñanza.
¿Pero como atestiguamos a las enseñanzas de Cristo? Damos testimonio a las enseñanzas de Cristo al hacerlas nuestra regla de vida y de santidad. De esta manera testificamos al mundo que su enseñanza es santa y del cielo, llenas de sabiduría divina y gracia. Por medio de una obediencia santa a Cristo y a sus enseñanzas enseñamos la naturaleza, propósito y utilidad de su doctrina (Tito 2:11, 12). Miles en todas las edades han sido ganados a la obediencia del evangelio y a la fe en Cristo Jesús por medio de un comportamiento santo, fiel y útil de aquellos que han mostrado con sus vidas el poder y pureza de su enseñanza.
También se nos requiere dar testimonio al poder y efectividad de la muerte de Cristo, primeramente de purificarnos de toda iniquidad, y segundo de purgar nuestras conciencias de obras muertas para servir al Dios vivo. Si no somos limpiados de nuestros pecados en la sangre de Cristo, si no somos purificados de toda iniquidad, somos una abominación a Dios y seremos objetos de su ira para siempre. Sin embargo, Cristo el Señor no requiere más de sus discípulos en este asunto sino que profesen que su sangre los limpia de sus pecados y que muestren la verdad de esto por medio de una vida santa. De esta manera lo glorificaremos.
Sin la santidad prescrita en el evangelio no damos nada de esa gloria a Jesucristo la cual él indispensablemente nos requiere.
Si amamos a Cristo, entonces debemos ser santos. Si deseamos glorificar a Cristo, entonces debemos ser santos.
Si deseamos mostrar gratitud a Cristo, entonces debemos ser santos.
Si no queremos que nos encuentra traidores en el ultimo día para su corona, honor y dignidad, entonces debemos ser santos.
Si tenemos de Cristo gracia o buscamos ser aceptados finalmente por él, vamos a trabajar para ser santos en todas formas de comportamiento para que podamos adornar su enseñanza, mostrar sus virtudes y alabanzas y crecer para ser como él quien es el primogénito y la imagen del Dios invisible.

Sed santos, aún como Yo, el Señor vuestro Dios, soy santo.