La santidad,
primeramente, es la renovación de la imagen de Dios en nosotros, y en segundo
lugar, es obediencia de todo corazón a toda la voluntad de Dios (1ª Ts. 4:1-3;
Ef. 4:22-24; Tito 2:11, 12; Lv. 19:2; Mt. 22:37-39).
La verdadera
santidad es obediencia a los mandamientos de Dios y no a los preceptos del
hombre (Is. 29:13, 14). Somos verdaderamente los siervos de Dios como
discípulos de Cristo, cuando hacemos lo que se nos manda y porque se nos manda.
Los mandamientos
de Dios se pueden considerar de dos maneras. Pueden ser considerados como el
pacto de obras. .Haced esto y viviréis. Pero también pueden ser considerados
como inseparablemente unidos al pacto de gracia.
Obedecemos a Dios
por gratitud por la gracia y misericordia que nos ha mostrado.
(I) EL PACTO DE OBRAS Y LOS MANDAMIENTOS DE DIOS: La santidad perfecta en todo lo que pensamos,
sentimos y hacemos nos es requerida. El propósito de esta obediencia perfecta es de que sea
nuestra justicia ante Dios (Ro. 10:5). ¿Pero si el Señor tomara nota de todas nuestras iniquidades
quien posiblemente podrá mantenerse recto delante de él (Sal. 130:3)? Nuestra
oración debe ser la oración de David: .No entres en juicio con tu siervo;
porque no se justificará delante de ti ningún viviente. (Sal. 143:2 Vea Ro.
3:20 y Ga. 2:16). Pero el imprimir en el hombre pecador el deber de santidad
meramente por obediencia a los mandamientos de Dios solo lo llevara a la
desesperación.
(II) EL PACTO DE GRACIA Y LOS MANDAMIENTOS DE DIOS:
Dios nos requiere una vida de
obediencia perfecta y santa, pero este requerimiento esta moderado con gracia y misericordia. Si hay un deseo
sincero y de todo corazón de agradar a Dios después de haber venido a Cristo, así como lo habrá con
un corazón nuevo y una nueva naturaleza, Dios perdona muchos pecados por amor a Cristo.
Es por el amor a Cristo solamente que Dios acepta lo que hacemos,
aunque esta muy corto de la perfección legal. Los mandamientos del evangelio no nos requieren que
tratemos y nos justifiquemos delante de Dios por medio de una vida santa de obediencia
perfecta y por cumplir todos los deberes de justicia, así como el pacto de
obras lo demanda, porque jamás podremos dar tal obediencia perfecta. Cristo a
cumplido todas las demandas del pacto de obras por nosotros (Ro. 10:4).
(II) PORQUÉ LOS MANDAMIENTOS DE DIOS HACEN A LA
SANTIDAD NECESARIA: Los
mandamientos de Dios hacen a la santidad necesaria porque vienen a nosotros por
la autoridad de Dios mismo. La autoridad trae con ella
la obligación de obedecer (Mal. 1:6).
Santiago nos dice
que hay un dador de la ley que puede salvar y destruir (Stg. 4:12).
El que nos manda
a ser santos es nuestro soberano dador de la ley. Él tiene poder absoluto para
imponer en nosotros las leyes que él desee. En la Escritura hay muchas partes
donde Dios describe el acto de pecar en contra de él como .despreciarlo a él.
(Nm. 11:20; 1S. 2:30); .despreciar su nombre. (Mal. 1:6); .despreciar sus
mandamientos y eso en los mismos santos (2ª S. 12:9).
Así que, el no
hacer cada esfuerzo para ser santo es despreciar a Dios y rechazar su autoridad
sobre nosotros y vivir en desafió de él. .Santidad al Señor debe de estar
escrito sobre nuestras vidas y en todo lo que hacemos.
Los hombres
pueden aborrecernos, despreciarnos, rechazarnos y perseguirnos por ser santos.
Pero siempre debemos recordar que es Dios quien puede matar al castigar o mantener
vivo por medio de su preservación misericordiosa (Dn. 3:16-18).
Jesús dijo, El
que quiera salvar su vida por medio de una negligencia pecaminosa de santidad
.la perderá.
Pero la afirmación
que Dios puede matar o dar vida se refiere mayormente a castigos y galardones
eternos (Mt. 10:28). Mantener vivos es liberar de la ira venidera y traer a las
personas liberadas a vida eterna.
A. OBEDIENCIA SUPREMA
La cosa mayor que
Dios nos requiere es obediencia (Gn. 17:1). La manera para caminar rectamente,
de ser sincero o perfecto en obediencia, es siempre recordar que él que lo requiere
de nosotros es Dios todo poderoso, con toda su autoridad y poder, y bajo cuyos ojos
nosotros vivimos.
Alguna gente jamás
obedece, a pesar de las advertencias y juicios de Dios (Jer. 5:3, 4).
El pobre rechaza
la autoridad de Dios a causa de ignorancia, ceguedad y necedad. Pero tú pensarías
que grandes hombres quienes han sido bien educados y quienes han sido rodeados
por muchas ventajas vendrían al conocimiento de la voluntad de Dios. Lo sorprendente
es que son tan necios como aquellos que son pobres. Los ricos se comportan como
bestias quienes, habiéndose soltado, corren para arriba y para abajo en los
campos, pisando el maíz, quebrando las cercas y pisoteando todo ante ellos.
Esta era la experiencia de Jeremías (Jer. 5:4, 5).
Dios nos llama a
la obediencia en todo tiempo y en toda circunstancia y situaciones.
Hay tiempos en
que estamos solos y los hombres no nos ven. En tales situaciones debemos de
recordar que aunque el hombre no ve, Dios ciertamente lo hace. En todos nuestros
tratos de negocios con los hombres, aunque tengamos bastantes oportunidades para
engañarlos, sin embargo debemos de recordar que Dios mira todo lo que hacemos, aunque
esté escondido de los ojos de los hombres. En la sociedad y entre todas las reuniones
de compañerismo de la iglesia debemos recordar que Dios oye y ve todo lo que hablamos
y hacemos. Mucho se puede decir y hacer lo cual gane la aprobación del hombre,
pero lo cual seriamente contrista al Espíritu Santo.
El mandamiento de
Dios de que seamos santos es el fruto de la infinita sabiduría y bondad. Por lo
tanto lo mejor que podemos hacer, si verdaderamente nos amamos a nosotros
mismos y nos importan nuestras almas inmortales, es obedecer y hacer cada esfuerzo
para ser santos.
Todo lo necesario
para capacitarnos para obedecer se nos ha dado (2ª P. 1:3; Mt. 11:30; 1ª Juan
5:3). El poder y la habilidad para obedecer no se encuentra, en nosotros, sino
en Cristo (Juan 15:5; Fil. 2:13; 2Co. 3:5; Fil. 4:13). El hecho de que Dios nos
supla con fuerza para ser santos no nos excusará si descuidamos los medios que
Dios a señalado para la preservación y el incremento de esa fuerza para ser
santos (2ª P. 1:3-11). Esta fuerza espiritual que nos es dada en el pacto de
gracia no nos capacita para vivir vidas perfectas sin pecado, o para hacer
absolutamente perfecto cualquier deber, ni tampoco son su gracia y fuerza
igualmente efectivas en todo tiempo (Sal. 30:6, 7).
Para hacer el
mandamiento de santidad y obediencia placentero y fácil, dos clases de poder de
gracia se necesitan.
NECESITAMOS un poder que siempre esté en nosotros y el cual siempre
nos haga desear ser santos. Este poder se nos da en la regeneración.
PERO TAMBIÉN NECESITAMOS un poder el cual podamos pedir continuamente, un
poder que actualmente nos capacite a vivir vidas santas obedientes a la
voluntad de Dios. Ambos se nos son dados en el pacto de gracia (Fil. 2:13;
4:13).
Los mandamientos
de Dios no son penosos, perversos, sin uso o malos (Miq. 6:6-8).
Pablo los
describe como verdaderos, nobles, justos, puros, amables de buen nombre (Fil. 4:8).
Dios en su gracia
ha deletreado la santidad detalladamente en la Escritura. Los diez mandamientos,
el sermón del monte y todos los requerimientos de obediencia en las epístolas
nos dicen en detalle lo que es santidad. Y para alentarnos a la santidad, Dios
nos exhorta, nos da promesas, razona con nosotros y a veces, para alejarnos del
mal que nos destruirá, nos amenaza (1Ti. 4:8; Sal. 41:1-3; 2P. 1:10).