La santificación
es la purificación de nuestras naturalezas de la contaminación del pecado. Es
la obra principal del Espíritu Santo (Pr. 30:12; Ez. 36:25-27; Is. 4:4; Nm. 31:23;
Mal. 3:2, 3). La obra del Espíritu Santo de santificación o purificación de nuestras
almas es hecha por su aplicación de la muerte y sangre de Cristo a ellas (Ef.
5:25, 26; Tito 2:14; 1Juan 1:7; Ap. 1:5; He. 1:3; 9:14). Sin embargo a los
creyentes también se les manda que se purifiquen a si mismos de los pecados
(Is. 1:16; Jer. 4:14; 2ª Co. 7:1; 1ª Juan 3:3; Sal. 119:9; 2Ti. 2:21).
El bautismo es la
grandiosa señal externa del .lavamiento interno de regeneración. (Tito 3:5; 1ª P.
3:21), es el medio externo de nuestra iniciación hacia el Señor Cristo y la insignia
de nuestra lealtad al evangelio. Simboliza la purificación interna de nuestras almas
y conciencias por la gracia del Espíritu Santo (Col. 2:11).
Hay un
ensuciamiento espiritual en el pecado. El pecado en la Escritura es comparado a
la sangre, a las heridas, llagas, lepra, escoria, enfermedades odiosas y a
semejantes cosas malas. Del pecado debemos ser lavados, purgados, purificados y
limpiados. Los creyentes encuentran al pecado vergonzoso, y se aborrecen y se
odian ellos mismos por él.
Se regocijan en
la sangre de Cristo la cual los limpia de todo pecado y les da valor para acercarse
al trono de gracia (He. 10:19-22).
A. LA NATURALEZA DE EL
ENSUCIAMIENTO DEL PECADO
Algunos piensan
que el ensuciamiento del pecado descansa en la culpabilidad con vergüenza y
temor. Es de esto que Cristo nos purga (He. 1:3). Algunos pecados tienen efectos
especialmente contaminantes en las almas (1ª Co. 6:18). La santidad se opone a
esta contaminación (1ª Ts. 4:3). La contaminación del pecado directamente se
opone a la santidad de Dios, y Dios nos dice que su santidad se opone a el
ensuciamiento del pecado (Hab. 1:13; Sal. 5:4-6; Jer. 44:4).
La santidad de
Dios es la infinita y absoluta perfección de su naturaleza. Él es el eterno
cianotipo y patrón de verdad, justicia y comportamiento recto en todas sus
criaturas morales. Dios nos manda que seamos santos, así como él es santo. Por
lo tanto él detesta el pecado y el ensuciamiento del pecado el cual es revelado
por la ley.
La ley moral
revela la autoridad de Dios en ambos sus mandamientos y amenazas. La transgresión
de ello produce ambos el temor y la culpa.
La ley revela la
santidad de Dios y su verdad. El no ser santo como Dios es santo es pecado. El
pecador, a la luz de la santidad de Dios, se ve a si mismo sucio y por lo tanto
se avergüenza. Adán miro su desnudez y se avergonzó. Esta es la suciedad del
pecado la cual es purgada en nuestra santificación, para que una vez más seamos
hechos santos.
Por medio del
temor se le enseña al hombre la culpabilidad del pecado.
Por medio de la
vergüenza se le enseña al hombre la suciedad del pecado.
Por medio de los
sacrificios de expiación, Dios enseñó a su gente la culpabilidad del pecado.
Por medio de las
ordenanzas para purificación, Dios enseñó a su gente la suciedad del pecado.
Por medio de
estas leyes levíticas, los sacrificios y purificaciones, las cosas internas y
espirituales eran simbolizadas. Eran la figura de Cristo y su obra, el cual
trajo verdadera y real limpieza espiritual (He. 9:13, 14).
Así toda la obra
de santificación es descrita por una fuente abierta para el pecado y la
inmundicia. (Zac. 13:1).
B. LA VERGÜENZA Y EL ENSUCIAMIENTO
DEL PECADO
La belleza
espiritual y atracción del alma descansa en que sea como Dios. La gracia da belleza
(Sal. 45:2). La iglesia, adornada con gracia, es bella y hermosa (Cant. 1:5;
6:4; 7:6; Ef. 5:27).
El pecado produce
manchas, marcas y arrugas en el alma.
Es la santidad y
el ser como Dios que hace a nuestras almas verdaderamente nobles.
Todo lo que es
opuesto a y en contra de la santidad es bajo, vil e indigno del alma del hombre
(Is. 57:9; Jer. 2:26; Job 42:5, 6; Sal. 38:5).
Esta depravación
o desorden espiritual, el cual es el ensuciamiento vergonzoso del pecado, es
revelado en dos formas. Es revelado por la inmundicia de nuestra naturaleza la cual
es gráficamente ilustrada por un infeliz, contaminado infante (Ez. 16:3-5).
Todos los poderes
y habilidades de nuestras almas son desde el nacimiento vergonzosamente y detestablemente
depravados. De ninguna manera obran para hacernos santos como Dios es santo.
Esta depravación es revelada también por la perversidad de nuestro comportamiento
que sale del alma depravada y ensuciada.
EL
PECADO TRAE ENSUCIAMIENTO: Cualquier pecado que sea, siempre hay contaminación
en el. Por lo tanto Pablo nos amonesta que nos .limpiemos de toda inmundicia de
carne y de espíritu. (2Co. 7:1).
Los pecados espirituales tales como la soberbia, amor
propio, codicia, incredulidad y justicia propia todos tienen un efecto contaminante, así como
lo tienen los pecados carnales y sensuales.
Esta depravación
de nuestras naturalezas hace aun a nuestros mejores deberes inmundos (Is.
64:6). Cada persona nacida a este mundo esta contaminada por el pecado.
Pero con el
pecado actual hay grados de contaminación. Entre más grande el pecado, de su
naturaleza o circunstancia, más grande es el ensuciamiento. (Ez. 16:36, 37).
La contaminación
es peor cuando la persona entera es ensuciada, tal como en el caso de la
fornicación.
La contaminación
se hace aun peor cuando la persona se tira a un continuo curso de pecar. Es
descrito como .revolcarse en cieno. (2P. 2:22).
El juicio final
en contra de pecadores obstinados los pone para siempre en ese estado de
contaminación (Ap. 22:11).
Teniendo un
conocimiento claro del pecado y su contaminación nos ayuda a entender más
claramente la naturaleza de la santidad.
EL
LAVAMIENTO ES VITAL: Donde
esta inmundicia queda sin purgar, no puede haber verdadera santidad (Ef.
4:22-24).
Donde no hay
purificación en absoluto, ninguna obra de santidad se ha empezado. Pero donde
la purificación del pecado ha empezado, será continuada a través de la vida del
creyente. Cualquiera que no está purgado de la inmundicia de su naturaleza es abominación
al Señor (Tito 1:15). Al menos que la inmundicia del pecado sea purgada fuera,
jamás podremos gozar de Dios (Ap. 21:27). Ni uno por sus propios esfuerzos
puede librarse de la contaminación del pecado. Solo lo puede hacer con la ayuda
de Dios el Espíritu Santo. Ningún hombre puede librarse del habito de pecar, ni
tampoco puede limpiarse a si mismo de la contaminación de sus pecados.
Aunque se nos
manda que .nos lavemos., que .nos limpiemos de los pecados, que nos purguemos
de todas nuestras iniquidades., sin embargo el imaginarnos que podemos hacer
estas cosas por nuestro propio esfuerzo es pisotear la cruz y gracia de
Jesucristo. Lo que sea que Dios obre en nosotros por su gracia, él nos manda
que lo hagamos como nuestro deber. Dios obra todo en nosotros y por medio de
nosotros. La inhabilidad del hombre para hacerse limpio es vista por ambos Job
y Jeremías (Job 9:29-31; Jer. 2:22).
LA
LEY CEREMONIAL IMPOTENTE PARA LIMPIAR: Esas ordenanzas de la ley ceremonial de Dios dadas a
Moisés para purificar la inmundicia no podían de sí mimas verdaderamente limpiar a la
gente de la contaminación de sus pecados. Solo purificaban al inmundo legalmente.
La ley
pronunciaba a la persona que se había sometido a la ordenanza purificadora limpio, y
apto para tomar parte en la adoración santa. La ley solo los declaraba limpios, reconociéndolos como si verdaderamente hubieran sido limpios (He. 9:13).
Pero ninguna
persona por el uso de estas ordenanzas podía realmente limpiarse de la contaminación del
pecado (He. 10:1-4).
Estas ordenanzas ceremoniales de purificación bajo el Antiguo Testamento solo
simbolizaban como el pecado seria purgado. Así Dios promete abrir otro
camino por el cual los pecadores podrían realmente y verdaderamente ser limpiados de
la contaminación del pecado (Zac. 13:1).
ENSEÑANZAS
FALSAS: La iglesia Católica Romana ha
inventado muchas maneras por las cuales pretende que el hombre puede ser limpiado de la contaminación del
pecado. Pero todas son vanidades necias. Enseña que el bautismo quita toda inmundicia de nuestras
naturalezas de ambos el pecado original y todo pecado real cometido hasta nuestro bautismo.
¡Pero esto no paso con Simón Mago (Hch. 8:13, 18-24)!
Otras maneras por
las cuales se supone que el pecado puede ser limpiado de las almas contaminadas
son roseando agua bendita, confesarse a un sacerdote haciendo penitencias y por
medio de ayunos.
Pero aun después
de hacer todas estas cosas y más, los Católicos Romanos todavía no pueden
encontrar paz y satisfacción del alma. Todavía sienten la culpabilidad y contaminación
del pecado. Así que dicen que después de la muerte deben ir al purgatorio y
allí ser purificados por fuego.
Es innecesario
decir que ninguna de estas cosas será encontrada en las Escrituras. Son los
perversos inventos de una falsa e ilegitima Cristiandad.
18:
LA
OBRA DEL ESPÍRITU EN PURIFICAR A LOS CREYENTES DEL PECADO.
El Espíritu Santo
es el obrero principal de santidad en nosotros en el fundamento de la sangre
derramada por Cristo en la cruz por la cual el derecho del Espíritu Santo para obrar
la santidad en nosotros fue comprado.
Esta santidad, o
santificación, es producida en nosotros por dos medios: fe y los problemas o
aflicciones.
Somos purgados
del pecado por el Espíritu de Dios. Es de nuestras naturalezas depravadas que
el pecado sale con toda su contaminación. Así que es por la renovación de
nuestras naturalezas vueltas a la imagen de Dios que somos hechos santos (Ef.
4:23, 24; Tito 3:5). El Espíritu Santo nos limpia fortaleciendo nuestras almas
por su gracia para cumplir nuestros deberes y para resistir a los pecados
actuales. Pero si pecamos, es la sangre de Cristo que nos limpia (1ª Juan
1:7-9).
Es la sangre de
Cristo aplicada a nuestras almas por el Espíritu Santo que verdaderamente purga
a nuestras almas de los pecados (1Juan 1:7; Ap.1:5; He. 9:14; Ef. 5:25, 26;
Tito 2:14), como Zacarías lo anticipó (Zac. 13:1).
La sangre de
Cristo aquí es la sangre de su sacrificio, juntamente con su poder, virtud y efectividad.
A. LA SANGRE EN EL ANTIGUO
TESTAMENTO
La sangre de un
sacrificio era considerada como una ofrenda a Dios para hacer expiación y
reconciliación. Era rociada en las cosas para su purificación y santificación
(Lv. 1:11; 16:14; He. 9:19, 20, 22).
Así la sangre de
Cristo es considerada como el ofrecimiento de sí mismo por el eterno Espíritu a
Dios para hacer expiación por el pecado y para procurar redención eterna. Es
rociada por el mismo Espíritu en la conciencia de los creyentes para purificarlos
de obras muertas (He. 9:12-14; 12:24; 1P. 1:2).
Pero la sangre de
Cristo en su sacrificio todavía siempre esta en la misma condición que estaba
en esa hora en la cual fue derramada. Es la misma en fuerza y en efectividad.
La sangre fría y
coagulada no era de uso para rociar. La sangre fue señalada para expiación,
porque la vida del animal esta en la sangre (Lv. 17:11).
Pero la sangre de
un animal pronto se enfriaba y entonces se cuajaba. Pero la sangre de Cristo
siempre esta caliente y nunca se cuaja, porque tiene el mismo Espíritu de vida
y santificación todavía moviéndose en ella. Así tenemos un nuevo camino vivo
hacia Dios (He. 10:20). Siempre esta viviendo, sin embargo siempre como si
recién muerto.
Había diferentes
clases de ofrendas propiciatorias donde la sangre era rociada. Había la ofrenda
de fuego continuo. Por medio de esta y el esparcimiento de su sangre, la congregación
era purificada para ser santa al Señor. Así es como el lavamiento de pecados
secretos y desconocidos era simbolizado.
En el día del
sábado, el sacrificio era doble en ambos la mañana y en la tarde. Esto enseñaba
un derramamiento especial y más abundante de misericordia y de gracia purificante.
Había un gran
sacrificio anual en la fiesta de expiación cuando por medio del sacrificio de
la ofrenda por los pecados y del chivo expiatorio la congregación entera era
purificada de todos los pecados grandes y conocidos y eran traídos a un estado
de santidad legal.
Había sacrificios
ocasionales para todos de acuerdo a cada sentido de necesidad de cada persona.
Había un camino continuamente listo para la purificación de cualquier hombre al
traer una ofrenda.
Ahora la sangre
de Cristo debe continuamente y en todas ocasiones llevar a cabo espiritualmente
lo que estos sacrificios cumplían legalmente (Heb 9:9-14). Y así lo hace.
LA
VACA BERMEJA: En el libro de Números leemos de otra manera por la
cual el pueblo de Dios bajo el Antiguo Testamento era purificado. (Nm. 19). Una
vaca bermeja era sacrificada. La sangre era llevada y rociada en el tabernáculo, pero
la vaca era quemada. Las cenizas de la vaca entonces eran guardadas y cuando alguno
deseaba ser purificado de contaminaciones legales, algunas de las cenizas eran
mezcladas con agua y rociadas en la persona inmunda. Ahora, así como las cenizas de la
vaca bermeja siempre estaban disponibles para la purificación, así es la sangre
de Cristo ahora para nosotros. Cualquier persona inmunda que no se purificaba con las cenizas
de la vaca debía de ser cortada de su gente (Nm. 19:20). Y así es también con aquellos
que rehúsan ser purificados por la sangre de Cristo como el .manantial abierto para el
pecado y la inmundicia. (Zac. 13:1).
B. LA SANGRE LIMPIADORA DE
CRISTO.
Ahora la sangre
de Cristo nos limpia de todos nuestros pecados. La sangre de Cristo quita del
pecador toda la odiosidad del pecado en la vista de Dios. Ahora el pecador es
visto como uno que es lavado y purificado y apto para estar en su santa
presencia (Is. 1:16-18; Sal. 51:7; Ef. 5:25-27).
La sangre de Cristo
quita la vergüenza de la conciencia y da al alma libertad en la presencia de
Dios (He. 10:19-22).
Cuando estas
cosas son hechas, entonces el pecado es purgado y nuestras almas son limpiadas.
¿Pero cómo
venimos a ser participantes de esa sangre limpiadora? Es el Espíritu Santo quien
nos enseña y nos convence espiritualmente de el ensuciamiento causado por el pecado
(Juan 16:8). Solo cuando vemos como el pecado nos a ensuciado seremos llevados
a la sangre de Cristo para limpieza.
El Espíritu Santo
nos propone, declara y presenta el único verdadero remedio para nuestra
limpieza. Si se nos deja a nosotros, nos volteamos a los medios equivocados (Os.5:13).
Es el Espíritu Santo quien nos enseña las cosas de Cristo (Juan 16:14).
C. FE Y LIMPIEZA
El Espíritu Santo
también obra la fe en nosotros por la cual somos hechos participantes de la
virtud purificante de la sangre de Cristo. Por la fe recibimos a Cristo y por
fe recibimos todo lo que Cristo nos da (Sal. 51:7; Lv. 14:2-7; Nm. 19:4-6; Hch.
13:39; He. 9:13, 14; 10:1-3).
La verdadera
aplicación por medio de la fe de la sangre de Cristo para limpiar descansa en
cuatro cosas.
PRIMERO, debemos mirar por fe a la sangre de Cristo así
derramada en la cruz por nuestros pecados, así como los antiguos Israelitas
miraron a la serpiente de bronce en la bandera para ser sanados del veneno de
las víboras que los mordían. (Is. 45:22; Nm. 21:8; cf. Juan 3:14).
SEGUNDO, la fe de hecho confía y descansa en la sangre de
Cristo para limpieza de todo pecado (Ro. 3:25; He. 9:13, 14; 10:22).
TERCERO, la fe ora fervientemente para que esa sangre
limpiadora sea aplicada (He. 4:15, 16).
Y CUARTO, la fe acepta la veracidad y fidelidad de Dios de
limpiar por la sangre de Cristo.
El Espíritu Santo
realmente aplica la virtud purificante y limpiadora de la sangre de Cristo a
nuestras almas y conciencias para que seamos libres de vergüenza y tengamos libertad
hacia Dios.
Es por la fe que
nuestras almas son purificadas (Hch. 15:9). La fe es la mano del alma que se
agarra de la sangre de Cristo para limpieza.
Hay dos
evidencias indefectibles de una fe sincera. Internamente, ella purifica el corazón
y externamente, ella obra por amor (1P. 1:22; Tito 1:15).
Somos purificados
por fe porque la fe es la gracia mayor por la cual nuestra naturaleza es
restaurada a la imagen de Dios y así librada del ensuciamiento original (Col.
3:10; 1ª Juan 3:3). Es también por fe de nuestra parte que recibimos la virtud
purificante e influencias de la sangre de Cristo (Dt. 4:4; Jos. 23:8; Hch.
11:22). Y aún más, es mayormente por fe que nuestras codicias y corrupciones
las cuales nos ensucian son muertas, sometidas y gradualmente conducidas fuera
de nuestras mentes (He. 12:15; Stg. 1:14; Juan 15:3-5).
La fe se agarra
de los motivos que nos son presentados para provocarnos a la santidad, y para
usar todo los caminos que Dios nos a dado por los cuales podemos evitarnos de
ser ensuciados por el pecado, y por los cuales nuestras mentes y conciencias
pueden ser limpiadas de obras muertas.
Dos motivos
excelentes nos son presentados.
EL PRIMER MOTIVO excelente viene de las maravillosas promesas de Dios
que ahora se nos dan (2ª Co. 7:1).
EL SEGUNDO MOTIVO viene del pensamiento de ser como Cristo cuando le
veamos así como él es en la gloria eterna (1ª Juan 3:2, 3).
D. AFLICCIONES Y SANTIDAD
Dios nos envía
problemas para purificarnos del pecado (Is. 31:9; 48:10; 1ª Co. 3:12, 13).
Cuando estamos
bajo el dominio del pecado y de su juicio, las penas son una maldición y a
menudo resultan en más actos pecaminosos. Pero cuando la gracia reina en
nosotros, las penas son un medio para santificarnos y son el medio por el cual
las gracias son fortalecidas, resultando en santidad.
La cruz de Cristo
arrojada a las aguas de aflicción las hace saludables y un gran medio de gracia
y santidad (Ex. 15:22-25).
Todo el dolor y sufrimiento
que su pueblo experimenta, él lo siente primero (Is. 63:9; Hch. 9:5; Col 1:24).
Todas nuestras
penas y aflicciones son los medios de Dios para hacernos más y más como su Hijo
(Ro. 8:29).
Ellas nos ayudan a
tener un sentido mas profundo de la vileza del pecado así como Dios lo ve. Las
penas son usadas por Dios para disciplinar y corregir a sus hijos. Así como
tales, no deben de ser despreciadas (He. 12:3-11).
Las penas nos ayudan
a depender menos y menos en las cosas creadas para nuestra comodidad y de regocijarnos
mas en las cosas de Cristo (Ga. 6:14).
Las penas nos
ayudan a matar nuestras codicias o deseos corruptos. Somos liberados mas y más
de las contaminaciones del pecado y somos hechos mas y mas santos, así como él
es santo (2Co. 4:16-18).
Las penas son la
manera de Dios para sacar de todos nosotros las gracias del Espíritu para que sean
constantemente y diligentemente ejercitadas.
E. EL CAMINO A LA FUENTE
LIMPIADORA
Trata de entender
la odiosidad del pecado con sus efectos sucios y el gran peligro de no ser
limpiado del pecado (Ap. 3:16-18).
Escudriña las
Escrituras y considera seriamente lo que enseña sobre nuestra condición después
que perdimos la imagen y semejanza de Dios (Sal. 53:3).
El que ha
recibido el testimonio de la Escritura sobre su estado contaminado tratará y
encontrará la razón para ello. Él descubrirá sus propias llagas y gritará, ¡Inmundo!
¡Inmundo!.
Ora también por
luz y orientación sobre tu contaminación y para como tratar con ella.
La luz natural no
es suficiente para conocer la profundidad de tu depravación (Ro. 2:14, 15).
Para ser
purificado de la contaminación del pecado, debemos de avergonzarnos de la suciedad
del pecado (Esdras 9:6; Jer. 3:25). Hay dos clases de vergüenza. Hay vergüenza legal
la cual es producida por una convicción legal del pecado. Por ejemplo, Adán, después
de su caída, sintió una vergüenza la cual lo llevo al miedo y al terror. Así
que corrió y se escondió de Dios. Hay también vergüenza evangélica la cual sale
de un sentido de vileza del pecado y de las riquezas de la gracia de Dios al
perdonarnos y purificarnos de este (Ez. 16:60-63; Ro. 6:21).
Tristemente, sin
embargo, muchos son completamente insensitivos a su verdadera condición. Están
mas avergonzados de cómo se ven delante de los ojos de los hombres que de cómo
parecen sus corazones a la vista de Dios. Algunos son puros delante de sus propios
ojos (Pr. 30:12), los Fariseos (Is.
65:4,5).
Algunos todavía
se jactan abiertamente de su vergüenza y pecado. Proclaman su pecado como
Sodoma (Is. 3:9; Jer. 6:15; 8:12) y no solo se jactan de su pecado, sino
aprueban y se deleitan en los que pecan como ellos (Ro. 1:32).
F. NUESTRO DEBER DE
ENTENDER LA MANERA DE DIOS DE LIMPIAR
La importancia de
este deber se nos enseña por Dios mismo. Las instituciones legales del Antiguo
Testamento nos enseñan la importancia de este deber, porque cada sacrificio tenía
algo en ello para purificar de la inmundicia. Las mas grandes promesas del
Antiguo Testamento se enfocan en la limpieza del pecado (Ez. 36:25, 29). En el
evangelio, se nos enseña que la necesidad más grande es de ser limpiado del
pecado.
El poder
limpiador de la sangre de Cristo y la aplicación del Espíritu de esa sangre a nuestros
corazones nos es presentada en las promesas del pacto (2ª P. 1:4).
La única manera
para gozar personalmente de las cosas buenas presentadas en las promesas es por
fe (He. 4:2; 11:17; Rom. 4:19-21; 10:6-9).
Dos cosas hacen a
esta fe efectiva.
LA PRIMERA es la excelencia de la gracia o del deber mismo. La
fe desecha cualquiera otra manera de limpieza. Da toda la gloria a Dios por su poder,
fidelidad, bondad y gracia a pesar de todas las dificultades y oposiciones. La
fe glorifica la sabiduría de Dios por obrar este camino para que nosotros
seamos limpiados.
LA SEGUNDA. Glorifica la gracia infinita de Dios al proveer esta
fuente para toda inmundicia cuando estábamos perdidos y bajo su maldición. De
este modo somos unidos a Cristo del cual solo de él viene toda nuestra
limpieza.
Los deberes de los creyentes
EL PRIMER deber es de estar en una continua negación de si
mismo. En tu propia estimación, ponte en el asiento mas bajo, así como Cristo
les dijo a los Judíos que hicieran cuando estuvieran en un banquete. Recuerda
el estado sucio y contaminado del cual has sido liberado (Dt. 26:1-5; Ez.
16:3-5; Sal. 51:5; Ef. 2:11-13; 1Co. 6:9-11; Tito 3:5).
EL SEGUNDO deber es de estar continuamente agradecido por esa
liberación de la contaminación original del pecado la cual Cristo te ha dado
(Lc. 17:17; Ap. 1:5, 6).
Debemos valorizar
el rociamiento de la sangre de Cristo en la santificación del Espíritu.
Estar consciente
de ese gozo y satisfacción interna que puedas tener porque has sido liberado de
esa vergüenza la cual nos privaba de todo valor y confianza para venir a Dios, y
estar agradecido. Alabad a Dios por estas cosas.
Debemos, entonces
por eso, cuidar en contra del pecado, especialmente con sus estímulos tempranos
en el corazón. Recuerda su peligro y castigo. Considera el terror del Señor y
las amenazas de la ley. No te hundas en el temor servil que anhela deshacerse
de Dios, sino busca ese temor el cual te detiene del pecado y hace al alma mas
determinada a agarrarse de Dios. Considera el efecto contaminante y odioso del
pecado (1ª Co. 3:16, 17; 6:15-19).
Anda humildemente
delante del Señor. Recuerda que las mejores obras que hacemos son como trapos
de inmundicia (Is. 64:6). Y cuando hagamos hecho todo lo que se nos a mandado a
hacer, todavía debemos vernos como siervos inútiles (Lc. 17:10). Mata de hambre
a la raíz del pecado (Stg. 1:13-15). No alimentes a tus deseos pecaminosos.
Ven continuamente
a Cristo para limpieza por su Espíritu y el rociamiento de su sangre en tu
conciencia para purgarla de obras muertas esas obras por las cuales el alma, descuidando
la fuente establecida para su limpieza, intenta limpiarse a si misma del pecado
y su contaminación.
PREGUNTA. ¿Pero
como el que es santo, inofensivo, sin mancha y apartado de los pecadores puede
ser unido y tener comunión con aquellos que están contaminados y en un estado
de oscuridad? ¿No nos dice la Escritura que no puede haber compañerismo entre
la justicia y la injusticia, ni comunión entre la luz y las tinieblas (2Co.
6:14)?
RESPUESTA. Los
que están enteramente bajo el dominio de su suciedad original no tienen ni
tampoco pueden tener unión o comunión con Cristo (1Juan 1:6). Ninguna persona
no regenerada puede ser unida a Cristo.
Cualquiera que
nuestra suciedad sea, Cristo que es luz no es ensuciado por ellos. La luz no es
contaminada al alumbrar un montón de estiércol. Una llaga en la pierna no contamina
a la cabeza, aunque la cabeza sufre con la pierna.
El propósito de
Cristo al unirse con nosotros es de purgarnos de todos nuestros pecados (Ef.
5:25-27). No es necesario que para que seamos unidos a Cristo seamos completamente
santificados. Somos unidos a Cristo para ser completamente santificados (Juan
15:1-5). De este modo, donde la obra de santificación y limpieza espiritual ha verdaderamente
empezado en alguien, allí la persona entera ahora es considerada ser santa.
Nuestra unión con Cristo es directamente por la nueva creación en nosotros.
Esta nueva creación la cual esta unida a Cristo fue formada en nosotros por el
Espíritu de santidad y es entonces en si misma santa.
Hay muchos
pecados por los cuales los creyentes son ensuciados. Pero hay un camino de
limpieza todavía abierto para ellos. Si continuamente usan ese camino de
limpieza, ninguna suciedad de pecado puede estorbar su comunión con Cristo.
Bajo el Antiguo
Testamento, una provisión fue hecha para la suciedad. Si una persona no hacia
uso de esta provisión cuando era ensuciada, era cortada de su pueblo. Dios nos ha
proveído con la sangre de Cristo para limpiarnos de toda suciedad del pecado, y
él espera que los creyentes la usen. Si no hacemos uso de ella no podemos tener
comunión con Cristo, ni tampoco podemos tener verdadero compañerismo con otros
creyentes (1ª Juan 1:6, 7).
Debemos orar como
David lo hizo (Sal. 19:12, 13). Su oración era un constante reconocimiento
humilde de sus pecados. ¿Quién puede entender sus errores? El busco una
limpieza diaria de esos ensuciamientos los cuales los pecados más pequeños y secretos
traen. Líbrame de los que me son ocultos. Él oró que fuera guardado de pecados
de soberbia, o pecados intencionales cometidos deliberadamente en contra de la luz
conocida. Mientras los creyentes sean guardados dentro de los límites puestos
en la oración de David, aun aunque son ensuciados por el pecado, sin embargo
hay en ellos nada inconsistente con su unión con Cristo. Nuestra bendita cabeza
no solo es pura y santa, él es también misericordioso y bueno. Él no cortara a
un miembro de su cuerpo porque esta enfermo o tiene una llaga.
CONCLUSIÓN. Hay,
entonces, una gran diferencia entre la verdadera santidad forjada en nosotros
por el Espíritu Santo y una vida moralmente decente producida por un esfuerzo propio.
Aun más, la vida
de santidad forjada en nosotros por el Espíritu Santo necesita ser mantenida
pura y sin ensuciar por el Espíritu de Dios y la sangre de Cristo, mientras que
la vida moralmente decente, producida por un esfuerzo propio, se esfuerza por mantenerse
pura por .buenas resoluciones.