Hasta ahora,
con excepción del estudio acerca de la iluminación del Espíritu, hemos examinado
sobre todo al Espíritu Santo en el campo objetivo, es decir, en lo que está
fuera del hombre. Hemos estudiado la persona del Espíritu Santo y su obra en la
creación, en la gracia común, en la revelación, y en Jesús. En los estudios
siguientes examinaremos la obra subjetiva del Espíritu Santo, es decir su
influencia en la viada del hombre. Su primera acción subjetiva, la regeneración,
es de suma importancia para todo creyente. Sin ella nadie puede ver el reino de
Dios. (Jn. 3: 3). A fin, pues, de alcanzar felicidad eterna, el hombre debe
conocer en su propia viada la acción regeneradora del Espíritu Santo. Para
entender con claridad esta gran obra del Espíritu, es necesario ver la
necesidad, el medio y los resultados de su influencia regeneradora.
A. LA NECESIDAD.
Que el hombre debe experimentar la acción
regeneradora del Espíritu Santo para poder ver el reino de Dios, está bien
claro. Por sí mismo el hombre nunca puede ir a Dios. Está totalmente
corrompido. Su inteligencia, voluntad, y emociones, están del todo corruptas.
En cuanto a su inteligencia, el hombre no puede entender a Dios y su reino, ni
siquiera cuando se lo explican en la forma más disfama; porque el pecado ha
oscurecido su comprensión y ha hecho que en lo espiritual esté totalmente ciego
(como se vio en el estudio 5). En cuanto a su voluntad, no puede obedecer a
Dios, porque ‘todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado’ (Jn. 8: 34); y
la mente humana ‘es enemistad contra Dios; porque no se sujeta a la ley de
Dios, ni tampoco puede’ (Rom. 8: 7). Y en cuanto la mente carnal es enemistad
contra Dios’ (Rom. 8: 7).
Se deduce,
pues, que el hombre no regenerado es totalmente incapaz de ir a Dios y hacer el
bien. ¿‘Mudará el etíope su piel, y el leopardo sus manchas’? (Jer. 13: 23).
Claro que no. Es imposible tanto física como naturalmente. Entonces, tampoco el
que suele obrar mal puede obrar bien. Esto significa, por tanto, que el hombre
natural necesita al Espíritu Santo en su vida para hacer el bien espiritual.
Además,
cuando Jesús dice que el hombre debe nacer de nuevo (Jn. 3: 3), presupone que,
antes de que esto ocurra, el hombre en lo espiritual es una nulidad. Lo mismo
supone Pablo cuando llama al cristiano ‘criatura nueva en Cristo Jesús (2ª Cor.
5: 17). Hasta el momento de su nacimiento o creación espiritual el hombre no
existe espiritualmente. Y es una contradicción intrínseca hablar de una nulidad
engendrando o creando, así también resulta contradictorio hablar del hombre
natural, engendrándose a sí mismo en lo espiritual para poder entrar en el
reino de Dios. Si ha de haber un nacimiento o creación, lo debe producir una
entidad externa al que ha de nacer o ser creado. Debe haber un nacimiento de
arriba producido por Dios, y más específicamente, por el Espíritu Santo.
También desde este punto de vista es necesaria la acción regeneradora del
Espíritu Santo.
En otros
lugares, la Biblia describe al hombre sin el Espíritu Santo como un cadáver,
completamente incapaz de hacer nada (Ef. 2: 1); o como huesos secos de un
esqueleto humano esparcidos por un valle, sin vida en ellos (Ez. 37). En una situación
así el único que puede ser ayuda es Dios, quien puede hacer que una persona
viva espiritualmente y de hecho así lo hace (Ef. 2: 1). Es evidente que los
huesos secos no puedan unirsen solos, ni revestirse de carne, ni tampoco
procurarse dar vida. Esto requiere al Espíritu del Señor. Y también es cierto que
le cuerpo examine, del que se habla en Efesios 2: 1, no puede contribuir en
nada, porque está muerto. Así pues, el Espíritu del Dios vivo se acerque a
Dios.
En lo
espiritual está tan muerto como el soldado en el campo de batalla que ha yacido
en un sendero durante días. Hacer que ese soldado se levante por sí mismo y se
salga del sendero es imposible. Se le puede presentar la mejor argumentación
del mundo de por qué no debería yacer hay, y no se moverá. Se le puede gritar
al oído y de nada servirá. Se puede tratar de zarandearlo o dale patadas, y
seguirá sin levantarse del camino. Porque el soldado está muerto. Si ha de
moverse, será necesario que Dios entre en su vida y lo restaure, como hizo Jesús
con Lázaro, quien ya había empezado a descomponerse (Jn. 11: 39)
Exactamente
lo mismo sucede en el campo espiritual, donde por naturaleza el hombre está
espiritualmente putrefacto. Si esa persona está muerta, uno se lo podrá acercar
de muchas maneras distintas, pero ni querrá ni podrá responder. Se puede
intentar el enfoque de la cucharada de miel o el del vinagre. Se puede tratar
de seducirlo con promesas dulces de perdón de sus pecados, paz del ama, y
felicidad eterna; o se le puede amenazar con la majestad de Dios, en el monte
Sinaí, y el castigo del infierno. O se puede uno sentar co él durante horas
para mostrarle la lógica del evangelio. Sin embargo, si el Espíritu Santo no le
comunica vida espiritual, no puede responder al evangelio más delo que el
soldado muerto lo haría ante el razonamiento de un oficial, o un hombre ciego
ante instrucciones impresas, o una persona sorda ante el radio.
Tampoco
sirva de nada el emplear amenazas físicas. Roma nunca ganó un alma para Cristo
con el uso del fuego, la espada, el lazo del verdugo, o la cámara de tortura.
Uno de los primero convertidos de David livingstone fue un cacique africano,
Sechele, que, como Roma, pensó que podía obligar a crecer, por la fuerza, a los
miembros de su tribu. Por ello surgió un día a Livingstone, ‘llamaré a mi
lugarteniente, y con los látigos de cola de rinoceronte muy pronto
conseguiremos que todos crean’. No cayó en cuenta de que el hombre natural está
muerto, y que los látigos de cola de rinoceronte no pueden obligar a un hombre
a creer, sino únicamente el Espíritu Santo. Porque los látigos no pueden tocar
el alma, sino sólo la piel del hombre. Como Jesús dijo en cierta ocasión: ‘No
temáis a los que matan el cuerpo, más el alma no pueden matar’ (Mat. 10: 28).
Sólo el Espíritu Santo puede tocar el alma del hombre y darle vida espiritual.
Todas estas
rezones, pues, muestran la gran necesidad que le hombre tiene de la acción
regeneradora del Espíritu Santo en su vida. Es la única fuerza que puede producir
una creación nueva y puede hacer que el que está espiritualmente muerto viva,
de forma que pueda entrar en el reino de Dios.
B. LA MANERA
Ahora veamos
cómo da vida el Espíritu Santo, cómo regenera. Lo primero que debemos subrayar
es que la Biblia nos dice muy poco acerca de cómo regenera el Espíritu. Es algo
que Dios ha escogido no revelar. Como dice Pablo, ‘Vuestra vida está escondida
con Cristo en Dios’ (Col. 3: 3). Es un secreto la forma cómo Cristo está unido
con el creyente místicamente con el Creyente. No se puede delinear ni analizar
esta unión. Se sabe que existe, pero no se puede explicar cómo sucede. Es como
la energía atómica, de cuya fuerza devastadora no existen dudas. Un atolón en
el pacífico puede desintegrarse con una sola explosión. Pero explicar el origen
último de la fuerza existen en los átomos supera a la capacidad del hombre.
Este sólo puede observar los resultados.
O bien, para
emplear la ilustración que Jesús empleó al hablar co Nicodemo: uno oye el
viento, se sabe que sopla, se pueden ver las hojas moverse y los árboles
doblegarse, se siente en la cara, pero nadie sabe de dónde viene ni a dónde va.
Lo mismo sucede con el Espíritu Santo. Los resultados de su acción regeneradora
son obvios, sorprendentes y evidentes. Pero el definir su operación en el alma
del hombre supera a la capacidad del hombre. Una explicación a esto, desde
luego, es que tanto el alma del hombre como el Espíritu Santo son espirituales
y no materiales. Por consiguiente, la mente humana no los puede discernir. Sin
embargo, se puede decir ciertas cosas que arrojan alguna luz sobre esa acción
regeneradora del Espíritu Santo.
I. EN PRIMER
LUGAR, LA REGENERACIÓN OCURRE EN UN INSTANTE. No es un proceso lento y gradual,
como el crecimiento de una planta al cabo de un periodo de meses o años. El
hombre o es regenerado o no lo es. Como lo indican las metáforas bíblicas
utilizadas para describir la regeneración, el cristiano es regenerado en un
abrir y cerrar de ojos. Por ejemplo, la creación ocurre en un momento. Un
objeto, existe, o no existe. No hay una fase intermedia, gradual. Un hombre
muerto o es resucitado en un abrir y cerrar de ojos. Está muerto o está vivo.
No hay etapa intermedia. Un niño se concibe en un momento. O hay vida, o no la
hay. La regeneración también es igualmente instantánea.
II. EN SEGUNDO
LUGAR, EL ESPÍRITU SANTO VIENE A HACER ALGO EN EL ALMA DEL CREYENTE. No presenta simplemente las
verdades del cristianismo a la mente y luego deja que el hombre acepte o
rechace. No se acerca al hombre simplemente en una forma externa, tratando de
persuadirlo con toda clase de lógica y razonamientos; sino que penetra las entrañas
más íntimas del hombre, en su misma alma, espíritu, y corazón (todos estos
términos describen la misma cosa). La regeneración no consiste simplemente en
un cambio de acciones, una forma de vida, una renovación de los pensamientos,
palabras y acciones del hombre. En la regeneración el Espíritu Santo toca el
espíritu del hombre, el cual es, en sí mismo, la raíz de todas estas acciones.
Va a las entretelas, al corazón del hombre, a la entraña íntima, que es la
fuente central y constante de todas las actividades del hombre.
Que el
hombre posee un centro de conciencia, un ego, corazón, alma, del cual procede
todo su pensamiento y actividad está bien clara en la Biblia. Porque como dice
Proverbios 4: 23; ‘Porque de él (corazón) mana la vida’. Y Cristo dijo: ‘Porque
de dentro del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los
adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las
maldades, el engaño, la lascivia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez.
Todas estas maldades de dentro salen. (Mar. 7: 21-23). Así pues el corazón es
el centro del ser del hombre y es La fuente de todos sus pensamientos, querer,
emociones, y acciones externas de cualquier clase que sean.
Por ello, si
hay que cambiar las acciones y la vida del hombre, se debe cambiar la fuente.
Si uno quiere garantizar que salga agua pura de un manantial que está
contaminado, no se puede lograr esto cambiando el agua después que ha salido
del manantial; es necesario ir al manantial y cambiarlo. Si alguien desea una
fruta hermosa, debe ir al árbol que por naturaleza produce fruta hermosa,
porque por naturaleza del árbol rige la clase de fruta que produce sea buena o
mala. (Luc. 6: 43-45). Si el fruto que se quiere es uva, la persona no debe ir
a una zarza, sino a la planta que tiene la naturaleza de vid. Ahí y solo ahí
encontrará uvas. El hombre también actúa según su naturaleza. Sin el Espíritu
Santo su naturaleza está corrompida y solo produce acciones malas. Para obre
bien no es suficiente que alguien trate de afectarlo superficialmente, en una
forma externa, en la periferia presentándole simplemente la verdad a la mente.
El Espíritu debe cambiar la naturaleza del hombre, su corazón, su entraña
íntima, su ser más profundo. Cuando el corazón es bueno, entonces todo lo que
sale del mismo será bueno (Prov. 4: 23). Entonces el hombre puede amar y alabar
a Dios, y voluntad para querer agradarlo.
Por eso las
Escrituras nos dicen que Dios abrió el corazón de Lidia cuando escuchaba la
predicación de Pablo (Hechos 16). Antes de haber sido regenerada, había
escuchado las palabras de Pablo, pero no podía entender. Fue necesario que el
Espíritu regenere su corazón antes de que pudiera tener fe.
Ezequiel
también no dice que para que los Israelitas pudieran caminar de acuerdo con los
mandatos de Dios, debía cambiarles el corazón. Dios dice que les quitará sus
corazones viejos y endurecido, que no aman ni obedecen a Dios, y que les dará
corazones nuevos de carne, ‘para que anden en mis ordenanzas, y guarden mis
decretos y los cumplan (Ez. 11: 20). La naturaleza del corazón gobierna la
índole de las acciones externas. Para que los Israelitas pudieran caminar en
las ordenanzas de Dios, Dios tuvo que darles corazones nuevos.
Es evidente,
por tanto, que, en la regeneración, el Espíritu Santo va a la raíz de todo. En
forma misteriosa, cambia el corazón o el alma del creyente.
III. EN
TERCER LUGAR: LA ACCIÓN DEL ESPÍRITU SANTO NO SIGNIFICA QUE ÉL AÑADA ALGO NUEVO
AL CORAZÓN DEL CREYENTE, O QUE LE DÉ MÁS ESPÍRITU O FACULTADES NUEVAS PARA
PENSAR O CREER.
No simplemente cambia su disposición de amor al pecado, por amor a Dios. Cuando
Lázaro fue resucitado de entre los muertos, no se le dieron ojos nuevos, oídos
nuevos, o manos nuevas. Ya los tenía. Pero necesitaba vida para poder utilizarlos.
Por ello Jesús lo revitalizó.
En una forma
semejante, Dios no da un intelecto nuevo, una voluntad o emociones nuevas a la naturaleza
espiritual del hombre que está muerto en el pecado y transgresión. Todos los
hombres a pesar de su depravación, siguen poseyendo estas facultades; el no se
ha convertido en un animal sin alma. Pero lo que anda mal es que estas
facultades se emplean para propósitos equivocados, para servir a Satanás, en
vez de servir Dios. Lo que hace el Espíritu Santo, por tanto, no es dar al
hombre un intelecto, o emociones, sino hacer que ese intelecto, voluntad y
emociones se empleen para Dios en lugar de estar en contra de Él. Cambia la
dirección de su uso equivocado, y los pone al uso correcto con que fue creado
en obediencia y glorificación a Dios.
VI.
ADVIÉRTASE TAMBIÉN, EN CUARTO LUGAR, QUE EN LA REGENERACIÓN EL ESPÍRITU SANTO ES SOBERANO ABSOLUTO. Hace exactamente lo que desea en
el creyente. El hombre no puede frustrar al Espíritu, ni controlar la
regeneración en forma laguna, porque la regeneración no está en sus manos. Como
dijo Jesús, el Espíritu Santo es como el viento y ‘el viento sopla de donde
quiere’ (Jun. 3: 8). Nadie manda al viento. Nadie ordenar a un huracán que
sople hacia el mar en vez de hacerlo hacia otro lugar. O que reduzca su
velocidad un poco. Como dijo Jesús, sopla de donde quiere. Del mismo modo, el
Espíritu Santo regenera como el quiere y donde quiere.
Esta
soberanía completa del Espíritu en la regeneración también se ve en otra
ilustración de Jesús, la del nacimiento. En el nacimiento el bebé está
completamente inerte. No se hace así mismo. Es hecho, nace. Por su parte sólo
hay pasividad completa. Obviamente el bebé no hubiera podido decir a sus padres
antes de nacer, ‘Quiero nacer ahora’. Lo mismo sucede en el caso del nacimiento
espiritual. Lo que no ha nacido todavía, puede decir nada ni hacer nada de su
propia determinación. ‘Quiero nacer en tal lugar y a tal hora’. Lo que está
muerto espiritualmente no puede decir ni decidir, ‘quiero vivir’. Y lo que no
ha sido creado nunca puede decir, ‘quiero ser creado’. Estas son
imposibilidades evidentes y concretas. Antes bien, como en el caso del bebé, el
de la creación o el del hombre muerto, se podría decir son vegetales, tienen
que permanecer donde están sin poder tomar determinaciones por sí mismos. El
nacimiento espiritual, la creación y la vida proceden totalmente de la decisión
del Espíritu Santo. El es quien decide., no el hombre; el hombre está
completamente pasivo inactivo. El Espíritu Santo es Soberano absoluto, y
regenera exactamente a quien quiere y como quiere en todos los aspectos de la
vida espiritual del ya creyente nacido de nuevo. En consecuencia Juan pudo
decir que los hijos de Dios ‘no son engendrados de sangre ni de voluntad de
carne, no de voluntad de varón, sino de Dios’ (Jun. 1: 13).
Esto a
propósito, muestra el gran error que prevalece hoy día tanto en algunos
círculos protestantes evangélicos religiosos con pretensión de ser ortodoxos, a
saber, el error de que la regeneración depende de la fe, y no de Dios; y que
para nacer de nuevo el hombre debe primero aceptar a Jesús como salvador suyo.
Un amigo nuestro lo afirma sin equívocos cuando dice: ‘Debemos repudiar el
punto de vista de que Dios regenera al hombre antes de que se convenza de pecado,
se arrepienta, se convierta y crea. Este punto de vista hace que Dios determine arbitrariamente la
salvación o reprobación de la persona, según su propio placer o voluntad, por
consiguiente, antes que decir que la convicción, arrepentimiento y fe viene
después de la regeneración, sostengamos el orden usual de la Escritura, que
coloca a la regeneración como lógicamente dependiente de estas.
Este
predicador ve correctamente que si la regeneración precede a la fe, entonces la
salvación está enteramente en manos de Dios y se da según su decisión y
voluntad soberana. Esto es lo precisamente Pablo dice en Efesios 1: 3-5, donde
escribe que Dios ‘nos escogió en Él antes de la fundación del mundo, para que
fuésemos santos y sin mancha, habiéndonos predestina para ser adoptados hijos
suyos, según el puro afecto de su voluntad’. Si la regeneración no precede a la
fe, sino que la sigue y depende de ella, entonces la salvación es de aquel que
corre y de aquel que quiere, pero no de Dios, en contradicción directa a Romanos
: 9:, que dice exactamente lo contrario. En este caso Lucas estaría equivocado
al decir que Dios abrió primero el corazón de Lidia quien después creyó.
Entonces Jesús estaría errado al afirmar que el Espíritu Santo es como el
viento que sopla de donde quiere, y cuando comparó la obra del espíritu al
nacimiento, en el bebé esta enteramente pasivo inmóvil. Entonces el hombre no
está muerto en sus pecados y transgresiones porque si puede creer, ya puede ya
posee vida espiritual. Y por último, Pablo también estaría en el error cuando
dice: ‘Nadie puede llamar a Jesús señor, sino por el Espíritu Santo’ (1ª Cor.
12: 3).
Según la
Escritura, la fe no precede y causa la regeneración, sino más bien, la
regeneración precede y causa la fe. La regeneración es necesaria, para que el
hombre pueda hacer siquiera una cosa, que sea espiritualmente buena. En la
regeneración el hombre está ciento por ciento pasivo, inanimado espiritualmente
para tomar decisiones.
Así, si bien
es cierto que es muy poco lo que se puede decir acerca de la manera en que el
Espíritu Santo regenera, sí sabemos esto: La regeneración ocurre en forma
instantánea, en un abrir y cerrar de ojos. Mas aún, el Espíritu Santo hace algo
en el alma misma del hombre, en su corazón, y esto a su vez afecta todas sus
acciones, ya sea en intención, ya en hecho. El espíritu Santo, sin embargo, no
le da al hombre una naturaleza o nuevas facultades, sino que revitaliza el alma
que ya tiene. También actúa en forma soberana e irresistible, en tanto que el
hombre está totalmente pasivo, quieto espiritualmente. Pero aunque sabemos todo
esto, el proceso total sigue siendo muy misterioso. No podemos ver el viento ni
al Espíritu Santo.
C. LOS RESULTADOS.
Si bien
podemos ver el viento, podemos ver sus consecuencias. Podemos ver la fuerza
desencadenadora del huracán que arranca, de cuajo, arboles y casa. Del mismo
modo, en la regeneración, no sabemos, cómo actúa el Espíritu Santo, pero sí es
posible ver los resultados, como lo indica Jesús.
Porque el
resultado es que los pecados van a ser borrados. En su lugar habrá virtudes
nuevas. Antes había sido imposible superar el pecado y el odio hacia Dios, y
ahora todo es diferente; porque el Espíritu Santo ha injertado nuevas
inclinaciones y deseos.
El manantial
amargo se ha cambiado en manantial dulce, de manera que el agua que brota ahora
de allí es dulce. El zarzal se ha cambiado en viñedo, de forma que ahora crecen
vides en vez de espinas (Luc. 6: 43-45). El corazón de piedra ha sido cambiado
en corazón de carne, y hay vida. Ha nacido un hombre, ha resucitado un muerto,
algo nuevo ha sido creado. El hombre viejo, en principio, desaparece; en su
lugar está el hombre nuevo. Jesús lo resume cuando dice que el que es nacido de
nuevo ve el reino de Dios. Ha entrado en él. Ha sido sacado del reino de
tinieblas para entrar en el reino de luz.
La acción
del Espíritu Santo en la regeneración es de gran consuelo para todos los que se
preocupan por los perdidos. Porque sin el Espíritu Santo nadie puede ser salvo.
David Livingstone, en uno de sus momentos más tenebrosos, escribió a su casa:
‘El campo que tratamos de cultivar por aquí es difícil, si no fuera por la
creencia de que el Espíritu Santo está actuando y actuará por nosotros, renunciaría
por desesperación’. El leopardo no puede cambiar sus manchas, ni el etíope su
piel. Pero Dios envía a su Espíritu, y su pueblo es convertido en forma
irresistible.
Una de las
razones por las que los cristianos son flojos en el dar testimonio a otros acerca
de Cristo es que a menudo no ven resultados. No es que estén necesariamente
avergonzados del evangelio de Cristo, sino que a menudo están desalentados. La
ausencia de resultados positivos les hace preguntas si vale la pena. Para poder
superar esto, tendremos que implorar mucho más la acción regeneradora del
Espíritu Santo. Porque si él nadie se salvará.
Jesús dijo
antes de su muerte: ‘Os conviene que yo me vaya, porque si no me fuere, el
Consolador no vendría a vosotros, cuando el venga, convencerá al mundo de
pecado, de justicia y de juicio’ (Jun. 16: 7-8). Alabemos a Dios por esa acción
de convencimiento que lleva a cabo el Espíritu. Hace que el hombre se sienta
profundamente incomodo. Su conciencia lo perturbe, se vuelve inquieto. Todo
parece que está en contra de él. Sus pecados se le presentan con toda claridad.
Su conciencia lo molesta. Llora, siente aguijonazos en el corazón, al igual que
lo sintieron los tres mil sobre los que se derramó el Espíritu Santo en
Pentecostés, y como ellos exclama: ‘Varones hermanos, ¿Qué haremos?’ (Hechos 2:
37). Luego, gracia a este convencimiento, el hombre es llevado a Cristo como al
que ha expiado, en forma vicaria, por el pecado. Se arrepiente, cree y es
salvo. A través del dolor del convencimiento halla el gozo; a través de la
angustia del alma descubre la paz.
Y la
hermosura de todo esto es que el hombre no puede resistir la acción del
Espíritu. Cuando el Espíritu Santo convence, no importa quién sea la persona,
lo grande que sea, lo endurecido de su corazón o el pasado que tenga, el hombre
se deshace en lágrimas delante del Espíritu, su corazón queda de tal forma
cambiado que tiene que aceptar a Cristo como Salvador. El pecador más
empedernido, muerto en sus pecados, no puede resistir nunca, ni en la más mínima
forma, el nacer espiritualmente por la acción del Espíritu Santo. Gracias a
Dios, tiene que creer.
Si hay algo
que necesita hoy día es el Espíritu Santo. Si queremos poseer la paz que
sobrepasa todo entendimiento, si queremos tener éxito en al transmisión del
mensaje de Cristo, entonces el Espíritu Santo debe entrar en las vidas de los
que están espiritualmente muertos. Por consiguiente, pidamos sobre todo, la
influencia regeneradora del espíritu Santo.