EL ESPÍRITU SANTO Y LA DIRECCIÓN.

La gente de hoy día anda en busca de dirección. El mundo, con todas sus complejidades, presenta muchas ocasiones en las que hay que tomar decisiones. Uno se pregunta: ¿Debería casarme con esta doncella o no? ¿Debería ir a la universidad o empezar un negocio? ¿Cuánto dinero debería ofrendar a la iglesia? ¿Qué empleo debería aceptar? Se quiere saber lo que más conviene. Pero no se sabe cómo decidir. La gente desea dirección  y la busca. Quieren que alguien los ayude a decidirse y les muestre qué dirección tomar. A veces dicen; estaría dispuesto a hacer lo que está bien si lo supiera.
El cristianismo ofrece la respuesta a esta necesidad tan profunda. Ofrece dirección a aquellos que están perplejos ante las elecciones que deben hacer. Hablando en rigor, el término dirección quiere decir dos cosas radicalmente diferentes. Una en la dirección bíblica, es decir las instrucciones que Dios nos da en la Biblia en cuanto a decisiones morales. Con esta clase de dirección el Espíritu providencial, es decir, la fuerza rectora de Dios respecto a todas las fuerzas de la vida, de manera que el individuo tiene que ir por cierto camino. La primera clase de dirección concierne a la voluntad preceptiva de Dios (lo que debiéramos hacer); la segunda concierne a su voluntad de decreto (lo que Dios decide que suceda).

A. DIRECCIÓN BÍBLICA.

I. EN LAS DECISIONES MORALES.

El Espíritu Santo es el autor de la dirección en el primer sentido, es decir, en indicar al cristiano la voluntad de Dios para su vida. Jesús dijo: ‘Pero cuando venga el Espíritu de Verdad, El los guiará a toda la verdad’ (Jun. 16: 13); y, ‘Más el consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, El os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho’ (Jun. 14: 26). Pablo escribió: ‘Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, estos son hijos de Dios’ (Rom. 8: 14). No cabe duda de que la Biblia enseña que el Espíritu guía a los hijos de Dios.
En el estudio cuarto el don maravilloso del Espíritu Santo, don de revelación al mundo. Vimos que, según el testimonio que la Biblia da de sí misma, es infalible en las lenguas originales. No sólo es la palabra del hombre, sino también palabra de Dios, la voz escrita de Dios. Esto significa, desde luego, que con absoluta, qué camino deberíamos seguir en muchas ocasiones. La Palabra está repleta de instrucciones para nosotros, las cuales nos indican en forma concreta y precisa qué debemos hacer en muchas circunstancias de distinta índole. ‘Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda obra buena’ (2ª Tim. 3: 16-17).
Una joven, por ejemplo, puede estar profundamente enamorada de un muchacho que no es cristiano, y desea saber si debería casarse con él o no. Acude a la Biblia, y encuentra dirección respecto a lo que debe hacer. Porque 1ª Corintios 7: 39, dice que debería casarse ‘en el Señor’. Si no lo hace pecar. El Espíritu nos guía en esta forma por medio de la Palabra.
O quizá alguien indeciso en cuanto a la iglesia de la cual debe hacerse miembro. Una posee un edificio hermoso, ofrece servicios amenos, y sus miembros son gente de una cierta posición social, pero en ella no se enseña el verdadero evangelio de Cristo. La otra es pequeña y de poco prestigio ante la comunidad, pero predica, sin compromisos, todo el consejo de Dios. En este caso también, la Palabra del Espíritu ofrece una dirección clara en cuanto a la iglesia de la cual debería hacerse miembro.
O la casualidad hace que un soldado que está de guardia de un almacén tenga la oportunidad de proporcionarse una chaqueta nueva y elegante sin que nadie se dé cuenta. Otros soldados lo hacen. ¿Debería hacer lo mismo o no? La Palabra viene a dirigirlo con mucha claridad en este asunto, porque el octavo mandamiento dice ‘No robarás’.
Mediante estos ejemplos vemos que el Espíritu nos guía en problemas morales con los que nos enfrentamos por medio de la Palabra de Dios. Hemos mencionado sólo tres. Pero la Biblia, desde luego, está llena de instrucciones en todas sus páginas. Nos guía con mandamientos tales como los del Decálogo, con instrucciones de los Apóstoles a las iglesias, con el ejemplo de Cristo mismo, con los ejemplos de los santos del Antiguo y Nuevo Testamentos, con la amonestación de ejemplos de pecado, y de muchas otras formas. Así pues, de una forma u otra, el Espíritu Santo, por medio de la Biblia, nos ofrece de hecho directrices claras para muchas de las situaciones en las que nos encontramos, y acerca de las cuales quizá pesamos que la Palabra de Dios no dice nada.
Esto significa que debemos conocer esa Palabra en detalle si queremos encontrar la dirección del Espíritu. No basta simplemente conocer los Diez Mandamientos. Debemos conocer la Biblia de principio a fin en estudio minucioso, en toda su amplitud y profundidad. De no ser así, no tenemos derecho a esperar una dirección especial y extraordinaria que sustituya nuestra pereza. El Espíritu Santo no hará por nosotros sin la Palabra lo que ya ha hecho por medio de ella, guía infalible para nuestra vida. Si muchas veces pensamos que la Biblia no nos ofrece dirección para el problema con que nos enfrentamos, muy a menudo se debe a que no la conocemos suficientemente. Por consiguiente. Debemos ser diligentes en estudiar esa guía de manera que lleguemos a saber cómo decidir cuando se nos presente ocasiones para ello.
Vimos también en estudio quinto que si una persona quiere conocer algo con certeza no le basta poseer un libro, por verdadero y sencillo que sea. Si alguien está ciego, no puede leerlo, y por tanto, es necesario un segundo elemento a fin de poder recibir ayuda del libro; ese elemento es la visión. Advertimos entonces que el Espíritu Santo no solamente ofrece una palabra infalible, sino también, por la regeneración, da al hombre espiritualmente ciego la visión espiritual necesaria para que lea lo que está ante sus ojos. El hombre necesita la iluminación del Espíritu Santo para poder leer.
Esto explica por qué en el asunto de la dirección Bíblica necesita también la iluminación del Espíritu. Si bien la Biblia está llena de instrucciones para nuestra vida, muchos que leen nunca encuentran dirección porque están ciegos. Y esto es así no sólo en el caso del no cristiano, quienes no poseen en absoluto al Espíritu en su vida. Sino hasta cierto punto también en el caso del cristiano. El pecado es causa de ceguera espiritual. Y como en el cristiano sigue habiendo un residuo de pecado, también él está parcialmente ciego. Para eliminar esta ceguera es necesario que le Espíritu Santo actúe en el alma. Debe iluminar la mente entenebrecida, haciendo que el lector de la Biblia capte el significado de ciertos principios de dirección cuando los lee, y haciéndolo caer en cuenta de la pertinencia de los principios bíblicos para las decisiones que debe tomar. Y debe también santificar la voluntad del cristiano para que sus prejuicios, consecuencia de sus deseos pecaminosos, no interfieran con la decisión justa.
Cuando el cristiano lee la Palabra del Espíritu con una mente y un corazón cada vez más iluminados y santificados por ese mismo Espíritu, dispone de un medio por el cual puede saber cómo tomar decisiones correctas. De hecho este es el único medio de dirección que el Espíritu da al Cristian en decisiones entre el bien y el mal: no hay otro.
Por los tres ejemplos antes citados, se ve obviamente que la Biblia es una guía lúcida en los muchos casos en los que prescriba con claridad le elección moralmente buena entre dos acciones. Hay, sin embargo, muchos otros casos en los que la dirección no es tan clara. Por ejemplo, la Biblia me dice que dé con sacrificio. Pero, ¿Qué constituye sacrificio para mí? ¿Cómo puedo saber con exactitud cuanto debería dar a la iglesia cada año? La respuesta varía mucho en cada caso, y depende de factores tales como el momento del ingreso, el tamaño de la familia y la cantidad de enfermedades en la misma.
Es evidente que esta decisión es muy difícil, sobre todo porque no estamos completamente sacrificados y porque el gran atractivo de las cosas materiales de este mundo interfiere con una decisión clara y objetiva. Sin embargo, también aquí podemos encontrar la dirección del Espíritu por medio de la Biblia y no aparte de la misma. Si buscamos sinceramente la dirección del Espíritu en el asunto del dar, si estudiamos con esmero las circunstancias en las que los santos de la Biblia daban, y si meditamos las instrucciones abundantes de Pablo en 2ª Corintios 8 y 9, el Espíritu nos hará conscientes de la pertinencia de un ejemplo concreto o de un mandato concreto respecto a nuestra necesidad especifica. Al mismo tiempo, quizá nos libere de deseos intensamente avariciosos, de manera que estemos dispuestos a aceptar la dirección bíblica que el Espíritu nos hace ver.
Así pues, la Biblia es guía suficiente para toda decisión moral en nuestra vida. En algunos casos la dirección es explicita. En otros casos debe deducirse de la Biblia. Pero en todo caso es suficiente para indicarnos lo moral en todas nuestras decisiones.

II. EN LA ADIÁFORA.

Sin embargo, hay ocasiones en las que le decisión no es entre lo bueno y lo malo, sino entre dos alternativas moralmente buenas. A estas se les adiáfora. Un joven puede tener que decidir entre la oportunidad de ser encargado de taller en la Ford o en la general Motors. O quizá el punto sea si tomar las vacaciones en las montañas o en la costa, en si casarse con una cristiana de una universidad o de otra, en si ser anciano de la iglesia o superintendente de la escuela dominical, en si ir como misionero a Nigeria o a Japón, en si hacer el viaje a la India en junio o en septiembre. En estos casos, si el resto de las circunstancias son iguales, quizá no esté en juego ni el bien ni el mal. De ser así, la Biblia autoriza ambas decisiones, porque las dos son buenas. Entonces no demos buscar una revelación nueva, aparte de la que nos da el Espíritu con la Biblia, para que nos guie en estas decisiones.
Naturalmente, sin embargo la decisión entre dos cosas moralmente buenas puede tener gran influencia en la vida de uno. Puede tener consecuencias muy distintas que la persona vaya a la Casa Rosales en vez de a la Fabrica Muñoz, que se case con la muchacha de una universidad en vez de la otra, que sirva en Nigeria en vez de hacerlo en Japón. Por consiguiente, queremos que Dios nos guíe hacia el sendero más conducente al bien de todas las personas implicadas y que nos haga glorificarlo más. Pero esto no quiere decir que deberíamos de pedir a Dios que nos indique, en alguna forma sobrenatural, la elección que debemos tomar.
Porque pedir una revelación nueva, una dirección nueva, seria negar la suficiencia absoluta de la Biblia ‘espirada’ por el Espíritu. Entonces andaríamos en el error peligroso de Roma la cual, en vez de confiar únicamente en al Biblia y en la iluminación del Espíritu Santo, pide la revelación adicional de la iglesia; e incurrimos en peligro de los místicos quienes, no satisfechos con la revelación del Espíritu en la Escritura, buscan una revelación nueva, individual. Por el contrario, creemos que los teólogos de Westminster estaba en lo cierto cuando, en forma elocuente y cuidadosa, afirmaron que ‘el consejo total’ de Dios respecto a todo lo necesario para su gloria, para la salvación, fe y vida del hombre, está expresamente establecido en la Escritura, o se puede deducir como consecuencia necesaria de esa misma Escritura, a la que nunca se le puede añadir nada, y en forma de revelaciones nuevas del Espíritu, ya con tradiciones de los Hombres’ (confesión de Fe de Westminster I. IV).
Hay sin embargo, tres cosas que deberíamos hacer cuando se trata de escoger entre dos alternativas moralmente buenas.
PRIMERO. Debemos entregarnos de lleno a estudiar todos los factores que rodean a las dos o más alternativas.
SEGUNDO. Al hacerlo, que deberíamos pedir que el Espíritu Santo fortalezca nuestra capacidad natural de discernimiento y sentido común, a fin de llegar a una decisión sabia.
TERCERO. Deberíamos pedir a Dios que dirija de tal forma todas las circunstancias de la vida que aunque quizá no sepamos con certeza si hacemos lo mejor o no, de hecho nos movamos en la dirección mejor. En otras palabras, podemos pedir que Dios dirija  de tal forma toda la vida que se cumpla lo que dice Pablo: ‘A los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados’ (Rom. 8: 28).

B. ERRORES QUE HAY QUE EVITAR.

La historia revela que en relación con la dirección del Espíritu han surgido tres errores. Cada uno de ellos nace del no observar el principio Bíblico de que el Espíritu guía al cristiano en forma infalible sólo por medio de la Biblia; y cada uno de ellos, si lleva a sus últimas consecuencias, interfiere con la autoridad del Espíritu. Dos de estos errores tiene relación con la segunda clase de dirección mencionada antes, a saber, la dirección providencial, y el tercero se relaciona con las revelaciones especiales, extra-bíblicas, del Espíritu.
Aunque la dirección bíblica es el único medio por el cual el cristiano puede conocer la voluntad de Dios en las decisiones morales de su vida, hay este segundo tipo de dirección, la providencial, que se parece a la dirección bíblica sólo de nombre. Sin embargo, si se entiende bien también puede llamarse genuinamente dirección.
Es un hecho que el Creador Omnipotente controla todas las cosas de universo. No sólo ordena los grandes acontecimientos de la historia, el levantar y la caída de las naciones, las grandes guerras, los logros de la ciencia y de la medicina (los cuales están revolucionando nuestra vida), y la elección de presidentes; también ordena las cosas pequeñas que nos parecen insignificantes, tales como la caída de la golondrina, el balanceo de la espiga ante la brisa veraniega, y el curso exacto de la gota de lluvia en el cristal de la ventana. Como Dios tiene este poder, puede dirigir y dirige la vida de la gente hasta en sus más mínimos detalles. Si se lo distingue cuidadosamente, este control de parte de Dios se puede llamar ‘dirección providencial’. Si bien el uso indiscriminado del término puede llevar a confusión.
Un Dios bueno y amante gobierna nuestra vida y nos guía hacia las sendas que son buenas para nosotros. Dirigió por ejemplo, todas las circunstancias que rodearon la venta de José  a Egipto, incluyendo los detalles de la dirección y velocidad del rebaño de Jacob, de forma que precisamente en el momento exacto, fueran a encontrarse con lavanda ismaelitas que iban a Egipto. Dirigió el deseo de los ismaelitas de ir desde Galaad a Egipto en un día determinado, a una hora determinada, no antes ni después. Si estos y otros detalles hubieran sido diferentes, José nunca hubiera sido vendido a Egipto, y todo el curso de la redención, que estuvo condicionada por la permanencia de los Israelitas en Egipto, hubiera sido distinto. Sí, Dios dirige, en su providencia, aun más mínimos detalles.
Regula el horario de los trenes de modo que una determinada persona encuentre a su futura compañera en una estación precisa. Determina la necesidad y deseo que una madre tiene de una caja de jabón de forma que vaya justamente a una tienda, a una hora precias. De camino hacia la tienda da testimonio a un extraño, y en ese testimonio viene a ser medio inicial que llevará a éste a salvarse. Con su providencia, Dios hace que el profesor de latín se que parcialmente sordo, de modo que se vea obligado a renunciar a su profesión e ir a otra ciudad alguien lo lleva a una iglesia donde más tarde encuentra a Cristo. Esto cambia toda su vida y significa la entrada posterior de su hijo en el ministerio del evangelio, y este hecho, a su vez, influye en muchas vidas. Todo esto sucede debido a la sodera que Dios causó a propósito. Esta es dirección de Dios, y deberíamos regocijarnos de que Él nos guie en forma tan benigna, a menudo a lugares donde no queremos ir, y que sin embargo resultan ser buenos. Nos abre sendas en las que nunca hubiéramos pesado. Sí, Dios dirige con su providencia.
Es preciso, sin embargo, hacer una distinción cuidadosa. Si bien es indudable que Dios nos guía con su providencia, ‘nunca’, y subrayamos esa palabra ‘nunca’, podemos decir que el curso de los acontecimientos nos muestra, en forma in falible, lo que Dios desea que hagamos en el futuro o deseó que hiciéramos en el pasado. La providencia nos dice lo que ha hecho. Pero no es una forma de saber de modo indiscutible lo que debemos hacer en el futuro o lo que hubiéramos debido hacer en el pasado. Afirmar esto seria no bíblico, y muy peligroso. Equivaldría a decir que aparte de la Biblia, Dios nos da revelación.
Una afirmación tal no da el mérito exclusivo que le corresponde a la acción directriz del Espíritu Santo en su Palabra. Ilustremos cómo esta dirección providencial se puede utilizar mal de dos maneras.
I. En primer lugar, algunos cristianos bien intencionados afirman que pueden precisar sin sombra de duda lo que Dios quiere que hagan en el futuro por medio de una observación correcta de acontecimientos providenciales. Por ejemplo, un ministro prominente no sabía si cancelar o no a causa de la lluvia el paseo de la iglesia que estaba dispuesto para esa tarde del sábado. Por ello sometió a Dios a prueba. Le dijo a Dios que si llegaba a ver un poco de cielo azul antes de medio día, seguiría adelante con los planes del paseo. De lo contrario, lo suprimiría. En este caso si vio un poco de cielo entre las nubes amenazadoras, salieron de paseo, y disfrutaron de una tarde soleada. Luego contó a su congregación este suceso, sacando como conclusión que Dios con señales providenciales nos muestra lo que debemos hacer.
Otro siervo de Dios, misionero, en cierta ocasión contó que para saber si era o no la voluntad de Dios que se casara con una cierta muchacha, buscó de Dios una señal. Decidió que la respuesta de Dios era que sí, entonces Él tenía que mostrarle su voluntad haciendo que por lo menos un muchacho llegara a Cristo, por medio de su predicación, en una determinada escuela, un día dado. Dios así lo hizo, y en consecuencia se casó con esa muchacha. Más adelante esta prueba en una forma parecida después de estar casado, pidiendo a Dios que confirmara su unión. (Como si se le hubiera justificado ir en contra de su voluntad revelada de Dios en la Biblia y obtener la separación, caso de que no hubiera recibido esa confirmación del Señor).
Una muchacha, que estaba indecisa entre ir o no a la India como misionera, dijo que no iría a no ser que viera la palabra India escrita con letras de dos metros de altura. Poco después, al entrar en un caserío donde se celebraba una concentración misionera, vio la palabra India escrita en letras enormes de dos metros de altura. Entonces supo y, dijo cuál era la voluntad de Dios.
Otros abren la Biblia al azar, dejan caer el dedo a ciegas sobre un versículo, y basados en lo que leen dicen que Dios les ha indicado su voluntad. Otros razonan que, como Dios hace que resulten muy difíciles ciertos senderos, colocando un obstáculo tras otro, ‘cierra’ esa puerta a sus vidas. O quizá, Dios hace difícil otro sendero. En ese caso dicen, ‘abre’ esa puerta para sus vidas y ven cómo Dios les ‘muestra’ que es lo que tiene que hacer. Ahora conocen su voluntad sin lugar a dudas, afirman y viven en paz.
Por ejemplo, cierta persona quería comprar una determinada casa, pero no estaba seguro si era la voluntad del Señor. Decidió hacer un esfuerzo razonable (no máximo) por comprar la cas. Sólo tenia 500.000 $ en billetes, de modo que fue al banquero y le explicó sinceramente su situación, para ver si podía obtener un préstamo por el dinero que le faltaba. Antes de ir a ver al banquero había decidido que si, después de explicar la situación, el banquero le prestaba el dinero, era la voluntad de Dios que comprara la casa. Si el banquero no se lo prestaba, no iba a utilizar otros medios para llegar a comprar la casa. No le concedieron el préstamo, de modo que se fue a otra localidad. Pensó que Dios le había indicado el camino.
Estas formas de determinar la voluntad de Dios en cuanto a nuestra conducta no son bíblicas y, además, están sujetas a una arbitrariedad irracional. No hay pruebas bíblicas de que Dios nos dé señales par indicarnos el curso que debemos tomar. A veces un cierto suceso providencial parece ser la señal, pero se debe recordar que Dios a menudo coloca, a propósito, obstáculos en nuestro camino, por razones que sólo Él conoce. En ocasiones lo hace, no para indicarnos que no vayamos en cierta dirección, sino para corregirnos, y con ello acercarnos más a Él. Otras veces coloca un obstáculo tras otro en nuestro camino para fortalecernos y poner a prueba nuestra perseverancia. Imaginémonos qué habría hecho la mujer de la parábola del Juez injusto (Luc. 18), si hubiera seguido estas teorías no bíblicas de la dirección. En lugar de insistir en su petición de que el juez examinara su caso, hubiera concluido que, debido a sus muchas fallas, Dios no quería que se cumpliera su deseo, y por consiguiente, hubiera desistido de acudir al Juez. Pero la enseñanza de la parábola es precisamente que la mujer fue sabia al persistir, y que nosotros deberíamos hacer lo mismo.
¿O dónde estaría la obra del gran misionero de la India, William carey, si hubiera cedido ante ‘puertas cerradas?’ Pensemos en los obstáculos que se le pusieron delante para que no fuera a la India. La compañía de la India Oriental, que controlaba todo el país, se oponía a los esfuerzos misioneros; su esposa se negaba rotundamente a ir y no llegó a cambiar de idea sino unos pocos días antes de la fecha de partida; más adelante se sintió deprimida, no mostró ninguna simpatía por su esposo, y por fin enfermó de la mente; la disentería se apoderó de toda la familia, y Carey tuvo que pedir dinero prestado para no morir de hambre. Muchos hubieran considerado que estos obstáculos eran la forma en que Dios lo guiaba para que no fuera a la India o para que no continuara en ese país. Sin embargo Carey perseveró ‘esperando grandes cosas de Dios’, y Dios bendijo su obra en forma destacada.
Quizá un joven pregunte si Dios lo llama al ministerio o no. Debido a un defecto en el habla puede que concluya que Dios le cierra la puerta al ministerio pastoral y le indica que debería entrar en otra esfera de trabajo. Quizá sea éste el deseo de Dios, pero también podría ser que Dios quiere que sea un segundo Demóstenes, quien con disciplina superó las dificultades que tenia en el habla, y después de todo entre en el ministerio.
Así pues, por medio de este método extra bíblico de buscar la dirección de la providencia, es posible que la gente se engañe a sí misma pensando que se le ha cerrado una determinada puerta, en tanto que lo que Dios realmente está haciendo es someter a prueba su propósito y perseverancia y le está dirigiendo a cosas mejores a través de las pruebas. Por consiguiente, debemos ser sumamente cautos al tratar de discernir la voluntad de Dios para nuestro futuro a través del examen de acontecimientos.
II. Tampoco, y este es el segundo usos inadecuado de la dirección providencial, podemos, basados en acontecimientos providenciales, hacer afirmaciones categóricas en cuanto a lo que Dios quiso que hiciéramos en el pasado. Así sucede muy a menudo.
En 1638 la señora Anne Utchinson fue expulsada de Massachusetts por razones religiosas. Cuando, cinco años más tarde, los indios la asesinaron, muchos consideraron que esto era prueba divina de que habían hecho bien en desterrarla.
A veces, cuando los acontecimientos no se desenvuelven en la forma que uno espera, se hace el siguiente comentario: ‘Bueno, lo que queríamos no nos convenía’ o, ‘Está visto que no debería ser’. Lo que se implica es que habían deseado algo equivocado.
En muchos casos, cristianos bien intencionados utilizan acontecimientos que han resultado según sus deseos para afirmar, con gran seguridad, que tales acontecimientos su prueba de que Dios los cuida y dirige sus decisiones. Esta forma de razonar es peligrosa. Las perspectivas del hombre están cortas en el tiempo que podría muy bien resultar que éstas, que llaman ‘bendiciones’ providenciales, después de todo no sean tales, sino maldiciones. Pero también podría ser que estos acontecimientos fueran realmente prueba de las bendiciones espléndidas de Dios. El punto es el siguiente; no sabemos con certeza. Dios no nos ha dicho. Es imposible, basados en acontecimientos pasados, decidir en forma infalible si Dios aprueba o desaprueba nuestras acciones.
En una exposición muy penetrante del problema, Berkouwer señala que todos los acontecimientos, desde los más insignificantes hasta los más importantes, están en la providencia de Dios, en las manos de Dios. Escoger un fragmento de esa providencia, dice, ya sea de importancia o no a nuestro parecer y tomarlo como indicación de que Dios nos dirige equivaldría a ‘fragmentar la historia’ y a ‘canonizar’ una porción de la providencia de Dios, es decir, elevar un fragmento de la providencia a nivel de la Escritura. Esto equivaldría a una distinción ilegal entre la mano de Dios en toda la providencia y el dedo rector de Dios en un fragmento de la providencia. A no ser que la Biblia indique el significado de la historia, seria arbitrario y subjetivo aislar una porción de todas las intervenciones de Dios y, basados en ella, decir que conocemos la dirección de Dios. El derramamiento de sangre de los galileos mezclados con los sacrificios o el derrumbe espectacular de la torre de Siloé sobre dieciocho hombres (Lucas 13), el nacimiento de un niño ciego (Juan 9) podrían parecer que indican desagrado por parte de Dios; pero Jesús nos advierte que una interpretación tal no es un análisis correcto de estos sucesos. Cuando la palabra de Dios interpreta la historia como en el caso de la muerte de Herodes (Hechos 12), o la invasión de Israel para su castigo (Habacuc) o en las señales de los tiempos, entonces y sólo entonces poseemos una interpretación infalible de éstos acontecimientos. Pero aparte de esto, como morales, todavía parcialmente ciegos por el Pecado sólo podemos seleccionar en forma arbitraria y subjetiva ciertos fragmentos de toda la providencia de Dios, y en consecuencia los interpretamos en forma inadecuada.
Los marineros con los que navegaba Jonás razonaron en forma correcta cuando juzgaron que la tempestad que los azotaba se debía a la ira de Dios contra Jonás. Pero los malteses interpretaron un desastre semejante en forma incorrecta al pensar que el naufragio de Pablo y la señal de la mordedura de la serpiente venenosa significaba que Pablo era un homicida (Hechos 28). Uno interpretará la caída de roma como prueba evidente de la inmoralidad del paganismo (Agustín). Otros interpretarán el mismo acontecimiento como indicación clara de que los cristianos habían pecado (Salviano en el siglo quinto). Otros escogerán acontecimientos sorprendentes y el parecer favorable como señal de que hicieron que Dios quería que realizaran, pero pasarán por alto sucesos menos notorios y al parecer no favorables, y afirmarán que estos eventos no tiene importancia en la interpretación de la voluntad de Dios para sus vidas. Escoger un acontecimiento y no otro en su forma, sin directrices bíblicas, es una decisión arbitraria y subjetiva que no se basa en ninguna norma objetiva que nos diga qué significa un suceso providencial determinado. Porque la adversidad a veces es señal del amor de Dios (Heb. 12: 5-13) y no una puerta cerrada, y lo que al parecer resulta favorable quizá sea perjudicial para el bienestar del cristiano a los cinco o cincuenta años. Dios hace que todas las cosas, tanto la adversidad como la prosperidad, contribuyan juntas a l bien del cristiano. Por consiguiente, al no poseer una interpretación infalible de la providencia por la Palabra de Dios, debemos tener cautela en seleccionar un fragmento de la providencia de Dios como indicativo de su voluntad, en tanto que negligimos otros.
No queremos decir que Dios no guíe (en el sentido de gobernar de gobernar) a su pueblo con circunstancias providenciales. Claro que sí lo hace. Tampoco queremos decir que para nuestras decisiones no haya que tomar en consideración acontecimientos providenciales. Debemos utilizar la inteligencia y el sentido común al analizar todos los factores de una situación a fin de que la decisión sea sabia. Pero no es posible indicar ciertos acontecimientos providenciales y decir que nos muestran en forma indiscutible el curso de acción que deberíamos tomar, o deberíamos haber tomado. Esto seria introducir una revelación, o nueva revelación fuera de la Biblia, con lo que el Espíritu nos habría guiado. Y hoy día no nos da revelaciones extra-bíblicas. El Espíritu utiliza solamente la Biblia para dirigirnos inequívocamente. En otras palabras, no negamos la dirección (intervención) providencial, pero sí negamos la posibilidad de un conocimiento infalible, Dios quiso que hiciéramos en el pasado o quiere que hagamos en el futuro.
III. Hasta ahora hemos mencionado sólo el error de buscar dirección infalible en la providencia. Pero exista otra práctica igualmente popular cuanto falaz. Algunos buscan la dirección de Dios no sólo en las circunstancias, sino también en revelaciones especiales del Espíritu. Estudian la Palabra de Dios y luego se sientan en silencio a ‘escuchar’. Esperan que Dios les hable en esos momentos de silencio. ‘Habla, Señor, que tu siervo te escucha’ en su lema. Algunos al parecer creen que el Espíritu de hecho les susurra al oído. Otros, sin embargo, molestos ante tal crasitud, creen que el Espíritu les habla con impulsos o impresiones mentales. Entonces ‘conocen’ la voluntad de Dios para ese día. Han recibido sus órdenes de marcha. Creen quizá que el Espíritu les indicó cómo administrar asuntos personales, a quien hablar, qué carta escribir. A veces hablan con certeza absoluta de la `dirección del Señor’: ‘El Señor me indicó que le hablara hoy’, o ‘El Señor me ha dirigido para que asista a esta reunión bíblica’. Piensan que estas impresiones unidas a la dirección providencial les pueden revelar la voluntad de Dios para todas las situaciones. De hecho un autor F. B. Meyer dice que ‘las circunstancias de nuestra diaria son para nosotros indicación infalible de la voluntad de Dios, cuando concurren con los impulsos íntimos del Espíritu y la palabra de Dios’.
A veces se recurre a la dirección especial y divina que se encuentra tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, tal como la dirección extraordinaria que Dios dio a Gedeón por medio del vellón, las directrices claras que el Espíritu dio a Felipe al decirle que hablara al eunuco etíope; y la negativa del Espíritu para que Pablo fuera a Bitinia.
Es discutible, sin embargo, si debemos esperar esta clase de dirección hoy día. En ciertos periodos de la historia bíblica Dios si reveló su voluntad por medio de revelaciones especiales, al igual que realizó milagros en ciertas épocas. Pero ya no vivimos en esos días de inspiración, revelaciones, y milagros. El canon de la Escritura está cerrado, y aparte dela Biblia no podemos hablar de ‘una indicación infalible de la voluntad de Dios’, como alguien lo ha dicho ingenuamente. Debemos tener suma cautela en afirmar tan rápida y positiva que sabemos que ‘El Señor nos guio’ a tal o cual acción. Es posible que Dios regule de tal forma circunstancias providenciales y que el Espíritu ponga en nosotros ciertos sentimientos, impresiones, anhelos, e impulsos que nos sintamos impedidos a ir en cierta dirección. Pero estos fenómenos muy a menudo se usan mal, hasta el punto que una persona pretenda, en efecto, que ha recibido directrices especiales del Espíritu y esté muy segura de que esa sea la voluntad de Dios para él. Estas afirmaciones deshonran la única norma infalible del Espíritu para la vida de los hombres, su Palabra. Como vimos en un estudio previo, la iluminación que el Espíritu Santo nos da es de ilustración, no de revelación añadida. No nos enseña verdades nuevas, sino que utiliza las verdades antiguas de la Biblia; sirviéndose de éstas, agudiza las facultades de percepción del hombre de manera que éste puede ver y entender mejor dichas verdades.
No solamente no es bíblico buscar ‘señales’, y revelaciones especiales con la finalidad con la finalidad de tomar una decisión, sino que tal ‘dirección’, si así se puede llamar, en lugar de dirigir puede extraviar. A veces utilizamos esa teoría de la dirección para llevar a cabo nuestros propios deseos bajo la pretensión de santidad. No siempre se hace con la intención de engañar, pero puede hacerse inconscientemente. Incluso nosotros los cristianos, que no hemos sido liberados del pecado en forma completa, somos propensos a racionalizar nuestras acciones. Nuestras impresiones y ‘corazonadas’ divinas a menudo no son otra cosa que un deseo intenso de hacer lo que queremos hacer. Por ejemplo, cuando una dice que ‘se siente guiada por el Señor’ a casarse. Además, estas así llamadas impresiones divinas, en lugar de ser obra de Dios, pueden a veces ser obra del maligno, se aprovecha de nuestra inestabilidad psicológica. Además, si se buscan estas señales, el cristiano puede eludir un llamamiento claro al deber. Por ejemplo, Dios puede convencer a alguien de que vaya a territorio misionero, y sin embargo la persona se niega a ir a no ser que Dios le garantice con alguna señal especial, tal como el nombre del territorio en letras de dos metros de altura. De esta forma esas ‘señales’ y ‘revelaciones’ especiales pueden engañar en incluso perjudicar.
Muchos cristianos rehúyen decidirse. Como desean una forma fácil de asegurarse cual es la voluntad de Dios, a menudo recurren a buscar la dirección de Dios por medios ilegítimos. Sin embargo, seguimos creyendo que los teólogos de Westminster discurrieron en forma segura y bíblica cuando afirmaron que no se le pueden añadir revelaciones a la Biblia, y que el consejo todo de Dios respecto a lo necesario para la vida, o bien se encuentra expresamente establecido en la Escritura, o se puede deducir de ella como conclusiones necesarias y buenas.

CONCLUSIÓN

Para concluir, hay tres normas que se deben seguir cuando se quiere tomar decisiones. En primer lugar se debe tratar de conocer a fondo la Guía de Dios, la Biblia. Está llena de instrucciones para la vida. Es guía suficiente para toda decisión moral, ya que nos dice, en forma explicita o por medio de deducciones buenas y necesarias, qué curso de acción es moralmente bueno o malo. Si no conocemos bien esa Palabra, no cabe duda de que seguiremos perplejos en cuanto a cuál es nuestro deber en muchos casos. Pero cuanto mayor sea nuestra familiaridad con toda la Biblia, más clara la dirección.
En segundo lugar, como estamos ciegos por el pecado, debemos orar constantemente para que el Espíritu Santo nos ilumine y santifique cada vez más. El, entonces agudizará nuestra visión de los principios que ha dejado establecidos en la Escritura, nos capacitará para aplicarlos correctamente a situaciones concretas, y nos liberará de deseos malos y que obscurecen la decisión adecuada. Si seguimos estas dos primeras reglas, descubrimos que en nuestras manos está toda la dirección necesaria para llegar a decisiones adecuadas, cuantas veces debamos escoger entre el bien y el mal.
En aquellos casos en los que se nos presentan dos o más alternativas moralmente buenas, acerca de las cuales la Biblia ofrece muy poca dirección, excepto en el sentido de que ambas son moralmente buenas, no debemos buscar que la providencia nos señale en forma infalible, ni tampoco que el Espíritu Santo nos comunique en forma especial cuál de las dos es mejor para nosotros. Pero, y esta tercera regla, debemos utilizar lo mejor que podamos todas las facultades con que Dios nos ha dotado. Debemos investigar el problema, reunir toda la información posible, hablar con los que entienden del asunto, y utilizar la inteligencia. La regeneración no destruye el intelecto, y Dios espera que usemos lo que nos ha dado. No hay soluciones fáciles ni rápidas. No hay respuestas hechas. No existen ni libros ni persona que nos puedan decir lo que tenemos que hacer en una situación dada. La dirección en estos casos exige trabajo.
Si, por ejemplo, deseamos saber si debemos ir o no a un paseo el sábado por la tarde, no debemos ‘someter a prueba’ a Dios, sino utilizar los informes meteorológicos más recientes, si queremos saber si Dios nos ha llamado a la India o no, no debemos depender de circunstancias arbitrarias como la presencia de letras de dos metros de altura, sino que debemos estudiar la necesidad de la India, las puertas que se nos abren, y nuestra capacidad. Si un joven desea saber si será prudente casarse con cierta muchacha, no debe presumir que puede dar órdenes al Espíritu Santo en materia de la regeneración de ella, sino que debe estudiar todos los factores presentes con el poder de razonamiento que Dios la ha dado para tiempos como estos, además de seguir su inclinación personal. Si una iglesia desea saber cual terreno debe comprar par el nuevo edificio, no debe pedir que Dios le dé una revelación especial, sino que debe estudiar factores tales como la índole de la iglesia y de la comunidad, el costo de las propiedades, y su capacidad para la obra evangelística.
Al mismo tiempo se debe pedir a Dios, con fervor y perseverancia, que dirija de muchas maneras todas las circunstancias de la vida, las importantes y las que parecen insignificantes, y que por medio del Espíritu agudice nuestra capacidad de razonamiento a fin de poder llegar a las decisiones que mejor sirvan al reino y a uno mismo. Si somos hijos de Dios y no lo estamos desagradando, descubrimos que una y otra vez nos ayuda a hacer la mejor decisión, si bien a veces no estamos conscientes de que sea mejor.
Esto significa que en estos asuntos Dios nos dirigirá de tal forma que nos indique, por medio de una señal indiscutible en situaciones providenciales, lo que es nuestro deber. En absoluto. Lo que quiere decir es que influirá en todas las circunstancias que rodean nuestra vida de manera que lleguemos a decisiones sabias. El ministro, por ejemplo, nuca podrá decir con seguridad absoluta que sabe que Dios le indicó que permaneciera en el cargo actual., en lugar de ir a otra ciudad. No es infalible. Es humano, pecador, y está sujeto a error. No tiene revelaciones especiales ni indicios providenciales que le digan, más allá de toda duda, que acertó en la decisión tomada. Pero puede sentirse razonablemente seguro de que, si no vive en pecado, si utilizó todas las facultades para llegar a una decisión correcta, y si tanto él como la congregación pidieron sinceramente dirección, que el Espíritu Santo lo dirigió para llegar a una decisión sabía.
Así pues, no hay una forma fácil e infalible de descubrir la voluntad de Dios par nuestras vidas. No hay respuestas claras. Pero consuela saber que si se siguen estas tres reglas, si se lee cuidadosamente la guía del Espíritu, se ora y se usan al máximo todas las facultades, se descubrirá que Dios dirige todos los problemas de la vida. El Espíritu nos guiará con su palabra e iluminación para que sepamos cómo escoger entre el bien y el mal; y si bien en elección entre dos viene no habrá ninguna señal que nos diga qué deberíamos hacer, podemos implorar a dios decisión más provechosa tanto para su reino como para nosotros. Y Dios nos Guiará en esta forma.

Agradezcamos, pues al padre, su dirección providencial y tratemos de no usarla mal. Agradezcamos al Espíritu el papel activo que desempeña en revelarnos la voluntad del mandato de Dios, en iluminarnos la mente, y en hacernos desear seguir su dirección. Honrémoslo buscando cada vez más su dirección y siguiéndolo por medios del consejo fiable que nos da por medio de la Escritura.