Después de estudiar en primer lugar la acción del Espíritu en el terreno objetivo, hemos examinado, con amplitud, su acción en el creyente individual. La Biblia va más allá de este enfoque atomístico, sin embargo. También revela una acción corporativa del Espíritu, es decir, una acción que se refiere a los creyentes tomados colectivamente. Nos dice lo que hace el Espíritu, no sólo en el creyente como individuo, sino en la iglesia como un todo. Es más que coincidencias que el Credo de los Apóstoles, después de confesar la creencia en el Espíritu Santo, confiese inmediatamente que hay una iglesia santa, cristiana universal, y la comunión de los santos. En este estudio por tanto, examinaremos el tema, El Espíritu Santo y al iglesia, y observaremos, en forma sucesiva, que el Espíritu Santo, establece, unifica, pertrecha, gobierna, y guía a la iglesia .
A. EL ESPÍRITU SANTO ESTABLECE A LA
IGLESIA.
Dios tiene
una iglesia sobre la tierra que se compone de todos los verdaderos creyentes.
Ningún hipócrita se encuentra en ella. Es un organismo espiritual del cual es
miembro todo creyente verdadero, sea cual fuere su afiliación a organizaciones
externas. Esta iglesia es cuerpo en el cual todos los miembros están vitalmente
unidos, de manera que no viven sólo por si mismos y para si mismos, esto es
aparte de los demás; sino que están unidos unos con otros en un enlace real.
Se entra a
formar parte de esta iglesia por Jesucristo. El es la puerta. Nadie entra en la
iglesia sino por la puerta. Pero fuera de la puerta, por así decirlo, está el
Espíritu Santo, quien en forma soberana se acerca a ciertos individuos y los
conduce irresistiblemente hacia esa puerta, y a través de ella, de manera que
se conviertan en miembros de la iglesia de Jesucristo. En otras palabras, el
Espíritu Santo establece la iglesia de Cristo.
La
naturaleza y método de esta acción fundadora del Espíritu se ven claramente en
la Biblia. Nos percatamos que a fin de entrar a formar parte de la iglesia, uno
debe nacer de nuevo por el Espíritu Santo, como Jesús indicó a Nicodemo cuando
dijo, ‘El que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de
Dios (Jun. 3: 5). ‘Todo miembro debe confesar también que Jesucristo es Señor,
y esto sólo se puede hacer con el poder del Espíritu. Dijo Pablo, ‘Nadie que
hable por el Espíritu de Dios llama anatema a Jesús: y nadie puede llamar a
Jesús Señor sino por el Espíritu Santo’ (1ª Cor. 12: 3). En el mismo capítulo
Pablo afirma en forma específica, que las personas se unen a la iglesia por
medio del Espíritu. Al comparar la iglesia con un cuerpo, dice; ‘Porque por un
solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean
esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu’ (1ª Cor.
12: 13). El significado esencial de bautizar es unir. Así pues, Pablo nos dice
que quienes quiera que seamos, podemos pertenecer a la iglesia invisible sólo
por medio del Espíritu Santo. Estos pasajes nos enseñan que es el Espíritu
Santo el que nos une a la iglesia, de la cual Cristo es la cabeza. Establece la
iglesia de Cristo por medio de la regeneración. Del mismo modo que el Espíritu
Santo formó el cuerpo físico de Jesucristo en la encarnación, así también forma
el cuerpo místico de Jesucristo, es decir, la iglesia.
No debería
pensar, como algunos pretenden, que el Espíritu fundó la iglesia en Pentecostés
y no estuvo activo en la iglesia del tiempo del Antiguo Testamento. Esteban
habló de la iglesia ya existente incluso en el desierto (Hechos 7: 38). Pablo,
dijo que los Efesios gentiles eran uno con Israel porque estaban en Cristo
Jesús (Ef. 2: 11-16). Y Pablo, al comenzar en forma infalible (Oseas 1)
interpreta las alusiones de Oseas a los Israelitas del Antiguo Testamento como
si aplicaran a los cristianos romanos (Rom. 9: 24-26). Así pues, la iglesia es
una tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, y siempre ha sido el
Espíritu Santo quien ha introducido los nuevos miembros a la iglesia, ya fuera
en la dispensación del Antiguo Testamento ya en la del Nuevo.
Como no hay
hipócritas engañadores en el cuerpo místico de Cristo, es decir, la iglesia
invisible de Jesús. Y como no hay salvación fuera de la iglesia invisible de
Cristo, cada uno debería preguntarse si ha sido bautizado en el sentido
espiritual por el espíritu Santo para entrar a formar parte del cuerpo de
Cristo. Sin este bautismo no hay salvación.
B. EL ESPÍRITU SANTO UNIFICA A LA
IGLESIA.
El Espíritu
Santo no sólo establece la iglesia invisible de Cristo al regenerar a los
creyentes e incorporarlos con ello al cuerpo de Cristo, sino que también
unifica a la iglesia. Lo hace morado en los miembros de la iglesia. ¿‘No sabéis
que sois templos de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros’? (1ª Cor.
3: 16). ¿’Os ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual
está en vosotros, el cual tenéis de Dios’? (1ª Cor. 6: 19). Por medio de este
morar constantemente del Espíritu los miembros de la iglesia es siempre el
mediador de la unión del creyente con Cristo, es decir, Cristo mora en el creyente
por medio del Espíritu a través de Él. Como dice Pablo, ‘Si alguno no tiene el
Espíritu de Cristo, no es de Él’ (Rom. 8: 9). Así pues, porque el Espíritu mora
en el creyente, Jesús también viene a morar en él. De esta forma cada uno de lo
creyentes se convierte en miembro permanente de la iglesia de Cristo y queda
unido a la iglesia invisible.
No sólo los
creyentes individualmente mantienen una unión vital y mística co Cristo, la
cabeza, sino que también mantienen una unión real entre sí. No son otros tantos
individuos separados uno de los otros sin conexión mutua. Antes bien, aunque
son muchos diferentes, están unidos por el Espíritu de tal forma que juntos se
pueden comparar a un cuerpo, el cual se compone de muchos miembros y sin
embrago es una unidad. Por eso dice Pablo; ‘Porque así como el cuerpo es uno, y
tiene muchos miembros, pero todos los miembros del cuerpo siendo muchos son un
solo cuerpo, así también Cristo. Porque por un solo Espíritu fuimos bautizados
en un cuerpo’ (1ª Cor. 12: 12-13). En Efesios, utilizando la misma ilustración exhorta a sus lectores a
que sean ‘solícitos en guardar la unidad del Espíritu’ (1ª Cor. 4: 3), y luego
dice, hay ‘un cuerpo, y un Espíritu’.
En el
capítulo anterior Pablo, utiliza otra metáfora para ilustrar la unidad que el
Espíritu Santo crea entre los miembros de la iglesia. Los compara a materiales
de construcción que se emplean para edificar un templo. Así como los ladrillos
y las tablas, que por sí mismas tiene relación mutua sino que son entidades
separadas y desconectadas, viene a unirse para formar una unidad hermosa, un
templo; así también las persona, quienes antes de que el Espíritu more en ellas
no tienen unidad básica entre sí, se unen por la acción del Espíritu que mora
en ellas para formar un templo hermoso, la iglesia invisible de Jesucristo.
Para usar las mismas palabras de Pablo, el grupo de creyentes ‘bien coordinado,
va creciendo para ser un templo santo en el Señor; en quien vosotros también
sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu’ (Efe. 2: 21-22).
Es importante advertir que este enlace que el Espíritu crea no es simplemente
una unión de sentimientos. No es simplemente un asunto de amor por los otros
miembros, aprecio por los mismos, agrado por sus características. No es una
unidad mental, como la que se puede establecer incluso con un no creyente. Hay
una unión mística con el Espíritu que mora en los creyentes, la cuál
evidentemente establece una conexión tan real entre mismos que Pablo no la
compara a un vago sentimiento mental, sino a al relación que varias partes del
cuerpo tiene entre sí. Jesús incluso compara la unión de los creyentes con la
unidad en la Trinidad (Jun. 17: 11).
Esta unidad
básica de los creyentes que el Espíritu establece tiene una implicación de gran
alcance para la iglesia visible; a saber, que esta unidad invisible y
subyacente debería manifestarse en una forma visible siempre que sea posible. A
veces, por reacción contra el movimiento modernista que procura unir a todas
las iglesias, la ortodoxia va al extremo opuesto, a saber, al movimiento de
independencia. Si bien no seria bíblico que una denominación ortodoxa se uniera
con una denominación modernista, los miembros de la iglesia invisible de
Jesucristo no deben, sin necesidad y sin buena justificación, dividir la
iglesia visible en denominaciones separadas. Al contrario, las denominaciones deben
esforzarse por unirse, en tanto en cuanto el evangelio de Jesucristo no se ves
comprometido. La unidad básica, espiritual y subyacente debe manifestarse en la
iglesia visible. Deberíamos estar ‘solícitos en guardar le unidad del Espíritu’
(Efe. 4: 3) y ser uno, como Cristo y el Padre son uno (Jun. 17: 11).
C. EL ESPÍRITU SANTO PERTRECHA A LA
IGLESIA.
Si bien el
Espíritu establece la unidad en la iglesia, este hecho no significa que haya
uniformidad. Puede haber diversidad en la unidad, como ocurre en una orquesta,
compuesta de violines, cuernos franceses, clarinetes, oboes y timbales, pero
que forma un todo compuesto. ‘Ahora bien, hay diversidad de dones, pero el
Espíritu es el mismo’ (1ª Cor. 12: 4). Hay miembros diferentes, pero un solo
cuerpo.
En lugar de
eliminar las características distintivas de cada miembro, el Espíritu Santo las
establece. Esto está de acuerdo con el conjunto de su obra. Al crear a los
hombres, no los hace a todos iguales, como automóviles que salen de la línea de
ensamblaje, sino que dota a las personas de dones variados, tanto físicos como
mentales. En el Antiguo Testamento, también se ve que dio a algunos hombres
dones especiales y diversos. A algunos les dio habilidades artísticas, a otros
capacidad de gobernar, y a otros el don de discernimiento. Otros recibieron
sabiduría militar, valor o fortaleza física. Incluso en el cielo no habrá la
monotonía de la uniformidad, sino la riqueza de la variedad.
De manera
semejante, cuando el Espíritu Santo vino en Pentecostés a la iglesia del Nuevo
Testamento, dio dones diversos a los miembros de esa iglesia. Algunos les
comunicó dones muy especiales, como el don de lenguas, el de profecía, el de
milagros, el de sanidad. A otros el Espíritu les otorgó dones más ordinarios,
los que han permanecido a lo largo de la historia de la iglesia. ‘El mismo
constituyó a unos, Apóstoles, a otros profetas, a otros evangelistas, a otros
pastores y maestros’ (Efe. 4: 11). A otros otorgó el don de fe, amor,
hospitalidad, generosidad, sabiduría y otros innumerables talentos que se
encuentran en los creyentes de hoy. De hecho, nadie en la iglesia verdadera de
Cristo se halla sin algún don. Porque ‘a cada uno le es dada la manifestación
del Espíritu para provecho’ (1ª Cor. 12: 7).
El Espíritu
dio estos dones para provecho y beneficio de la iglesia como un todo, y no sólo
para que el individuo utilice y disfrute del mismo. Así Pablo indica que la
nariz es muy útil si se emplea para bien de los otros miembros del cuerpo, pero
por sí misma de nada sirve. Y el valor del ojo se pierde a no ser que se emplee
en cooperación con los pies, las manos y la cabeza (1ª Cor. 12). Las partes han
de utilizarse para el todo.
Pablo lo
afirma en forma bien destacada en varios lugares. En 1ª Corintios 12, que trata
en su totalidad de estos dones, escribe que ‘a cada uno le es dada la
manifestación del Espíritu para provecho’ (1ª Cor. 12: 7), es decir para el
bien general de los otros miembros. Al hablar del don de lenguas, dijo que era
mejor pronunciar cinco palabras con entendimiento que diez mil que no se
aprovecharía de ello (1ª Cor. 12: 19). El don de lenguas debería ser para
edificación de la iglesia. En Efesios, Pablo dice que el comunicar dones es
para perfeccionar a los santos y edificar el cuerpo de Cristo (Efe. 4: 12). Se
dan para ayudar a que los otros miembros se conviertan en hombres crecidos, y
se desarrollen hasta alcanzar la estatura de la plenitud de Cristo.
El Espíritu
pertrecha a la iglesia de Cristo de esta forma. Escoge en forma soberana, a los
miembros de entre toda la raza humana, y luego pertrecha a cada uno de ellos
con talentos que sabe que serán beneficiosos para la iglesia como un todo. A
diferencia del presidente de un país, quien sólo puede escoger a sus ministros,
el Espíritu Santo, en nombre de Jesús,
puede escoger no solo a los miembros de la iglesia sino también dotarlos de los
dones necesarios para desempeñar su misión. Esto lo hace en forma absolutamente
soberana, no dependiendo de nosotros, sino distribuyendo ‘a cada uno en
particular como él quiere’ (1ª Cor. 12: 11).
La iglesia
es pues como un templo que se compone de ‘piedras vivas (1ª Ped. 2: 5) que han
sido escogidas y modeladas con cuidado. Por sí mismas constituyen un montón
informe, sin belleza ninguna. Pero una vez escogidas y preparadas par una tarea
especial, ‘encajan bien juntas para formar el templo santo de Dios’.
Esta
enseñanza significa que cada uno de los que están en la verdadera iglesia de
Jesucristo debe tener cuidado de utilizar sus dones para la iglesia. Todos y
cada uno han sido dotados por el Espíritu con algún don para la edificación de
los demás. Nadie puede decir: ‘soy demasiado viejo o demasiado débil’, o soy
demasiado joven o demasiado insignificante’. Quizá sea don destacado, o quizá
no tan evidente. Quizá es el don de amabilidad y servicio. Cada uno, sin
embrago posee un talento recibido el Espíritu, y nadie puede ocultarlo, sino
que debe utilizarlo, y nadie puede ocultarlo, sino que debe utilizarlo y
desarrollarlo. Al cristiano se le pide que utilice, no para su propio bien,
sino para le ‘edificación de la iglesia de forma que ‘bien coordinado, va
creciendo para ser un templo santo en el Señor’.
D. EL ESPÍRITU SANTO GOBIERNA LA
IGLESIA.
La iglesia
de Jesucristo tiene por lo menos dos aspectos: uno invisible y otro visible. Lo
que se ha dicho acerca de la fundación, unificación y dotación de la iglesia se
aplica a cada uno de los verdaderos miembros de la iglesia invisible. Pero esta
iglesia también se revela en organizaciones e instituciones visibles.
Jesucristo, por medio de sus apóstoles, fundó la iglesia como institución. A
esa iglesia le dio instrucciones respecto a su misión, forma de gobierno,
cuidado de los pobres, miembros, disciplina, sacramentos y otros aspectos
semejantes.
Hoy día
Jesús, por medio del Espíritu Santo, gobierna a la iglesia visible como
organización en sus varias actividades. En primer lugar, 1ª Corintios 12: 28,
al igual que Romanos 12, indica que el Espíritu Santo provee liderazgo humano
al dar a algunos el don de ser Apóstoles, a otros Profetas, o maestros, o dirigentes
del gobierno de la misma.
Además, en
la historia de la iglesia primitiva hay numeroso ejemplos del Espíritu Santo
que guía y dirige a la iglesia. El Espíritu Santo dijo a la iglesia de
Antioquia que ordenara a Pablo y a Bernabé como misioneros (Hechos 13: 29. A
Pablo lo guió en sus viajes misioneros, prohibiéndole, por ejemplo, ir a la
provincia de Asia Menor, pero diciéndole en una en una visión que fuera a
Macedonia (Hechos 16: 6-7). Dirigió las decisiones del concilio de Jerusalén
(Hechos 15: 28) y se dirigió a las siete iglesias de Asia Menor (Apo. 2: 3). En
muchos de estos casos, gobernó, no solo por medio de las Sagradas Escrituras
sino también por revelación especial, fenómeno que en la actualidad no
poseemos. El Espíritu Santo no nos habla hoy día mediante visiones, palabras o
con cartas inspiradas. Sin embargo, estos ejemplos sí indican que el Espíritu
dirigía y gobernaba esa iglesia, y podemos muy bien esperar que lo mismo suceda
hoy día, sin tales revelaciones especiales. Podemos esperar que el Espíritu en
la actualidad envíe a un determinado ministro a cierta iglesia, escoja a
ciertos diáconos y ancianos en una iglesia especifica, en un momento
determinado y gobierne a la iglesia de otras formas.
Esta
esperanza se conforma con el pasaje bien claro de Hechos 20: 28, donde Pablo
amonesta a los ancianos de Éfeso, ‘Mirad por vosotros, y por todo el rebaño en
que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la iglesia del
Señor. Sí bien es cierto que Jesús es la Cabeza de la iglesia, y que es él
quien escoge a los oficiales, sin embargo, como indica este versículo, lo hace
por medio del Espíritu Santo. Porque Pablo dice, ‘el Espíritu Santo os ha
puesto por obispos’, es decir, ancianos. Como Él es quien nombra a los
ancianos, y como Cristo, por medio del Espíritu, es la cabeza de todas las
partes de la iglesia se puede presumir que el Espíritu también nombra a los
ministros y diáconos.
Este nos
sirve de consuelo tanto como de amonestación. Nos sirve de consuelo porque
sabemos que los oficiales de una iglesia que es fiel a Dios no son elegidos por
la congregación en forma separada de Dios. Antes bien, el Espíritu Santo
utiliza a la congregación para elegir a los hombres que él ha elegido. El, y no
la congregación, nombra y pertrecha a estos oficiales representativos de Cristo
en su iglesia como organización. ‘El Espíritu Santo os ha puesto por obispos’.
Resulta, pues, consolador saber que la iglesia en forma visible y organizada
está gobernada por el Espíritu, y ello nos da garantía de que todo sea para
bien.
Sin embargo,
Dios permite a los oficiales cierta libertad. Puede pecar y actuar en contra de
la voluntad revelada de Dios. Es más que obvio que Dios no los obliga a no
pecar en sus actividades de liderazgo. Y debido a esta posibilidad de pecar.
Pablo amonestó a los ancianos de Éfeso para que apacentaran la iglesia de
Cristo. Y para refrendar esta exhortación, les recordó que, si bien eran
escogidos por hombre, sin embargo había sido el Espíritu Santo quien, en último
término, los había hecho ancianos. Siendo esto así, su responsabilidad era
mayor, porque no eran responsables en primer lugar ante la iglesia de
Antioquia, sino ante el Espíritu Santo.
También hoy
resulta consolador el hecho de que el Espíritu gobierna a la iglesia, y por
consiguiente que las puertas del infierno no puedan prevalecer contra ella. Sin
embargo, tanto la congregación como los oficiales deben recordar que
precisamente porque el Espíritu Santo la gobierna, su responsabilidad es tanto
más seria.
E. EL ESPÍRITU SANTO GUÍA LA IGLESIA.
Una
actividad del Espíritu Santo en relación es que la guía y dirige hacia la
verdad-. Sobre la iglesia hubiera descendido una catástrofe si el Espíritu no
la hubiera iluminado, sino que hubiera permitido que tropezara en su ceguera
nacida del pecado.
Pero no es
este el caso, Cristo prometió que el Espíritu de verdad guiaría a la iglesia
hacia toda la verdad (Jun. 16: 13) y esto es lo que ha sucedido de hecho. A lo
largo de la historia de la iglesia se ha ido desarrollando paulatinamente el
entendimiento de la Biblia, de manera que hoy día muchos miembros no expertos
de la iglesia comprenden más que algunos de los estudiosos de la iglesia
primitiva. Porque bajo la dirección del Espíritu Santo, se han llevado a cabo
estudios teológicos profundos, discusiones prolongadas, e incluso controversias
violentas, a veces durante siglos acerca de un solo tema tal como el de la
persona y naturaleza de Cristo. El resultado ha sido que, con la iluminación
del Espíritu, la iglesia ha llegado a aceptar como obvias, verdades de las que
no habían tenido conciencia los miembros de la iglesia en siglos anteriores.
Así pues, el
Espíritu condujo a la iglesia primitiva a una comprensión mejor del hecho de la
Trinidad. Pero esa iglesia todavía no aceptó en forma plena la doctrina de la
Persona y naturaleza de Cristo. El Espíritu Santo la guió a lo largo de
extensos periodos de controversias teológicas, y poco a poco produjo la
formulación cuidadosa de estas verdades, en importantes concilios de la iglesia.
Pero incluso entonces la iglesia no comprendió en forma completa que la
salvación era sólo por gracia y no por obras nuestras. Bajo la influencia del
Espíritu, grandes hombres de Dios tales como San Agustín, refutaron el error
pelagiano del libre albedrio y ayudaron a la iglesia a ver la verdad bíblica de
la gracia soberana. Aunque la iglesia había recorrido un largo camino, sin
embargo se guía siendo ignorante en cuanto a otros hechos bíblicos importantes.
Pero el Espíritu santo, mediante el estudio y la controversia sostenida entre
hombres, iluminó sus mentes, de forma que paulatinamente la iglesia de
Jesucristo llegó a entender, de modo más pleno, las verdades históricas básicas
que hoy día sostenemos, tales como la justificación por fe, le infalibilidad de
la Biblia, la naturaleza de la iglesia, el reto misionero, la escatología, e
incluso el tema de este estudio, la doctrina del Espíritu Santo. Debido a
nuestro pecado sigue habiendo diferencias de opinión en cuanto a muchos puntos,
pero subsiste el hecho de que en general el Espíritu Santo ha guiado a su
iglesia a la verdad.
Debemos
sentir mucha gratitud hacia el Espíritu por esta actividad directriz. Y que
diga: ‘no necesito doctrina. La Biblia me basta’. Una actitud tal revela una
ignorancia crasa de la obra del Espíritu. Porque el Espíritu Santo ha estado
actuando no sólo cuando personas insignificantes como nosotros leemos la Biblia
o sólo cuando un predicador explica la Escritura en un sermón. Dios ha estado
dando el don del Espíritu a la iglesia por miles de años. Durante ese tiempo he
hecho que muchas personas de distintas iglesia y de todos los países comprendan
mejor la Biblia. El resultado es que, por medio de la dirección del Espíritu,
se ha ido acumulando en la iglesia de Jesucristo un enorme tesoro de
conocimientos, de manera que hoy día la iglesia es incomparablemente más rica
de lo que era en tiempos de Jesús. Hacer caso omiso de este conocimiento es
despreciar el Espíritu de verdad. Por tanto es responsabilidad de cada uno de
nosotros llegar a conocer lo que el Espíritu nos ha dado a lo largo de los
siglos. Debemos estudiar no sólo la Biblia, sino también ese gran depósito de
conocimientos que el Espíritu ha ido acumulando a lo largo de los siglos para
el bien de toda su iglesia y no únicamente para el bien de unos cuantos
cristianos de un tiempo determinado.
CONCLUSIÓN.
Resumiendo,
vemos la gran obra del Espíritu Santo no sólo en el individuo, sino también en
los individuos unidos en la iglesia de Jesucristo. Bajo la dirección de Jesús,
el Espíritu Santo establece, unifica, pertrecha, gobierna y dirige a la
iglesia. Este hecho nos trae seguridad y felicidad, porque el Espíritu Santo,
siendo Dios, consigue ciertamente sus propósitos. El demonio no puede
prevalecer contra la iglesia. Esta seguirá a lo largo de los siglos, gobernada
y dirigida por el Espíritu, de manera que sea exactamente el tipo de la iglesia
que Jesucristo quiere que sea.
Al mismo
tempo, esto pone responsabilidades sobre todos nosotros. Cuando caemos en
cuenta de que es el Espíritu Santo el que establece a la iglesia, entonces
debemos preguntarnos: ¿Hemos nacido de nuevo, del Espíritu, para poder entrar
en la iglesia invisible de Jesucristo, fuera de la cual no hay salvación?
Como el
Espíritu conduce a los miembros de la iglesia de Cristo a esa unión mística con
Cristo entre sí, es deber de cada uno de nosotros procurar no perturbar esa
unidad en el terreno visible. No debemos y reñir entre los miembros de la misma
iglesia, antes bien, deberíamos procurar la unidad organizacional con todos los
verdaderos miembros de la iglesia de Cristo, incluso con los que no pertenecen
a nuestra denominación, si esto se puede conseguir sin comprometer nuestros
principios doctrinales.
Como el
Espíritu Santo pertrecha a cada uno de los miembros de la iglesia de Cristo con
dones o talentos, es imperativo para todo cristiano descubrir cuáles son los
suyos y emplearlos para el desarrollo de la iglesia.
Ya que los
ancianos, diáconos, y ministros de esta iglesia visible son puestos por el
Espíritu Santo, cada uno de ellos debe caer en cuenta de la seriedad de su
posición y tratar de esforzarse más para desempeñar bien sus deberes.
Finalmente
como el Espíritu ha guiado a su iglesia desde su comienzo, es necesario que
cada uno de nosotros estudie la Biblia a la luz de esta vasta acumulación de conocimientos
que el Espíritu ha dado a su iglesia.
Debido a la
acción del Espíritu en la iglesia, so sólo hay bendiciones para sus miembros
sino también deberes solemnes. Que el Espíritu Santo nos guíe a cada uno de
nosotros en el cumplimiento de los mismos.