Los temas
difíciles de entender a menudo se pueden explicar con ilustraciones simples.
Jesús se comparó a sí mismo con una puerta, un camino, un pedazo de pan, y un
vaso de agua. Comparó el reino de Dios con una perla, una red, una cena, un
árbol, una semilla, y un tesoro escondido. Pablo ilustró su teología profunda
con referencia a las estrellas, a los fundamentos de una casa, a las partes del
cuerpo, a la luz y tinieblas, al heno y a las joyas.
De este
mismo modo se pueden hacer más inteligibles a los hombres de estas tierras las
verdades relacionadas con el Espíritu Santo. El es un Espíritu invisible y un
Dios incomprensible, y por estas razones es difícil definir tanto su persona
como su obra. Pero Dios conoce nuestra debilidad, y por consiguiente en su
Palabra emplea símbolos, es decir, signos visibles de una realidad invisible.
La Biblia compara al Espíritu Santo con el agua, el viento, el halito, el
fuego, el aceite, una paloma, un árbol, unas arras, y un sello. Mediante el
estudio del uso bíblico de estos símbolos, es posible llegar a una compresión
más madura de muchos aspectos de la obra del Espíritu de Dios.
A. AGUA.
En muchos
lugares la Biblia asocia íntimamente al Espíritu Santo con el agua. El propósito
es doble: en primer lugar, indicar que el Espíritu Santo limpia al cristiano
espiritualmente, y en segundo lugar, indicar que Él es la fuente de vida.
Incluso los
niños pueden entender ambas ilustraciones. Conocemos muy bien la manera cómo
los niños juegan en la calle y se ensucian. Voluntaria o involuntariamente,
pueden llenarse de barro los pantalones, la cara, el cabello. Pero sabemos
también que hay un remedio para la suciedad esto es, el agua. El agua quita el
barro de la ropa, la cara, y el cabello, de manera que todo lo que estaba sucio
quede reluciente, por algún tiempo por lo menos.
Esta es la
imagen que la Biblia usa para la acción regeneradora del Espíritu Santo.
Describe metafóricamente al hombre como sucio y contaminado a causa del pecado.
Pero cuando el Espíritu viene a su vida, lo limpia del pecado. Regenera el
corazón y santifica la vida, de manera que, gradualmente, el pecado que
contamina es derrotado y por fin eliminado. En este sentido es purificado y
limpiado de sus pecados, al igual que las manos y ropas sucias del niño se
limpian con el agua.
Por ello
Jesús dijo a Nicodemo, ‘El que no naciere de agua y del Espíritu, no puede
entrar en el reino de Dios’ (Jun. 3: 5). No es fácil determinar el significado
de la palabra agua en este caso. Puede ser símbolo directo del Espíritu. O
puede ser símbolo del bautismo, el cual se administra con agua. En el último
caso, indicaría la purificación que el bautismo significa, la purificación de
nuestros pecados por medio del Espíritu. En ambos casos, el agua está
íntimamente relacionada con el Espíritu. Y lo que Jesús quiere decir es que a
fin de entrar en el reino de los cielos debemos nacer del Espíritu, quien nos
purifica del pecado, al igual que el agua limpia la suciedad.
Esta misma idea
se insinúa en el Sal. 51, cuando David ora: ‘Lávame, y seré más blanco que la
nieve. Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio. Renueva un espíritu recto dentro
de mí. No quites de mí tu Santo Espíritu’. Ezequiel emplea la misma metáfora
cuando escribe: ‘Esparciré cobre vosotros agua limpia, y seréis limpiados de
todas vuestras inmundicias; y de todos vuestros ídolos os limpiaré. Y pondré
dentro de vosotros mí Espíritu (Ez. 36: 25-27). Y Pablo se refiere muy
concretamente al poder purificador del Espíritu por medio de la regeneración
cuando, al escribir a Tito, dice que Dios ‘nos salvó, por el lavamiento de la
regeneración y por la renovación en el Espíritu (Ti. 3: 5). El empleo paralelo
de agua y el Espíritu en estos tres pasajes nos ilustra el poder purificador del
Espíritu regenerador y santificador.
El agua no
solamente es útil para limpiar la suciedad, sino que también es necesaria para
la vida, tanto humana, como animal y vegetal.
Un rico
manantial proporciona agua en abundancia, de manera que incluso después de que
se hayan sacado muchos cubos, continúa brotando. Cuando el agua alcanza la
superficie brota, se desliza y produce verdor y vida donde quiera que llegue.
De hecho, puede convertir un desierto muerto y estéril en un oasis, o las
orillas del Nilo en zonas productivas, o dar lugar a la profusa vegetación en
cualquier desierto.
La Biblia
describe al Espíritu y sus influencias basándose en este hecho fácilmente observable.
Jesús dijo: ‘Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba. El que cree en mí, como
dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del
Espíritu’ (Jun. 7: 37-39). Esto significa que el creyente tendrá una vida de
santidad que será como un río de agua viva. Pero estos ríos de buenas obras
tienen un manantial, a saber, el Espíritu Santo. El es una fuente de agua que
salta para vida eterna’, como Jesús dijo en otra oportunidad (Jun. 4: 14).
Cuando uno cree en Jesús, el Espíritu Santo mora en su vida y hace que viva una
vida de santidad. El Espíritu actúa como fuente dentro del cristiano, y de ella
brotan ríos de buenas obras, que se dirigen hacia otros. El Espíritu Santo
produce viada.
Este es
también el significado de Isaías cuando cita a Dios que dice: ‘Porque yo
derramaré agua sobre el sequedal, y ríos sobre la tierra árida: mi Espíritu
derramaré sobre tu generación, y como sauces junto a las riberas de la aguas’
(Is. 44: 3-4). Donde quiera que llegue le Espíritu, llega también la vida. El
es para el alma muerte lo que el agua es para el terreno desértico. Produce
vida espiritual, al igual que el agua comunica vida física al terreno sediento
y seco.
Así pues el
agua describe una actividad doble del Espíritu: su acción purificadora y su
poder dador de vida. Deberíamos preguntarnos si conocemos al Espíritu de Dios
como agua. ¿Somos limpiados por Él de nuestros hábitos pecaminosos, y es Él la
fuente para nuestras almas, que nos hace brotar ríos de santidad?
B. VIENTO.
En su
conversación con Nicodemo, Jesús compara al Espíritu no sólo con el agua, sino
también con el viento. Dice: ‘El viento sopla de donde quiere, y oyes su
sonido; más ni sabes de donde viene, ni a donde va; así es todo aquel que es
nacido del Espíritu’ (Jun. 3: 89.
El
simbolismo está claro. Ante todo, la forma en que opera el Espíritu en la
regeneración es misteriosa. No se puede entender por completo. Tanto él como
sus operaciones son invisibles. Al igual que en el caso del viento, uno puede
ver los resultados, pero no la actividad misma que produce los resultados. Un
huracán azota una isla del pacifico. Mueve toneladas de agua que se convierten
en olas montañosas. Las popas de grandes barcos se salen fuera del agua, sólo
para caer de nuevo golpeando el agua con violencia. Los arboles se doblegan y
son arrancados de cuajo. Los techos de las casa quedan destrozados. Las
consecuencias de la tempestad son bien evidentes. Pero nadie ha visto nunca el
viento que las produce. Es invisible. Así es también el Espíritu, dijo Jesús.
Uno puede ver los resultados de la acción del Espíritu: santificad, buenas
obras y vidas poderosas; pero no se puede ver al Espíritu Santo. Es como el
viento.
La recepción
del Espíritu en Pentecostés ilustra este mismo punto. Es evidente que estuvo
allá, porque los Apóstoles hablaron en lenguas y realizaron muchas señales y
maravillas. Pero nadie pudo ver al Espíritu. O para mejor decir, sólo hubo un
símbolo del mismo: ‘un estruendo como de viento recio’ (Hechos 2: 2). Dios
utilizó el viento como emblema del Espíritu para indicar, entre otras cosas, su
carácter invisible.
Un segundo significado del símbolo viento es
poder. El huracán, el tifón y el tornado manifiestan una fuerza tremenda. Lo
mismo ocurre en el caso del Espíritu Santo. El hombre lucha tenazmente contra
Dios. No quiere tener nada que ver con el Salvador. Otros hombres no lo pueden
persuadir con lógica o elocuencia. Es necesario el poder, lo mismo que el
viento. Cuando llega a la vida de un pecador, produce cambios radicales.
Penetra en las entrañas más íntimas del corazón del pecador, y con una fuerza
poderosa, eficaz e irresistible, ablanda el corazón endurecido y hace que
llegue a Jesús con lágrimas. El Espíritu es tan poderoso como el Huracán que
empuja la embarcación. Por eso se simbolizó en Pentecostés como ‘estruendo como
de un viento recio’ (Hechos 2: 2).
Este símbolo
del Espíritu, el viento, también revela la soberanía completa de Él. Los
meteorólogos describes los vientos, les siguen la pista trazando su cuerpo.
Miden su velocidad, averiguan su poder devastador, e incluso predicen su curso
con una cierta precisión. Pero no los pueden controlar. No pueden detener el
tornado y encausarlo hacia el firmamento cuando se aproxima a una ciudad, o
desviar al huracán para que no azote una nación, si no a un lugar adecuado que
no dañe nada. O aminorar la velocidad del tifón cuando se acerca a una isla de
mares de la costa. El viento es absolutamente soberano. ‘Sopla donde quiere’
8Jun. 3. 8). Lo mismo es el Espíritu Santo. Regenera al que quiere y cuando
quiere. Nadie puede controlara su actividad ni decretar a dónde tiene que ir o
lo que tiene que hacer. Es soberano.
El caer en
cuenta del significado de este símbolo del Espíritu debería producir en
nosotros los regenerados un profundo agradecimiento a Dios por la acción
misteriosa, poderosa y soberana del Espíritu en nuestra vida. Gracias a Él, el
Espíritu triunfó sobre el persistente repudio a Cristo que se anidaba en
nuestro corazón.
C. HÁLITO.
Íntimamente
relacionado con el símbolo del hálito aplicado al Espíritu Santo. De hecho,
tanto en griego como en hebreo la misma palabra se puede traducir de tres
maneras distintas: como viento, como hálito, y como Espíritu, lo cual demuestra
la reclamación íntima que une a las tres.
Si el viento es símbolo apropiado del Espíritu
de Dios debido a su carácter invisible, también el hálito lo es porque es
invisible. Pero la Palabra hálito tiene otra connotación, además de la
invisibilidad del Espíritu Santo. Es algo que produce de dentro de la persona e
indica que hay vida en ella. Cuando una persona muere, a veces decimos; ‘Exhaló
el último aliento. Está muerto’. O como dice el salmista de los animales, ‘Les
quitas el hálito, dejan de ser, y vuelven al polvo’ (Sal. 194: 29). En este
sentido, se emplea el aliento en la Biblia como símbolo del Espíritu. Indica el
hecho de que el Espíritu es dador de vida.
La Biblia
emplea este símbolo para mostrar que el Espíritu da vida en cuatro formas
diferentes. Denota, ante todo, que el Espíritu da vida natural. En Génesis 2:
7, aludiendo directamente al Espíritu, las Escrituras hablan de dar vida al
hombre cuando dicen que Dios ‘sopló en su nariz aliento de vida’ y en Job 33:
4, Eliú dice, ‘El Espíritu de Dios me hizo, y el soplo del Omnipotente me dio
vida’.
Además de la
vida natural, el Espíritu también da vida espiritual. Con la regeneración
vivifica espiritualmente a los que están muertos en pecados y transgresiones.
También en esta actividad el símbolo del hálito se emplea par referirse al
Espíritu. En la visión de Ezequiel tuvo de los huesos secos, no sólo encontramos
una profecía de la restauración de la vida política y nacional de Israel, sino
también una alusión directa a la renovación espiritual de los individuos.
Porque leemos. ‘Profetiza al Espíritu, profetiza, hijo de hombre, y di al
Espíritu: Así ha dicho Jehová el Señor: Espíritu, ven de los cuatro vientos, y
sopla sobre estos muertos, y vivirán. Y profetice como me había mandado, y
entro Espíritu en ellos, y vivieron, y estuvieron sobre sus pies; un ejército
grande en extremo’ (Ez. 37: 9-10). Así pues el aliento o soplo indica al
Espíritu que regenera a las almas que estaban muertas para Dios.
Hay una
tercera forma en la que este símbolo del hálito describe la actividad del
Espíritu dador de vida. Después de la resurrección, cuando Jesús apareció a los
discípulos detrás de las puertas cerradas, ‘Sopló, y les dijo: Recibid el
Espíritu Santo` 8Jun. 20: 22.). Ese soplo fisco no dio el Espíritu Santo a los
discípulos, sino que lo simbolizó. Considerando el contexto no total, vemos que
esta comunicación del Espíritu no fue con fines santificadores, esto iba a
ocurrir en Pentecostés cuando se convirtieron los tres mil, sino para que los
discípulos estuvieran pertrechados para desempeñar sus deberes oficiales como
Apóstoles: perdonar y retener pecados por medio de la predicación de la Palabra
y de la disciplina de la iglesia (v. 23). Así pues, en este pasaje, el soplo
simbolizó la comunicación del Espíritu para dar vida y poder al ministerio
oficial de los discípulos, como dirigentes de la iglesia de Cristo.
Un cuarto
sentido en que se utiliza el hálito para simbolizar la cualidad dadora de vida
del Espíritu tiene relación con la inspiración de la Biblia. En el texto
clásico, para demostrar la inspiración de la Palabra de Dios, Pablo dice que
`toda la Escritura es ‘espirada’ por Dios’ (2ª Tim. 3: 16). ‘Espirada por Dios’
seria la traducción exacta del griego que generalmente se traduce ‘inspirada
por Dios’. Decir que las Escrituras son (inspiradas) espiradas por Dios en
lugar de mencionar simplemente que fueron hechas por Dios o creadas por Dios,
es una alusión directa a la acción del Espíritu Santo en la inspiración. Porque
incluso como lo da a entender la etimología de la Palabra inspirar (esto es
‘soplar en’). El Espíritu Santo ‘sopló, o alentó’ en los autores bíblicos,
inspirándolos para que escribieran la
Biblia sin error. Les dio vida, por así decirlo, para esta tarea especial.
Actuó, como el soplo de Dios, al producir las Escrituras inspiradas por Dios.
Por consiguiente, en este cuarto sentido, el hálito es también símbolo adecuado
del Espíritu de Dios.
Así pues, al
pensar en el símbolo bíblico del hálito o soplo, recordemos no sólo la
actividad invisible del Espíritu Santo, sino también su actividad dadora de
vida en la creación del hombre natural, en la recreación del hombre espiritual,
en la comunicación de vida y pode para las tareas apostólicas oficiales, y en
la inspiración de la Biblia. Y preguntémonos: ¿Experimento al Espíritu como
hálito? ¿Conozco sus cualidades dadoras de vida en la regeneración? Y, si soy
oficial de la iglesia ¿He sido pertrechado para mis responsabilidades por el
soplo del Espíritu Santo sobre mí?
D. FUEGO.
Todo el
mundo entiende el símbolo del fuego. El fuego es poder. Su poder se ve cuando
transforma un depósito de gasolina en un infierno llameante, cuando árboles
majestuosos se convierten en esqueletos ennegrecidos, cuando edificios enormes
se derrumban, o cuando una cuadra entera de una ciudad queda arrasada. Se ve
que en las máquinas enormes que se mueven por el vapor que ha sido producido
por el fuego. En lenguaje metafórico, hablamos de incendiar el mundo con una
ideología. Todos se mueven impulsados por un cierto objetivo o meta: están
llenos de fuego. Así pues, el fuego es poder.
Parece que
se emplea el fuego como símbolo del Espíritu en este sentido. En Pentecostés,
cuando el Espíritu descendió, no sólo hallamos un símbolo en el ‘estruendo como
de un viento recio que soplaba’, sino que encontramos otro símbolo en la
presencia de lenguas ‘como de fuego’ que se asentaron sobre la cabeza de cada
uno de los presentes (Hechos 2: 3). Esto simbolizó el nuevo poder que vino a la
iglesia ese día mediante el Espíritu, como Jesús lo había profetizado,
‘Recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo’. Debido
a ese poder del Espíritu, debido a que los discípulos se llenaron del fuego del
Espíritu, se convirtieron en ‘testigos (de Cristo) en Jerusalén, en toda Judea,
en Samaria, y hasta lo último de la tierra’ (Hechos 1: 8).
El fuego es
también una fuerza purificadora. La Biblia emplea a menudo la ilustración de
los metales que se acrisolan con fuego. El mineral se colocaba en el fuego de
la refinería, y por medio del calor intensísimo se consumen impurezas, de
manera que sólo el metal de calidad más pura y refinada. De modo semejante
actúa el Espíritu Santo como fuego, purificando del pecado al creyente. Lo
convence de pecado e inquieta la conciencia, de manera que los pecados pasados
se consumen y poco a poco va surgiendo una especie más pura de santidad.
Muy bien
podría ser éste fuera el significado de las leguas de fuego que simbolizaron al
Espíritu Santo en Pentecostés, y de la afirmación de Jesús, ‘Fuego viene a
echar en la tierra’ (Luc. 12: 49); y de la observación de Juan el Bautista,
quien probablemente se refirió a Pentecostés cuando dijo que él había bautizado
sólo con agua, ‘pero el que viene tras mí, os bautizará en Espíritu Santo y
fuego’ (Mat. 3: 11).
Haríamos
bien en preguntarnos si hemos sido bautizados con el Espíritu de fuego.
¿Estamos llenos de energía, para trabajar por el reino? ¿Hemos recibido poder,
para llegar a ser testigos en Jerusalén como en toda Judea y samaria y hasta
los últimos confines de la tierra? ¿Experimentamos el poder del Espíritu como
influencia purificadora que consume los pecados de nuestra vida? ¿Vivimos en
pecado? ¿O hemos conseguido el triunfo que sólo se alcanza con el Espíritu de
poder y purificación? Si no es así, deberíamos acudir al Espíritu de fuego.
E. ACEITE.
Un quinto
símbolo del Espíritu Santo es el aceite. El simbolismo se debe deducir de
varios pasajes del Antiguo Testamento que hablan de unción, y también de la
unción con aceite de Cristo y del cristiano en el Nuevo Testamento. En la época
del Antiguo Testamento se solía ungir a los profetas, sacerdotes y reyes. Esto
se realizaba derramando aceite sobre la cabeza, y esta unción simbolizaba tanto
el nombramiento que recibían como la comunicación del Espíritu para prepararlos
para el mismo. Por consiguiente el aceite era símbolo del Espíritu de Dios.
Esta idea de
la unción pasó al hebreo del Antiguo Testamento al griego del Nuevo Testamento
y se encuentra en el nombre de Jesús, Cristo. Cristo significa Ungido. Así como
los ungidos eran profetas, sacerdotes y reyes en el Antiguo Testamento, así Jesús
fue por excelencia el Profeta, el Sacerdote y el Rey. Todos los ministerios del
Antiguo Testamento convergieron en Él. Fue ungido en el bautismo para este
ministerio triple cuando el Espíritu descendió sobre Él en forma de paloma.
Inmediatamente después, comenzó el ministerio público y oficial de predicación
y realización de milagros. Y en el primer sermón que pronunció citó a Isaías
61, diciendo ‘El Espíritu del Señor está sobre Mí, por cuanto me ha ungido para
dar buenas nuevas a los pobres’ (Luc. 4: 18). Así pues el Espíritu se compara
con el aceite, y la unción simboliza la venida del Espíritu a Cristo para
pertrecharlo como Hijo mesiánico de Dios para su triple responsabilidad.
Este mismo
simbolismo se aplica al cristiano. La palabra misma cristiano se deriva del
nombre Cristo, en indica que los cristianos son ungidos, al igual que Cristo es
el Ungido. Y así es. El Espíritu Santo unge a los cristianos. Claro que no es
la unción especial de los profetas o sacerdotes o reyes del Antiguo Testamento;
ni es la unción única de Cristo. Pero todo creyente es profeta, sacerdote y rey
en el sentido general. Pedro lo indica cuando llama a los cristianos ‘real
sacerdocio, nación santa’ (1ª Ped. 2. 9). Juan incluso utiliza la palabra
unción; ‘Pero vosotros tenéis la unción del Santo, y conocéis todas las cosas’
(1ª Jun. 2: 20). Y Pablo escribe que Dios ‘nos confirma con vosotros en Cristo,
y el que nos ungió, es Dios’ (2ª Cor. 1: 21).
Vemos, pues
hablando metafóricamente, que el Espíritu Santo es el aceite de la unción.
Pertrechó a los que desempeñaban cargos en el Antiguo Testamento para cumplir
con sus deberes. Preparó a Cristo para su triple misión. Y unge a los
cristianos de hoy, comunicándoles dones espirituales como profetas, sacerdotes
y reyes. Los unge como profetas para que tengan la mente iluminada para
entender la Palabra de Dios, y puedan enseñara a los demás. Los unge como
sacerdotes al santificarlos, de manera que puedan ofrecer sacrificios
espirituales a Dios. Y el Espíritu de unción los unge como reyes para que
puedan reinar, como tales, sobre toda forma de pecado.
F. PALOMA.
Los cuatro
evangelios describen al Espíritu Santo que desciende ‘como paloma’ sobre Jesús
en el bautismo. Un solo ejemplo más del Espíritu apareciéndose en forma ave se
encuentra en Génesis 1: 2, donde leemos que se movía sobre la faz de las aguas.
Esto sugiere la imagen del ave que se posa y se mueve sobre los huevos en el
nido.
La Biblia no
dice por qué el Espíritu descendió sobre Jesús en forma de paloma, y no en la
forma de otra ave u objeto. Sabemos que la paloma es símbolo de pureza,
dulzura, inocuidad y ternura. Jesús diría más tarde: ‘Yo os envió como ovejas
en medio de lobos; sed, pues, prudentes como serpientes, y sencillos como
palomas’ (Mat. 10: 16). Sabemos que Jesús fue la encarnación de la dulzura y
mansedumbre. Dijo de sí mismo, ‘Soy manso y humilde de corazón’ (Mat. 11: 29).
Pablo rogó a los corintios ‘por mansedumbre y ternura de Cristo’ (2ª Cor. 10:
1). Toda su vida fue una vida de amabilidad, amor, preocupación por los demás,
a ausencia de esperanzas.
Por
consiguiente, ver al Espíritu descender como paloma sobre Él recordará estas
características. Hoy día no recuerda que nadie tiene que temer acudir a Jesús,
porque esta lleno de amabilidad, gentileza y amor. Invita a todos los que
sufren y andan agobiados que acudan a Él para encontrar descanso.
G. ÁRBOL FRUTAL.
Si bien en
una ocasión Jesús comparó al cristiano con un árbol frutal (Mat. 7: 16).
Gálatas 5: 22, emplea la metáfora para describir al Espíritu Santo. Lo que
Pablo dice es que ‘la carne’ Gál. 5: 19, es decir la persona no regenerada,
produce fornicación, inmundicia, lascivia, y los demás pecados que se mencionan
en los versículos 19-21; pero que, al igual que el árbol produce frutos, así
también el Espíritu Santo produce en el hombre virtudes como amor, gozo, paz y
paciencia.
Si no
poseemos ese fruto, tengamos cuidado, porque Jesús nos dijo en una parábola que
seremos extirpados, ya que de nada valemos si somos estériles. ‘Córtala; ¿para
qué inutiliza también la tierra’? (Luc. 13: 7). En otro lugar dijo: Todo
pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará, y los recogen, y los echan en el
fuego, y arden’ (Jun. 15: 2-6).
Se podrían
mencionar otros símbolos del Espíritu, tales como el sello, las arras, y las
primicias de la cosecha. Pero como ya hemos hablado de éstos en el estudio 11,
referimos al lector a lo que se dijo en ese lugar.
Que este
lenguaje simbólico referente al Espíritu permanezca vivo en nuestra mente. Si
queremos experimentar la purificación del pecado en nuestra vida, y también
crecimiento espiritual, debemos conocer al Espíritu simbolizado por el agua. Si
queremos entender algo del misterio, poder y soberanía de la acción del
Espíritu en nuestra vida, entonces debemos pensar en el viento. Si queremos
experimentar avivamiento espiritual, y si los oficiales de la iglesia quieren
estar llenos de vida y preparados para sus deberes, deben entender el
simbolismo del Espíritu como hálito. Para experimentar el poder y la
purificación que proceden del Espíritu Santo, pensemos en el fuego. Si deseamos
estar pertrechados para la triple tarea del cristiano ungido, deberíamos
meditar en el significado simbólico de la unción con aceite. Si buscamos un
salvador que está lleno de amor, amabilidad y pureza, deberíamos pensar en el
Espíritu que desciende sobre él en forma de paloma. Si queremos vivir una vida
santa, debemos contemplar el significado del Espíritu como árbol que produce
fruto, y pedirle que seamos llenos de su poder que necesitamos para nuestra
tarea ministerial.
Dios nos ha
dado formas simbólicas en su palabra a fin de que entendamos con mayor claridad
la plenitud de la presencia del Espíritu en nuestra vida. Que esta comprensión
más plena enriquezca nuestra vida espiritual.