El CREDO DE LOS APÓSTOLES
(SIGLOS TERCERO-CUARTO
D.C.)
Creo
en Dios Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra. Creo en
Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor; que fue concebido por obra y gracia
del Espíritu Santo,' nació de la María Virgen; padeció bajo el poder de Poncio
Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado; al tercer día resucitó de entre
los muertos; subió a los cielos y está sentado a la Diestra de Dios Padre;
desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos. Creo en el
Espíritu Santo; la Santa Iglesia católica, la comunión de los santos; el perdón
de los pecados; la resurrección del cuerpo; y la vida eterna. Amén.
* * *
LA
DOCTRINA DE LOS DOCE APÓSTOLES (DIDACHÉ)
ENSEÑANZA DEL SEÑOR TRANSMITIDA A LAS NACIONES POR LOS DOCE APÓSTOLES: PRIMERA PARTE
EL CATECISMO O LOS «DOS CAMINOS»
I Existen dos caminos, entre los cuales, hay gran
diferencia; el que conduce a la vida y el que lleva a la muerte. He aquí el
camino de la vida: en primer lugar, Amarás a Dios que te ha creado; y en
segundo lugar, amarás a tu prójimo como a ti mismo; es decir, que no harás a
otro, lo que no quisieras que se hiciera contigo. He aquí la doctrina contenida
en estas palabras: Bendecid a los que os maldicen, rogad por vuestros enemigos,
ayunad para los que os persiguen. Si amáis a los que os aman, ¿qué gratitud mereceréis?
Lo mismo hace los paganos. Al contrario, amad a los que os odian, y no tendréis
ya enemigos. Absteneos de los deseos carnales y mundanos.
Si alguien te
abofeteare en la mejilla derecha, vuélvele también la otra, y entonces serás
perfecto. Si alguien te pidiere que le acompañes una milla, ve con él dos. Si
alguien quisiere tomar tu capa, déjale también la túnica. Si alguno se apropia
de algo que te pertenezca, no se lo vuelvas a pedir, porque no puedes hacerlo.
Debes dar a cualquiera
que te pida, y no reclamar nada, puesto que el Padre quiere que los bienes
recibidos de su propia gracia, sean distribuidos entre todos. Dichoso aquel que
da conforme al mandamiento; el tal, será sin falta. Desdichado del que reciba.
Si alguno recibe algo estando en la necesidad, no se hace acreedor a reproche
ninguno; pero aquel que acepta alguna cosa sin necesitarlo, dará cuenta de lo
que ha recibido y del uso que ha hecho de la limosna.
Encarcelado, sufrirá
interrogatorio por sus actos, y no será liberado hasta que haya pasado el
último maravedí. Es con este motivo, que ha sido dicho: «¡Antes de dar limosna, déjala sudar en las
manos, hasta que sepas a quien la das!»
II. He aquí el segundo precepto de la Doctrina: No matarás; no cometerás
adulterio; no prostituirás a los niños, ni los inducirás al vicio; no robarás;
no te entregarás a la magia, ni a la brujería; no harás abortar a la criatura
engendrada en la orgía, y después de nacida no la harás morir.
No desearás los bienes de tu prójimo,
ni perjurarás, ni dirás falso testimonio; no serás maldiciente, ni rencoroso;
no usarás de doblez ni en tus palabras, ni en tus pensamientos, puesto que la
falsía es un lazo de muerte. Que tus palabras, no sean ni vanas, ni mentirosas.
No seas raptor, ni hipócrita, ni malicioso, ni dado al orgullo, ni a la
concupiscencia.
No prestes atención a lo que se diga de
tu prójimo. No aborrezcas a nadie; reprende a unos, ora por los otros, y a los
demás, guíales con más solicitud que a tu propia alma.
III. Hijo mío: aléjate del mal y de toda apariencia de mal. No te dejes
arrastrar por la ira, porque la ira conduce al asesinato. Ni tengas celos, ni
seas pendenciero, ni irascible; porque todas estas pasiones engendran los
homicidios. Hijo mío, no te dejes inducir por la concupiscencia, porque lleva a
la fornicación.
Evita las palabras deshonestas y las
miradas provocativas, puesto que de ambos proceden los adulterios. Hijo mío, no
consultes a los agoreros, puesto que conducen a la idolatría. Hijo mío, no seas
mentiroso, porque la mentira lleva al robo; ni seas avaro, ni ames la
vanagloria, porque todas estas pasiones incitan al robo. Hijo mío, no murmures,
porque la murmuración lleva a la blasfemia; ni seas altanero ni malévolo,
porque de ambos pecados nacen las blasfemias. Sé humilde, porque los humildes
heredarán la tierra.
Sé magnánimo y misericordioso, sin
malicia, pacífico y bueno, poniendo en práctica las enseñanzas que has
recibido. No te enorgullezcas, ni dejes que la presunción se apodere de tu
alma. No te acompañes con los orgullosos, sino con los justos y los humildes.
Acepta con gratitud las pruebas que sobrevinieren, recordando que nada nos
sucede sin la voluntad de Dios.
IV. Hijo mío, acuérdate de día y de noche, del que te anuncia la palabra de
Dios; hónrale como al Señor, puesto que donde se anuncia la palabra, allí está
el Señor. Busca constantemente la compañía de los santos, para que seas
reconfortado con sus consejos. Evita fomentar las disensiones, y procura la paz
entre los adversarios. Juzga con justicia, y cuando reprendas a tus hermanos a
causa de sus faltas, no hagas diferencias entre personas.
No tengas respecto de si Dios cumplirá
o no sus promesas. Ni tiendas la mano para recibir, ni la tengas cerrada cuando
se trate de dar. Si posees algunos bienes como fruto de tu trabajo, no pagarás
el rescate de tus pecados. No estés indeciso cuando se trate de dar, ni regañes
al dar algo, porque conoces al dispensador de la recompensa. No vuelvas la
espalda al indigente; reparte lo que tienes con tu hermano, y no digas que lo
tuyo te pertenece, porque si las cosas inmortales os son comunes, ¿con cuánta
mayor razón deberá serlo lo perecedero?
No dejes de la mano la educación de tu
hijo o de tu hija: desde su infancia enséñales el temor de Dios. A tu esclavo,
ni a tu criada mandes con aspereza, puesto que confían en el mismo Dios, para
que no pierdan el temor del Señor, que está por encima del amo y del esclavo,
porque en su llamamiento no hace diferencia en las personas, sino viene sobre
aquellos que el Espíritu ha preparado. En cuanto a vosotros, esclavos, someteos
a vuestros amos con temor y humildad, como si fueran la imagen de Dios.
Aborrecerás toda clase de hipocresía y
todo lo que desagrade al Señor. No descuides los preceptos del Señor, y guarda
cuanto has recibido, sin añadir ni quitar. Confesarás tus faltas a la iglesia y
te guardarás de ir a la oración con mala conciencia. Tal es el camino de la
vida.
V. He aquí el camino que conduce a la muerte: ante todo has de saber que es
un camino malo, que está lleno de maldiciones. Su término es el asesinato, los
adulterios, la codicia, la fornicación, el robo, la idolatría, la práctica de
la magia y de la brujería. El rapto, el falso testimonio, la hipocresía, la
doblez, el fraude; la arrogancia, la maldad, la desvergüenza; la
concupiscencia, el lenguaje obsceno, la envidia, la presunción, el orgullo, la
fanfarronería.
Esta es la senda en la que andan los
que persiguen a los buenos; los enemigos de la verdad, los amadores de la
mentira, los que desconocen la recompensa de la justicia; los que no se apegan
al bien, ni al justo juicio; los que se desvelan por hacer el mal y no el bien;
los vanidosos, aquellos que están muy alejados de la suavidad y de la
paciencia; que buscan retribución a sus actos, que no tienen piedad del pobre,
ni compasión del que está trabajando y cargado, quien ni siquiera tienen
conocimiento de su Creador. Los asesinos de niños, los corruptores de la obra
de Dios, que desvían al pobre, oprimen al afligido; que son los defensores del
rico y los jueces inicuos del pobre; en una palabra, son hombres capaces de
toda maldad. Hijos míos, alejaos de los tales.
VI. Ten cuidado que nadie pueda
alejarte del camino de la doctrina, porque tales enseñanzas no serían
agradables a Dios. Si pudieses llevar todo el yugo del Señor, serás perfecto;
sino haz lo que pudieres. Debes abstenerte, sobre todo, de carnes sacrificadas
a los ídolos, que es el culto ofrecido a dioses muertos.
SEGUNDA PARTE
DE LA LITURGIA Y DE LA
DISCIPLINA
VII. En cuanto al bautismo, he aquí cómo hay que
administrarle: Después de haber enseñado los anteriores preceptos, bautizad en
el agua viva, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Si no pudiere
ser en el agua viva, puedes utilizar otra; si no pudieres hacerlo con agua
fría, puedes servirte de agua caliente; si no tuvieres a mano ni una ni otra,
echa tres veces agua sobre la cabeza, en el nombre del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo. Antes del bautismo, debe procurarse que el que lo administra,
el que va a ser bautizado, y otras personas, si pudiere ser, ayunen. Al
neófito, le harás ayudar uno o dos días antes.
VIII. Es preciso que vuestros ayunos no
sean parecidos a los de los hipócritas, puesto que ellos ayunan el segundo y
quinto día de cada semana. En cambio vosotros ayunaréis el día cuatro y la
víspera del sábado. No hagáis tampoco oración como los hipócritas, sino como el
Señor lo ha mandado en su Evangelio. Vosotros oraréis así: «Padre nuestro que
estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga tu reino, hágase tu
voluntad en la tierra como en el cielo; danos hoy nuestro pan cotidiano;
perdónanos nuestra deuda como nosotros perdonamos a nuestros deudores, no nos
induzcas en tentación, sino líbranos del mal, porque tuyo es el poder y la
gloria por todos los siglos.»Orad así tres veces
al día.
IX. En lo concerniente a la eucaristía, dad gracias de esta manera. Al tomar
la copa, decid: «Te damos gracias, oh Padre nuestro, por la santa viña de
David, tu siervo, que nos ha dado a conocer por Jesús, tu servidor. A ti sea la
gloria por los siglos de los siglos.»Y después
del partimiento del pan, decid: «¡Padre nuestro! Te damos gracias por la
vida y por el conocimiento que nos has revelado por tu siervo, Jesús. ¡A Ti sea
la gloria por los siglos de los siglos! De la misma manera que este pan que
partimos, estaba esparcido por las altas colinas, y ha sido juntado, te
suplicamos, que de todas las extremidades de la tierra, reúnas a ti Iglesia en
tu reino, porque te pertenece la gloria y el poder (que ejerces) por
Jesucristo, en los siglos de los siglos.»Que
nadie coma ni bebe de esta eucaristía, sin haber sido antes bautizado en el
nombre del Señor; puesto que el mismo dice sobre el particular: «No deis lo
santo a los perros.»
X. Cuando estéis saciados (de la ágape), dad gracias de la manera siguiente:
«¡Padre santo! Te damos gracias por Tu santo nombre que nos has hecho habitar
en nuestros corazones, y por el conocimiento, la fe y la inmortalidad que nos
has revelado por Jesucristo, tu servidor. A ti sea la gloria por los siglos de
los siglos. ¡Dueño Todopoderoso! que a causa de Tu nombre has creado todo cuanto
existe, y que dejas gozar a los hombres del alimento y la bebida, para que te
den gracias por ello. A nosotros, por medio de tu servidor, nos has hecho la
gracia de un alimento y de una bebida espiritual es y de la vida eterna. Ante
todo, te damos gracias por tu poder. A Ti sea la gloria por los siglos de los
siglos. ¡Señor! Acuérdate de tu iglesia, para librarla de todo mal y para
completarla en tu amor.
¡Reúnela de los cuatro vientos del
cielo, porque ha sido santificada para el reino que le has preparado; porque a
Ti solo pertenece el poder y la gloria por los siglos de los siglos!»¡Ya que este mundo pasa, te pedimos que tu gracia
venga sobre nosotros! ¡Hosanna al hijo de David! El que sea santificado, que se
acerque, sino que haga penitencia. Maranatha ¡Amén! Permitid que los profetas
den las gracias libremente.
XI. Si alguien viniese de fuera para
enseñaros todo esto, recibidle. Pero si resultare ser un doctor extraviado, que
os dé otras enseñanzas para destruir vuestra fe, no le oigáis. Si por el contrario,
se propusiese haceros regresar en la senda de la justicia y del conocimiento
del Señor, recibidle como recibiríais al Señor. Ved ahí como según los
preceptos del Evangelio debéis portaros con los apóstoles y profetas.
Recibid en nombre del Señor a los
apóstoles que os visitaren, en tanto permanecieren un día o dos entre vosotros:
el que se quedare durante tres días, es un falso profeta. Al salir el apóstol,
debéis proveerle de pan para que pueda ir a la ciudad donde se dirija: si pide
dinero, es un falso profeta.
Al profeta que hablare por el espíritu,
no le juzgaréis, ni examinaréis; porque todo pecado será perdonado, menos éste.
Todos los que hablan por el espíritu; no son profetas, solo lo son, los que
siguen el ejemplo del Señor. Por su conducta, podéis distinguir al verdadero y
al falso profeta. El profeta, que hablando por el espíritu, ordenare la mesa y
comiere de ella, es un falso profeta.
El profeta que enseñare la verdad, pero
no hiciere lo que enseña, es un falso profeta. El profeta que fuere probado ser
verdadero, y ejercita su cuerpo para el misterio terrestre de la Iglesia, y que
no obligare a otros a practicar su ascetismo, no le juzguéis, porque Dios es su
juez: lo mismo hicieron los antiguos profetas. Si alguien, hablando por el espíritu,
os pidiere dinero u otra cosa, no le hagáis caso; pero si aconseja se dé a los
pobres, no le juzguéis.
XII. A todo el que fuere a vosotros en nombre del Señor, recibidle, y
probadle después para conocerle, puesto que debéis tener suficiente criterio
para conocer a los que son de la derecha y los que pertenecen a la izquierda.
Si el que viniere a vosotros, fuere un pobre viajero, socorredle cuanto podáis;
pero no debe quedarse en vuestra casa más de dos o tres días. Si quisiere
permanecer entre vosotros como artista, que trabaje para comer; si no tuviese
oficio ninguno, procurad según vuestra prudencia a que no quede entre vosotros
ningún cristiano ocioso. Si no quisiere hacer esto, es un negociante del
cristianismo, del cual os alejaréis.
XIII. El verdadero profeta, que quisiere fijar su residencia entre vosotros,
es digno del sustento; porque un doctor verdadero, es también un artista, y por
tanto digno de su alimento. Tomarás tus primicias de la era y el lagar, de los
bueyes y de las cabras y se las darás a los profetas, porque ellos son vuestros
grandes sacerdotes. Al preparar una hornada de pan, toma las primicias, y dalas
según el precepto. Lo mismo harás al empezar una vasija de vino o de aceite,
cuyas primicias destinarás a los profetas. En lo concerniente a tu dinero, tus
bienes y tus vestidos, señala tú mismo las primicias y haz según el precepto.
XIV. Cuando os reuniereis en el
domingo del Señor, partid el pan, y para que el sacrificio sea puro, dad
gracias después de haber confesado vuestros pecados. El que de entre vosotros
estuviere enemistado con su amigo, que se aleje de la asamblea hasta que se
haya reconciliado con él, a fin de no profanar vuestro sacrificio. He aquí las
propias palabras del Señor: «En todo tiempo y lugar me traeréis una víctima
pura, porque soy el gran Rey, dice el Señor, y entre los pueblos paganos, mi
nombre es admirable.»
XV. Para el cargo de obispos y diáconos
del Señor, elegiréis a hombres humildes, desinteresados, veraces y probados,
porque también hacen el oficio de profetas y doctores. No les menospreciéis,
puesto que son vuestros dignatarios, juntamente con vuestros profetas y
doctores. Amonestaos unos a otros, según los preceptos del Evangelio, en paz y
no con ira. Que nadie hable al que pecare contra su prójimo, y no se le tenga
ninguna consideración entre vosotros, hasta que se arrepienta. Haced vuestras
oraciones, vuestras limosnas y todo cuanto hiciereis, según los preceptos dados
en el Evangelio de nuestro Señor.
XVI. Velad por vuestra vida; procurando que estén ceñidos vuestros lomos y
vuestras lámparas encendidas, y estad dispuestos, porque no sabéis la hora en
que vendrá el Señor. Reuníos a menudo para buscar lo que convenga a vuestras
almas, porque de nada os servirá el tiempo que habéis profesado la fe, si no
fuereis hallados perfectos el último día.
Porque en los últimos tiempos abundarán
los falsos profetas y los corruptores, y las ovejas se transformarán en lobos,
y el amor se cambiará en odio. Habiendo aumentado la iniquidad, crecerá el odio
de unos contra otros, se perseguirán mutuamente y se entregarán unos a otros.
Entonces es cuando el Seductor del mundo hará su aparición y titulándose el
Hijo de Dios, hará señales y prodigios; la tierra le será entregada y cometerá
tales maldades como no han sido vistas desde el principio.
Los humanos serán sometidos a la prueba
del fuego; muchos perecerán escandalizados; pero los que perseverarán en la fe,
serán salvos de esta maldición. Entonces aparecerán las señales de la verdad.
Primeramente será desplegada la señal en el cielo, después la de la trompeta, y
en tercer lugar la resurrección de los muertos, según se ha dicho: «El Señor
vendrá con todos sus santos» ¡Entonces el mundo verá al Señor viniendo en las
nubes del cielo!
***
EL CREDO NICENO
(325 D.C.; REVISADO EN
CONSTANTINOPLA 381 D.C.)
Creo
en un solo Dios Padre Todopoderoso; Creador del cielo y de la tierra, y de
todas las cosas visibles e invisibles; Y en un solo Señor Jesucristo, Hijo
Unigénito de Dios, engendrado del Padre antes de todos los siglos, Dios de
Dios, Luz de Luz, verdadero Dios de Dios verdadero, engendrado, no hecho,
consubstancial con el Padre; por el cual todas las cosas fueron hechas; El
cual, por amor a nosotros y por nuestra salud descendió del cielo, y tomando
nuestra carne de la virgen María, por el Espíritu Santo, fue hecho hombre, y
fue crucificado por nosotros bajo el poder de Poncio Pilatos, padeció, y fue
sepultado; y al tercer día resucitó según las Escrituras, subió a los cielos y
está sentado a la diestra de Dios Padre.
Y
vendrá otra vez con gloria a juzgar a los vivos y a
los muertos; y su reino no tendrá fin. Y creo
en el Espíritu Santo, Señor y Dador de vida, procedente del Padre y del Hijo,'
el cual con el Padre y el Hijo juntamente es adorado y glorificado; que habló
por los profetas. Y creo en una santa Iglesia Católica y Apostólica. Confieso
un Bautismo para remisión de pecados, y espero
la resurrección de los muertos, y la
vida del Siglo venidero. Amén.
* * *
EL CREDO DE CALCEDONIA
(451
d.C.)
Nosotros,
entonces, siguiendo a los santos Padres, todos de común consentimiento,
enseñamos a los hombres a confesar a Uno y el mismo Hijo, nuestro Señor
Jesucristo, el mismo perfecto en Deidad y también perfecto en humanidad;
verdadero Dios y verdadero hombre, de cuerpo y alma racional; consustancial
(coesencial) con el Padre de acuerdo a la Deidad, y consustancial con nosotros
de acuerdo a la Humanidad; en todas las cosas como nosotros, sin pecado;
engendrado del Padre antes de todas las edades, de acuerdo a la Deidad; y en
estos postreros días, para nosotros, y por nuestra salvación, nacido de la
virgen María, de acuerdo a la Humanidad; uno y el mismo, Cristo, Hijo, Señor,
Unigénito, para ser reconocido en dos naturalezas, inconfundibles,
incambiables, indivisibles, inseparables; por ningún medio la distinción de
naturalezas desaparece por la unión, más bien es preservada la propiedad de
cada naturaleza y concurrentes en una Persona
y una Sustancia, no partida ni dividida en dos personas, sino
uno y el mismo Hijo, y Unigénito, Dios, la Palabra, el Señor Jesucristo; como
los profetas desde el principio lo han declarado con respecto a Él, y como el
Señor Jesucristo mismo nos lo ha enseñado, y el Credo de los Santos Padres que
nos ha sido dado.
* * *
EL CREDO ATANASIANO
(SIGLOS CUARTO-QUINTO
D.C.)
1.
Todo aquel que ha de ser salvo, antes de todas las cosas es necesario que
practique la fe cristiana.
2.
Tal fe la cuál excepto todos la observen completa y sin
mácula, sin duda ha de perecer eternamente.
3.
y la fe católica es esta: Que adoramos a un Dios Trino, Una
Trinidad en Unidad,
4.
No confundiendo las personas, ni dividiendo la sustancia [esencia].
5.
Porque Una es la Persona del Padre, Otra la del Hijo, y Otra
la del Espíritu Santo.
6.
Pero la Divinidad del Padre, la del Hijo, y la
del Espíritu Santo, es todo una, la Gloria igual, la Majestad coeterna.
7.
Tal como el Padre es, así es el Hijo, y así
es el Espíritu Santo.
8.
El Padre no es creado, el Hijo no es creado, y el
Espíritu Santo no es Creado.
9.
El Padre incomprensible [ilimitado], el Hijo incomprensible [ilimitado], y el
Espíritu Santo incomprensible [ilimitado].
10.
El Padre es eterno, el Hijo es eterno, y el
Espíritu Santo es Eterno.
11.
y ellos no son tres eternos, pero Un Eterno.
12.
Como tampoco existen tres incomprensibles [ilimitados], ni tres no creados,
pero si uno no creado, y uno incomprensible.
13.
Por lo que de la misma manera el Padre es Todopoderoso, el Hijo es
Todopoderoso, y el Espíritu Santo es Todopoderoso.
14.
y tampoco son tres Todopoderosos, pero un Todopoderoso.
15.
Por lo tanto, el Padre es Dios, El Hijo es Dios, y el
Espíritu Santo es Dios.
16.
y tampoco existen tres dioses, pero un solo Dios.
17.
Por lo tanto, de igual manera el Padre es Señor, el Hijo es Señor, y el
Espíritu Santo es Señor.
18.
y tampoco existen tres Señores, pero un solo Señor.
19.
y así como estamos obligados por la verdad cristiana a
reconocer a cada persona por sí misma como Dios y Señor, la religión católica
nos prohíbe decir que hay tres Dioses, o tres Señores.
21.
El Padre no es ni creado ni engendrado.
22.
El Hijo es el único del Padre, no hecho, ni creado, pero engendrado.
23.
El Espíritu Santo es del Padre y del
Hijo, no es hecho, ni creado, ni engendrado, pero procedente.
24.
Por lo tanto, existe un Padre, no tres Padres, un Hijo, no tres Hijos, un
Espíritu Santo, no tres Espíritus Santos.
25. Y en
esta Trinidad ninguno es antes del otro, o después del otro; ninguno es más
grande, o menor que otro.
26.
Pero las tres Personas completas son coeternas juntas y coiguales.
27.
Por lo tanto en todas estas cosas, como ya ha sido mencionado, La Unidad en
Trinidad y la Trinidad en Unidad debe ser Adorada.
28.
Por lo que aquel que será salvo, debe pensar en la Trinidad.
29.
Tanto más, es necesario para la salvación eterna que también se crea
correctamente en la encarnación de nuestro Señor Jesucristo.
30.
Porque la verdadera fe es, lo que creemos y confesamos, que nuestro Señor
Jesucristo, el Hijo de Dios, es Dios y Hombre;
31.
Dios, en la sustancia [esencia] del Padre, engendrado antes de los (mundo(s); y
hombre, en la sustancia [esencia] de su Madre, nacido en el mundo;
32.
Perfecto Dios y perfecto Hombre, de un alma razonable y subsistiendo en carne
humana;
33.
Igual al Padre, en lo concerniente a su Divinidad; e inferior al Padre, en lo
concerniente a su Humanidad.
34.
Quién aunque siendo Dios y Hombre, aun así él no es dos, pero un Cristo;
35.
Uno, no por la conversión de la Divinidad en carne, pero por tomar la asunción de
humanidad sobre Dios;
36.
Uno en todo, no por la confusión de sustancia [esencia], pero por la unidad de
Persona.
37.
Por lo que el alma razonable y la carne son un hombre, así Dios y Hombre es un
Cristo.
38.
Quién sufrió por nuestra salvación, descendió al infierno [Hades, mundo de los
Espíritus], se levantó otra vez al tercer día de entre los muertos.
39.
Ascendió al cielo, se sentó a la diestra del Padre, Dios [Dios el Padre]
Todopoderoso,
40.
De donde vendrá a juzgar a los vivos y los muertos.
41. y a
su venida todos los hombres se levantarán con sus cuerpos,
42.
y darán cuenta por sus obras.
43.
y los que hicieron lo bueno irán a la vida eterna, y los que
hicieron lo malo a fuego eterno.
44.
Esta es la fe católica, la que excepto un hombre crea fielmente [verdadera y
firmemente, no puede ser salvo.
* * *
ARTÍCULOS DE LA RELIGIÓN
(TREINTA Y NUEVE ARTÍCULOS) (1571: IGLESIA DE INGLATERRA)
I. DE LA FE EN LA SANTÍSIMA TRINIDAD
Hay
un solo Dios vivo y verdadero, eterno, sin cuerpo, partes o pasiones; de
infinito poder, sabiduría y bondad; el Creador y Conservador
de todas las cosas, así visibles como invisibles. Y en la unidad de esta
Naturaleza Divina hay Tres Personas de una misma sustancia, poder y eternidad;
el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
II. DEL VERBO, O DEL HIJO DE DIOS, QUE FUE HECHO
VERDADERO HOMBRE.
El
Hijo que es el Verbo del Padre, engendrado del Padre desde la eternidad, el
verdadero y eterno Dios, consustancial al Padre, tomó la naturaleza Humana en
el seno de la Bienaventurada Virgen, de su sustancia; de modo que las dos
naturalezas enteras y perfectas, esto es, Divina y Humana, se unieron
juntamente en una Persona, para no ser jamás separadas, de lo que resultó un
solo Cristo, verdadero Dios y verdadero Hombre; que verdaderamente padeció, fue
crucificado, muerto y sepultado, para reconciliamos con su Padre, y para ser
sacrificio, no solamente por la culpa original, sino también por todos los
pecados actuales de los hombres.
III. DEL DESCENSO
DE CRISTO A LOS INFIERNOS.
Como
Cristo murió por nosotros, y fue sepultado, también debemos creer que descendió
a los Infiernos.
IV. DE LA
RESURRECCIÓN DE CRISTO.
Cristo
resucitó verdaderamente de entre los muertos, y tomó de nuevo su cuerpo, con
carne, huesos y todas las cosas que pertenecen a la integridad de la naturaleza
humana; la que subió al Cielo, y allí está sentado, hasta que vuelva a juzgar a
todos los Hombres en el último día.
V. DEL ESPÍRITU
SANTO.
El Espíritu Santo, procede del
Padre y del Hijo, es de una misma sustancia, Majestad, y Gloria, con el Padre,
y con el Hijo, Verdadero y Eterno Dios.
VI. DE LA
SUFICIENCIA DE LAS SAGRADAS ESCRITURAS PARA LA SALVACIÓN.
La
Escritura Santa contiene todas las cosas necesarias para la Salvación: de modo
que cualquiera cosa que no se lee en ellas, ni con ellas se prueba, no debe
exigirse de hombre alguno que la crea como artículo de Fe, ni debe ser tenida
por requisito necesario para la Salvación. Bajo el nombre de Escritura Santa
entendemos aquellos Libros Canónicos del Antiguo y Nuevo Testamento. De cuya
autoridad nunca hubo duda alguna en la Iglesia.
DE LOS NOMBRES Y NÚMEROS DE LOS LIBROS CANÓNICOS.
Génesis,
Éxodo, Levítico, Números, Deuteronomio, Josué, Jueces, Rut, El primer libro de
Samuel, El segundo libro de Samuel, El primer libro de Reyes, El segundo libro
de Reyes, El primer libro de Crónicas El segundo libro de Crónicas, El primer
libro de Esdras El segundo libro de Esdras, El libro de Ester, El libro de Job,
Los Salmos, Eclesiastés, o el Predicador Cantares, o Canción de Salomón Cuatro
profetas mayores Doce profetas menores.
NUEVO TESTAMENTO
Mateo,
Marcos, Lucas, Juan, Hechos, Romanos, 1ª Corintios, 2ª Corintios, Gálatas,
Efesios, Filipenses, Colosenses, 1ª Tesalonicenses, 2ª Tesalonicenses, 1ª
Timoteo, 2ª Timoteo, Tito Filemón, Hebreos, Santiago 1ª Pedro 2ª Pedro, 1ª
Juan, 2ª Juan, 3ª Juan, Judas, Apocalipsis,
Los
otros Libros los lee la Iglesia para ejemplo de vida e instrucción de las
costumbres; más ella, no obstante no los aplica para establecer doctrina
alguna; y tales son los siguientes:
El
tercer libro de Esdras, Baruc el Profeta, El cuarto libro de Esdras, Mancebos,
El libro de Tobías, La historia de Susana, El libro de Judit, Be! y el Dragón.
El resto de libro de Ester, La oración de Manasés, El libro de Sabiduría, El primer
libro de Macabeos, Jesús el Hijo de Sirac, El segundo libro de Macabeos.
Recibimos y contamos por Canónicos todos los Libros del Nuevo Testamento, según
son recibidos comúnmente.
VII. DEL ANTIGUO
TESTAMENTO.
El
Antiguo Testamento no es contrario al Nuevo; puesto que en ambos, Antiguo y
Nuevo, se ofrece vida eterna al género humano por Cristo, que es el solo
Mediador entre Dios y el hombre, siendo Él, Dios y Hombre. Por lo cual no deben
escucharse los que se imaginan que los antiguos Patriarcas solamente tenían su
esperanza puesta en promesas temporales.
Aunque
la Ley de Dios dada por medio de Moisés, en lo tocante a Ceremonias y Ritos no
obliga a los Cristianos, ni deben necesariamente recibirse sus preceptos
Civiles en ningún Estado, no obstante, no hay Cristiano alguno que esté exento
de la obediencia a los Mandamientos que se llaman Morales.
VIII. DE LOS
CREDOS.
El
Credo Niceno y el comúnmente llamado de los Apóstoles, deben recibirse y
creerse enteramente, porque pueden probarse con los testimonios de las Santas
Escrituras.
IX. DEL PECADO
ORIGINAL O DE NACIMIENTO.
El
Pecado Original no consiste como vanamente propalan los Pelagianos, en la
imitación de Adán, sino que es el vicio y corrupción de la Naturaleza de todo
hombre que es engendrado naturalmente de la estirpe de Adán; por esto e! hombre
dista muchísimo de la justicia original, y es por su misma naturaleza inclinado
al mal, de suerte que la carne codicia siempre contra e! espíritu; y por lo
tanto el pecado original en toda persona que nace en este mundo, merece la ira
y la condenación de Dios.
Esta
infección de la naturaleza permanece también en los que son regenerados; por lo
cual la concupiscencia de la carne (llamada en griego phronema sarkas), que unos interpretan la sabiduría, otros la
sensualidad, algunos afección, y otros el deseo de la carne) no se sujeta a la
Ley de Dios. Y aunque no hay condenación alguna para los que creen y son
bautizados, todavía el Apóstol confiesa que la concupiscencia y mala
inclinación tienen de sí misma naturaleza de pecado.
X. DEL LIBRE
ALBEDRIO.
La
condición del Hombre después de la caída de Adán es tal, que ni puede
convertirse, ni prepararse con su fuerza natural y buenas obras, a la Fe e
Invocación de Dios. Por lo tanto no tenemos poder para hacer buenas obras
gratas y aceptables a Dios, sin que la Gracia de Dios por Cristo nos prevenga,
para que tengamos buena voluntad, y obre con nosotros, cuando tenemos esa buena
voluntad.
XI. DE LA
JUSTIFICACIÓN DEL HOMBRE.
Somos
reputados justos delante de Dios solamente por el mérito de nuestro Señor y Salvador
Jesucristo, por la Fe, y no por nuestras obras o merecimientos. Por lo cual,
que nosotros somos justificados por la Fe solamente, es Doctrina muy saludable
y muy llena de consuelo, como más ampliamente se expresa en la Homilía de la
justificación.
XII. DE LAS
BUENAS OBRAS.
Aunque
las Buenas Obras, que son fruto de la Fe y siguen a la justificación, no puedan
expiar nuestros pecados, ni soportar la severidad del juicio Divino; son, no
obstante, agradables y aceptas a Dios en Cristo y nacen necesariamente de una
verdadera viva Fe; de manera que por ellas puede conocerse la Fe viva tan
evidentemente, como se juzga del árbol por su fruto.
XIII. DE LAS
OBRAS ANTES DE LA JUSTIFICACIÓN.
Las
obras hechas antes de la gracia de Cristo, y de la Inspiración de su Espíritu,
no son agradables a Dios, porque no nacen de la Fe en Jesucristo, ni hacen a
los hombres dignos de recibir la Gracia, ni (en lenguaje escolástico) merecen
de congruo la Gracia; antes bien porque no son hechas como Dios ha querido y
mandado que se hagan, no dudamos que tengan naturaleza de pecado.
XIV. DE LAS OBRAS
DE SUPEREROGACIÓN
Obras
voluntarias no comprendidas en los Mandamientos Divinos, llamadas Obras de
Supererogación, no pueden enseñarse sin arrogancia e impiedad; porque por ellas
declaran los hombres que no solamente rinden a Dios todo cuanto están obligados
a hacer, sino que por su causa hacen más de lo que por deber riguroso les es
requerido; siendo así que Cristo claramente dice; cuando hubiereis hecho todas
las cosas que os están mandadas, decid: Siervos inútiles somos.
XV. DE CRISTO, EL
ÚNICO SIN PECADO.
Cristo
en la realidad de nuestra naturaleza fue hecho semejante a nosotros en todas
las cosas, excepto en el pecado, del cual fue enteramente exento tanto en su
carne, como en su Espíritu. Vino para ser el Cordero sin mancha, que por el
sacrificio de sí mismo una vez hecho, quitase los pecados del mundo.
Y
no hubo pecado en Él, como dice San Juan. Pero nosotros los demás hombres,
aunque bautizados, y nacidos de nuevo en Cristo, con todo eso ofendemos en
muchas cosas y; si decimos que no tenemos pecado nos engañamos a nosotros
mismos, y la verdad no está en nosotros.
XVI. DEL PECADO
DESPUÉS DEL BAUTISMO.
No
todo pecado mortal, voluntariamente cometido después del Bautismo, es pecado
contra el Espíritu Santo, e irremisible. Por lo cual a los caídos en pecado
después del Bautismo no debe negarse la gracia del arrepentimiento. Después de
haber recibido el Espíritu Santo, nos podemos apartar de la gracia recibida, y
caer en pecado, y por la Gracia de Dios de nuevo levantarnos y enmendar
nuestras vidas.
Y
por lo tanto debe condenarse a los que dicen, que ya no pueden volver a pecar
mientras vivan, o niegan el poder de ser perdonados a los que verdaderamente se
arrepientan.
XVII. DE LA
PREDESTINACIÓN Y ELECCIÓN.
La
Predestinación a la Vida es el eterno Propósito de Dios, (antes que fuesen
echados los cimientos de Mundo), quien por su invariable consejo, a nosotros
oculto, decretó librar de maldición y condenación a los que eligió en Cristo de
entre todos los hombres, y conducirles por Cristo a la Salvación eterna, como a
vasos hechos para honor.
Por
lo cual, los que son agraciados con un beneficio tan excelente de Dios, son
llamados según el propósito por su Espíritu que obra en debido tiempo: por la
Gracia obedecen a la vocación; son justificados gratuitamente; son hechos hijos
de Dios por Adopción, son Hechos conforme a la imagen de su Unigénito Hijo
Jesucristo; viven religiosamente en buenas obras, y finalmente llegan por la
misericordia de Dios a la eterna felicidad.
Como
la consideración piadosa de la Predestinación y de nuestra Elección en Cristo,
está llena de un dulce, suave e inefable consuelo para las personas piadosas, y
que sienten en sí mismas la operación del Espíritu de Cristo, que va
mortificando las obras de la carne y sus miembros mortales, y levantando su
ánimo a las cosas elevadas y celestiales, no solo porque establece y confirma
grandemente su fe en la Salvación eterna que han de gozar por medio de Cristo,
sino por que enciende fervientemente su amor hacia Dios; y así, para las
personas curiosas y carnales, destituidas del Espíritu de Cristo, el tener
continuamente delante de sus ojos la sentencia de la predestinación Divina, es
un precipicio muy peligroso, por el cual el diablo les impele a la
desesperación, o al abandono a la vida más impura, no menos peligrosa que la
desesperación.
Además
debemos recibir las promesas de Dios del modo que nos son generalmente
propuestas en la Escritura Santa; y en nuestros hechos seguir aquella Divina
Voluntad, que tenemos expresamente declarada en la Palabra de Dios.
XVIII. DE OBTENER
LA SALVACIÓN ETERNA SOLAMENTE POR EL NOMBRE DE CRISTO.
Deben
asimismo ser anatematizados los que se atreven decir, que todo hombre será
salvo por la Ley o la Secta que profesa, con tal que sea diligente en conformar
su vida con aquella Ley, y con la Luz de la Naturaleza. Porque la Escritura
Santa nos propone sola- mente el Nombre de Jesucristo, por medio del cual
únicamente han de salvarse los hombres.
XIX. DE LA
IGLESIA.
La
Iglesia visible de Cristo es una Congregación de hombres fieles, en la cual se
predica la pura Palabra de Dios, y se administran debidamente los Sacramentos
conforme a la institución de Cristo, en todas las cosas que por necesidad se
requieren para los mismos. Como la Iglesia de Jerusalén de Alejandría y de
Antioquía erraron, así también ha errado la Iglesia de Roma, no solo en cuanto
a la vida y las Ceremonias, sino también en materias de Fe.
XX. DE LA
AUTORIDAD DE LA IGLESIA.
La
Iglesia tiene poder para decretar Ritos o Ceremonias y autoridad en las
controversias de Fe; Sin embargo, no es lícito a la Iglesia ordenar cosa alguna
contraria a la Palabra Divina escrita, ni puede exponer un lugar de la
Escritura de modo que contradiga a otro. Por lo cual, aunque la Iglesia sea
Testigo y Custodio de los Libros Santos, sin embargo, así como no es lícito
decretar nada contra ellos, igualmente no debe presentar cosa alguna que no se
halle en ellos, para que sea creída como de necesidad para la salvación.
XXI. DE LA
AUTORIDAD DE LOS CONCILIOS GENERALES.
[El
Artículo Vigésimo primero de los Artículos antiguos se omite por tener una
naturaleza local y civil, y se sustituye en las demás partes, de los otros
Artículos.]
XXII. DEL
PURGATORIO.
La
doctrina Romana concerniente al Purgatorio, Indulgencias, Veneración y
Adoración, así de Imágenes como de Reliquias, y la Invocación de los Santos, es
una cosa tan fútil como vanamente inventada, que no se funda sobre ningún
testimonio de las Escrituras, antes bien repugna a la Palabra de Dios.
XXIII. DEL
MINISTERIO EN LA CONGREGACIÓN.
No
es lícito a hombre alguno tomar sobre sí el oficio de la Predicación pública, o
de la Administración de los Sacramentos en la Congregación, sin ser antes
legítimamente llamado, y enviado
a ejecutarlo. Ya estos debemos juzgarlos legalmente escogidos y llamados
a esa obra por los hombres que tienen autoridad pública, concedida en la
Congregación, para llamar y enviar Ministros a la Viña del Señor.
XXIV. DEL
LENGUAJE EN LA CONGREGACIÓN EN UN IDIOMA QUE ENTIENDA EL PUEBLO.
El
Decir Oraciones públicas en la Iglesia, o administrar los Sacramentos en lengua
que el pueblo no entiende, es una cosa claramente repugnante a la Palabra de
Dios y a la costumbre de la Iglesia primitiva.
XXV. DE LOS
SACRAMENTOS.
Los
Sacramentos instituidos por Cristo, no solamente son señales de la Profesión de
los Cristianos, sino más bien unos testimonios ciertos, y signos eficaces de la
gracia y buena voluntad de Dios hacia nosotros por los cuales obra Él
invisiblemente en nosotros y no solo aviva, mas también fortalece y confirma
nuestra fe en Él.
Dos
son los Sacramentos ordenados por nuestro Señor Jesucristo en el Evangelio, a
saber, el Bautismo y la Cena del Señor.
Los
otros cinco que comúnmente se llaman Sacramentos; la Confirmación, la
Penitencia, las Órdenes, el Matrimonio, y la Extremaunción, no deben reputarse
como Sacramentos del Evangelio, habiendo emanado, en parte, de una imitación
pervertida de los Apóstoles, y en parte son estados de la vida aprobados en las
Escrituras; pero que no tienen la esencia de Sacramentos, semejante al Bautismo
y a la Cena del Señor, porque carecen de signo alguno visible, o ceremonia
ordenada de Dios.
Los
Sacramentos no fueron instituidos por Cristo para ser contemplados, o llevados
en procesión, sino para que hagamos debidamente uso de ellos. Y sólo en
aquellos que los reciben dignamente producen ellos el efecto saludable, pero
los que indignamente los reciben, se adquieren para sí mismos, como dice San
Pablo, condenación.
XXVI. QUE LA
INDIGNIDAD DE LOS MINISTROS NO IMPIDE EL EFECTO DE LOS SACRAMENTOS.
Aunque
en la Iglesia visible los malos están siempre mezclados con los buenos, y
algunas veces los malos obtienen autoridad superior en el Ministerio de la
Palabra y de los Sacramentos, no obstante, como no lo hacen en su propio
nombre, sino en el de Cristo, ni ministran por medio de su comisión y
autoridad; aprovechamos su ministerio, oyendo la Palabra de Dios y recibiendo
los Sacramentos.
Ni
el efecto de la Institución de Cristo se frustra por su iniquidad, ni la gracia
de los dones divinos se disminuye con respecto a los que rectamente y con Fe
reciben los Sacramentos que se les ministran; los que son eficaces, aunque sean
ministrados por los malos, a causa de la institución y promesa de Cristo.
Pertenece, empero, a la disciplina de la Iglesia el que se inquiera sobre los
malos Ministros, que sean acusados por los que tengan conocimiento de sus
crímenes; y que hallados finalmente culpables, sean depuestos por sentencia
justa.
XXVII. DEL
BAUTISMO.
El
Bautismo no es solamente un signo de la profesión y una nota de distinción, por
la que se identifican los Cristianos de los no bautizados; sino también es un
signo de la Regeneración o Renacimiento, por el cual, como por instrumento, los
que reciben rectamente el Bautismo son injertos en la Iglesia; las promesas de
la remisión de los pecados, y la
de nuestra Adopción como Hijos de Dios por medio del Espíritu Santo, son
visiblemente señaladas y selladas; la Fe es confirmada, y la Gracia, por virtud
de la oración a Dios, aumentada. El Bautismo de los niños, como más conforme
con la institución de Cristo, debe conservarse enteramente en la Iglesia.
XXVIII. DE LA
CENA DEL SEÑOR.
La
Cena del Señor no es solamente signo del amor mutuo de los Cristianos entre sí;
sino más bien un Sacramento de nuestra Redención parla muerte de Cristo; de
modo que para los que recta, dignamente y con Fe la reciben, el Pan que
partimos es participación del Cuerpo de Cristo; y del mismo modo la Copa de
Bendición es participación de la Sangre de Cristo.
La
Transustanciación (o el cambio de la sustancia del Pan y del Vino), en la Cena
del Señor, no puede probarse por las Santas Escrituras; antes bien repugna a
las palabras terminantes de los Libros Sagrados, trastorna la naturaleza del
Sacramento, y ha dado ocasión a muchas supersticiones.
El
Cuerpo de Cristo se da, se toma, y se come en la Cena de un modo celestial y
espiritual únicamente; y el medio por el cual el Cuerpo de Cristo se recibe y
se come en la Cena, es la Fe. El Sacramento de la Cena del Señor ni se
reservaba, ni se llevaba en procesión, ni se elevaba, ni se adoraba, en virtud
de mandamiento de Cristo.
XXIX. DE LOS
IMPÍOS; QUE NO COMEN EL CUERPO DE CRISTO AL PARTICIPAR DE LA CENA DEL SEÑOR.
Los
Impíos, y los que no tienen Fe viva, aunque compriman carnal y visiblemente con
sus dientes, como dice San Agustín, el Sacramento del Cuerpo y de la Sangre de
Cristo, no por eso son en manera alguna participantes de Cristo; antes bien,
comen y beben para su condenación el Signo o Sacramento de una cosa tan
importante.
XXX. DE LAS DOS
ESPECIES.
El
Cáliz del Señor no debe negarse a los laicos; puesto que ambas partes del
Sacramento del Señor, debe ministrarse igualmente a todos los Cristianos por
ordenanza y mandato de Cristo.
XXXI. DE LA ÚNICA
OBLACIÓN DE CRISTO CONSUMADA EN LA CRUZ.
La
Oblación de Cristo una vez hecha, es la perfecta Redención, Propiciación y
Satisfacción por todos los pecados de todo el mundo, así originales como
actuales; y ninguna otra Satisfacción hay por los pecados, sino ésta
únicamente. Y así los Sacrificios de las misas, en los que se dice comúnmente
que el Presbítero ofrece a Cristo en remisión de la pena o culpa por los vivos
y por los muertos, son fábulas blasfemas, y engaños peligrosos.
XXXII. DEL MATRIMONIO DE LOS
PRESBÍTEROS.
Ningún
precepto de la Ley Divina manda a los Obispos, Presbíteros y Diáconos vivir en
el estado del Celibato, o abstenerse del Matrimonio; es lícito, lo mismo que a
los demás Cristianos, contraer a su discreción el estado del Matrimonio, si
creyeren que así les conviene mejor para la piedad.
XXXIII. COMO
DEBEN EVITARSE LAS PERSONAS EXCOMULGADAS.
La
persona que, por una denuncia pública de la Iglesia, se ha separado de la
Unidad de la misma y ha sido debidamente excomulgada, se debe considerar por
todos los fieles como si fuese un Pagano y un Publicano, mientras que
por medio del arrepentimiento no se reconcilie públicamente con la Iglesia y
sea recibida por un Juez debidamente autorizado.
XXXIV. DE LAS
TRADICIONES DE LA IGLESIA.
No
es necesario que las Tradiciones y Ceremonias sean en todo lugar las mismas o
totalmente parecidas; porque en todos los tiempos fueron diversas, y pueden
mudarse según la diversidad de países, tiempos y costumbres, con tal que en
ellas nada se establezca contrario a la Palabra de Dios.
Cualquiera
que por su juicio privado voluntariamente y de intento quebranta
manifiesta-mente las Tradiciones y Ceremonias de la Iglesia, que no son
contrarias a la Palabra de Dios, y que están ordenadas y aprobadas por la
Autoridad pública, debe para que teman otros hacer lo mismo, ser públicamente
reprendido como perturbador del orden común de la Iglesia, como ofensor de la
autoridad del Magistrado, y como quien vulnera las conciencias de los hermanos
débiles.
Toda
Iglesia particular o nacional tiene facultad para instituir, mudar abrogar las
ceremonias o ritos eclesiásticos instituidos únicamente por la autoridad
humana, con tal que todo se haga para edificación.
XXXV. DE LAS HOMILÍAS.
El
segundo Tomo de las Homilías, cuyos títulos hemos reunido al pie de este
Artículo, contiene una Doctrina piadosa, saludable y necesaria para estos
tiempos, e igualmente, el primer Tomo de las Homilías publicadas en tiempo de
Eduardo Sexto; y por lo tanto juzgamos que deben ser leídas por los Ministros
clara y diligentemente en las Iglesias, para que el Pueblo las entienda.
NOMBRES DE LAS
HOMILÍAS
1.
Del recto uso de la Iglesia.
2.
Contra el peligro de la Idolatría.
3.
De la reparación, y aseo de las Iglesias.
4.
De las buenas obras; y del Ayuno en primer lugar.
5.
Contra la Glotonería, y Embriaguez.
6.
Contra el Lujo excesivo de Vestido.
7.
De la Oración.
8.
Del Lugar y Tiempo de la Oración.
9. Que
las oraciones Comunes y los Sacramentos deben celebrarse, y administrase en
lengua conocida.
10.
De la respetuosa veneración de la Palabra de Dios.
11.
Del hacer limosnas.
12. De
la Natividad de Cristo.
13.
De la Pasión de Cristo.
14.
De la Resurrección de Cristo.
15.
De la digna Recepción del Sacramento del Cuerpo y de la Sangre de Cristo.
16.
De los Dones del Espíritu Santo.
17.
Para los días de Rogativa.
18.
Del Estado de Matrimonio.
19.
Del Arrepentimiento.
20.
Contra la Ociosidad.
21.
Contra la Rebelión.
XXXVI. DE LA
CONSAGRACIÓN DE LOS OBISPOS Y MINISTROS.
El
Libro de la consagración de los Obispos, y de la ordenación de los Presbíteros
y Diáconos, según está declarado por la Convención General de esta Iglesia en
1792, contiene todas las cosas necesarias a tal Consagración y Ordenación, no
contiene cosa alguna que sea en sí supersticiosa o impía. Y, por tanto,
cualquiera quesea consagrado u ordenado según dicha Forma, decretamos que está
justa, regular y legalmente consagrado y ordenado.
XXXVII. DEL PODER
DE LOS MAGISTRADOS CIVILES.
El
Poder del Magistrado Civil se extiende a todos los hombres, clérigos y laicos,
en todas las cosas temporales; más no tiene autoridad alguna en las cosas
puramente espirituales. Y mantenemos que es el deber de todos los hombres que
profesan el Evangelio, obedecer respetuosamente a la autoridad civil regular y
legalmente constituida.
XXXVIII. QUE LOS
BIENES DE LOS CRISTIANOS NO SON COMUNES.
Las
riquezas y los bienes de los Cristianos no son comunes en cuanto al derecho,
título y posesión, como falsamente se jactan ciertos Anabaptistas. Pero todos
deben dar liberalmente limosnas a los pobres de lo que poseen y según
sus posibilidades.
XXXIX. DEL
JURAMENTO DEL CRISTIANO.
Así
como confesamos estar prohibido a los Cristianos por nuestro Señor Jesucristo,
y por su Apóstol Santiago, el juramento vano y temerario; también juzgamos que
la Religión Cristiana de ningún modo prohíbe que uno jure cuando lo exige el
Magistrado en causa de Fe y Caridad, con tal que esto se haga según la doctrina
del Profeta, en Justicia, enjuicio, y en Verdad.
* * *
LA CONFESIÓN DE FE DE WESTMINSTER (1643-46)
CAPÍTULO 1: LAS
SANTAS ESCRITURAS
1.
Aunque la luz de la naturaleza y las obras de creación y de providencia
manifiestan la bondad, sabiduría y poder de Dios, de tal manera que los hombres
quedan sin excusa, sin embargo, no son suficientes para dar aquel conocimiento
de Dios y de su voluntad que es necesario para la salvación; por lo que le
plugo a Dios en varios tiempos y de diversas maneras revelarse a sí mismo y
declarar su voluntad a su Iglesia; y además para conservar y propagar mejor la
verdad y para mayor consuelo y establecimiento de la Iglesia contra la
corrupción de la carne, malicia de Satanás y del mundo, le plugo dejar esa
revelación por escrito, por todo lo cual las Santas Escrituras son muy
necesarias y tanto más cuanto que han cesado ya los modos anteriores por los
cuales Dios reveló su voluntad a su pueblo.
2.
Bajo el título de «Santas Escrituras» o la Palabra de Dios escrita, se
contienen todos los libros del Antiguo y Nuevo Testamento, y los cuales son
como sigue:
ANTIGUO TESTAMENTO
Génesis,
Éxodo, Levítico, Números, Deuteronomio, Josué, Jueces, Rut. 1ª Samuel,
2ª Samuel, 1 Reyes, 2ª Reyes, 1ª Crónicas, 2ª Crónicas, Esdras, Nehemías,
Ester, Job, Salmos, Proverbios, Eclesiastés, Cantar de los cantares, Isaías,
Jeremías, Lamentaciones, Ezequiel, Daniel, Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás,
Miqueas, Nahúm, Habacuc, Sofonías, Hageo, Zacarías, Malaquías
NUEVO TESTAMENTO
Mateo,
Marcos, Lucas, Juan, Hechos, Romanos, 1ª Corintios, 2ª Corintios, Gálatas,
Efesios, Filipenses, Colosenses, 1ª Tesalonicenses, 2ª Tesalonicenses, 1ª
Timoteo, 2 a Timoteo, Tito Filemón, Hebreos, Santiago 1ª Pedro
2ª Pedro, 1ª Juan, 2ª Juan, 3ª Juan, Judas, Apocalipsis,
Todos
estos fueron dados por inspiración de Dios para que sean la regla de fe y de
conducta.
3.
Los libros comúnmente titulados Apócrifos, por no ser de inspiración divina, no
deben formar parte del canon de las Santas Escrituras, y por lo tanto no son de
autoridad para la Iglesia de Dios, ni deben aceptarse ni usarse sino de la
misma manera que otros escritos humanos.
4.
La autoridad de la Santa Escritura, por la que ella deben ser creídas y
obedecidas, no dependen del testimonio de ningún hombre o Iglesia, sino
enteramente del de Dios (quien en sí mismo es la verdad), el autor de ellas; y
deben ser creídas, porque son la Palabra de Dios.
5.
El testimonio de la Iglesia puede movernos e
inducirnos a tener para las Santas Escrituras una estimación alta y
reverencial; a la vez que el carácter celestial del contenido de la Biblia, la
eficacia de su doctrina, la majestad de su estilo, el consenso de todas sus
partes, el fin que se propone alcanzar en todo el libro (que es el de dar toda
gloria a Dios), el claro descubrimiento que hace el único modo por el cual
puede alcanzar la salvación el hombre, la multitud incomparable de otras de sus
excelencias y su entera perfección, son todos argumentos por los cuales la
Biblia demuestra abundantemente que es la Palabra de Dios. Sin embargo, nuestra
persuasión y completa seguridad de que su verdad es infalible y su autoridad
divina, proviene de la obra del Espíritu Santo, quien da testimonio a nuestro
corazón con la palabra divina y por medio de ella.
6.
Todo el consejo de Dios tocante a todas las cosas necesarias para su propia
gloria y para la salvación, fe y vida del hombre, está expresamente expuesto en
las Escrituras, o se puede deducir de ellas por buena y necesaria
consecuencia, y, a esta revelación de su voluntad, nada será añadido, ni por
nuevas revelaciones del Espíritu, ni por las tradiciones de los hombres. Sin
embargo, confesamos que la iluminación interna del Espíritu de Dios es
necesaria para que se entiendan de una manera salvadora las cosas reveladas en
la Palabra, y que hay algunas circunstancias tocante al culto de Dios y al
gobierno de la iglesia, comunes a las acciones y sociedades humanas, que deben
arreglarse conforme a la luz de la naturaleza y de la prudencia cristiana, pero
guardándose siempre las reglas generales de la Palabra.
7.
Las cosas contenidas en las Escrituras, no todas son igualmente claras ni se
entienden con la misma facilidad por todos; sin embargo, las cosas que
necesariamente deben saberse, creerse y guardarse para conseguir la salvación,
se proponen y declaran en uno u otro lugar de las Escrituras, de tal manera que
no solo los eruditos, sino aun los que no lo son, pueden adquirir un
conocimiento suficiente de tales cosas por el debido uso de los medios
ordinarios.
8.
El Antiguo Testamento es auténtico en el Hebreo, (que era el idioma común del
pueblo de Dios antiguamente), y el Nuevo Testamento lo es en el Griego, (que en
el tiempo en que fue escrito era el idioma más conocido entre las naciones),
porque en aquellas lenguas fueron inspirados directamente por Dios, y guardados
puros en todos los siglos por su cuidado y providencia especiales. Por esta
razón debe apelarse finalmente a los originales en esos idiomas en toda
controversia.
Como
estos idiomas originales no se conocen por todo el pueblo de Dios, el cual
tiene el derecho de poseer las Escrituras y gran interés en ellas, a las que
según el mandamiento debe leer y escudriñar en el temor de Dios, se sigue que
la Biblia debe traducirse a la lengua vulgar de toda nación a donde sea llevada
para que morando abundantemente la Palabra de Dios en todos, puedan adorarlo de
una manera aceptable, y para
que por la paciencia y consolación de las Escrituras tengan esperanza.
9.
La regla infalible para interpretar la Biblia, es la Biblia misma, y por tanto,
cuando hay dificultad respecto al sentido verdadero y pleno de un pasaje
cualquiera (cuyo significado no es múltiple, sino uno solo), este se puede
buscar y establecer por otros pasajes que hablan con la misma claridad del
asunto.
10.
El juez Supremo por el cual deben decidirse todas las controversias religiosas,
todos los decretos de los concilios, las opiniones de los hombres antiguos, las
doctrinas de hombres y de espíritus privados, y en cuya sentencia debemos
descansar, no es ningún otro más que el Espíritu Santo que habla en las
Escrituras.
CAPÍTULO 2: DIOS Y LA SANTÍSIMA TRINIDAD
1.
No hay sino un solo Dios, el único viviente y verdadero, quien es infinito en
su ser y perfecciones, espíritu purísimo, invisible, sin cuerpo, miembros o
pasiones, inmutable, inmenso, eterno, incomprensible, todopoderoso, sabio,
santo, absoluto que hace todas las cosas según el consejo de su propia
voluntad, que es inmutable y justísimo y para su propia gloria.
También
Dios es amoroso, benigno y misericordioso, longánimo, abundante en bondad y
verdad, perdonando toda iniquidad, trasgresión y pecado, galardonador de todos
los que le buscan con diligencia, y sobre todo muy justo y terrible en sus
juicios, que odia todo pecado y que de ninguna manera dará por inocente al
culpable.
2.
Dios posee en sí mismo y por él mismo toda vida, gloria, bondad y
bienaventuranza, es suficiente en todo, en sí mismo y respecto a sí mismo, no
teniendo necesidad de ninguna de las criaturas que él ha hecho, ni derivando
ninguna gloria de ellas sino que solamente manifiesta su propia gloria en
ellas, por ellas, hacia ellas y sobre ellas.
Él
es la única fuente de todo ser, de quien, por quien y para quien son todas las
cosas, teniendo sobre ellas el más soberano dominio, y haciendo por ellas, para
ellas, y sobre ellas toda voluntad. Todas las cosas están abiertas y
manifiestas delante de su vista, su conocimiento es infinito, infalible e
independiente de toda criatura, de modo que para él no hay ninguna cosa
contingente o dudosa.
Es
santísimo en todos sus consejos, en todas sus obras y en todos sus mandatos. A
él son debidos todo culto, adoración, servicio y obediencia que tenga a bien
exigir de los ángeles, de los hombres y de toda criatura.
3.
En la unidad de la Divinidad hay tres personas en una sustancia, poder y
eternidad: Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. El Padre no es de
nadie, ni es engendrado, ni precedente de nadie; el Hijo es engendrado al
eterno del Padre, y el Espíritu Santo procede eternamente del Padre y del Hijo.
CAPÍTULO 3: EL
DECRETO ETERNO DE DIOS
1.
Dios desde la eternidad, por el sabio y santo consejo de su voluntad, ordenó
libre e inalterablemente todo lo que sucede. Sin embargo, lo hizo de tal
manera, que Dios ni es autor del pecado, ni hace violencia al libre albedrío de
sus criaturas, ni quita la libertad ni contingencia de las causas secundarias,
sino más bien las establece.
2.
Aunque Dios sabe todo lo que puede suceder en cada clase de condición o
contingencia que se puede suponer, sin embargo, nada decretó porque lo preveía
como porvenir o como cosa que sucedería en circunstancias dadas.
3.
Por el decreto de Dios y para la manifestación de su propia gloria, algunos
hombres y ángeles, son predestinados a vida eterna, y otros Preordenados a
muerte eterna.
4.
Estos hombres y ángeles así predestinados y Preordenados, están designados
particular e inalterablemente, y su número es tan cierto y definido que ni se
puede aumentar ni disminuir.
5.
A aquellos que Dios ha predestinados para vida desde antes que fuesen puestos
los fundamentos del mundo, conforme a su eterno e inmutable propósito y al
consejo y beneplácito secreto de su propia voluntad, los ha escogidos en Cristo
para la gloria eterna, más esto por su libre gracia y puro amor, sin la
previsión de la fe o buenas obras, de la perseverancia en ellas o de cualquiera
otra cosa en la criatura como condición o causa que le mueva a ello, y lo ha
hecho todo para alabanza de su gracia gloriosa.
6.
Así como Dios ha designado a los elegidos para gloria, de la misma manera, por
el propósito libre y eterno de su voluntad, ha pre-ordenado también los medios
para ello. Por tanto, los que son elegidos, habiendo caído en Adán, son
redimidos por Cristo, y en debido tiempo eficazmente llamados, santificados, y
guardados por su poder, por medio de la fe, para salvación. Nadie más será
redimido por Cristo, eficazmente llamado, justificado, adoptado, santificado y
salvado, sino solamente los elegidos.
7.
Respecto a los demás hombres del género humano, le ha placido a Dios, según el
consejo inescrutable de su propia voluntad, por el cual otorga su misericordia
o deja de hacerlo según quiere, para la gloria de su poder soberano sobre todas
las criaturas, quiso pasarles por alto y ordenarles a deshonra y a ira a causa
de sus pecados, para alabanza de la justicia gloriosa de Dios.
8.
La doctrina de este alto misterio de la predestinación debe tratarse con
especial prudencia y cuidado, para que los hombres, persuadidos de su vocación
eficaz, se aseguren de su elección eterna, y atendiendo a la voluntad revelada
en la palabra de Dios cedan la obediencia a ella. De esta manera la doctrina
dicha proporcionará motivos de alabanza, reverencia y admiración a Dios. Y
también de humildad, diligencia y abundante consuelo a todos los que
sinceramente obedecen al evangelio.
CAPÍTULO 4: LA
CREACIÓN
1. Plugo
a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo para la manifestación de la gloria de su
poder, sabiduría y bondad eterna, crear o hacer de la nada, en el principio, el
mundo y todas las cosas que en él están, ya sean visibles o invisibles, en el
espacio de seis días y todas muy buenas.
2. Después
que Dios hubo creado todas las demás criaturas, creó al hombre, varón y hembra,
con alma racional e inmortal, dotados de conocimiento, justicia y santidad
verdadera, a la imagen de Dios, teniendo la ley de éste escrita en su corazón,
y dotados del poder de cumplirla, sin embargo, había la posibilidad de que la
quebrantaran dejados a su libre albedrío que era mutable. Además de esta ley
escrita en su corazón, recibieron el mandato de no comer del árbol de la
ciencia del bien y del mal y mientras guardaron este mandamiento, fueron
fieles, gozando de comunión con Dios, y teniendo dominio sobre las criaturas.
CAPÍTULO 5: LA
PROVIDENCIA
1.
Dios, el gran creador de todo, sostiene, dirige, dispone y gobierna a todas las
criaturas, acciones y cosas, desde la más grande hasta la más pequeña, por su
sabia y santa providencia, conforme a su presciencia infalible, para la
alabanza de la gloria de su sabiduría, poder, justicia, bondad y misericordia.
2.
Aunque con respecto a la presciencia y decreto de Dios, causa primera, todas
las cosas sucederán inmutable e infaliblemente, sin embargo, por la misma
providencia las ha ordenado de tal manera, que sucederán conforme a la
naturaleza de las causas secundarias, sean necesarias, libres o contingentes.
3.
Dios en su providencia ordinaria hace uso de medios; a pesar de esto, es libre
para obrar sin ellos, sobre ellos, y contra ellos, según le plazca.
4.
El poder todopoderoso, la sabiduría inescrutable y la bondad infinita de Dios
se manifiestan en su providencia de tal manera, que se extiende aun hasta la
primera caída y a todos los otros pecados de los ángeles y de los hombres, y
esto no solo por un mero permiso, sino limitándolos, de un modo sabio y
poderoso, y ordenándolos de
otras maneras en sus dispensación múltiple para sus propios tienes santos, pero
de tal modo que lo pecaminoso procede solo de la criatura, y no de Dios, quien
es justísimo y santísimo, por lo mismo, no es, ni puede ser el autor o
aprobador del pecado.
5.El
todo sabio, justo y benigno Dios, a menudo deja por algún tiempo a sus hijos en
las tentaciones multiformes y en la corrupción de sus propios corazones, a fin
de corregirles de sus pecados anteriores o para descubrirles la fuerza oculta
de la corrupción, para humillarlos, y para infundir en ellos el sentimiento de
una dependencia más íntima y constante de Él como su apoyo, y para hacerles más
vigilantes contra todas las ocasiones futuras del pecado, y para otros muchos
fines santos y justos.
6.
En cuanto a aquellos hombres malvados e impíos a quienes Dios como juez justo
ha cegado y endurecido a causa de sus pecados anteriores, no sólo les retira su
gracia por la cual podrán haber alumbrado sus entendimientos y recibido en su
corazón su influjo salvador, sino también algunas veces les retira los dones
que ya tenían, y los deja expuestos a objetos que son causa de pecado debido a
la corrupción humana, y a la vez les entrega a sus propias concupiscencias, a
las tentaciones del mundo y al poder de Satanás, de donde sucede que se
endurecen bajo los mismos medios que Dios emplea para enternecer a los demás.
7.
Así como la providencia de Dios alcanza, en general a todas las criaturas, así también
de un modo especial cuida a su Iglesia y dispone todas las cosas para el bien
de ella.
CAPÍTULO 6: LA
CAÍDA DEL HOMBRE, EL PECADO Y SU CASTIGO
1.
Nuestros primeros padres, seducidos por la sutileza y tentación de Satanás,
pecaron comiendo del fruto prohibido. Plugo a Dios, conforme a su sabio y santo
propósito, permitir este pecado proponiéndose ordenarlo para su propia gloria.
2.
Por este pecado cayeron de su justicia original y perdieron la comunión con
Dios, y así quedaron muertos en el pecado, y totalmente corrompidos en todas
las facultades y partes del alma y del
cuerpo.
3.
Siendo ellos la raíz de la raza humana, la culpa de este pecado fue imputada a
su posteridad, y la misma muerte en el pecado y la naturaleza corrompida se
transmitieron a aquella que desciende de ellos según la generación ordinaria.
4.
De esta corrupción original, por la cual carecemos de disposición y aptitud
para todo bien; y estamos opuestos a este, así como enteramente inclinados a
todo mal, dimanan todas nuestras transgresiones actuales.
5.
Esta corrupción de naturaleza dura toda la vida aun en aquellos que son
regenerados, y aun cuando sea perdonada y amortiguada por medio de la fe en
Cristo, sin embargo, ella, y todos los efectos de ella son verdadera y
propiamente pecado.
6.
Todo pecado, ya sea original o actual, siendo una trasgresión de la justa ley
de Dios y contrario a ella por su propia naturaleza trae culpabilidad sobre el
pecador, por lo que este queda bajo la ira de Dios, de la maldición de la ley,
y por lo tanto sujeto a la muerte, con todas las miserias espirituales,
temporales y eternas.
CAPÍTULO 7: EL
PACTO DE DIOS CON EL HOMBRE
1.
La distancia que media entre Dios y la criatura es tan grande, que aun cuando
las criaturas racionales le deben obediencia como a su Creador, sin
embargo, el1as no podrán nunca tener fruición con Él como su bienaventuranza o
galardón, si no es por alguna condescendencia voluntaria de parte de Dios,
habiéndole placido a Este expresarla por medio de un pacto.
2.
El primer pacto hecho con el hombre fue un pacto de obras, en el que se
prometía la vida a Adán, y en este a su posteridad, bajo la condición de una
obediencia personal perfecta.
3.
El hombre, por su caída, se hizo indigno de la vida por aquel pacto, por lo que
plugo a Dios hacer un nuevo pacto, llamado de gracia, según el cual Dios ofrece
libremente a los pecadores vida y salvación por Cristo, exigiéndoles la fe en
este para que puedan ser salvos, y prometiendo dar su Espíritu Santo a todos
aquellos que ha ordenado para vida, dándoles así voluntad y capacidad para
creer.
4.
Este pacto de gracia se enuncia con frecuencia en las Escrituras con el nombre
de testamento, con referencia a la muerte de Jesucristo el testador, y a la
herencia sempiterna con todas las cosas que a esta pertenecen y están legadas
por Él.
5.
Este pacto ha sido administrado de un modo diferente bajo la ley y en el tiempo
del Evangelio. Bajo la ley se administraba por promesas, profecías,
sacrificios, la circuncisión, el cordero pascual y otros tipos y ordenanzas
entregados al pueblo judío y que señalaban a Cristo que había de venir, siendo
suficientes y eficaces para los de aquel tiempo por la operación del Espíritu
Santo, instruyendo y edificando a los elegidos en la fe en el Mesías prometido,
por quien tenemos plena remisión de pecados y salvación eterna. A esa
dispensación se le llama Antiguo Testamento.
6.
Bajo el Evangelio, donde Cristo, la sustancia, presenta las ordenanzas por las
cuales dispensa este pacto, son: la predicación de la Palabra, la
administración de los sacramentos del Bautismo y de la Cena del Señor; y aun
cuando son pocas en número y administradas con mayor sencillez y menos gloria
exterior, sin embargo, en ellas se presenta con más plenitud, evidencia y
eficacia espiritual a todas las naciones, así a los Judíos como a los Gentiles,
y se le llama Nuevo Testamento. Con todo, no son dos pactos de gracia
diferentes en sustancia, sino uno y el mismo bajo diversas dispensaciones.
CAPÍTULO 8:
CRISTO EL MEDIADOR
1.
Plugo a Dios en su propósito eterno escoger y ordenar al Señor Jesucristo, su
Unigénito Hijo, para que fuese el Mediador entre Dios y el hombre, y como tal,
Él es Profeta, Sacerdote y Rey, el Salvador y cabeza de su Iglesia, desde la
eternidad le dio Dios un pueblo para que fuese su simiente, y que ha debido
tiempo lo redimiera, llamará, justificara, santificara y glorificara.
2.
El Hijo de Dios, la segunda persona de la Trinidad, siendo verdadero y eterno
Dios, igual y de una sustancia con el Padre, habiendo llegado la plenitud del
tiempo, tomo sobre si la naturaleza del hombre, con todas sus propiedades
esenciales y con sus debilidades comunes, más sin pecado. Fue concebido por el
poder del Espíritu Santo en el vientre de la virgen María, de la sustancia de
esta. Así que, dos naturalezas perfectas y distintas, la divina y humana, se
unieron inseparablemente en una persona, pero sin conversión, composición o
confusión alguna. Esta persona es verdadero Dios y verdadero hombre, un Cristo,
el único mediador entre Dios y el hombre.
3.
El Señor Jesús, en su naturaleza humana unida así a la divina, fue ungido y
santificado con el Espíritu Santo sobre toda medida, y posee todos los tesoros
de la sabiduría y del conocimiento, pues plugo al Padre que en El habitase toda
plenitud a fin de que siendo santo inocente, inmaculado, lleno de gracia y de
verdad fuese del todo apto para desempeñar los oficios de mediador y fiador.
Cristo no tomó por sí mismo estos oficios, sino que fue llamado para ello por
su Padre, quien puso en Él todo juicio y poder, y le autorizó para que
desempeñara tales oficios.
4.
El Señor Jesús, con la mejor voluntad tomó para sí estos oficios, y para
desempeñarlos, se puso bajo la ley, la que cumplió perfectamente, padeció los
más crueles tormentos y penas
en su alma, y en su cuerpo, fue crucificado y murió,
fue sepultado y permaneció bajo el poder de la muerte, aun cuando no vio
corrupción. Al tercer día se levantó de entre los muertos, con el mismo cuerpo
que tenía cuando sufrió, con el cual también ascendió al cielo donde se sentó a
la diestra del Padre. Allí intercede por su pueblo, y cuando sea el fin del mundo
volverá para juzgar a los hombres y a los ángeles.
5.
El Señor Jesucristo, por su perfecta obediencia y por el sacrificio de sí mismo
que ofreció una sola vez por el Espíritu eterno de Dios, ha satisfecho
plenamente a la justicia de su Padre, y compro para aquellos que éste le había
dado, no solo la reconciliación, sino también una herencia eterna en el reino
de los cielos.
6.
Aun cuando la obra de la redención no se efectuó sino hasta la encarnación, sin
embargo, la virtud, la eficacia y los beneficios de ella, se comunicaban a los
escogidos en todas las épocas transcurridas desde el principio, en las
promesas, tipos y sacrificios, y por medio de estas cosas, por las cuales
Cristo fue revelado y designado como la simiente de la mujer que quebrantaría la
cabeza de la serpiente, y como el Cordero inmolado desde el principio del
mundo, siendo Él, el mismo ayer, hoy y por siempre.
7.
Cristo en su oficio de mediador, obra conforme a sus dos naturalezas, haciendo
por cada una de éstas lo que es propio de cada una de ellas, más por razón de
la unidad de la persona, lo que es propio de una naturaleza, se le atribuye
algunas veces en la Escritura a la persona denominada por la otra naturaleza.
8.
A todos aquellos para quienes Cristo alcanzó redención, cierta y eficazmente
les aplica y comunica la misma, haciendo intercesión por ellos,
revelándoles en la Palabra y por
medio de ella los misterios de la salvación, persuadiéndoles eficazmente por su
Espíritu a creer y a obedecer, gobernando el
corazón de ellos por su Palabra y Espíritu y venciendo a todos sus enemigos por
su gran poder y sabiduría, y de la manera y por los caminos que están más en
conformidad con su maravillosa e inescrutable dispensación.
CAPÍTULO 9: EL
LIBRE ALBEDRIO
1.
Dios ha dotado la voluntad del hombre de una libertad natural, que no es
forzada ni determinada hacia el bien o hacia el mal, por ninguna necesidad
absoluta de la naturaleza.
2.
El hombre en su estado de inocencia, tenía libertad y poder para querer y hacer
lo que es bueno y agradable a Dios, pero era mutable y podía caer de dicho
estado.
3.
El hombre, por su caída a un estado de pecado, perdió completamente toda
capacidad para querer algún bien espiritual que acompañe a la salvación, así es
que como hombre natural que está enteramente opuesto a ese bien, y muerto en el
pecado, no puede por su propia fuerza convertirse así mismo o prepararse para
ello.
4.
Cuando Dios convierte a un pecador y le pone en el estado de gracia, le libra
de su estado de servidumbre natural bajo el pecado, y por su gracia solamente
lo capacita para querer y obrar libremente lo que es bueno en lo espiritual,
sin embargo, por razón de la corrupción que aún queda, el converso no quiere ni
perfecta ni únicamente lo que es bueno, sino también lo que es malo.
5.
El libre albedrío del hombre será perfecto e inmutablemente libre para querer
tan solo lo que es bueno, únicamente en el estado de la gloria.
CAPÍTULO 10:
LLAMAMIENTO EFICAZ
1.
A todos aquellos a quienes Dios ha predestinado para vida, y a
esos solamente es a quienes le place en el tiempo señalado y aceptado, llamar
eficazmente, por su Palabra y Espíritu, sacándolos del estado de pecado y
muerte en que se hallaban por naturaleza para darles vida y salvación por
Jesucristo. Esto lo hace iluminando espiritualmente su entendimiento, a fin de
que comprendan las cosas de Dios, quitándoles el corazón de piedra y dándoles
uno de carne, renovando sus voluntades y por su poder soberano determinándoles
a hacer aquello que es bueno, y llevándoles eficazmente a Jesucristo. Sin
embargo, ellos van con absoluta libertad, habiendo recibido la voluntad de
hacerlo por la gracia de Dios.
2.
Este llamamiento eficaz depende de la libre y especial gracia de Dios y de
ninguna manera de alguna cosa prevista en el hombre, el cual es en esto
enteramente pasivo, hasta que siendo vivificado y renovado por el Espíritu
Santo, adquiere la capacidad de responder a este llamamiento y de
recibir la gracia ofrecida y trasmitida
en él.
3.
Los niños elegidos que mueren en la infancia, son regenerados y salvados en
Cristo por medio del Espíritu, quien obra cuándo, dónde y cómo quiere. Lo mismo
sucederá con todas las personas elegidas que sean incapaces de ser llamadas
externamente por el ministerio de la Palabra.
4.
Otras personas no elegidas, aun cuando sean llamada por el ministerio de la
palabra y tengan alguna de las operaciones comunes del Espíritu, nunca vienen
verdaderamente a Cristo, y por lo mismo no pueden ser salvas; mucho menos
pueden, los que no profesan la religión cristiana, salvarse de alguna otra
manera, aun cuando sean diligentes en ajustar sus vidas a la luz de la
naturaleza ya la ley de la religión que profesa, y el decir y sostener que lo
puede lograr así, es muy pernicioso y detestable.
CAPÍTULO 11: LA
JUSTIFICACIÓN
1.
A los que Dios llama de una manera eficaz, también justifica gratuitamente, no
por infundir justicia en ellos sino por perdonarles sus pecados, reputando y
aceptando sus personas como justas, no por algo hecho en ellos o por ellos,
sino solamente por amor de Cristo; no por imputarles como justicia propia la
fe, ni el acto de creer, ni ninguna otra obediencia evangélica, sino por
imputarles la obediencia y satisfacción de Cristo, y ellos, por su parte, por
la fe reciben y descansan en Él y en su justicia. Esta fe no la tienen de sí
mismos porque es un don de Dios.
2.
La fe que recibe a Cristo y descansa en él y en su justicia, es el único medio
para alcanzar la justificación. Sin embargo, no se halla sola en la persona
justificada, sino que siempre va acompañada de todas las demás gracias
salvadoras y no es una fe muerta, sino que obra por el amor.
3.
Cristo por su obediencia y muerte, pagó completamente la deuda de todos
aquellos que son así justificados, haciendo en favor de ellos una propia,
verdadera y plena satisfacción a la justicia de su Padre. Sin embargo, como
Cristo fue dado por el Padre para ellos, y su obediencia y satisfacción fueron
aceptadas en lugar de las de ellos, y esto gratuitamente y no por alguna cosa
de los mismos, resulta que su justificación es solo por la libre gracia, para
que tanto la exacta justicia como la libre gracia de Dios puedan ser
glorificadas en la justificación de los pecadores.
4.
Dios desde la eternidad decretó la justificación de todos los elegidos, y
Cristo en la plenitud del tiempo murió por los pecados de ellos y resucitó para
su justificación; sin embargo, no son justificados sino hasta que el Espíritu
Santo, en debido tiempo les hace participar de Cristo.
5.
Dios continúa perdonando los pecados de los que son justificados, y aun cuando
ellos nunca pueden caer del estado de justificación, con todo, por sus pecados
pueden caer bajo el desagrado paternal de Dios y no gozarse de la luz de su
rostro sino hasta que se humillen, confiesen sus pecados, pidan perdón y
renueven su fe y arrepentimiento.
6. La
justificación de los creyentes bajo el Antiguo Testamento, fue en todos
sentidos una y la misma que la de los creyentes bajo el Nuevo Testamento.
CAPÍTULO 12: LA
ADOPCIÓN
1.
Con aquellos que son justificados, Dios se compromete, en su Unigénito Hijo
Jesucristo y por éste a hacerlos participantes de la gracia de la adopción, por
la cual son recibidos en el número y gozan de las libertades y privilegios de
los hijos de Dios, tienen su nombre escrito en ellos, reciben el Espíritu de
adopción, tienen entrada con confianza al trono de la gracia, pueden clamar
Abba, Padre, son compadecidos, protegidos, cuidados, y castigados por él como
por un padre, más nunca serán desechados, sino que serán sellados para el día
de la redención, y heredarán las promesas, como herederos de la salvación
eterna.
CAPÍTULO 13: LA
SANTIFICACIÓN
1.
Los que son llamados eficazmente y regenerados, teniendo creado en ellos un
nuevo corazón y un nuevo espíritu, son santificados más y más, verdaderamente y
personalmente, a causa de la virtud de la muerte y de la resurrección de
Cristo, por la morada de su Palabra y Espíritu en ellos: el dominio de todo el
cuerpo del pecado es destruido, y las varias concupiscencias de él son
mortificadas y debilitadas más y más; son vivificados y fortalecidos
progresivamente en todas las gracias salvadoras, para que puedan practicar la
santidad verdadera sin la cual nadie verá al Señor.
2.
Esta santificación se extiende a todo el hombre, más es imperfecta en esta
vida, pues quedan todavía algunos restos de corrupción en toda parte del mismo
hombre, de donde nace una lucha continua e irreconciliable, la carne codiciando
contra el espíritu y éste contra la carne.
3.
En esta guerra, aun cuando los restos de corrupción prevalezcan por un tiempo,
por el auxilio constante de la fuerza del Espíritu santificador de Cristo, la
naturaleza regenerada vence al fin, y así
los santos crecen en la gracia, perfeccionando la santidad en el temor de Dios.
CAPÍTULO 14: LA
FE SALVADORA
1.
La gracia de la fe, por la que los creyentes son puestos en capacidad de creer
para la salvación de sus almas, es la obra del Espíritu de Cristo en sus
corazones, y se efectúa ordinariamente por el ministerio de la Palabra, por el
cual también y por la administración de los sacramentos y por la oración, se
acrecienta y fortalece.
2.
Por esta fe, el cristianismo cree que es verdad todo lo que se revela en las
Santas Escrituras, porque la autoridad de Dios mismo habla en ellas; obra de
diversas maneras según lo que cada pasaje particular contiene, produciendo
obediencia a los mandamientos, infundiendo temor ante las amenazas, y dando
confianza en las promesas de Dios para esta vida y para la venidera, pero los
principales actos de la fe salvadora, son los de aceptar, recibir y descansar
solamente en Cristo para la justificación, la santificación y la vida eterna en
virtud del pacto de gracia.
3.
Esta fe tiene diferentes grados. Es débil o fuerte; con frecuencia y de muchas
maneras es atacada y debilitada, pero al fin vence, creciendo en muchos hasta
llegar a ser una seguridad plena por Cristo, quien es el autor y consumador de
nuestra fe.
CAPÍTULO 15: EL
ARREPENTIMIENTO PARA VIDA
1.
El arrepentimiento para vida es una gracia evangélica, y toda la doctrina
referente a ella debe predicarse por todos los ministros del Evangelio con
tanto empeño como el de la fe en Cristo.
2.
Por el arrepentimiento, un pecador, movido por la vista y el sentimiento no
solo de su peligro, sino también de lo vil y odioso de sus pecados a los que ve
contrarios a la naturaleza santa ya la justa ley de Dios, y bajo una
aprehensión de la misericordia de Dios en Cristo para los que se arrepienten,
tiene pesar por sus pecados, los odia y se vuelve de ellos a Dios,
proponiéndose y esforzándose por caminar con él en todos los caminos de sus
mandamientos.
3.
Aun cuando no debe confiarse en el arrepentimiento como si fuese una
santificación por el pecado o una causa de perdón para este, pues que el perdón
es un acto de la libre gracia de Dios en Cristo, sin embargo, es de tan grande
necesidad para todos los pecadores que ninguno puede esperar perdón sin él.
4.
Así como no hay pecado tan pequeño que no merezca la condenación, así también
ningún pecado es tan grande que pueda condenar a los que se arrepienten
verdaderamente.
5.
Los hombres no deben conformarse con un arrepentimiento general de sus pecados
sino que es el deber de cada hombre procurar arrepentirse de cada uno de ellos
en particular.
6.
Así como todos los hombres están obligados a confesar privadamente sus pecados
a Dios orando por el perdón de ellos; pues que haciendo esto y apartándose de
ellos hallaran misericordia, así también el que escandaliza a su hermano o a la
iglesia de Cristo, debe estar dispuesto a declarar su arrepentimiento con
tristeza por su pecado, por medio de una confesión pública o privada a aquellos
a quienes haya ofendido, quienes deberán entonces reconciliarse con él y
recibirle en amor.
CAPÍTULO 16: LAS BUENAS OBRAS
1.
Son buenas obras solamente aquellas que Dios ha mandado en su santa Palabra, y
no las que, sin ninguna garantía para ello, han inventado los hombres por un
celo ciego so pretexto de buena intención.
2.
Estas buenas obras hechas en obediencia a los mandamientos de Dios, son los
frutos y las obediencias de una fe viva y verdadera; y por ellas manifiestan,
fortalecen su seguridad, edifican a sus hermanos, adornan la profesión del
evangelio, tapan la boca de los adversarios, pues son la obra de él, creados en
Cristo Jesús para buena obras, para que teniendo por fruto la santidad tengan
por fin la vida eterna.
3.
La aptitud que tienen los creyentes para hacer buenas obras, no es de ellos en
ninguna manera, sino enteramente del Espíritu de Cristo, y para que ellos
puedan tener esta aptitud, además de las gracias que hayan recibido, necesitan
el influjo eficaz del mismo Espíritu Santo que obrara en ellos así el querer
como el hacer, por su buena voluntad; sin embargo, ellos no deben mostrarse
negligentes, como si no estuviesen obligados a obrar fuera de una moción
especial del Espíritu, sino que deben ser diligentes en despertar la gracia de
Dios que está en ellos.
4.
Aquellos que en su obediencia alcanzan el grado más alto de perfección que es
posible en esta vida, quedan todavía tan lejos de llegar a un grado
supererogatorio, de hacer más de lo que Dios requiere, que les falta mucho que
hacer en el cumplimiento de los deberes obligatorios.
5.
Nosotros no podemos por nuestras mejores obras hacemos merecedores de que Dios
nos otorgue el perdón del pecado o la vida eterna, a causa de la gran
desproporción que existe entre ellas y la gloria que ha de venir, y por la
distancia infinita que hay entre nosotros y Dios, a quien ni podemos ser
provechosos por dichas obras, ni pagarle la deuda de nuestros pecados
anteriores, pues cuando hayamos hecho todo lo que podamos, no habremos hecho
más que nuestros deber como siervos inútiles, y además porque en cuanto son
buenas proceden de su Espíritu, y en cuanto son hechas por nosotros, están tan
impuras y contaminadas con debilidades e impurezas, que no pueden resistir la
severidad del juicio de Dios.
6.
Siendo las personas de los creyentes aceptadas en Cristo, sus buenas obras
también son aceptadas en él, no como si fueran en esta vida enteramente sin
mancha e irreprensible a la vista de Dios, sino que éste, mirándolas en su
Hijo, tiene placer en aceptar y recompensar lo que es sincero en ellas, aun
cuando vaya acompañado de muchas debilidades e imperfecciones.
7.
Las obras hechas por los hombres no regenerados, aun cuando por su naturaleza
puedan ser cosas mandadas por Dios y de utilidad para ellos y para otros, como
no proceden de un corazón purificado por la fe, ni son hechas de un modo recto
conforme a la palabra, ni con el objeto justo de glorificar a Dios, ellas son
entonces pecaminosas y no pueden agradar a Dios ni hacer al hombre digno de
recibir la gracia de Aquél. Con todo, los hombres se hacen más pecaminosos y
desagradan más a Dios si descuidan las buenas obras.
CAPÍTULO 17: LA
PERSEVERANCIA DE LOS SANTOS
1.
Aquellos a quienes Dios ha aceptado en su Amado, y por su Espíritu llamado
eficazmente y los ha santificado, no pueden caer ni total ni finalmente del
estado de gracia, sino que con toda certeza perseverarán en él hasta el fin, y
serán salvados por toda la eternidad.
2.
Esta perseverancia de los santos no depende de su propio libre albedrío, sino
de la inmutabilidad del decreto de elección que nace del amor libre e inmutable
de Dios el Padre, de la eficacia de los méritos y de la intercesión de Cristo,
de la morada del Espíritu de Dios y de la simiente del mismo que está en ellos,
y de la naturaleza del pacto de gracia, de todo lo cual se desprende también la
certeza y lo infalible de ella.
3.
No obstante esto, los creyentes por las tentaciones de Satanás y del mundo, la
influencia de los restos de la corrupción que queda en ellos, y por el descuido
de los medios necesarios para preservarse, pueden caer en pecados graves, y
continuar en ellos por algún tiempo: por lo cual incurrirán en el desagrado de
Dios, entristecerán a su Espíritu Santo, se verán privados en algún grado de
sus consuelos y de sus influencias, endurecerán sus corazones, debilitaran sus
conciencias; ofenderán y escandalizaran a otros, y atraerán sobre sí juicios
temporales.
CAPÍTULO 18:
SEGURIDAD DE LA GRACIA Y SALVACIÓN
1.
Aun cuando los hipócritas y otros hombres no regenerados pueden engañarse a sí
mismos con esperanzas falsas y presunciones carnales de que están en el favor
de Dios y en el estado de salvación (cuya esperanza perecerá), sin embargo, los
verdaderos creyentes en el Señor Jesús, que le aman sinceramente y se esfuerzan
en andar con toda buena conciencia delante de él, pueden, en esta vida, estar
seguros de que están en el estado de gracia, y pueden regocijarse en la
esperanza de la gloria de Dios sin que su esperanza les avergüence jamás.
2.
Esta seguridad no es una mera persuasión dudosa o probable, fundada en una
esperanza falible, sino que es una certidumbre infalible fundada en la verdad
divina de la promesa de salvación, en la evidencia interna de aquellas gracias
a las cuales se refieren las promesas, en el testimonio del Espíritu de
adopción que da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. Este
Espíritu es la prenda de nuestra herencia, y con él estamos sellados para el
día de la redención.
3.
Esta seguridad infalible no pertenece a la esencia de la fe, pues un creyente
verdadero puede esperarla mucho tiempo y luchar con muchas dificultades antes
de participar de ella; sin embargo, puesto el creyente por el Espíritu Santo en
capacidad de conocer las cosas que le han sido dadas libremente por Dios, puede
alcanzarla sin una revelación extraordinaria por el uso de los medios
ordinarios. Por esto es el deber de cada uno procurar diligentemente el
asegurar su llamamiento y elección, para que su corazón se ensanche con la paz
y el gozo del Espíritu Santo, con el amor y gratitud a Dios, y con la fuerza y
alegría en los deberes de la obediencia, frutos propios de esta seguridad. Esta
doctrina no puede conducir a los hombres a la negligencia en el cumplimiento de
sus deberes.
4.
Los verdaderos creyentes pueden tener la seguridad de su salvación debilitada,
disminuida o interrumpida por causas diversas, tales como la negligencia en
conservarla, por caer en algún pecado especial que hiera la conciencia y
entristezca al Espíritu, por alguna tentación fuerte y repentina, por
retirarles Dios la luz de su
rostro, dejando así a los que le temen andar en tinieblas y sin luz; con todo,
nunca quedan enteramente destituidos de la simiente de Dios, de la vida de fe,
del amor a Cristo y a sus hermanos, de la sinceridad de corazón y de la
conciencia del deber. De todas estas cosas puede revivir la seguridad en debido
tiempo, por la operación del Espíritu, estando preservados entre tanto por
estas mismas cosas de la desesperación completa.
CAPÍTULO 19: LA
LEY DE DIOS
l.
Dios dio a Adán una ley como un pacto de obras, por la que obligo a él y a toda
su posteridad a una obediencia personal, completa, exacta y perpetua,
prometiéndole la vida por el cumplimiento de ella, y amenazándole con la muerte
si la infringía, dotándole también de poder y de capacidad para guardarla.
2.
Esta ley, después de la caída, continua siendo una regla perfecta de justicia,
y como tal fue dada por Dios en el Monte Sinaí en diez mandamientos y escrita
en dos tablas. Los cuatro primeros mandamientos contienen nuestros deberes para
con Dios, y los otros seis nuestros deberes para con los hombres.
3.
Además de esta ley llamada ley moral, plugo a Dios dar al pueblo de Israel, que
era la iglesia en su menor edad, leyes ceremoniales que contenían varias
ordenanzas típicas, ora de culto simbolizando a Cristo, sus gracias, acciones,
sufrimientos y beneficios, ora proclamando diversas instrucciones sobre los
deberes morales. Todas aquellas leyes ceremoniales están abrogadas bajo el
Nuevo Testamento.
4.
A los Israelitas como a un cuerpo político, también le dio algunas leyes
judiciales que expiaron juntamente con el estado político de aquel pueblo, por lo que
ahora no obligan a los otros pueblos sino en lo que la equidad general de ellas
lo requiera.
5.
La Ley Moral obliga a la obediencia de ella a todos los hombres, tanto a los
justificados como a los que no lo están; y esto, no solo en consideración a la
naturaleza de ella sino también con respecto a la autoridad de Dios el Creador
que la dio. Esta obligación no la ha destruido Cristo en el Evangelio sino
antes más bien la ha corroborado.
6.
Aun cuando los verdaderos creyentes no están bajo la ley como un pacto de obras
para ser justificados o condenado, sin embargo, es de gran utilidad tanto para
ellos como para otros, pues como una regla de vida les informa de la voluntad
de Dios y de sus deberes, dirigiéndoles y obligándoles a andar de conformidad
con ella, descubriéndoles también la corrupción pecaminosa de su naturaleza,
corazón y vida, de tal manera, que cuando ellos se examinan delante de ella,
pueden llegar a una convicción más íntima de su pecado, se humillaran por él y
le odiaran, alcanzando también un conocimiento más claro de la necesidad que
tienen de Cristo y de la perfección de la obediencia de éste. También para los
regenerados es útil la ley moral para restringir su corrupción, tanto porque
prohíbe el pecado, como porque las amenazas de ella sirven para mostrar lo que
sus pecados aun merecen, y cuáles son las aflicciones que en esta vida deben
esperar por ellos, aun cuando estén libres de la maldición denunciada por la
ley. Las promesas de ella, de un modo semejante, manifiestan que Dios aprueba
la obediencia y cuáles son las bendiciones que deben esperarse por el
cumplimiento de la misma, aunque no sea debido a ellos por la ley como un pacto
de obras; así que, si un hombre hace lo bueno y deja de hacer lo malo, porque
la ley le manda aquello y le prohíbe esto, no es evidencia de que esté bajo la
ley, sino bajo la gracia.
7.
Los usos de la ley ya mencionados, no se oponen a la gracia del Evangelio, sino
que concuerdan armoniosamente con él, pues el Espíritu de Cristo subyuga y
capacita a la voluntad del hombre para que alegre y voluntariamente haga lo que
de él requiere la voluntad de Dios revelada en la ley.
CAPÍTULO 20: DE
LA LIBERTAD CRISTIANA Y DE LA LIBERTAD DE CONCIENCIA
1.
La libertad que Cristo ha comprado para los creyentes que están bajo el
Evangelio, consiste en la libertad de la culpa del pecado, de la ira condenatoria
de Dios y de la maldición de la ley moral, en ser librados del presente siglo
malo, de la servidumbre de Satanás y del dominio del pecado, en estar libres
del mal de las aflicciones, del aguijón de la muerte, de la victoria del
sepulcro y de la condenación eterna; consiste además en tener libre acceso a
Dios, en prestar obediencia a Él, no por un temor servil, sino con un amor
filial y con ánimo voluntario. De todo esto gozaron los creyentes bajo la ley.
Pero bajo el Nuevo Testamento la libertad de los cristianos es más amplia
porque están libres de la ley ceremonial a que estaba sujeta la iglesia
judaica, y tienen ahora mayor confianza para presentare al trono de la gracia,
y gozan de comunicaciones del Espíritu de Dios más abundantemente que aquellas de
las cuales participaron los creyentes bajo la ley.
2.
Solo Dios es el Señor de la conciencia, y la exime de las doctrinas y
mandamientos de hombres que en algo son contrarios a su Palabra o pretenden
sustituir a está en asunto de fe o de culto. Así es que, creer tales doctrinas
u obedecer tales mandamientos con la conciencia, es destruir la verdadera
libertad de esta última, y el requerir una fe implícita y una obediencia ciega
y absoluta, es destruir la razón y la libertad de conciencia.
3.
Todos aquellos que bajo el pretexto de la libertad cristiana cometen o
practican algún pecado o abrigan alguna concupiscencia, destruyen el fin de
dicha libertad, puesto que esta es para que siendo librados de las manos de
nuestros enemigos, podamos servir al Señor sin temor, en santidad y justicia
delante de él todos los días de nuestra vida.
4.
Por cuanto los poderes que Dios ha ordenado y la libertad cristiana que Cristo
ha comprado, no quiere Dios que se destruyan el uno al otro sino que mutuamente
se ayuden y preserven, todos aquellos que, so pretexto de la libertad
cristiana, se oponen al poder legal o a su lícito ejercicio, ya sea civil o
eclesiástico, resisten a la ordenanzas de Dios. Los que publican opiniones o
sostienen tales prácticas contrarias a la luz de la naturaleza o a los
principios reconocidos del cristianismo, ya sean concernientes a la fe, culto,
a la conducta o al poder de la santidad, o tales opiniones o practicas erróneas
que en su propia naturaleza o en el modo de publicarse o sostenerse, son destructoras
de la paz y orden exteriores que Cristo ha establecido en su Iglesia, todos los
que la sostengan pueden ser llamados a dar cuenta de sí mismos, y deberán ser
corregidos por la censuras de la Iglesia.
CAPÍTULO 21: EL
CULTO RELIGIOSO Y EL DÍA DE DESCANSO
1.
La luz de la naturaleza nos enseña que hay un Dios que tiene señorío y
soberanía sobre todo, que es bueno y hace bien a todos, y que por lo mismo debe
ser temido, amado, alabado, invocado, creído de todo corazón, y servido con
toda el alma y con toda las fuerzas, pero el modo aceptable de adorar al
verdadero Dios ha sido instituido por él mismo, y esta tan determinado por su
voluntad revelada, que no se debe adorar a Dios conforme a las imaginaciones e
invenciones de los hombres o a las sugestiones de Satanás, bajo alguna
representación visible o de otro modo que no sea el prescrito en la Santa
Escritura.
2.
El culto religioso debe rendirse a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, y a él
solamente; no a los ángeles, santos o a alguna otra criatura: y, desde la
caída, debe ofrecerse por un mediador, que no puede ser ningún otro sino
Cristo.
3.
La oración con acciones de gracias, siendo una parte especial del culto
religioso, la exige Dios de todos los hombres, y para que le sea acepta debe
hacerse en el nombre del Hijo, con el auxilio del Espíritu, conforme a su
voluntad, con conocimiento, reverencia, humildad, fervor, fe, amor y
perseverancia, y si se hace oralmente, en la lengua vulgar.
4.
La oración debe hacerse por todas las cosas legítimas, y por toda clase de
hombres, tanto de los que viven como de los que vivirán, pero no por los
muertos, ni por aquellos que sabemos han cometido pecado de muerte.
5.
La lectura de las Escrituras con temor reverencial, la sana predicación, y el
escuchar conscientemente la palabra en obediencia a Dios, con entendimiento, fe
y reverencias, el cantar salmos con gracia en el corazón, y también la debida
administración y la recepción digna de los sacramentos instituidos por Cristo,
todas estas cosas son parte del culto religioso ordinario de Dios, y además,
los juramentos religiosos, ayunos solemnes, y acciones de gracia en ocasiones
especiales, que en sus tiempos respectivos deben usarse de una manera santa y
religiosa.
6.
Ahora bajo el Evangelio, ni la oración ni ninguna parte del culto religioso
están limitados a un lugar, ni son más o menos aceptables por razón de las
personas que las dirigen, sino que Dios debe ser adorado en todas partes en
Espíritu y en verdad, tanto en lo privado, entre la familia, diariamente, y en
lo secreto cada uno por sí mismo, como de una manera más solemne en las
reuniones públicas que no deben descuidarse ni dejarse u olvidarse
voluntariamente cuando Dios por su Palabra y providencia nos llama a ellas.
7.
Conforme a la ley de la naturaleza es razonable que en lo general una debida
parte del tiempo sea dedicada a la adoración de Dios, y este en su Palabra, por
un mandamiento positivo, moral y perpetuo que obliga a todos los hombres y en
todos los tiempos, ha señalado particularmente un día cada siete, para que sea
guardado como un reposo santo para él. Desde el principio del mundo hasta la
resurrección de Cristo, fue escogido el último día de la semana, pero desde
entonces fue cambiado al primer día de la semana, al que se le llama en las Escrituras
día del Señor, y continuará hasta el fin del mundo como el sábado cristiano.
8.
Este sábado se guarda santo para el Señor, cuando el hombre después de la
debida preparación de su alma y arreglados con anticipación todos sus negocios
ordinarios, no solamente guarda un santo descanso en todo el día de sus propias
obras, palabras y pensamientos, acerca de sus empleos y recreaciones
mundanales, sino que también emplea todo el tiempo en los ejercicios de culto
público o privados, y en los deberes de piedad y misericordia.
CAPÍTULO 22: LOS
JURAMENTOS LEGÍTIMOS
1.
Un juramento legítimo es un acto de culto religioso, por el cual una persona,
habida ocasión justa, jura invocando solemnemente a Dios como testigo de lo que
asegura o promete, y que le juzgue conforme a la verdad o falsedad de lo que
jura.
2.
En el nombre de Dios es el único
por el cual los hombres deben jurar, y lo usaran con temor santo y
con reverencia, por tanto, jurar vana o temerariamente por ese nombre glorioso
y temible, o jurar por cualquier otra cosa, es pecaminoso y abominable. Puesto
que en negocios de peso y de importancia, un juramento está permitido por la
Palabra de Dios, así en el Nuevo Testamento como en el Antiguo, un juramento
legal, siendo tomado por una autoridad legítima, debe hacerse en casos
semejantes.
3.
Todo aquel que hace un juramento, debe considerar la gravedad de un acto tan
solemne, y entonces no afirmará sino aquello de lo cual esté plenamente
persuadido de que es verdad. Ni puede algún hombre obligarse por un juramento a
alguna cosa que no es buena y justa y que él no crea que lo es, así como que es
capaz de cumplirla y que está resuelto a ello. Sin embargo, es un pecado
rehusar un juramento tocante a una cosa que es buena y justa y si una autoridad
legítima lo exige.
4.
Un juramento debe hacerse en el sentido claro y común de las palabras, sin
equivocación o reserva mentales. No puede obligar a pecar, más en todo aquello
que no sea pecaminoso, siendo hecho, es obligatorio aun cuando sea en daño del
que lo hizo. Ni podrá violarse porque haya sido hecho a los herejes o
incrédulos.
5.
Un voto es de naturaleza semejante a la de un juramento promisorio, y debe
hacerse con el mismo cuidado y cumplirse con la misma fidelidad.
6.
El voto no debe ofrecerse a ninguna criatura sino a Dios solamente, y para que
sea acepto, se hará voluntariamente, con fe y conciencia del deber, con
gratitud por la misericordia recibida, o bien para obtener lo que necesitamos,
obligándonos a cumplir más estrictamente nuestros deberes necesarios o algunas
otras cosas que pueden ayudamos al cumplimiento de ellos.
7.
Ningún hombre puede hacer voto tocante a cosas prohibidas en la Palabra de
Dios, o que impida el cumplimiento de algún deber recomendado, que no esté en
su poder o para lo cual no tenga ninguna promesa o ayuda de Dios. En estos
respectos, los votos de los papistas tocante al celibato perpetuo, de profesar
pobreza y obediencia regular, se hallan tan lejos de ser grados de perfección
superior, que no son sino redes supersticiosas y pecaminosas en las que ningún
cristiano se dejará tomar.
CAPÍTULO 23: EL
MAGISTRADO CIVIL
l.
Dios, el Rey y Señor Supremo de todo el mundo, ha instituido a los magistrados
civiles para que estando bajo de Él, estén sobre el pueblo para la gloria de
Dios y el bien público, y con este objeto les ha armado con el poder de la
espada para que defiendan y alienten a los que hacen bien, y castiguen a los
malhechores.
2.
Es licito a los cristianos aceptar y desempeñar el cargo de magistrado cuando
sean llamados para ello, y en el desempeño de su cargo deben especialmente
mantener la piedad, la justicia y la paz, según las leyes sanas de cada cuerpo
político; asimismo, con igual fin les es lícito ahora bajo el Nuevo Testamento,
hacer la guerra en ocasiones justas y necesarias.
3.
Los magistrados civiles no deben tomar para sí la administración de la Palabra,
los sacramentos, o el poder de las llaves del reino de los cielos, ni se
entrometerán lo más mínimo en las cosas de la fe. Sin embargo; como padres
pacificadores es el deber de los magistrados civiles proteger la Iglesia de
nuestro común Señor sin dar la preferencia sobre las demás a alguna
denominación de cristianos, sino obrando de tal modo que todas las personas
eclesiásticas, cualesquiera que sean, gocen de libertad incuestionable, plena y
perfecta en el desempeño de cada parte de sus funciones sagradas, sin violencia
ni peligro. Y, además, como Jesucristo ha señalado un gobierno regular y una
disciplina en su Iglesia, ninguna ley de cuerpo político alguno deberá entrometerse
con ella, estorbando o limitando los ejercicios debidos que verifiquen los
miembros voluntarios de alguna denominación de cristianos conforme a su propia
confesión y creencia. Es el deber de los magistrados civiles proteger las
personas y el buen nombre de todo su pueblo de tal manera que no se permita a
ninguna persona que so pretexto de religión o incredulidad haga alguna
indignidad, violencia, abuso o injuria a otra persona cualquiera, debiendo
procurar además que toda reunión eclesiástica y religiosa se verifique sin
molestia o disturbio.
4.
Es el deber del pueblo orar por los magistrados, honrar sus personas, pagarles
tributo y otros derechos, obedecer sus mandatos legales y estar sujetos a su
autoridad por causa de la conciencia. La incredulidad o diferencia de religión
no hace vana la autoridad legal y justa del magistrado, ni libra al pueblo del
deber de la obediencia, de la cual las personas eclesiásticas no están exentas,
mucho menos tiene el Papa algún poder o jurisdicción sobre los pobres civiles
en los dominios de estos ni sobre alguno de los de su pueblo, y mucho menos
tiene poder para quitarles la vida o sus dominios por juzgarlos herejes o bajo
cualquier otro pretexto.
CAPÍTULO 24:
MATRIMONIO Y DIVORCIO
1.
El matrimonio debe verificarse entre un hombre y una mujer, no es lícito que un
hombre tenga al mismo tiempo más de una esposa, ni que una mujer tenga más de
un marido.
2.
El matrimonio fue instituido para la ayuda mutua de esposo y esposa, para
aumentar la raza humana por generación legítima y la Iglesia con una simiente
santa, y para evitar la impureza.
3.
El matrimonio es lícito para toda clase de personas que sean capaces de dar
consentimiento con juicio, pero es el deber de los cristianos casarse solamente
en el Señor. Así es que los que profesan la religión reformada verdadera no
deben casarse con los incrédulos, papistas y otros idolatras, ni deben los que
son piadosos unirse en yugo desigualmente, casándose con los que notoriamente
son malos en sus vidas o que sostienen herejías que llevan a la condenación.
4.
El matrimonio no debe contraerse dentro de los grados de consanguinidad o
afinidad prohibidos en la palabra de Dios, ni pueden tales casamientos
incestuosos hacerse legales por ninguna ley de hombre, ni por el consentimiento
de las partes, de tal manera que esas personas pidieran vivir juntas como
marido y mujer.
5.
El adulterio o la fornicación cometidos después de un contrato, de ser
descubiertos antes del casamiento, dan ocasión justa a la parte inocente para
disolver aquel contrato. En caso de adulterio después del matrimonio, es lícito
para la parte inocente promover su divorcio, y después de este puede casarse
con otro como si la parte ofensora hubiera muerto.
6.
Aunque la corrupción del hombre sea tal que le haga buscar argumentos para
separar indebidamente a los que Dios ha unido en matrimonio, sin embargo, nada
sino el adulterio o la deserción obstinada que no puede ser remediada ni por la
Iglesia ni por el magistrado civil, es causa suficiente para disolver las
cadenas del matrimonio. En este caso el modo de proceder que debe observarse,
será público y en orden, y las personas interesadas en ello no deben ser
dejadas en su propia causa a su voluntad y juicio propio.
CAPÍTULO 25: LA
IGLESIA
1.
La Iglesia católica o universal, que es invisible, se compone de todo el número
de los elegidos que han sido, son y serán reunidos en uno bajo Cristo, la
cabeza de ella; y es la esposa, el cuerpo, la plenitud de Aquél que llena todo
en todo.
2.
La Iglesia visible que también es católica o universal bajo el evangelio,
(porque no está limitada a una nación como en el tiempo de la ley), se compone
de todos aquellos que por todo el mundo profesan la religión verdadera,
juntamente con sus hijos, y es el reino del Señor Jesucristo, la casa y familia
de Dios, fuera de la cual no hay posibilidad ordinaria de salvación.
3.
A esta iglesia católica visible ha dado Cristo el ministerio, los oráculos y
las ordenanzas de Dios, para reunir y perfeccionar a los santos en esta vida
presente y hasta el fin del mundo, haciendo a aquellos suficientes para este
objeto según su promesa, por su presencia y Espíritu.
4.
Esta iglesia católica ha sido más visible en unos tiempos que en otros, y las
iglesias particulares que son partes de ella, son más o menos puras según que
enseñan y reciben en ellas las doctrinas del Evangelio, se administran
las ordenanzas y se celebra con mayor o menor pureza el culto público.
5.
Las más puras Iglesias bajo del cielo están expuestas a errar ya corromperse, y
algunas han degenerado tanto que han venido a ser no Iglesia de Cristo, sino
sinagoga de Satanás. Sin embargo, siempre habrá una Iglesia en la tierra que
adore a Dios conforme a su voluntad.
6.
No hay otra cabeza de la Iglesia sino el Señor Jesucristo, ni puede el Papa de
Roma ser cabeza de ella en ningún sentido, porque es aquel anticristo, aquel
hombre de pecado, que se ensalza en la Iglesia contra Cristo y contra todo lo
que se llama Dios.
CAPÍTULO 26:
COMUNIÓN DE LOS SANTOS
1.
Todos los santos están unidos a Jesucristo, su cabeza, por su Espíritu y por
la fe que tienen, participan con él en sus gracias, sufrimientos, muerte y
resurrección y gloria; y, estando unidos los unos con los otros en amor, tienen
comunión los unos en los dones y gracias de los otros, y están obligados a
cumplir los deberes públicos y privados para bien mutuo, tanto en el hombre
interior cono en el exterior.
2.
Los santos, por su profesión, están obligados a mantener entre sí un
compañerismo y comunión santos en el culto de Dios, y en el cumplimiento de los
otros servicios espirituales que tienden a su edificación mutua, así como a
socorrerse los unos a los otros en las cosas temporales según su posibilidad y
necesidades. Esta comunión debe extenderse, según Dios presente la oportunidad,
a todos los que en todas partes invocan el nombre del Señor Jesús.
3.
Esta comunión que los santos tienen con Cristo, no les hace de ninguna manera
participantes de la sustancia de su divinidad, ni los hace iguales a Cristo en
ningún respecto, y el afirmar tal cosa sería impiedad y blasfemia.
Tampoco la comunicación que tienen los santos unos con otros, quita ni destruye
el título o la propiedad que cada hombre tiene sobre sus bienes o posesiones.
CAPÍTULO 27: LOS
SACRAMENTOS
1.
Los Sacramentos son signos y sellos santos del pacto de gracia, instituidos
directamente por Dios, para simbolizar a Cristo y a sus beneficios y para
confirmar nuestro interés en él, y también para hacer una distinción visible de
aquellos que pertenecen a la Iglesia y los que son del mundo, y para obligar
solemnemente a aquellos al servicio de Dios en Cristo conforme a su Palabra.
2.
En todo sacramento hay una relación espiritual o unión sacramental entre el
signo y la cosa significada, de donde resulta que los nombres y efectos del uno
se atribuyen al otro.
3.
La gracia que se exhibe en los sacramentos por el uso de ellos, no se confiere
por ninguna virtud que resida en ellos, ni depende su eficacia de la piedad o
intención del que los administra, sino de la obra del Espíritu, y de las
palabras de la institución que contiene con el precepto que autoriza el uno de
ellos, una promesa de bendición para los que los reciben dignamente.
4.
En el Evangelio no hay sino dos sacramentos instituidos por Cristo nuestro
Señor, y son el Bautismo y la Cena del Señor; ninguno de los cuales debe
administrarse sino por un ministro de la palabra legalmente ordenado.
5.
Los sacramentos del Antiguo Testamento, en cuanto a las cosas espirituales
significadas y manifestadas por ellos, fueron en sustancia los mismos del
Nuevo.
CAPÍTULO 28 EL
BAUTISMO
1.
El Bautismo es un sacramento del Nuevo Testamento, instituido por Jesucristo,
no solo para admitir en la iglesia visible a la persona bautizada, sino también
para que sea para ella un signo y sello del pacto de gracia, del hecho de que
esta ingerida en Cristo, de su regeneración, de la remisión de sus pecados, y
de su sumisión a Dios por Jesucristo para andar en novedad de vida. Este
sacramento, por el mandato mismo de Cristo debe continuarse en la iglesia hasta
el fin del mudo.
2.
El elemento exterior que debe usarse en este sacramento es el agua, con la cual
es bautizada la persona que lo recibe en el nombre del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo, por un ministro del Evangelio legalmente llamado para ello.
3.
No es necesaria la inmersión de la persona en el agua, sino que se administra
rectamente el bautismo por la aspersión, o efusión del agua sobre la persona.
4.
No solo deben ser bautizados los que profesan personalmente fe en Cristo y
sumisión a él, sino también los niños cuyos padres son creyentes o a lo menos
uno de ellos lo es.
5.
Aun cuando el menosprecio o descuido de esta ordenanza es un pecado grave, sin
embargo, la gracia y la salvación no están tan inseparablemente unidas a la
misma, que no pueda alguna persona ser regenerada o salvada sin ella, ni
tampoco sucede que todos los que son bautizados sean regenerados efectivamente.
6.
La eficacia del bautismo no se limita al momento en que se administra, sin
embargo, por el uso propio de esta ordenanza, la gracia prometida no solamente
se ofrece, sino que en debido tiempo realmente se exhibe y confiere por el
Espíritu Santo a aquellos (sean adultos o infantes), a quienes pertenece la
gracia, según el consejo de la propia voluntad de Dios.
7.
El sacramento del bautismo no debe administrarse a la misma persona más de una
vez.
CAPÍTULO 29: LA
CENA DEL SEÑOR
1.
Nuestro Señor Jesús, la noche que fue entregado, instituyó el sacramento de su
cuerpo y de su sangre llamado la Cena del Señor, para que fuese observado en su
Iglesia hasta el fin del mundo, para recuerdo perpetuo del sacrificio de sí
mismo en su muerte, para sellar en los verdaderos creyentes los beneficios de
ella, para el nutrimento espiritual y crecimiento de ellos en Él, para que se
empeñen en el cumplimiento de todos los deberes que tienen con Cristo, y para
que sea un lazo y una prenda de su cuerpo místico.
2.
En este sacramento no es ofrecido Cristo a su Padre, ni se hace ningún
sacrificio verdadero por la remisión de los pecados de los vivos, ni de los
muertos, sino que solamente es una conmemoración de cuando Cristo se ofreció a
sí mismo y por sí mismo en la cruz una sola vez para siempre, una oblación
espiritual de todos loor posible a Dios por lo mismo. Así que el sacrificio
papal de la misa, como ellos le llaman, menoscaba de una manera abominable al
único sacrificio de Cristo, única propiciación por todos los pecados de los
elegidos.
3.
El Señor Jesús ha determinado en esta ordenanza que sus ministros declaren al
pueblo las palabras de la institución, que oren y bendigan los elementos del
pan y del vino, apartándolos así del uso común para el servicio sagrado, que
tomando y rompiendo el pan, y bebiendo de la copa (comulgando ellos mismos),
dieran de los dos elementos a los comulgantes, menos a los que no están
presente en la congregación.
4.
Las misas privadas o la recepción de este sacramento de la mano de un sacerdote
o por algún otro cuando se esté solo, el negar la copa al pueblo, adorar los
elementos, el elevarlos o llevarlos de un lugar a otro para adorarlos y
guardarlos para pretendidos usos religiosos, es contrario a la naturaleza de
este sacramento y a la institución de Cristo.
5.
Los elementos exteriores de este sacramento, debidamente apartados para los
usos ordenados por Cristo, sostienen tales relaciones con el crucificado, que
verdadera pero solo sacramentalmente se llaman algunas veces por el nombre de
las cosas que representan, a saber, el cuerpo y la sangre de Cristo; más con
todo, en sustancia y en naturaleza, ellos permanecen verdaderamente y solamente
pan y vino como eran antes.
6.
La doctrina que sostiene que la sustancia del pan y del vino se cambian en la
sustancia del cuerpo y de la sangre de Cristo, (llamada comúnmente
transustanciación), por la consagración del sacerdote o de algún otro modo, es
contraria no solo a la Escritura, sino también a la razón y al sentido común,
destruye la naturaleza del sacramento, ha sido y es la causa de muchísimas
supersticiones, y además de una idolatría grosera.
7.
Los que reciben dignamente este sacramento y participan de un modo exterior de
los elementos visibles, participan también interiormente por la fe, de una
manera real y verdadera, pero no carnal ni corporalmente, sino de un modo
espiritual, reciben y se alimentan de Cristo crucificado y de todos los
beneficios de su muerte. El cuerpo y la sangre de Cristo no están camal ni
corporalmente en, con o bajo el pan y el vino; sin embargo, están real pero
espiritualmente presentes a la fe del creyente en aquella ordenanza, tanto como
los elementos a los sentidos corporales.
8.
Aun cuando los ignorantes y malvados reciban los elementos exteriores de este
sacramento, sin embargo, no reciben la cosa significada por ellos, sino que por
su indignidad vienen a ser culpables del cuerpo y de la sangre del Señor para
su propia condenación. Entonces todas las personas ignorantes e impías que no
son capaces de gozar de comunión con él, son indignas de acercarse a la mesa
del Señor, y mientras permanezcan en ese estado, no pueden, sin cometer un gran
pecado contra Cristo, participar de estos sagrados misterios, ni deben ser
admitidos a ellos.
CAPÍTULO 30:
CENSURAS DE LA IGLESIA
1.
El Señor Jesús como Rey y cabeza de su Iglesia, ha construido en ella un
gobierno dirigido por funcionarios eclesiásticos distintos de los magistrados
civiles.
2.
A estos funcionarios han sido entregadas las llaves del reino de los cielos en
virtud de lo cual tienen poder respectivamente para retener y remitir pecados,
para cerrar aquel reino a los impenitentes, por la Palabra y censuras; y para
abrirlo a los pecadores, por el ministerio del Evangelio, y por la remoción de
las censuras según lo exijan las circunstancias.
3.
Las censuras de la Iglesia son necesarias para corregir y hacer
volver sobre sus pasos a los hermanos que ofenden, para impedir que otros
cometan ofensas semejantes, para quitar la mala levadura que puede infectar
toda la masa, para reivindicar el honor de Cristo y la santa profesión del
Evangelio, para evitar la ira de Dios que justamente podría venir sobre la
Iglesia si ella consintiera que su pacto y sus sellos fuesen profanados por
ofensores notorios y obstinados.
4.
Para lograr mejor estos fines, los funcionarios de la Iglesia deben proceder
primeramente por amonestar, y después
por suspender el sacramento de la Santa Cena por un tiempo, y por la excomunión
de la Iglesia, según la naturaleza del crimen, y la ofensa de la persona.
CAPÍTULO 31: DE
LOS SÍNODOS Y LOS CONCILIOS
1.
Para el mejor gobierno y edificación de la Iglesia debe haber asambleas tales
como las llamadas comúnmente sínodos y concilios, y es el deber de los pastores
y otros oficiales de las Iglesias particulares, en virtud de su oficio y del
poder que Cristo les ha dado para edificación y no para destrucción, convocar
tales asambleas, y reunirse en ellas con tanta frecuencias como juzguen
convenientes para el bien de la Iglesia.
2.
Corresponde a los sínodos, y a los concilios, decidir ministerialmente las
controversias sobre la fe y casos de conciencia, establecer reglas e
instrucciones para el mejor orden en el culto público de Dios y en el gobierno
de la iglesia; recibir quejas en casos de mala administración y determinar
autoritativamente las mismas; y sus decretos y determinaciones, cuando
concuerdan con la Palabra de Dios, deben ser recibidas con reverencias y
sumisión, no solo porque están de acuerdo con la Palabra, sino también por el
poder del tribunal que lo hizo, puesto que es una ordenanza de Dios instituida
en su Palabra.
3.
Todos los sínodos o concilios desde los tiempos de los apóstoles, ya sean
generales o particulares, pueden errar, y muchos han errado, por eso es que no
deben ser una regla de fe y de conducta, sino una ayuda para ambas.
4.
Los sínodos y los concilios no deben tratar ni decidir más que lo que es
eclesiástico, y no deben entretenerse en los negocios civiles que conciernan
al gobierno civil, sino únicamente por peticiones humildes en casos
extraordinarios, o con consejos para satisfacer la conciencia, si para ello son
requeridos por los magistrados civiles.
CAPÍTULO 32: DEL
ESTADO DEL HOMBRE DESPUÉS DE LA MUERTE Y DE LA RESURRECCIÓN DE LOS MUERTOS
1.
El cuerpo del hombre después de la muerte vuelve al polvo y ve la corrupción,
pero su alma (que no muere ni duerme), por tener una subsistencia inmortal,
vuelve inmediatamente a Dios que la dio. El alma de los justos, siendo hecha
entonces perfecta en santidad, es recibida
en el más alto cielo en
donde contempla la faz de Dios
en luz y gloria, esperando la completa redención de su cuerpo. El
alma de los malvados es arrojada al infierno en donde permanece atormentada y
envuelta en densas tinieblas, reservada para el juicio del gran día. Fuera de
estos dos lugares para las almas separadas de sus cuerpos, la Escritura no
reconoce ningún otro lugar.
2.
Los que sean encontrados vivos en el último día, no morirán sino serán
transformados, y todos los muertos resucitarán con sus mismos cuerpos y no con
otros, aunque teniendo cualidades diferentes, los cuales se unirán otra vez con
sus almas para siempre.
CAPÍTULO 33: DEL
JUICIO FINAL
1.
Dios ha señalado un día en el cual juzgara al mundo con justicia por
Jesucristo, a quien todo poder y juicio ha sido dado por el Padre. En aquel día
no solo los ángeles apostatas serán juzgados, sino también todas las personas
que han vivido sobre la tierra, comparecerán delante del tribunal de Cristo
para dar cuenta de sus pensamientos, palabras y acciones, y para recibir
conforme a lo que hayan hecho en su cuerpo, sea bueno o malo.
2.
Dios ha señalado este día con el fin de manifestar la gloria de su misericordia
en la salvación eterna de los elegidos, y de su justicia en la condenación de
los réprobos que son malvados y desobedientes, pero los malvados que no
conocieron a Dios, ni obedecieron el Evangelio de Jesucristo, serán arrojados
al tormento eterno y castigados con destrucción perpetua, lejos de la presencia
del Señor y de la gloria de su poder.
3.
Como Cristo quiso que estuviéramos persuadidos de que habrá un día de juicio,
tanto para contener a todos los hombres del pecado, como para el mayor consuelo
de los buenos en la adversidad, así también quiso que ese día fuera desconocido
de los hombres para que renuncien de toda seguridad carnal y estén siempre
dispuestos para decir: Ven Señor Jesús, ven prontamente, Amén.
* * *
LA CONFESIÓN DE FE BAUTISTA DE NUEVA HAMPSHIRE (1833)
DECLARACIÓN
DE FE
l. LAS
ESCRITURAS.
Creemos
que la Santa Biblia fue escrita por hombres divinamente inspirados, y que es
tesoro perfecto de instrucción celestial; que tiene a Dios por autor, por
objeto la salvación, y por contenido la verdad sin mezcla alguna de error, que
revela los principios según los cuales Dios nos juzgará; siendo por lo mismo, y
habiendo de serlo hasta la consumación de los siglos, centro verdadero de la
unión cristiana, y norma suprema a la cual debe sujetarse todo juicio que se
forme de la conducta, las creencias y las opiniones humanas.
II. EL DIOS
VERDADERO.
Creemos
que hay un solo Dios viviente y verdadero, infinito, Espíritu inteligente, cuyo
nombre es Jehová, Hacedor y Arbitro Supremo del cielo y de la tierra,
indeciblemente glorioso en santidad; merecedor de toda la honra confianza y
amor posibles; que en la unidad de la divinidad existen tres personas, el
Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo iguales estos en perfección divina
desempeñan oficios distintos, que armonizan en la grande obra de la redención.
III. LA CAÍDA DEL HOMBRE.
Creemos
que el hombre fue creado en santidad, sujeto a la ley de su Hacedor; pero que
por la trasgresión voluntaria, cayó de aquel estado santo y feliz; por cuya
causa todo el género humano es ahora pecador, no por fuerza sino por su
voluntad; hallándose por naturaleza enteramente desprovisto de la santidad que
requiere la ley de Dios, positivamente inclinado a lo malo, y por lo mismo bajo
justa condenación a ruina eterna, sin defensa ni disculpa que lo valga.
IV. EL CAMINO DE
SALVACIÓN.
Creemos
que la salvación de los pecadores es puramente por gracia; en virtud de la obra
intercesora del Hijo de Dios; quien cumpliendo la voluntad del Padre, se hizo
hombre, exento empero de pecado; honró la ley divina con su obediencia
personal; y con su muerte, dio plena satisfacción por nuestro pecados;
resucitando después de entre los muertos, y desde entonces se entronizó en los
cielos; que reúne en su persona enteramente admirable las simpatías más tiernas
y las perfecciones divinas, teniendo así por todos motivos las cualidades que requiere
un Salvador idóneo, compasivo, y omnipotente.
V. LA
JUSTIFICACIÓN.
Creemos
que la justificación es el gran bien evangélico que asegura Cristo a los que en
él tengan fe; que esta justificación incluye el perdón del pecado, y el don de
la vida eterna de acuerdo con los principios de la justicia; que la imparte
exclusivamente mediante la fe en su sangre, y no por consideración de ningunas
obras de justicia que hagamos; imputándonos Dios gratuitamente su justicia
perfecta por virtud de esa fe; que nos introduce a un estado altamente
bienaventurado de paz y favor con Dios, y hace nuestros ahora y para siempre
todos los demás bienes que hubiéramos menester.
VI. CARÁCTER
GRATUITO DE LA SALVACIÓN.
Creemos
que el evangelio a todos franquea los beneficios de la salvación; que es deber
de todos aceptarlos inmediatamente con fe cordial, arrepentida y obediente; y
que el único obstáculo para la salvación del peor pecador de la tierra es la
depravación innata y voluntaria de este, y su rechazo del evangelio; repulsa
que agrava su condenación.
VII. LA GRACIA EN
LA REGENERACIÓN.
Creemos
que para ser salvo el pecador debe regenerarse o nacer de nuevo; quela
regeneración consiste en dar a la mente una disposición de santidad; que se
efectúa por el poder del Espíritu Santo en conexión con la verdad divina en
forma que excede a la comprensión humana, a fin de asegurar nuestra obediencia
voluntaria al evangelio; y que la evidencia adecuada se manifiesta en los
frutos santos de arrepentimiento, fe, y novedad de vida.
VIII. EL
ARREPENTIMIENTO Y LA FE.
Creemos
que el arrepentimiento y la fe son deberes sagrados y gracias inseparables
labradas en el alma por el Espíritu regenerador de Dios; por cuanto convencidos
profundamente de nuestra culpa, de nuestro peligro e impotencia, y a la vez del
camino de salvación en Cristo, nos volvemos hacia Dios sinceramente contritos,
confesándonos con él e impetrando misericordia; cordialmente reconociendo, a la
vez, al Señor Jesucristo por profeta, sacerdote y rey nuestro en quien
exclusivamente confiamos como Salvador único y omnipotente.
IX EL PROPÓSITO DE LA GRACIA
DIVINA.
Creemos
que la elección es el propósito eterno de Dios según el cual graciosamente
regenera, santifica y salva a los pecadores; que siendo consecuente este
propósito con el albedrío humano abarca todos los medios junto con el fin; que
sirve de manifestación gloriosísima de la soberana bondad divina, infinitamente
gratuito, sabio, santo e inmutable; que absolutamente excluye la jactancia, y
promueve humildad, amor, oración, alabanza, confianza en Dios y una imitación
activa de su misericordia; que estimula al uso de los medios en el nivel más
elevado; que puede conocerse viendo los efectos en todos los que efectivamente
reciben a Cristo; que es el fundamento de la seguridad cristiana; y que
cerciorarnos de esto en cuanto personalmente nos concierne exige y merece suma
diligencia de nuestra parte.
X. NUESTRA
SANTIFICACIÓN.
Creemos
que la santificación es un proceso mediante el cual de acuerdo con la voluntad
de Dios se nos hace partícipes de su santidad; que es obra progresiva; que
principia con la regeneración; que la desarrolla en el corazón del creyente por
la presencia y poder del Espíritu Santo, Sellador y Consolador en el uso
continuo de los medios señalados, sobre todo la Palabra de Dios, y también el
examen personal, la abnegación, la vigilancia y la
oración.
XI. LA
PERSEVERANCIA DE LOS SANTOS.
Creemos
que sólo los que creen verdaderamente permanecerán hasta el fin; que su lealtad
perseverante a Cristo es la mejor señal que los distingue de los que hacen
profesión superficial; que una providencia especial vigila por su bien; y que
son custodiados por el poder de Dios para la salvación mediante la fe.
XII. ARMONÍA
ENTRE LA LEY Y EL EVANGELIO.
Creemos
que la ley de Dios es la norma eterna e invariable de su gobierno; que es
santa, justa, y buena; que la única causa de incapacidad que las Escrituras
atribuyen al hombre caído para no cumplirlas es su amor de pecado; que
libertarnos de él y restituirnos mediante un Intercesor a la obediencia de la
santa ley, es uno de los grandes fines del evangelio y también uno de los
medios de gracia para el establecimiento de la iglesia visible.
XIII. UNA IGLESIA
EVANGÉLICA.
Creemos
que una iglesia visible de Cristo es una congregación de fieles bautizados;
asociados mediante pacto en la fe y la comunión del evangelio; la cual practica
las ordenanzas de Cristo; es gobernada por Sus leyes; y ejerce los dones,
derechos y privilegios que a ella otorga la palabra del mismo; y cuyos
oficiales bíblicos son el pastor, u obispo, y los diáconos; estando definidos
los requisitos, derechos y obligaciones de estos oficiales en las epístolas de
Pablo a Timoteo y a Tito.
XIV. EL BAUTISMO Y LA SANTA CENA.
Creemos
que el bautismo cristiano es la inmersión en agua, del que tenga fe en Cristo;
hecha en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; a fin de
proclamar, mediante bello emblema solemne, esta fe en el Salvador
crucificado, sepultado y resucitado, y también el efecto de la misma fe, a
saber, nuestra muerte al pecado y resurrección a una vida nueva; y que el bautismo
es requisito previo a los privilegios de la relación con la iglesia y a la
participación en la Santa Cena, en la cual los miembros de la iglesia por el
uso sagrado del pan y el vino conmemoran juntos el amor por el que muere
Jesucristo; precedido siempre de un examen personal serio del participante.
XV. EL DÍA DEL
SEÑOR.
Creemos
que el primer día de la semana es el Día del Señor. o sea el Shabath cristiano;
que debe ser consagrado a fines religiosos, absteniéndose el cristiano de todo
trabajo secular y recreación pecaminosa, valiéndose con devoción de todos los
medios de gracia privados, y públicos; y preparándose para el descanso que le
queda al pueblo de Dios.
XVI. EL GOBIERNO
CIVIL.
Creemos
que el gobierno civil existe por disposición divina para los intereses y buen
orden de la sociedad humana; y que
debemos orar por los magistrados honrándolos en conciencia, y obedeciéndoles;
salvo en cosas que sean opuestas a la voluntad de nuestro Señor Jesucristo,
único dueño de la conciencia, y príncipe
de los reyes de la tierra.
XVII. EL JUSTO Y EL MALO.
Creemos
que hay una diferencia radical y de esencia entre el justo y el malo; y que
sólo por medio de la fe son justificados en el nombre de nuestro Señor
Jesucristo, y santificados por el Espíritu
de nuestro Dios y los justos son de Su estimación; todo aquel que sigue
impenitente e incrédulo es mal y continúa dentro de la maldición; que tal
distinción es tan real entre la vida actual del hombre como después de la
muerte.
XVIII. EL MUNDO
VENIDERO.
Creemos
que se acerca el fin del mundo; que en el día postrero Cristo descenderá del
cielo, y levantará los muertos del sepulcro para que reciban su retribución final; que entonces se verificará
una separación solemne; que los impíos serán sentenciados al castigo eterno, y
los justos al gozo sin fin; y que este juicio determinará para siempre, sobre
los principios de justicia, el estado final de los hombres en el cielo, o en el
infierno.
FE Y MENSAJE BAUTISTA
CONVENCIÓN BAUTISTA DEL SUR
(1925, REVISADA EN 1963)
l. LAS ESCRITURAS
La
Santa Biblia fue escrita por hombres divinamente inspirados y es la revelación
que Dios hace de sí mismo al hombre. Es un tesoro perfecto de instrucción
divina. Tiene a Dios como su autor, su propósito es la salvación, y su tema es
la verdad, sin mezcla alguna de error. Por tanto, toda la Escritura es
totalmente verdadera y confiable. Ella revela los principios por los cuales
Dios nos juzga, y por tanto es y permanecerá siendo hasta el fin del mundo, el
centro verdadero de la unión Cristiana, y la norma suprema por la cual toda
conducta, credos, y opiniones religiosas humanas deben ser juzgadas. Toda la
Escritura es un testimonio de Jesús, quien es Él mismo el centro de la
revelación divina.
II. DIOS
Hay
un Dios, y solo uno, viviente y verdadero. Él es un Ser inteligente, espiritual
y personal, el Creador, Redentor, Preservador y Gobernador del universo. Dios
es infinito en santidad y en todas las otras perfecciones. Dios es todopoderoso
y omnisciente; y su perfecto conocimiento se extiende a todas las cosas,
pasadas, presentes y futuras, incluyendo las decisiones futuras de sus
criaturas libres.
A
Él le debemos el amor más elevado, reverencia y obediencia. El Dios eterno y
trino se revela a sí mismo como Padre, Hijo y Espíritu Santo, con distintos
atributos personales, pero sin división de naturaleza, esencia o ser.
1. DIOS EL PADRE
Dios
como Padre reina con cuidado providencial sobre todo su universo, sus
criaturas, y el fluir de la corriente de la historia humana de acuerdo a los
propósitos de su gracia. Él es todopoderoso, omnisciente, todo amor, y todo
sabio. Dios es Padre en verdad de todos aquellos que llegan a ser sus hijos por
medio de la fe en Cristo Jesús. Él es paternal en su actitud hacia todos los
hombres.
2. DIOS EL HIJO
Cristo
es el Hijo eterno de Dios. En su encamación como Jesucristo fue concebido del
Espíritu Santo y nacido de la virgen María. Jesús reveló y cumplió
perfectamente la voluntad de Dios, tomando sobre sí mismo la naturaleza humana
con sus demandas y necesidades e identificándose completamente con la
humanidad, pero sin pecado. Él honró la ley divina por su obediencia personal,
y en su muerte sustituta en la cruz, Él hizo provisión para la redención de los
hombres del pecado.
Él fue levantado de entre los muertos
con un cuerpo glorificado y apareció a sus discípulos como la persona que
estaba con ellos antes de su crucifixión. Él ascendió a los cielos y está ahora
exaltado a la diestra de Dios donde Él es el Único Mediador, completamente
Dios, completamente hombre, en cuya Persona se ha efectuado la reconciliación
entre Dios y el hombre. Él volverá con poder y gloria para juzgar al mundo y
consumar su misión redentora. Él mora ahora en todos los creyentes como el
Señor vivo y omnisciente.
3. DIOS EL ESPÍRITU SANTO
El
Espíritu Santo es el Espíritu de Dios, completamente divino. Él inspiró a
santos hombres de la antigüedad para que escribieran las Escrituras. Mediante
la iluminación Él capacita a los hombres para entender la verdad. Él exalta a
Cristo. Él convence a los hombres de pecado, de justicia, y de juicio. Él llama
a los hombres al Salvador, y efectúa la regeneración. En el momento de la
regeneración Él bautiza a cada creyente en el Cuerpo de Cristo.
Él
cultiva el carácter cristiano, conforta a los creyentes, y les da los dones
espirituales por medio de los cuales ellos sirven a Dios mediante su iglesia.
Él sella al creyente para el día de la redención final. Su presencia en el
cristiano es la garantía de que Dios llevará al creyente hasta alcanzar la
plenitud de la estatura de Cristo. Él ilumina y da poder al creyente y a la
iglesia en adoración, evangelización y servicio.
4. EL HOMBRE
El
hombre es la creación especial de Dios, hecho a su propia imagen. Ellos crearon
hombre y mujer como la corona de su creación. La dádiva del género es por tanto
parte de la bondad de la creación de Dios. En el principio el hombre era
inocente y fue dotado por Dios con la libertad para elegir. Por su propia
decisión el hombre pecó contra Dios y trajo el pecado a la raza humana. Por
medio de la tentación de Satanás el hombre transgredió el mandamiento de Dios,
y cayó de su estado original de inocencia, por lo cual su posteridad heredó una
naturaleza y un ambiente inclinado al pecado.
Por
tanto, tan pronto como son capaces de realizar una acción moral, se convierten
en transgresores y están bajo condenación. Solamente la gracia de Dios puede
traer al hombre a su compañerismo santo y capacitar al hombre para que cumpla
el propósito creativo de Dios. La santidad de la personalidad humana es
evidente en que Dios creó al hombre a su propia imagen, y en que Cristo murió
por el hombre; por lo tanto, cada persona de cada raza posee absoluta dignidad
y es digna del respeto y del amor Cristiano.
5. SALVACIÓN
La
salvación implica la redención total del hombre, y se ofrece gratuitamente a
todos los que aceptan a Jesucristo como Señor y Salvador, quien por su propia
sangre obtuvo redención eterna para el creyente. En su sentido más amplio la
salvación incluye la regeneración, la justificación, la santificación, y la
glorificación. No hay salvación aparte de la fe personal en Jesucristo como
Señor.
A.
Regeneración, o el nuevo nacimiento, es una
obra de la gracia de Dios por la cual los creyentes llegan a ser nuevas
criaturas en Cristo Jesús. Es un cambio de corazón, obrado por el Espíritu
Santo por medio de la convicción de pecado, al cual el pecador responde en
arrepentimiento hacia Dios y fe en el Señor Jesucristo. El arrepentimiento y la
fe son experiencias de gracia inseparables. El arrepentimiento es una genuina
vuelta del pecado hacia Dios. La fe es la aceptación de Jesucristo y la
dedicación de la personalidad total a Él como Señor y Salvador.
B.
Justificación, es la obra de gracia de Dios y la completa absolución basada en
los principios de su gracia hacia todos los pecadores que se arrepienten y
creen en Cristo. La justificación coloca al creyente en una relación de paz y
favor con Dios.
E.
Santificación es la experiencia que comienza en la regeneración, mediante la
cual el creyente es separado para los propósitos de Dios, y es capacitado para
progresar hacia la madurez moral y espiritual por medio de la presencia del
Espíritu Santo que mora en él. El crecimiento en gracia debe continuar durante
toda la vida de la persona regenerada.
D.
Glorificación es la culminación de la salvación y es el estado bendito y
permanente del redimido.
6. EL PROPÓSITO
DE LA GRACIA DE DIOS
La
elección es el propósito de la gracia de Dios, según el cual Él regenera,
justifica, santifica y glorifica a los pecadores. Es consistente con el libre
albedrío del hombre, e incluye todos los medios relacionados con el fin. Es la
gloriosa expresión de la bondad soberana de Dios, y es infinitamente sabia,
santa e inmutable.
Excluye
la jactancia y promueve la humildad. Todos los verdaderos creyentes perseveran
hasta el fin. Aquellos a quienes Dios ha aceptado en Cristo y santificado por
su Espíritu, jamás caerán del estado de gracia, sino que perseverarán hasta el
fin.
Los
creyentes pueden caer en pecado por negligencia y tentación, por lo cual
contristan al Espíritu, menoscaban sus virtudes y su bienestar, y traen
reproche a la causa de Cristo y juicios temporales sobre sí mismos; sin
embargo, ellos serán guardados por el poder de Dios mediante la fe para
salvación.
7. LA IGLESIA
Una
iglesia del Nuevo Testamento del Señor Jesucristo es una congregación local y
autónoma de creyentes bautizados, asociados en un pacto en la fe y el
compañerismo del evangelio; cumpliendo las dos ordenanzas de Cristo, gobernada
por sus leyes, ejercitando los dones, derechos, y privilegios con los cuales
han sido investidos por su Palabra, y que tratan de predicar el evangelio hasta
los fines de la tierra. Cada congregación actúa bajo el señorío de Jesucristo
por medio de procesos democráticos.
En
tal congregación cada miembro es responsable de dar cuentas a Jesucristo como
Señor. Sus oficiales escriturales son pastores y diáconos. Aunque tanto los
hombres como las mujeres son dotados para servir en la iglesia, el oficio de
pastor está limitado a los hombres, como lo limita la Escritura.
El
Nuevo Testamento habla también de la iglesia como el Cuerpo de Cristo el cual
incluye a todos los redimidos de todas las edades, creyentes de cada tribu, y
lengua, y pueblo, y nación.
8. EL BAUTISMO Y
LA CENA DEL SEÑOR
El
bautismo cristiano es la inmersión de un creyente en agua en el nombre del
Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo. Es un acto de obediencia que simboliza
la fe del creyente en un Salvador crucificado, sepultado y resucitado, la
muerte del creyente al pecado, la sepultura de la antigua vida, y la
resurrección para andar en novedad de vida en Cristo Jesús. Es un testimonio de
su fe en la resurrección final de los muertos. Como es una ordenanza de la
iglesia, es un requisito que precede al privilegio de ser miembro de la iglesia
y a participar en la Cena del Señor.
La
Cena del Señor es un acto simbólico de obediencia por el cual los miembros de
la iglesia, al participar del pan y del fruto de la vid, conmemoran la muerte
del Redentor y anuncian su segunda venida.
9. EL DÍA DEL
SEÑOR
El
primer día de la semana es el Día del Señor. Es una institución cristiana que
se debe observar regularmente. Conmemora la resurrección de Cristo de entre los
muertos y debe incluir ejercicios de adoración y devoción espiritual, tanto públicos
como privados. Las actividades en el Día del Señor deben estar de acuerdo con
la conciencia Cristiana bajo el Señorío de Jesucristo.
10. EL REINO
El
Reino de Dios incluye tanto su soberanía general sobre el universo como su
señorío particular sobre los hombres que voluntariamente lo reconocen como Rey.
Particularmente el Reino es el reino de la salvación en el cual los hombres
entran mediante su entrega a Jesucristo por medio de una fe y confianza
semejante a la de un niño. Los Cristianos deben orar y trabajar para que venga
el Reino y que la voluntad de Dios se haga en la tierra. La consumación final
del Reino espera el regreso de Jesucristo y el fin de esta era.
11. LAS ÚLTIMAS
COSAS
Dios,
en su propio tiempo y en su propia manera, traerá el mundo a su fin apropiado.
De acuerdo a su promesa, Jesucristo regresará a la tierra en gloria de manera
personal y visible; los muertos resucitarán; y Cristo juzgará a todos los
hombres en justicia. Los injustos serán consignados al Infierno, el lugar del
castigo eterno.
Los
justos en sus cuerpos resucitados y glorificados recibirán su recompensa y
morarán para siempre en el Cielo con el Señor.
12.
EVANGELIZACIÓN Y MISIONES
Es
deber y privilegio de cada seguidor de Cristo y de cada iglesia del Señor
Jesucristo esforzarse por hacer discípulos de todas las naciones. El nuevo
nacimiento del espíritu del hombre por el Espíritu Santo de Dios significa el
nacimiento del amor a los demás. El esfuerzo misionero de parte de todos, por
lo tanto, depende de una necesidad espiritual de la vida regenerada, y se
expresa y ordena repetidamente en las enseñanzas de Cristo. El Señor Jesucristo
ha ordenado que se predique el evangelio a todas las naciones. Es deber de cada
hijo de Dios procurar constantemente ganar a los perdidos para Cristo mediante
el testimonio personal apoyado por un estilo de vida Cristiano, y por otros
métodos que estén en armonía con el evangelio de Cristo.
13. EDUCACIÓN
El
Cristianismo es la fe de la iluminación y la inteligencia. En Jesucristo
habitan todos los tesoros de sabiduría y conocimiento. Todo conocimiento básico
es, por lo tanto, una parte de nuestra herencia cristiana. El nuevo nacimiento
abre todas las facultades humanas y crea sed de conocimiento. Por otra parte,
la causa de la educación en el Reino de Cristo está coordinada con las causas
de las misiones y de la beneficencia, y debe recibir juntamente con éstas el
apoyo liberal de las iglesias.
Un
sistema adecuado de educación Cristiana es necesario para completar el programa
espiritual del cuerpo de Cristo.
En
la educación Cristiana debe haber un balance apropiado entre la libertad
académica y la responsabilidad académica. La libertad en cualquier relación
humana ordenada es siempre limitada y nunca absoluta. La libertad de un maestro
en una institución educacional Cristiana, escuela, colegio, universidad o
seminario, está siempre limitada por la preeminencia de Jesucristo, la
naturaleza autoritativa de las Escrituras, y por el propósito distintivo para
el cual la escuela existe.
14. MAYORDOMÍA
Dios
es la fuente de todas las bendiciones, temporales y espirituales; todo lo que
tenemos y somos se lo debemos a Él. Los Cristianos están endeudados
espiritualmente con todo el mundo, un encargo santo en el evangelio, y una
mayordomía obligatoria en sus posesiones.
Por
tanto, están bajo la obligación de servir a Dios con su tiempo, talentos y
posesiones materiales; y deben reconocer que todo esto les ha sido confiado
para que lo usen para la gloria de Dios y para ayudar a otros. De acuerdo con
las Escrituras, los Cristianos deben contribuir de lo que tienen, alegre,
regular, sistemática, proporcional y liberalmente para el progreso de la causa
del Redentor en la tierra.
15. COOPERACIÓN
El
pueblo de Cristo debe, según la ocasión lo requiera, organizar tales asociaciones
y convenciones que puedan asegurar de la mejor manera posible la cooperación
necesaria para lograr los grandes objetivos del Reino de Dios. Tales
organizaciones no tienen autoridad una sobre otra ni sobre las iglesias. Ellas
son organizaciones voluntarias para aconsejar, para descubrir, combinar y
dirigir las energías de nuestro pueblo de la manera más eficaz. Los miembros de
las iglesias del Nuevo Testamento deben cooperar unos con otros en llevar
adelante los ministerios misioneros, educacionales y benevolentes para la
extensión del Reino de Cristo.
La
unidad Cristiana en el sentido del Nuevo Testamento, es armonía espiritual y
cooperación voluntaria para fines comunes por varios grupos del pueblo de
Cristo. La cooperación entre las denominaciones Cristianas es deseable, cuando
el propósito que se quiere alcanzar se justifica en sí mismo, y cuando tal
cooperación no incluye violación alguna a la conciencia ni compromete la
lealtad a Cristo y su Palabra como se revela en el Nuevo Testamento.
16. EL CRISTIANO Y EL ORDEN SOCIAL
Todos los Cristianos están bajo la
obligación de procurar hacer que la voluntad de Cristo sea soberana en nuestras
propias vidas y en la sociedad humana. Los medios y los métodos usados para
mejorar la sociedad y para el establecimiento de la justicia entre los hombres
pueden ser verdadera y permanentemente útiles solamente cuando están enraizados
en la regeneración del individuo por medio de la gracia salvadora de Dios en
Jesucristo. En el espíritu de Cristo, los cristianos deben oponerse al racismo,
a toda forma de codicia, egoísmo, vicio, a todas las formas de inmoralidad
sexual, incluyendo el adulterio, la homosexualidad y la pornografía.
Nosotros debemos trabajar para proveer
para los huérfanos, los necesitados, los abusados, los ancianos, los indefensos
y los enfermos. Debemos hablar a favor de los que no han nacido y luchar por la
santidad de toda la vida humana desde la concepción hasta la muerte natural.
Cada cristiano debe procurar hacer que la industria, el gobierno y la sociedad
como un todo estén regidos por los principios de la justicia, la verdad y el
amor fraternal.
Para promover estos fines los
Cristianos deben estar dispuestos a trabajar con todos los hombres de buena
voluntad en cualquier causa, siendo siempre cuidadosos de actuar en el espíritu
de amor sin comprometer su lealtad a Cristo y a su verdad.
17. PAZ Y GUERRA
Es el deber de todo cristiano buscar la
paz con todos los hombres basándose en los principios de justicia. De acuerdo
con el espíritu y las enseñanzas de Cristo, ellos deben hacer todo lo que esté
de su parte para poner fin a la guerra. El verdadero remedio al espíritu
guerrero es el evangelio de nuestro Señor. La necesidad suprema del mundo es la
aceptación de sus enseñanzas en todas las relaciones de hombres y naciones, y
la aplicación práctica de su ley de amor. Las personas Cristianas en todo el
mundo deben orar por el reino del Príncipe de Paz.
14. LIBERTAD DE RELIGIÓN
Solamente Dios es Señor de la
conciencia, y Él la ha dejado libre de las doctrinas y de los mandamientos de
hombres que son contrarios a su Palabra o no contenidos en ella. La iglesia y
el estado deben estar separados. El estado debe protección y completa libertad
a toda iglesia en el ejercicio de sus fines espirituales.
Al proveer tal libertad ningún grupo
eclesiástico o denominación debe ser favorecida por el estado sobre otros
grupos. Como el gobierno civil es ordenado por Dios, es deber de los Cristianos
rendirle obediencia leal en todas las cosas que no son contrarias a la voluntad
revelada de Dios. La iglesia no debe recurrir al poder civil para realizar su
obra. El evangelio de Cristo considera solamente los medios espirituales para
alcanzar sus fines.
El estado no tiene derecho a imponer
penalidades por opiniones religiosas de cualquier clase. El estado no tiene
derecho a imponer impuestos para el sostenimiento de ninguna forma de religión.
El ideal cristiano es el de una iglesia libre en un estado libre, y esto
implica el derecho para todos los hombres del acceso libre y sin obstáculos a
Dios, y el derecho a formar y propagar opiniones en la esfera de la religión,
sin interferencia por parte del poder civil.
* * *
LA DECLARACIÓN DE
CHICAGO SOBRE LA INFALIBILIDAD BÍBLICA (1978)
PREFACIO
La
autoridad de las Escrituras es un elemento central para la Iglesia Cristiana
tanto en esta época como en toda otra. Los que profesan su fe en Jesucristo
como Señor y Salvador son llamados a demostrar la realidad del discipulado
obedeciendo la Palabra escrita de Dios en una forma humilde y fiel. El
apartarse de las Escrituras en lo que
se refiere a fe y conducta es demostrar deslealtad a nuestro Señor.
El
reconocimiento de la verdad total y de la veracidad de las Santas Escrituras es
esencial para captar y confesar su autoridad en una forma completa y adecuada.
La
Declaración siguiente afirma esta inerrabilidad de las Escrituras dándole un
nuevo enfoque, haciendo más clara su comprensión y sirviéndonos de advertencia
en caso de denegación. Estamos convencidos de que el acto de negarla es como
poner a un lado el testimonio de Jesucristo y del Espíritu Santo, como también
el no someterse a las demandas de la Palabra de Dios que es el signo de la
verdadera fe cristiana.
Reconocemos
que es nuestra responsabilidad hacer esta Declaración al encontramos con la
presente negación de la inerrabilidad que existe entre cristianos, y los
malentendidos que hay acerca de esta doctrina en el mundo en general. Esta
Declaración consta de tres partes: un Resumen, los Artículos de Afirmación y de
Negación, y una Exposición que acompaña a éstos, la cual no estará incluida en
este escrito. Todo esto ha sido preparado durante tres días de estudio
consultivo en Chicago. Los que firmaron el Resumen y los Artículos desean
declarar sus propias convicciones acerca de la inerrabilidad de las Escrituras;
también desean alentar y desafiar a todos los cristianos a crecer en la
apreciación y entendimiento de esta doctrina.
Reconocemos
las limitaciones de un documento preparado en una breve e intensa conferencia,
y de ninguna manera proponemos que se lo considere como parte del credo
cristiano. Aun así nos regocijamos en la profundización de nuestras creencias
durante las deliberaciones, y oramos para que esta Declaración que hemos
firmado sea usada para la gloria de nuestro Dios y nos lleve a una nueva
reforma de la Iglesia en su fe, vida y misión.
Ofrecemos
este Documento en un espíritu de amor y humildad, no de disputa. Por la gracia
de Dios, deseamos mantener este espíritu a través de cualquier diálogo futuro
que surja a causa de lo que hemos dicho. Reconocemos sinceramente que muchos de
los que niegan la inerrabilidad de las Escrituras, no muestran las
consecuencias de este rechazo en el resto de sus creencias y conducta, y
estamos plenamente conscientes de que nosotros, los que aceptamos esta
doctrina, muy seguido la rechazamos en la vida diaria, por no someter nuestros
pensamientos, acciones, tradiciones y hábitos a la Palabra de Dios.
Nos
gustaría saber las reacciones que tengan los que hayan leído esta Declaración y
vean alguna razón para enmendar las afirmaciones acerca de las Escrituras,
siempre basándose en las mismas, sobre cuya autoridad infalible nos basamos.
Estaremos muy agradecidos por cualquier ayuda que nos permita reforzar este
testimonio acerca de la Palabra de Dios, y no pretendemos tener infalibilidad
personal sobre la atestación que presentamos, estaremos agradecidos por
cualquier ayuda que nos permite
fortalecer este testimonio de la Palabra de Dios.
UNA DECLARACIÓN
BREVE
l.
Dios, que es la Verdad misma y dice solamente la verdad, ha inspirado las
Sagradas Escrituras para de este modo revelarse al mundo perdido a través de
Jesucristo como Creador y Señor, Redentor y Juez. Las Sagradas Escrituras son
testimonio de Dios acerca de sí mismo.
2.
Las Sagradas Escrituras, siendo la Palabra del propio Dios, escrita por hombres
preparados y dirigidos por su Espíritu, tienen autoridad divina infalible en
todos los temas que tocan; deben ser obedecidas como mandamientos de Dios en
todo lo que ellas requieren; deben de ser acogidas como garantía de Dios en
todo lo que prometen.
3. El
Espíritu Santo, autor divino de las Escrituras, las autentifica en nuestro
propio espíritu por medio de su testimonio y abre nuestro entendimiento para
comprender su significado.
4.
Siendo completa y verbalmente dadas por Dios, las Escrituras son sin error o
falta en todas sus enseñanzas, tanto en lo que declaran acerca de los actos de
creación de Dios, acerca de los eventos de la historia del mundo, acerca de su
propio origen literario bajo la dirección de Dios, como en su testimonio de la
gracia redentora de Dios en la
vida de cada persona.
5.
La autoridad de la Escrituras es inevitablemente afectada si esta inerrabilidad
divina es de algún modo limitada o ignorada, o es sometida a cierta opinión de
la verdad que es contraria a la de la Biblia; tales posiciones ideológicas
causan grandes pérdidas al individuo y a la Iglesia.
ARTÍCULOS DE
AFIRMACIÓN Y DE NEGACIÓN
ARTÍCULO I
Afirmamos
que las Santas Escrituras deben de ser recibidas como la absoluta Palabra de
Dios. Negamos que las Escrituras reciban su autoridad de la Iglesia, de la
tradición o de cualquier otra fuente humana.
ARTÍCULO II
Afirmamos
que las Escrituras son la suprema norma escrita por la cual Dios enlaza la
conciencia, y que la autoridad de la Iglesia está bajo la autoridad de las
Escrituras. Negamos que los credos de la Iglesia, los concilios o las
declaraciones tengan mayor o igual autoridad que la autoridad de la Biblia.
ARTÍCULO III
Afirmamos
que la Palabra escrita es en su totalidad la revelación dada por Dios. Negamos
que la Biblia sea simplemente un testimonio de la revelación, o sólo se
convierta en revelación cuando haya contacto con ella, o dependa de la reacción
del hombre para confirmar su validez.
ARTÍCULO IV
Afirmamos
que Dios, el cual hizo al hombre en su imagen, usó el lenguaje como medio para
comunicar su revelación.
Negamos
que el lenguaje humano esté tan limitado por nuestra humanidad que sea
inadecuado como un medio de revelación divina. Negamos además que la corrupción
de la cultura humana y del lenguaje por el pecado haya coartado la obra de
inspiración de Dios.
ARTÍCULO V
Afirmamos
que la revelación de Dios en las Sagradas Escrituras fue hecha en una forma
progresiva.
Negamos
que una revelación posterior, la cual puede completar una revelación inicial,
pueda en alguna forma corregirla o contradecirla. Negamos además que alguna
revelación normativa haya sido dada desde que el Nuevo Testamento fue
completado.
ARTÍCULO VI
Afirmamos
que las Sagradas Escrituras en su totalidad y en cada una de sus partes, aún
las palabras escritas originalmente, fueron divinamente inspiradas.
Negamos
que la inspiración de las Escrituras pueda ser considerada como correcta
solamente en su totalidad al margen de sus partes, o correcta en alguna de sus
partes pero no en su totalidad.
ARTÍCULO VII
Afirmamos
que la inspiración fue una obra por la cual Dios, por medio de su Espíritu y de
escritores humanos, nos dio su Palabra. El origen de la Escrituras es divino.
El modo usado para transmitir esta inspiración divina continúa siendo, en gran
parte, un misterio para nosotros.
Negamos
que esta inspiración sea el resultado de la percepción humana, o de altos
niveles de concientización de cualquier clase.
ARTÍCULO VIII
Afirmamos
que Dios, en su obra de inspiración, usó la personalidad característica y el
estilo literario de cada uno de los escritores que Él había elegido y preparado.
Negamos que Dios haya anulado las personalidades de los escritores cuando causó
que ellos usaran las palabras exactas que Él había elegido.
ARTÍCULO IX
Afirmamos
que la inspiración de Dios, la cual de ninguna manera les concedía omnisciencia
a los autores bíblicos, les garantizaba sin embargo, que sus declaraciones eran
verdaderas y fidedignas en todo a lo que
éstos fueron impulsados a hablar y a escribir.
Negamos
que la finitud o el estado de perdición de estos escritores, por necesidad o
por cualquier otro motivo, introdujeran alguna distorsión de la verdad o alguna
falsedad en la Palabra de Dios.
ARTÍCULO X
Afirmamos
que la inspiración de Dios, en sentido estricto, se aplica solamente al texto
autográfico de las Escrituras, el cual gracias a la providencia de Dios, puede
ser comprobado con gran exactitud por los manuscritos que están a la
disposición de todos los interesados. Afirmamos además que las copias y
traducciones de la Escrituras son la Palabra de Dios hasta el punto en que
representen fielmente los manuscritos originales.
Negamos
que algún elemento esencial de la fe cristiana esté afectado por la ausencia de
los textos autográficos. Negamos además de que la ausencia de dichos textos
resulte en que la reafirmación de la inerrabilidad bíblica sea considerada como
inválida o irrelevante.
ARTÍCULO XI
Afirmamos
que las Escrituras, habiendo sido divinamente inspiradas, son infalibles de
modo que nunca nos podrían engañar, y son verdaderas y fiables en todo lo referente
a los asuntos que trata.
Negamos
que sea posible que la Biblia en sus declaraciones, sea infalible y errada al
mismo tiempo. La infalibilidad y la inerrabilidad pueden ser diferenciadas pero
no separadas.
ARTÍCULO XII
Afirmamos
que la Biblia es inerrable en su totalidad y está libre de falsedades, fraudes
o engaños.
Negamos
que la infalibilidad y la inerrabilidad de la Biblia sean sólo en lo que se
refiera a temas espirituales, religiosos o redentores, y no a las
especialidades de historia y ciencia. Negamos además que las hipótesis
científicas de la historia terrestre puedan ser usadas para invalidar lo que
enseñan las Escrituras acerca de la creación y del diluvio universal.
ARTÍCULO XIII
Afirmamos
que el uso de la palabra inerrabilidad es correcto como término teológico para
referirnos a la completa veracidad de las Escrituras.
Negamos
que sea correcto evaluar las Escrituras de acuerdo con las normas de verdad y
error que sean ajenas a su uso o propósito. Negamos además que la inerrabilidad
sea invalidada por fenómenos bíblicos como la falta de precisión técnica
moderna, las irregularidades gramaticales u ortográficas, las descripciones
observables de la naturaleza, el reportaje de falsedades, el uso de hipérboles
y de números completos, el arreglo temático del material, la selección de
material diferente en versiones paralelas, o el uso de citas libres.
ARTÍCULO XIV
Afirmamos
la unidad y consistencia intrínsecas de las Escrituras. Negamos que presuntos
errores y discrepancias que todavía no hayan sido resueltos menoscaben las
verdades declaradas en la Biblia.
ARTÍCULO XV
Afirmamos
que la doctrina de la inerrabilidad está basada en la enseñanza bíblica acerca
de la inspiración. Negamos que las enseñanzas de Jesús acerca de las Escrituras
puedan ser descartadas por apelaciones a complacer o a acomodarse a sucesos de
actualidad, o por cualquier limitación natural de su humanidad.
ARTÍCULO XVI
Afirmamos
que la doctrina de la inerrabilidad ha sido esencial durante la historia de la
Iglesia en lo que a su fe se refiere. Negamos que la inerrabilidad sea una
doctrina inventada por el protestantismo académico, o de que sea una posición
reaccionaria postulada en respuesta a una crítica negativa de alto nivel
intelectual.
ARTÍCULO XVII
Afirmamos
que el Espíritu santo da testimonio de las Escrituras a los creyentes de la
veracidad de la Palabra escrita de Dios. Negamos que este testimonio del
Espíritu Santo obre separadamente de las Escrituras o contra ellas.
ARTÍCULO XVIII
Afirmamos
que el texto de las Escrituras debe interpretarse por la exégesis gramática
histórica, teniendo en cuenta sus formas y recursos literarios, y de que las
Escrituras deben ser usadas para interpretar cualquier parte de sí mismas.
Rechazamos
la legitimidad de cualquier manera de cambio del texto de las Escrituras, o de
la búsqueda de fuentes que puedan llevar a que sus enseñanzas se consideren
relativas y no históricas, descartándolas o rechazando su declaración de
autoría.
ARTÍCULO XIX
Afirmamos
que una confesión de la completa autoridad, infalibilidad e inerrabilidad de
las Escrituras es fundamental para tener una comprensión sólida de la totalidad
de la fe cristiana. Afirmamos además que dicha confesión tendría que llevamos a
una mayor conformidad a la imagen de Jesucristo.
Negamos
que dicha confesión sea necesaria para ser salvo. Negamos además, sin embargo,
de que esta inerrabilidad pueda ser rechazada sin que tenga graves
consecuencias para el individuo y para la Iglesia.
CONFESIÓN BAUTISTA DE FE DE 1689
Confesión Bautista de Fe de 1689.
Publicado por primera vez en inglés en 1689 bajo el título 1689 Baptist Confesión of Faith: ©
Editorial Peregrino, S.L. Derechos Reservados Cristianismo Histórico, Editorial
Peregrino. Prohibida la reproducción de esta traducción de la Confesión de fe
de Londres de 1689 para la venta. Para información adicional respecto a este
asunto, escriba a adminibrnb.com.
Editorial Peregrino, S. L. para la
presente versión española: Editorial Peregrino, S.L. Apartado 1913350 Moral de
Calatrava (C. Real) España: Usado con permiso de Cristianismo Histórico 5510
Tonnelle Avenue North Bergen, New Jersey 07047-3029 USA
Primera
edición en español, por Iglesia Bautista Bereana: 1989
Segunda
edición revisada en español, por Editorial Peregrino: 1997
Tercera
edición revisada en español, por Editorial Peregrino: 2007
Cuarta
edición revisada en español, por Chapel Library: 2009 Impreso
en EE.UU.
En todo el mundo, Por favor, baje el
material de nuestro sitio de internet sin cargo alguno o contacte a nuestro
distribuidor en su país cuyo nombre aparece allí.
En Norteamérica, para recibir
ejemplares adicionales de este folleto u otros materiales centrados en Cristo,
por favor pónganse en contacto en inglés con: Chapel Library
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Florida 32505 USA Teléfono: (850)
438-6666 Fax: (850) 438-0227 chapel@mountzion.org
ACERCA DE LA
DECLARACIÓN DE FE DE 1689
En Inglaterra, durante la década de
1630 y de 1640, surgieron de la Iglesia Anglicana grupos congregacionalistas y
bautistas.
Sus primeros años de existencia se
caracterizaron por repetidos ciclos de persecución por parte del Parlamento y
la religión oficial del país. El infausto Código de Clarendon fue adoptado en
la década de 1660 para aplastar todo disenso de la religión oficial del estado.
Los períodos de rigurosa aplicación y los intervalos de relajamiento de estas
leyes coercitivas angustiaban a presbiterianos, congregacionalistas y bautistas
por igual.
Los presbiterianos y
congregacionalistas no sufrieron menos que los bautistas bajo este acoso. Su
frente unido en un acuerdo doctrinal fue una de las razones principales de su
relativo éxito al resistir la tiranía gubernamental. Todos los presbiterianos
se mantuvieron fieles a la Confesión de Westminster de 1647. Los congregacionalistas
adoptaron prácticamente los mismos artículos de fe en la Declaración de Savoy
de 1658.
CONFESIÓN DE
WESTMINSTER (1647)
Mientras la Guerra Civil en Inglaterra
entre el Parlamento puritano y el rey (1642-1649) estaba en pleno auge, se
hicieron cambios en la Iglesia Anglicana. En 1643, el Parlamento abolió la
forma episcopal de gobierno eclesiástico, con sus parroquias y obispos
jerárquicos. También pidió una nueva estructura. Ésta sería formulada por una
asamblea de ciento veintiún clérigos (los “teólogos”) y treinta laicos: 10
miembros de la Cámara de los Lores y 20 miembros de la Cámara de los Comunes.
Esta “Asamblea Westminster de Teólogos” se reunió en la histórica abadía de
Westminster (contigua al Parlamento) en Londres, de la cual la declaración
deriva su nombre.
La mayoría de los presentes en la
Asamblea reunidos en 1643 eran presbiterianos puritanos. Se permitió la
participación de ocho comisionados escoceses en las reuniones, como muestra de
aprecio por su ayuda en la lucha contra el rey. Aunque los representantes
escoceses no tenían ningún rol oficial en las reuniones, su presencia fue
influyente. La Asamblea realizó 1.163 sesiones entre el 1 de julio de 1643 y el
22 de febrero de 1649. Se requería un quórum de 40 miembros.
Al ir avanzando el trabajo, se preparó
un Directorio de Culto para reemplazar el libro de oración episcopal. Además,
se redactó una nueva declaración de fe para la Iglesia Anglicana. La Confesión
de Westminster llegó a ser el credo protestante más importante de la época de
la Reforma. Se empezó a trabajar en esta confesión en julio de 1645, siguiendo
con muchas interrupciones hasta ser terminada en diciembre de 1646. La
confesión o declaración fue presentada a ambas Cámaras del Parlamento en 1647
bajo el título: “El humilde consejo de la Asamblea de Teólogos, con citas y
pasajes de las Escrituras anexadas, presentado por ellos a ambas Cámaras del
Parlamento.”
La Confesión de Westminster es un
resumen de las principales creencias cristianas en treinta y tres capítulos.
Está saturada de la teología bíblica reformada clásica, con énfasis en las
relaciones de pacto entre Dios y el hombre. En cuanto al gobierno de la
iglesia, presenta el concepto presbiteriano: con presbíteros (o sínodos) que
supervisan a las congregaciones locales. En cuanto al bautismo, conserva al
bautismo infantil, en concordancia con el concepto de pacto de la herencia
cristiana.
Éste mantiene que Dios con frecuencia
salva a familias enteras, y que el infante es considerado parte del pacto a
través de sus padres creyentes, mientras no pruebe lo contrario por medio de
sus decisiones relacionadas con su estilo de vida. A fin de explicar la
declaración, la Asamblea de Westminster preparó un Catecismo Mayor para ser
enseñado públicamente por los pastores desde el púlpito. Se publicó un
Catecismo Menor para la instrucción de los niños. Aunque la Confesión de
Westminster fue usada sólo brevemente por la Iglesia Anglicana, fue adoptada
por la Asamblea general de la Iglesia de Escocia en 1647 para uso general. La Confesión
de Westminster sigue siendo hasta hoy la declaración de fe autoritativa de la
mayoría de las iglesias presbiterianas.
DECLARACIÓN DE SAVOY (1658)
Muchos cristianos evangélicos
conservadores consideraban que la Confesión de Westminster era una afirmación
correcta de la fe según las Escrituras, pero no coincidían con las afirmaciones
sobre el gobierno de la iglesia y el bautismo. Éstos formaron dos grupos: los
congregacionalistas y los bautistas.
A fin de mantener el crecimiento del
que disfrutaban, el 29 de septiembre de 1658 se reunieron en el Palacio Savoy
en Londres, en una asamblea de líderes congregacionalistas. El sínodo adoptó
una “Declaración de fe y orden, observados y practicados en las iglesias
congregacionalistas.” Basada mayormente en la Confesión de Westminster, la
Declaración de Savoy incluía una sección sobre “La institución de iglesias y el
orden establecido en ellas por Jesucristo”. Defendía la forma congregacional
para el gobierno de la iglesia.
CONFESIÓN BAUTISTA DE LONDRES DE 1677
Los que consideraban que las Escrituras
enseñan el bautismo del creyente también necesitaban una declaración de fe
clara. A éstos los conocían como “bautistas”. Sintiéndose sustancialmente
unidos con el sufrimiento de los presbiterianos y los congregacionalistas bajo
la misma injusticia cruel, los bautistas se reunieron para publicar su armonía
sustancial con ellos en cuestiones de doctrina.
Se envió una carta circular a las
Iglesias Bautistas Particulares en Inglaterra y Gales, pidiendo a cada
congregación que enviara representantes a la reunión en Londres en 1677. Se
aprobó y publicó una declaración inspirada en la Confesión de Westminster.
Desde entonces lleva el nombre de
Confesión de Londres de 1677.
Debido a que este documento fue desarrollado en las oscuras horas de opresión,
fue lanzado bajo el anonimato.
El prefacio de la publicación original
de 1677 dice en parte: “Han pasado ya muchos años1 desde que varios de
nosotros... sentimos la necesidad de publicar nuestra confesión de fe, para la
información y satisfacción de quienes no entendían cabalmente cuáles eran
nuestros principios, o que habían tenido prejuicios contra nuestra profesión.
Habían pasado 33 años desde que la
Declaración de Londres anterior había sido expedida (en 1644) por siete congregaciones
bautistas en Londres. Aquel documento había sido desarrollado para distinguir a
las iglesias bautistas reformadas (que siguieron la fe evangélica histórica de
la Reforma), de los anabautistas y los recientemente formados bautistas
arminianos.
“En vista de que en la actualidad está
confesión no está al alcance de todos, y de que muchos otros también han
aceptado la misma verdad que contiene; juzgamos necesario juntarnos para dar un
testimonio al mundo de nuestra adherencia firme a estos sanos principios.
“Llegamos a la conclusión de que era necesario declararnos más plena y
decididamente y no encontrando defecto en este sentido en la adoptada por la
Asamblea [de Westminster], y después de ella por los congregacionalistas,
llegamos a la conclusión que sería mejor retener el mismo orden en nuestra
presente declaración de confesión.
Mayormente sin ninguna variación en los
términos haciendo uso de las mismas palabras de ambos. Esto hicimos para...
convencer a todos que no tenemos ningún deseo de dificultar la religión con
palabras nuevas, sino de esa manera dar nuestro inmediato consentimiento a las
palabras sanas que han sido usadas por otros antes que nosotros... En aquellas
cosas en las que diferimos con otros, nos hemos expresado con toda candidez y sencillez.
Nuestro propósito dista de querer crear una polémica en todo lo que hemos hecho
en esta cuestión.”
CONFESIÓN DE FE DE LONDRES DE 1689
William y Mary subieron al trono de
Inglaterra en 1689. El 24 de mayo de ese año se promulgó la Ley de Tolerancia.
A los dos meses, varios pastores londinenses pidieron una reunión general de
bautistas procedentes de Inglaterra y Gales. Se reunieron en Londres
representantes de ciento siete congregaciones desde el 3 al 12 de septiembre.
Adoptaron la Confesión de Londres
de 1677 con algunas importantes correcciones.
Una de las razones del crecimiento de
las congregaciones bautistas eran las características particulares del
movimiento. Los bautistas no reconocían los sacramentos como tales, como los
reconocían los anglicanos y los católicos romanos. Creían en dos ordenanzas: la
Cena del Señor y el bautismo de los que profesaban ser creyentes. Los primeros
bautistas preferían ser bautizados por inmersión en “aguas vivas”; agua que
corría en un río o arroyo. En el gobierno eclesiástico bautista, la
congregación tenía completa autoridad. Podía llamar a su pastor y despedirlo.
No había obispos ni superintendentes en la estructura bautista. Ningún grupo
tenía poder gubernamental sobre otras congregaciones individuales.
En resumen, las interpretaciones de fe
cristiana evangélica tal como las proclaman las Escrituras fueron presentadas
en la Confesión de Westminster en 1647. Se realizaron actualizaciones 1) para
el gobierno eclesiástico congregacional en la Declaración de Savoy en 1658 y 2) para el bautismo del creyente en la
(primera) Confesión de Londres
de 1677.
El mensaje principal de la Confesión de
Westminster fue nuevamente preservada en la Confesión de fe de Londres de 1689, que incorporó las revisiones
menores tanto de la Declaración
de Savoy y la primera Confesión
de Londres. La presente Confesión
Bautista Fe de 1689 ha pasado la prueba del tiempo y ha llegado a ser una de
las afirmaciones más importantes de la fe evangélica en la historia de la
iglesia. Es utilizada en la actualidad por miles de congregaciones alrededor
del mundo.
CONFESIÓN
BAUTISTA DE FE DE 1689
1 LAS SAGRADAS
ESCRITURAS
(1)
A.
Las Sagradas Escrituras constituyen la única regla
suficiente, segura e infalible de todo conocimiento, fe y obediencia salvadores.:
2 Ti. 3:15-17; Is. 8:20; Lc. 16:29, 31; Ef. 2:20.
B.
Aunque la luz de la naturaleza y las obras de la creación y
de la providencia manifiestan de tal manera la bondad, sabiduría y poder de
Dios que dejan a los hombres sin excusa: Ro. 1:19-21, 32; Ro. 2:12a, 14, 15;
Sal 19:1-3.
C.
No obstante, no son suficientes para dar el conocimiento de
Dios y de su voluntad que es necesario para la salvación: Sal 19:1-3 con vv.
7-11; Ro. 1:19-21; 2:12a, 14,15 con 1:16,17 y 3:21.
D.
Por lo tanto, agradó al Señor, en distintas épocas y de
diversas maneras, revelarse a sí mismo y declarar su voluntad a su iglesia: He
1:1,2a.
E.
Y posteriormente, para preservar y propagar mejor la verdad
y para un establecimiento y consuelo más seguros de la iglesia contra la corrupción
de la carne y la malicia de Satanás y del mundo, le agradó poner por escrito
esa revelación en su totalidad, lo cual hace a las Santas Escrituras muy
necesarias: . Pr. 22:19-21; Lc. 1:1-4; 2 P. 1:12-15; 3:1; Dt. 17:18ss.;
31:9ss., 19ss.; 1 Co. 15:1; 2 Ts. 2:1, 2,15; 3:17; Ro. 1:8-15; Gá. 4: 20; 6:
11; 1 Ti. 3:14. Ap. 1:9, 19; 2:1, etc.; Ro. 15:4; 2 P. 1:19-21.
F.
Habiendo cesado ya las maneras anteriores por las cuales
Dios revelaba su voluntad a su pueblo: He 1:1,2a; Hch. 1:21, 22; 1 Co. 9:1;
15:7, 8; Ef. 2:20
(2)
Bajo el nombre de Sagradas Escrituras o
Palabra de Dios escrita, están incluidos todos los libros del Antiguo y Nuevo
Testamento, que son:
ANTIGUO TESTAMENTO
Génesis, Éxodo, Levítico, Números,
Deuteronomio, Josué, Jueces, Rut, 1ª Samuel, 2ª Samuel, 1ª Reyes, 2ª Reyes, 1ª
Crónicas, 2ª Crónicas, Esdras, Nehemías, Ester, Job, Salmos, Proverbios,
Eclesiastés, Cantar de los Cantares, Isaías, Jeremías, Lamentaciones, Ezequiel,
Daniel, Oseas
Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas,
Nahúm, Habacuc, Sofonías, Hageo, Zacarías, Malaquías
NUEVO TESTAMENTO
Mateo, Marcos, Lucas, Juan, Hechos, de
los Apóstoles Romanos, 1ª Corintios, 2ª Corintios, Gálatas, Efesios,
Filipenses, Colosenses, 1ª Tesalonicenses, 2ª Tesalonicenses, 1ª Timoteo, 2ª
Timoteo, Tito, Filemón, Hebreos, Santiago, 1ª Pedro, 2ª Pedro, 1ª Juan, 2ª
Juan, 3ª Juan, Judas, Apocalipsis.
Todos ellos fueron dados por
inspiración de Dios para ser la regla de fe y de vida: 2ª Ti. 3: 16 con 1ª Ti.
5:17,18; 2ª P. 3: 16.
(3)
A.
Los libros comúnmente llamados Apócrifos, no siendo de
inspiración divina, no forman parte del canon o regla de la Escritura y, por lo
tanto, no tienen autoridad para la iglesia de Dios, ni deben aceptarse ni
usarse excepto de la misma manera que otros escritos humanos: Lc. 24:27,44; Ro.
3:2.
(4)
A.
La autoridad de las Sagradas Escrituras, por la que debe ser
creída, no depende del testimonio de ningún hombre o iglesia: Lc. 16:27-31; Gá.
1:8,9; Ef. 2:20.
B.
Sino enteramente de Dios (quien es la verdad misma), el
autor de ella; por lo tanto, debe ser recibida porque es la Palabra de Dios: 2
Ti. 3:15; Ro. 1:2; 3:2; Hch. 2:16; 4:25; Mt. 13:35; Ro. 9:17; Gá. 3:8; Ro.
15:4; 1 Co. 10:11; Mt. 22:32; Lc. 16:17; Mt. 22:41ss; Jun. 10:35; Gá. 3:16;
Hch. 1:16; 2:24ss; 13:34, 35; Jun. 19:34-36; 19:24; Lc. 22:37; Mt. 26:54; Jun.
13:18; 2 Ti. 3:16; 2 P. 1:19-21; Mt. 5:17, 18; 4:1-11.
(5)
A.
El testimonio de la iglesia de Dios puede movernos e
inducirnos a tener una alta y reverente estima por las Sagradas Escrituras: 2
Ti. 3:14, 15.
B.
Y el carácter celestial del contenido, la eficacia de la doctrina, la majestad
del estilo, la armonía de todas las partes, el fin que se propone alcanzar en
todo su conjunto (que es el de dar toda la gloria a Dios), la revelación
completa que dan del único camino de salvación para el hombre, y muchas otras
excelencias incomparables y la totalidad de perfecciones de las mismas, son
argumentos por los cuales dan abundante evidencia de ser la Palabra de Dios:
.Jer. 23:28, 29; Lc. 16:27-31; Jun. 6:63; 1 P. 1:23-25; He 4:12, 13; Dt.
31:11-13; Jun. 20:31; Gá. 1:8, 9; Mr. 16:15, 16.
C.
Sin embargo, nuestra plena persuasión y certeza de su verdad
infalible y su autoridad divina provienen de la obra interna del Espíritu
Santo, quien da testimonio en nuestros corazones por medio de la Palabra y con
ella: Mt. 16:17; 1 Co. 2:14ss.; Jun. 3:3; 1 Co. 2:4,5; 1 Ts. 1:5,6; 1 Jun.
2:20,21, con v. 27.
(6)
A.
Todo el consejo de Dios tocante a todas las cosas necesarias
para su propia gloria, la salvación del hombre, la fe y la vida, está expresamente
expuesto o necesariamente contenido en las Sagradas Escrituras; a las cuales
nada, en ningún momento, ha de añadirse, ni por nueva revelación del Espíritu
ni por las tradiciones de los hombres: 2 Ti. 3:15-17; Dt. 4:2; Hch. 20:20, 27;
Sal 19:7; 119:6, 9, 104,128.
B.
Sin embargo, reconocemos que la iluminación interna del
Espíritu de Dios es necesaria para un entendimiento salvador de las cosas
reveladas en la Palabra: Jun. 6:45; 1 Co. 2:9-14.
C.
Y que hay algunas
circunstancias tocantes a la adoración de Dios y al gobierno de la Iglesia,
comunes a las acciones y sociedades humanas, que han de determinarse conforme a
la luz de la naturaleza y de la prudencia cristiana, según las normas generales
de la Palabra, que han de guardarse siempre: 1 Co. 14:26,40
(7)
A.
No todas las cosas contenidas en las Escrituras son igualmente claras en sí
mismas. 2 P. 3:16.
B.
Ni son igualmente claras para todos: 2 Ti. 3:15-17.
C.
Sin embargo, las cosas que son necesarias saber, creer y
guardar para salvación, se proponen y exponen tan claramente en uno u otro
lugar de las Escrituras que no sólo los eruditos, sino los que no lo son,
pueden adquirir un entendimiento suficiente de tales cosas por el uso adecuado
de los medios ordinarios. 2 Ti. 3:14-17; Sal 19:7-8; 119:105; 2 P. 1:19; Pr.
6:22,23; Dt. 30:11-14.
(8)
A.
El Antiguo Testamento en hebreo (que era el idioma del
pueblo de Dios en la antigüedad) Ro. 3:2, 3.
B.
Y el Nuevo Testamento en griego(que en el tiempo en que fue
escrito era el idioma más generalmente conocido entre las naciones), siendo
inspirados inmediatamente por Dios y mantenidos puros a lo largo de todos los
tiempos por su especial cuidado y providencia, son, por lo tanto, auténticos:
Mt. 5:18.
C.
De tal forma que, en toda controversia religiosa, la iglesia
debe recurrir a ellos como autoridad determinante: Is. 8:20; Hch. 15:15; 2 Ti.
3:16, 17; Jun. 10:34-36.
C.
Pero debido a que estos idiomas originales no son conocidos por todo el pueblo
de Dios, que tiene derecho a las Escrituras e interés en las mismas, y se le
manda leerlas y escudriñarlas: Dt.
17:18-20; Pr. 2:1-5; 8:34; Jun. 5:39, 46.
D.
En el temor de Dios, han de traducirse a la lengua común de toda nación a la
que sean Llevadas: 1 Co. 14:6, 9, 11, 12, 24, 28.
E.
Para que morando abundantemente la Palabra de Dios en todos,
puedan adorarle de manera aceptable y para que, por la paciencia y consolación
de las Escrituras, tengan esperanza: Col. 3:16; Ro. 15:4.
(9)
A.
La regla infalible de interpretación de las Escrituras la
constituyen las propias Escrituras; y, por consiguiente, cuando surge una duda
respecto al verdadero y pleno sentido de cualquier pasaje bíblico (que no es
múltiple, sino único), éste se debe buscar en otros pasajes que se expresen con
más claridad: Is. 8:20; Jun. 10:34-36; Hch. 15:15,16.
(10)
A.
El juez supremo, por el que deben decidirse todas las
controversias religiosas, y por el que deben examinarse todos los decretos de
concilios, las opiniones de autores antiguos, las doctrinas de hombres y
espíritus particulares, y cuya sentencia debemos acatar, no puede ser otro sino
las Sagradas Escrituras entregadas por el Espíritu. A dichas Escrituras así
entregadas, se reduce nuestra fe en definitiva: Mt. 22:29, 31,32; Ef. 2:20;
Hch. 28:23-25.
2. DIOS Y LA SANTA TRINIDAD
(1)
A.
El Señor nuestro Dios es un Dios único, vivo y verdadero: Dt. 6:4; Jer. 10:10;
1 Co. 8:4, 6; 1 Ts. 1:9.
B.
Cuya subsistencia está en él mismo y es de él mismo,
infinito en su ser y perfección: 2. Is. 48:12
3.
Cuya esencia no puede ser comprendida por nadie sino por él mismo: Ex. 3:14;
Job 11:7, 8; 26:14; Sal 145:3; Ro. 11:33, 34.
C.
Es espíritu purísimo, invisible, sin cuerpo, miembros o
pasiones, el único que tiene inmortalidad y que habita en luz inaccesible: Jun.
4:24; 1 Ti. 1:17; Dt. 4:15, 16; Lc. 24:39; Hch. 14:11, 15; Stg. 5:17.
D.
Es inmutable, inmenso, eterno, inescrutable, todopoderoso,
infinito en todos los sentidos, santísimo, sapientísimo, libérrimo, absoluto:
Mal. 3:6; Stg. 1:17; 1 R. 8:27; Jer.23:23, 24; Sal 90:2; 1 Ti. 1:17; Gn. 17:1;
Ap. 4:8; Is. 6:3; Ro. 16:27; Sal 115:3; Ex. 3:14.
E.
Que hace todas las cosas según el consejo de su inmutable y justísima voluntad,
para su propia gloria: Ef. 1:11; Is. 46:10; Pr. 16:4; Ro. 11:36.
F.
Es amantísimo, benigno, misericordioso, longánimo, abundante
en bondad y verdad, perdonando la iniquidad, la transgresión y el pecado: Ex.
34:6,7; 1 Jun. 4:8.
G.
Galardonador de los que le buscan con diligencia, y sobre todo, justísimo y
terrible en sus juicios, que odia todo pecado y que de ninguna manera dará por
inocente al culpable: He 11:6; Neh. 9:32,33; Sal 5:5,6; Naha 1:2,3; Ex. 34:7.
(2)
A.
Teniendo Dios en sí mismo y por sí mismo toda vida, gloria,
bondad y bienaventuranza, es todo suficiente en sí mismo y respecto así mismo,
no teniendo necesidad de ninguna de las criaturas que ha hecho, ni derivando
ninguna gloria de ellas, sino que solamente manifiesta su propia gloria en
ellas, por ellas, hacia ellas y sobre ellas: Jun. 5:26; Hch. 7:2; Sal 148:13;
119:68; 1 Ti. 6:15; Job 22:2, 3; Hch. 17:24, 25.
B.
Él es la única fuente de todo ser, de quien, por quien y para quien son todas
las cosas, teniendo sobre todas las criaturas el más soberano dominio para
hacer mediante ellas, para ellas y sobre ellas todo lo que le agrade: Ap. 4:11;
1 Ti. 6:15; Ro. 11:34-36; Dn. 4:25, 34, And 35.
C.
todas las cosas están desnudas y abiertas a sus ojos; su
conocimiento es infinito, infalible e independiente de la criatura, de modo que
para él no hay ninguna cosa contingente o incierta: He 4:13; Ro. 11:33, 34; Sal
147:5; Hch. 15:18; Ez. 11:5.
D.
Es santísimo en todos sus consejos, en todas sus obras y en
todos sus mandatos: Sal 145:17; Ro. 7:12.
E.
A él se le debe, por parte de los ángeles y los hombres,
toda adoración, todo servicio u obediencia que como criaturas deben al Creador,
y cualquier cosa adicional que a él le placiera demandar de ellos: Ap. 5:12-14.
(3)
A.
En este Ser divino e infinito hay tres subsistencias, el
Padre, el Verbo o Hijo y el Espíritu Santo: Mt. 3:16, 17; 28:19; 2 Co. 13:14.
B.
De una sustancia, un poder y una eternidad, teniendo cada uno toda la esencia
divina, pero la esencia indivisa: Ex. 3:14; Jn.14:11; 1 Co. 8:6.
C.
El Padre no es de nadie, ni por generación ni por procesión; el Hijo es
engendrado eternamente del Padre, y el Espíritu Santo procede del Padre y del
Hijo: todos ellos son infinitos, sin
principio y, por tanto, son un solo Dios, que no ha de ser dividido en
naturaleza y ser, sino distinguido por varias propiedades relativas peculiares
y relaciones personales; dicha doctrina de la Trinidad es el fundamento de toda
nuestra comunión con Dios y nuestra consoladora dependencia de él: Pr. 8:22-31;
Jun. 1:1-3, 14,18; 3:16; 10:36; 15:26; 16:28; He 1:2; 1 Jun. 4:14; Gá. 4:4-6.
3. EL DECRETO DE DIOS
(1)
A.
Dios, desde toda la eternidad, por el sapientísimo y santísimo consejo de su
propia voluntad, ha decretado en sí mismo, libre e inalterablemente: Pr. 19:
21; Is. 14: 24-27; 46:10, 11; Sal 115: 3; 135:6; Ro. 9:19.
B.
Todas las cosas, todo lo que sucede: Dn. 4:34, 35; Ro. 8:28; 11:36; Ef. 1:11.
C.
Sin embargo, de tal manera que por ello Dios ni es autor del pecado ni tiene
comunión con nadie en el mismo: Gn. 18:25; Stg. 1:13; 1 Jun. 1:5.
D.
Ni se hace violencia a la voluntad de la criatura, ni se quita la libertad o
contingencia de las causas secundarias, sino que más bien las establece: Gn.
50:20; 2 S. 24:1; Is. 10:5-7; Mt. 17:12; Jun. 19:11; Hch. 2:23; 4:27, 28.
E.
En lo cual se manifiesta su sabiduría en disponer todas las cosas, y su poder y
fidelidad en llevar a cabo sus decretos: Nm. 23:19; Ef. 1:3-5.
(2)
A.
Aunque Dios sabe todo lo que pudiera o puede pasar en todas las condiciones que
se puedan suponer: 1 S. 23:11, 12; Mt. 11:21, 23; Hch. 15:18.
B.
Sin embargo nada ha decretado porque lo previera como futuro o como aquello que
había de suceder en dichas condiciones: Is. 40:13, 14; Ro. 9:11-18; 11:34; 1
Co. 2:16.
(3)
A.
Por el decreto de Dios, para la manifestación de su gloria, algunos hombres y
ángeles son predestinados, o preordenados, a vida eterna por medio de
Jesucristo, para alabanza de la gloria de su gracia: 1 Ti. 5:21; Mt. 25:34; Ef.
1:5, 6.
B.
A otros se les deja actuar en su pecado para su justa condenación, para
alabanza de la gloria de su justicia: Jun. 12:37-40; Ro. 9:6-24; 1 P. 2:8-10;
Jud. 4.
(4)
A.
Estos ángeles y hombres así predestinados y preordenados están designados
particular e inalterablemente, y su número es tan cierto y definido que no se
puede aumentar ni disminuir: Mt. 22:1-14; Jun. 13:18; Ro. 11:5, 6; 1 Co.
7:20-22; 2 Ti. 2:19.
(5)
A.
A los humanos que están predestinados para vida, Dios (antes de la fundación
del mundo, según su propósito eterno e inmutable y el consejo secreto y
beneplácito de su voluntad) los ha escogido en Cristo para gloria eterna,
meramente por su libre gracia y Amor: Ro. 8:30; Ef. 1:4-6,9; 2 Ti. 1:9.
B.
sin que ninguna otra cosa en la criatura, como condición o causa, le moviera a
ello: Ro. 9:11-16; 11:5,6.
(6)
A.
Así como Dios ha designado a los escogidos para la gloria, de la misma manera,
por el propósito eterno y libérrimo de su voluntad, ha pre-ordenado todos los
medios para ello: 1 P. 1:2; 2 Ts. 2:13; Ef. 1:4; 2:10.
B.
Por lo tanto, los que son escogidos, habiendo caído en Adán, son redimidos por
Cristo: 1 Ts. 5:9, 10; Tit. 2:14.
C.
Eficazmente llamados a la fe en Cristo por su Espíritu obrando a su debido
tiempo, son justificados, adoptados, santificados: Ro. 8:30; Ef. 1:5; 2 Ts.
2:13.
C.
guardados por su poder, mediante la fe, para salvación: 1 P. 1:5.
D.
nadie más es redimido por Cristo, o eficazmente llamado, justificado, adoptado,
santificado y salvado, sino solamente los escogidos: Jun. 6:64,65; 8:47; 10:26;
17:9; Ro. 8:28; 1 Jun. 2:19.
(7)
A.
La doctrina del profundo misterio de la predestinación debe
tratarse con especial prudencia y cuidado: Dt. 29:29; Ro. 9:20; 11:33.
B:
Para que los hombres, al ocuparse de la voluntad de Dios revelada en su Palabra
y, al obedecerla, puedan, por la certidumbre de su llamamiento eficaz, estar
seguros de su elección eterna: 1 Ts. 1:4, 5; 2 P. 1:10.
C.
De este modo, esta doctrina proporcionará motivo de alabanza, reverencia y
admiración a Dios: Ef. 1:6; Ro. 11:33.
D.
Y de humildad: Ro. 11:5, 6,20; Col. 3:12.
E.
Y diligencia: 2 P. 1:10.
F.
Y abundante consuelo a todos los que sinceramente obedecen al evangelio: Lc.
10:20.
4. DE LA CREACIÓN
(1)
A.
En el principio agradó a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo: He 1:2; Jun. 1:2,
3; Gn. 1:2; Job 26:13; 33:4.
B.
Para la manifestación de la gloria de su poder, sabiduría y bondad Eternos: Ro.
1:20; Jer. 10:12; Sal 104:24; 33:5, 6; Pr. 3:19; Hch. 14:15, 16.
C.
Crear o hacer el mundo y todas las cosas que en él hay, ya sean visibles o
invisibles: Gn. 1:1; Jun. 1:2; Col. 1:16.
D.
En el lapso de seis días: Gn. 2:1-3; Ex. 20:8-11.
E.
Y todas muy buenas: Gn. 1:31; Ec. 7:29; Ro. 5:12.
(2)
A.
Después que Dios hubo creado todas las demás criaturas, creó al hombre, varón y
hembra, con almas racionales e inmortales, haciéndolos aptos para la vida con
Dios para la cual fueron creados: Gn. 1:27; 2:7; Stg. 2:26; Mt. 10:28; Ec.
12:7.
B:
Siendo hechos a imagen de Dios, en conocimiento, justicia y santidad de la
verdad: Gn. 1:26,27; 5:1-3; 9:6; Ec. 7:29; 1 Co. 11:7; Stg. 3:9; Col. 3:10; Ef.
4:24.
C.
Teniendo la ley de Dios escrita en sus corazones, y el poder para cumplirla y,
sin embargo, con la posibilidad de transgredirla, por haber sido dejados a la
libertad de su propia voluntad, que era mutable: Ro. 1:32; 2:12a, 14,15; Gn.
3:6; Ec. 7:29; Ro. 5:12.
(3)
A.
Además de la ley escrita en sus corazones, recibieron un mandato de no comer
del árbol del conocimiento del bien y del mal; y, mientras lo guardaron, fueron
felices en su comunión con Dios y tuvieron dominio sobre las criaturas: Gn.
1:26,28; 2:17.
5 LA DIVINA
PROVIDENCIA
(1)
A.
Dios, el buen Creador de todo: Gn. 1:31; 2:18; Sal 119:68.
B.
En su infinito poder y sabiduría: Sal 145:11; Pr. 3:19; Sal
66:7.
C.
Sostiene, dirige, dispone y gobierna a todas las criaturas: He 1:3; Is. 46:10,
11; Dn. 4:34, 35; Sal 135:6; Hch. 17:25-28; Job 38-41.
D.
Y cosas, desde la mayor hasta la más pequeña: Mt. 10:29-31.
E.
Por su sapientísima y santísima providencia: Pr. 15:3; Sal 104:24; 145:17.
F.
Con el fin para el cual fueron creadas: Col. 1:16, 17; Hch. 17:24-28.
F.
Según su presciencia infalible, y el libre e inmutable consejo de su propia
voluntad: Sal 33:10,11; Ef. 1:11.
G:
Para alabanza de la gloria de su sabiduría, poder, justicia, infinita bondad y
misericordia: Is. 63:14; Ef. 3:10; Ro. 9:17; Gn.45:7; Sal 145:7
(2)
A.
Aunque en relación con la presciencia y el decreto de Dios, la causa primera,
todas las cosas suceden inmutable e infaliblemente, de modo que nada ocurre a
nadie por azar o sin su providencia: Hch. 2:23; Pr. 16:33.
B.
Sin embargo, por la misma providencia, las ordena de manera que ocurran según
la naturaleza de las causas secundarias, ya sea necesaria, libre o
contingentemente: Gn. 8:22; Jer. 31:35; Ex. 21:13; Dt. 19:5; Is. 10:6, 7; Lc.
13; 3, 5; Hch. 27:31; Mt. 5:20, 21; Fil. 1:19; Pr. 20:18; Lc. 14:25ss.Pr.
21:31; 1 R. 22:28,34; Rt. 2:3.
(3)
A.
Dios, en su providencia ordinaria, hace uso de medios: Hch. 27:22, 31,44; Is.
55:10,11; Os. 2:21,22.
B.
Sin embargo, tiene la libertad de obrar sin ellos: Os. 1:7; Lc. 1:34,35.
C.
por encima de ellos: Ro. 4:19-21.
D.
Y contra ellos, según le plazca: Ex. 3:2,3; 2 R. 6:6; Dn.
3:27.
(4)
A.
El poder omnipotente, la sabiduría inescrutable y la bondad infinita de Dios se
manifiestan en su providencia hasta tal punto que su consejo determinante se
extiende aun hasta la primera Caída y a todas las demás acciones pecaminosas,
tanto de los ángeles como de los hombres: Ro. 11:32-34; 2 S. 24:1; 1 Cr. 21:1;
1 R. 22:22,23; 2 S. 16:10; Hch. 2:23; 4:27,28.
B.
(Y eso no por un mero permiso), las cuales sapientísima y poderosamente limita,
y asimismo ordena y gobierna de múltiples maneras para sus santísimos fines:
Hch. 14:16; 2 R. 19:28; Gn. 50:20; Is. 10:6, 7, 12
C.
sin embargo, de tal modo que la pecaminosidad de las acciones de ellos procede
sólo de las criaturas, y no de Dios, quien siendo justísimo y santísimo, no es,
ni puede ser, autor del pecado ni aprobarlo: Stg.:13, 14, 17; 1 Jun. 2:16; Sal
50:21.
(5)
A.
El Dios sapientísimo, justísimo y clementísimo a menudo deja por algún tiempo a
sus propios hijos en diversas tentaciones y en las corrupciones de sus propios
corazones, a fin de disciplinarlos por sus pecados anteriores o para revelarles
la fuerza oculta de la corrupción y del engaño de sus corazones, para que sean
humillados; y para llevarlos a una dependencia de él más íntima y constante
para su apoyo en él; y para hacerlos más vigilantes contra todas las ocasiones
futuras de pecado, y para otros fines santos y justos: 2 Cr. 32:25, 26, 31; 2
S. 24:1; Lc. 22:34, 35; Mr. 14:66-72; Jun. 21:15-17.
B.
Por consiguiente, todo lo que ocurre a cualquiera de sus escogidos es por su
designio, para su gloria y para el bien de ellos: Ro. 8:28.
(6)
A.
En cuanto a aquellos hombres malvados e impíos a quienes Dios, como juez justo,
ciega y endurece a causa de su pecado anterior: Ro. 1:24-26, 28; 11:7, 8.
B.
No sólo les niega su gracia, por la cual podría haber iluminado su
entendimiento y obrado en sus corazones: Dt. 29: 4.
C.
sino que también algunas veces les retira los dones que tenían: Mt. 13:12;
25:29.
D.
y los deja expuestos a las cosas que su corrupción convierte en ocasión de
pecado: Dt. 2:30; 2 R. 8:12, 13.
E.
y, a la vez, los entrega a sus propias concupiscencias, a las tentaciones del
mundo y al poder de Satanás: Sal 81:11, 12; 2 Ts. 2:10-12.
F.
por lo cual sucede que se endurecen bajo los mismos medios
que Dios emplea para ablandar a otros: Ex. 7:3; 8:15, 32; 2 Co. 2:15, 16; Is.
6:9, 10; 8:14; 1 P. 2:7; Hch. 28:26, 27; Jun. 12:39, 40.
(7)
A.
Del mismo modo que la providencia de Dios alcanza en general a todas las
criaturas, así también de un modo más especial cuida de su iglesia y dispone
todas las cosas para el bien de la misma: Pr. 2:7, 8; Am. 9:8, 9; 1 Ti. 4:10;
Ro. 8:28; Ef. 1:11, 22; 3:10, 11, 21; Is. 43:3-5, 14.
6. LA CAÍDA DEL
HOMBRE, EL PECADO Y SU CASTIGO
(1)
A.
A pesar de que Dios creó al hombre recto y perfecto, y le dio una ley justa,
que hubiera sido para vida si la hubiera guardado, y amenazó con la muerte su
transgresión, el hombre no la honró por mucho tiempo: Ec. 7:29; Ro. 5:12a, 14,
15; Gn. 2:17; 4:25-5:3.
B.
Usando Satanás la sutileza de la serpiente para subyugar a Eva y luego a través
de ella seduciendo a Adán, quien sin ninguna coacción, deliberadamente
transgredió la ley bajo la cual habían sido creados y también el mandato que
les había sido dado, al comer del fruto prohibido: Gn. 3:1-7; 2 Co. 11:3; 1 Ti.
2:14.
C.
Lo cual agradó a Dios permitir, conforme a su sabio y santo consejo, habiéndolo
ordenado con el propósito de que fuera para su propia gloria: Ro. 11:32-34; 2
S. 24:1; 1 Cr. 21:1; 1 R. 22:22,23; 2 S. 16:10; Hch. 2:23; 4:27,28.
(2)
A.
Por este pecado, nuestros primeros padres cayeron de su justicia y rectitud
original y de su comunión con Dios, y nosotros en ellos, por lo que la muerte
sobrevino a todos: Gn. 3:22-24; Ro. 5:12ss. 1Co. 15:20-22; Sal 51:4,5; 58:3;
Ef. 2:1-3; Gn. 8:21; Pr. 22:15.
B.
Viniendo a estar todos los hombres muertos en pecado, y
totalmente corrompidos en todas las facultades y partes del alma y del cuerpo:
Gn. 2:17; Ef. 2:1; Tit. 1:15; Gn. 6:5; Jer. 17:9; Ro. 3:10-18; 1:21; Ef.
4:17-19; Jun. 5:40; Ro. 8:7.
(3)
A.
Siendo ellos la raíz de la raza humana, y estando por
designio de Dios en lugar de toda la humanidad, la culpa del pecado fue
imputada y la naturaleza corrompida transmitida a toda la posteridad que
descendió de ellos mediante generación ordinaria, siendo ahora concebidos en
pecado, y por naturaleza hijos de ira, siervos del pecado, sujetos a la muerte
y a todas las demás desgracias –espirituales, temporales y eternas–, a no ser
que el Señor Jesús los libere: Ro. 5:12ss. 1 Co. 15:20-22; Sal 51:4,5; 58:3;
Ef. 2:1-3; Gn. 8:21; Pr. 22:15; Job 14:4; 15:14.
(4)
A.
De esta corrupción original, por la cual estamos
completamente indispuestos, incapacitados y opuestos a todo bien y enteramente
inclinados a todo mal: Mt. 7:17,18; 12:33-35; Lc. 6:43-45; Jun. 3:3,5;
6:37,39,40,44,45,65; Ro. 3:10-12; 5:6; 7:18; 8:7,8; 1 Co. 2:14.
B.
Proceden en sí todas las transgresiones: Mt. 7:17-20;
12:33-35; 15:18-20.
(5)
A.
La corrupción de la naturaleza permanece durante esta vida en los que son
regenerados: 1 Jun. 1:8-10; 1 R. 8:46; Sal 130:3; 143:2; Pr. 20:9; Ec. 7:20;
Ro. 7:14-25; Stg. 3:2.
B.
y, aunque aquella sea perdonada y mortificada por medio de Cristo, ella misma y
sus primeros impulsos son verdadera y propiamente pecado: Sal 51:4,5; Pr.
22:15; Ef. 2:3; Ro. 7:5, 7, 8, 17, 18,25; 8:3-13; Gá. 5:17-24; Pr. 15:26; 21:4;
Gn. 8:21; Mt. 5:27,28.
7. EL PACTO DE
DIOS
(1)
A.
La distancia entre Dios y la criatura es tan grande que aun cuando las
criaturas racionales le deben obediencia como su Creador, éstas nunca podrían
haber logrado la recompensa de la vida a no ser por alguna condescendencia
voluntaria por parte de Dios, que a él le ha placido expresar en forma de
pacto: Job 35:7,8; Sal 113:5,6; Is. 40:13-16; Lc. 17:5-10; Hch. 17:24,25.
(2)
A.
Además, habiéndose el hombre acarreado la maldición de la ley por su Caída,
agradó al Señor hacer un pacto de gracia: Gn. 3:15; Sal 110:4 (con He 7:18-22;
10:12-18); Ef. 2:12 (con Ro. 4:13-17 y Gá. 3:18-22); He 9:15.
B.
En el que gratuitamente ofrece a los pecadores vida y salvación por Jesucristo,
requiriéndoles la fe en él para que puedan ser salvos2: Jun. 3:16; Ro. 10:6,9;
Gá. 3:11.
C.
Y prometiendo dar su Espíritu Santo a todos aquellos que son ordenados para
vida eterna, a fin de darles disposición y capacidad para creer: Ez. 36:26,27;
Jun. 6:44,45.
(3)
A.
Este pacto se revela en el evangelio; en primer lugar, a Adán en la promesa de
salvación a través de la simiente de la mujer, y luego mediante pasos
adicionales hasta completarse su plena revelación en el Nuevo Testamento: Gn.
3:15; Ro. 16:25-27; Ef. 3:5; Tit. 1:2; He 1:1,2.
B.
Y tiene su fundamento en aquella transacción federal y eterna que hubo entre el
Padre y el Hijo acerca de la redención de los escogidos: Sal 110:4; Ef. 1:3-11;
2 Ti. 1:9.
C.
Y es únicamente a través de la gracia de este pacto como todos los
descendientes del Adán caído que son salvados obtienen vida y bendita
inmortalidad, siendo el hombre ahora totalmente incapaz de ser aceptado por
Dios bajo aquellas condiciones en las que estuvo Adán en su estado de
inocencia: Jun. 8:56; Ro. 4:1-25; Gá.
3:18-22; He 11:6, 13, 39,40.
8. CRISTO EL
MEDIADOR
(1)
A.
Agradó a Dios: Is. 42:1; Jun. 3:16.
B.
En su propósito eterno: 1 P. 1:19.
C.
Escoger y ordenar al Señor Jesús, su Hijo unigénito,
conforme al pacto hecho entre ambos: Sal 110:4; He 7:21, 22.
D.
Para que fuera el mediador entre Dios y el hombre; profeta, sacerdote, y rey;
cabeza y Salvador de la iglesia, el heredero de todas las cosas y juez del
mundo: 1 Ti. 2:5; Hch. 3:22; He 5:5, 6; Sal 2:6; Lc. 1:33; Ef. 1:22, 23; 5:23;
He 1:2; Hch. 17:31.
E.
A quien dio, desde toda la eternidad, un pueblo para que fuera su simiente y
para que a su tiempo lo redimiera, llamara, justificara, santificara y
glorificara: Ro. 8:30; Jun. 17:6; Is. 53:10; Sal 22:30; 1 Ti. 2:6; Is. 55:4, 5;
1 Co. 1:30.
(2)
A.
El Hijo de Dios, la segunda persona en la Santa Trinidad, siendo Dios verdadero
y eterno, el resplandor de la gloria del Padre, consustancial con aquel e igual
a él, que hizo el mundo, y quien sostiene y gobierna todas las cosas que ha
hecho: Jun. 8:58; Jl. 2:32 con Ro. 10:13; Sal 102:25 con He 1:10; 1 P. 2:3 con
Sal 34:8; Is. 8:12,13 con 3:15; Jun. 1:1; 5:18; 20:28; Ro. 9:5; Tit. 2:13; He
1:8,9; Fil. 2:5,6; 2 P. 1:1; 1 Jun. 5:20.
B.
Cuando llegó la plenitud del tiempo: Gá. 4: 4.
C.
Tomó sobre sí la naturaleza del hombre, con todas sus
propiedades esenciales: He 10:5; Mr. 14:8; Mt. 26:12,26; Lc. 7:44-46; Jun.
13:23; Mt. 9:10-13; 11:19; Lc. 22:44; He 2:10; 5:8; 1 P. 3:18; 4:1; Jun.
19:32-35; Mt. 26:36-44; Stg. 2:26; Jun. 19:30; Lc. 23:46; Mt. 26:39; 9:36; Mr.
3:5; 10:14; Jun. 11:35; Lc. 19:41-44; 10:21; Mt. 4:1-11; He 4:15 con Stg. 1:13;
Lc. 5:16; 6:12; 9:18,28; 2:40,52; He 5:8, 9.
D.
Y con sus debilidades concomitantes: Mt. 4:2; Mr. 11:12; Mt. 21:18; Jun. 4:7;
19:28; 4:6; Mt. 8:24; Ro. 8:3; He 5:8; 2:10,18; Gá. 4:4.
E.
Aunque sin pecado: Is. 53:9; Lc. 1:35; Jun. 8:46; 14:30; Ro. 8:3; 2 Co. 5:21;
He 4:15; 7:26; 9:14; 1 P. 1:19; 2:22; 1 Jun. 3:5.
F.
Siendo concebido por el Espíritu Santo en el vientre de la virgen María, al
venir sobre ella el Espíritu Santo y cubrirla el Altísimo con su sombra; y así
fue hecho de una mujer de la tribu de Judá, de la simiente de Abraham y David
según las Escrituras: Ro. 1:3,4; 9:5.
G.
De manera que, dos naturalezas completas, perfectas y distintas se unieron
inseparablemente en una persona, pero sin conversión, composición o confusión
alguna. Esta persona es verdaderamente Dios: Tit. 2:13; He 1:8,9; Fil. 2:5,6; 2
P. 1:1; 1 Jun. 5:20.
H.
Y verdaderamente hombre. Hch. 2:22; 13:38; 17:31; 1 Co. 15:21; 1 Ti. 2:5.
I.
Aunque un solo Cristo, el único mediador entre Dios y el hombre: Ro. 1:3,4; Gá.
4:4,5; Fil. 2:5-11.
(3)
A.
El Señor Jesús, en su naturaleza humana así unida a la divina, en la persona
del Hijo, fue santificado y ungido con el Espíritu Santo sin medida, teniendo
en sí todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento, en quien agradó al
Padre que habitase toda plenitud, a fin de que siendo santo, inocente y sin
mancha, y lleno de gracia y de verdad, fuese completamente apto para desempeñar
el oficio de mediador y fiador: Sal 45:7; Col. 1:19; 2:3; He 7:26; Jun. 1:14;
Hch. 10:38; He 7:22.
B.
El cual no tomó por sí mismo, sino que fue llamado para el mismo por su Padre,
quien también puso en sus manos todo poder y juicio, y le ordenó que lo
cumpliera: He 5:5; Jun. 5:22,27; Mt. 28:18; Hch. 2:36.
(4)
A.
El Señor Jesús asumió de muy buena voluntad este oficio: Sal 40:7,8 con He
10:5-10; Jun. 10:18; Fil. 2:8.
B.
Y para desempeñarlo, nació bajo la ley: Gá. 4:4.
C.
La cumplió perfectamente y sufrió el castigo que nos correspondía a nosotros,
el cual deberíamos haber llevado y sufrido: Mt. 3:15; 5:17.
D.
Siendo hecho pecado y maldición por nosotros: Mt. 26:37,38; Lc. 22:44; Mt.
27:46.
E.
Soportando las más terribles aflicciones en su alma y los más dolorosos
sufrimientos en su cuerpo: Mt. 26-27.
F:
Fue crucificado y murió, y permaneció en el estado de los muertos, aunque sin
ver corrupción: Fil. 2:8; Hch. 13:37.
G.
Al tercer día resucitó de entre los muertos con el mismo cuerpo en que sufrió:
Jun. 20:25, 27.
H.
Con el cual también ascendió al cielo: Hch. 1:9-11.
I.
Y allí está sentado a la diestra de su Padre intercediendo: Ro. 8:34; He 9:24.
J.
Y regresará para juzgar a los hombres y a los ángeles al final del mundo: Hch.
10:42; Ro. 14:9, 10; Hch. 1:11; Mt. 13:40-42; 2 P. 2:4; Jud. 6.
(5)
A.
El Señor Jesús, por su perfecta obediencia y el sacrificio de sí mismo: Ro.
5:19; Ef. 5:2.
B.
Que ofreció a Dios una sola vez a través del Espíritu eterno: He 9:14, 16;
10:10, 14.
C.
Ha satisfecho plenamente la justicia de Dios: Ro. 3:25, 26; He 2:17; 1 Jun.
2:2; 4:10.
C.
Ha conseguido la reconciliación: 2 Co. 5:18, 19; Col.
1:20-23.
D.
y ha comprado una herencia eterna en el reino de los cielos:
He 9:15; Ap. 5:9, 10.
E.
para todos aquellos que el Padre le ha dado: Jun. 17:2.
(6)
A.
Aun cuando el precio de la redención no fue realmente pagado por Cristo hasta
después de su encarnación, sin embargo la virtud, la eficacia y los beneficios
de la misma fueron comunicados a los escogidos en todas las épocas desde el
principio del mundo: Gá. 4:4, 5; Ro. 4:1-9.
B.
En las promesas, tipos y sacrificios y por medio de los
mismos, en los cuales fue revelado y señalado como la simiente que heriría la
cabeza de la serpiente: Gn. 3:15; 1 P. 1:10, 11.
C.
Y como el Cordero inmolado desde la fundación del mundo: Ap. 13:8.
D.
Siendo el mismo ayer, hoy y por los siglos: He 13:8.
(7)
A.
Cristo, en la obra de mediación, actúa conforme a ambas naturalezas, haciendo
por medio de cada naturaleza lo que es propio de ella; aunque, por razón de la
unidad de la persona, lo que es propio de una naturaleza algunas veces se le
atribuye en las Escrituras a la persona denominada por la otra naturaleza: Jun.
3:13; Hch. 20:28.
(8)
A.
A todos aquellos para quienes Cristo ha obtenido redención eterna, cierta y
eficazmente les aplica y comunica la misma: Jn.6:37,39; 10:15,16; 17:9.
B.
Haciendo intercesión por ellos: 1 Jun. 2:1,2; Ro. 8:34.
C.
Uniéndoles a sí mismo por su Espíritu: Ro. 8:1,2.
D.
Revelándoles en la Palabra y por medio de ella el misterio de la salvación:
Jun. 15:13,15; 17:6; Ef. 1:7-9.
E.
Persuadiéndoles a creer y obedecer: 1 Jun. 5:20.
F.
Gobernando sus corazones por su Palabra y Espíritu. Jun. 14:16; He 12:2; Ro.
8:9,14; 2 Co. 4:13; Ro. 15:18,19; Jun. 17:17.
G.
Y venciendo a todos sus enemigos por su omnipotente poder y sabiduría: Sal
110:1; 1 Co. 15:25,26; Col. 2:15.
H.
De manera y en formas que más coincidan con su maravillosa e
inescrutable dispensación: Ef. 1:9-11.
I.
Y todo por su gracia libre y absoluta, sin prever ninguna condición en ellos
para granjearla: 1 Jun. 3:8; Ef. 1:8.
(9)
A.
Este oficio de mediador entre Dios y el hombre es propio sólo de Cristo, quien
es el Profeta, Sacerdote y Rey de la iglesia de Dios; y no puede, ni parcial ni
totalmente, ser transferido de él a ningún otro: 1 Ti. 2:5.
(10)
A.
Esta cantidad y orden de oficios son necesarios; pues, por nuestra ignorancia,
tenemos necesidad de su oficio profético: Jun. 1:18.
B.
Y por nuestra separación de Dios y la imperfección del mejor de nuestros
servicios, necesitamos su oficio sacerdotal para reconciliarnos con Dios y presentarnos
aceptos para con él: Col. 1:21; Gá. 5:17; He 10:19-21.
C.
Y por nuestra falta de disposición y total incapacidad para volver a Dios y
para rescatarnos a nosotros mismos y protegernos de nuestros adversarios
espirituales, necesitamos su oficio real para convencernos, subyugarnos,
atraernos, sostenernos, librarnos y preservarnos para su reino celestial: Jun.
16:8; Sal 110:3; Lc. 1:74,75.
9. EL LIBRE
ALBEDRÍO
(1)
A.
Dios ha dotado la voluntad del hombre de una libertad natural y de poder para
actuar por elección propia, que no es forzada ni determinada a hacer bien o mal
por ninguna necesidad de la naturaleza: Mt. 17:12; Stg. 1:14; Dt. 30:19.
(2)
A.
El hombre, en su estado de inocencia, tenía libertad y poder para querer y
hacer lo que era bueno y agradable a Dios: Ec. 7:29.
B.
pero era inestable y podía caer de dicho estado: Gn. 3:6
(3)
A.
El hombre, por su Caída en un estado de pecado, ha perdido completamente toda
capacidad para querer cualquier bien espiritual que acompañe a la salvación;
por consiguiente, como hombre natural que está enteramente opuesto a ese bien y
muerto en el pecado, no puede por sus propias fuerzas convertirse a sí mismo o
prepararse para ello: Ro. 6:16,20; Jun. 8:31-34; Ef. 2:1; 2 Co. 3:14; 4:3,4;
Jun. 3:3; Ro. 7:18; 8:7; 1 Co. 2:14; Mt. 7:17,18; 12:33-37; Lc. 6:43-45; Jun.
6:44; Jer. 13:23; Jun. 3: 3, 5; 5:40; 6: 37, 39, 40,44, 45, 65; Hch. 7:51; Ro.
3:10-12; Stg. 1:18; Ro. 9:16-18; Jun. 1:12,13; Hch. 11:18; Fil. 1:29; Ef.
2:8,9.
(4)
A.
Cuando Dios convierte a un pecador y lo traslada al estado de gracia, lo libra
de su esclavitud natural bajo el pecado y, por su sola gracia, lo capacita para
querer y obrar libremente lo que es espiritualmente bueno: Col. 1:13; Jun.
8:36; Fil. 2:13.
B.
Sin embargo, por razón de la corrupción que todavía le
queda, no quiere, ni perfecta ni únicamente, lo que es bueno, sino que también
quiere lo que es malo: Ro. 7:14-25; Gá. 5:17.
(5)
A.
Esta voluntad del hombre es hecha perfecta e inmutablemente libre para querer
sólo el bien, únicamente en el estado de gloria: Ef. 4:13; He 12:23.
10. EL
LLAMAMIENTO EFICAZ
(1)
A.
A aquellos a quienes Dios: Ro. 8:28, 29.
B.
Ha predestinado para vida: Ro. 8:29, 30; 9:22-24; 1 Co. 1:26-28; 2 Ts. 2:13,
14; 2 Ti. 1:9.
C.
Tiene a bien en su tiempo señalado y aceptable: Jun. 3:8; Ef. 1:11.
D.
Llamar eficazmente: Mt. 22:14; 1 Co. 1:23, 24; Ro. 1:6; 8:28; Jud. 1; Sal 29;
Jun. 5:25; Ro. 4:17.
E.
Por su Palabra: 2 Ts. 2:14; 1 P. 1:23-25; Stg. 1:17-25; 1 Jun. 5:1-5; Ro. 1:16,
17; 10:14; He 4:12.
F:
Y Espíritu: Jun. 3:3, 5, 6, 8; 2 Co. 3:3, 6.
G.
Sacándolos del estado de pecado y muerte en que están por naturaleza y
llevándolos a la gracia y la salvación por Jesucristo: Ro. 8:2; 1 Co. 1:9; Ef.
2:1-6; 2 Ti. 1:9, 10.
H.
Iluminando de modo espiritual y salvador sus mentes, a fin de que comprendan
las cosas de Dios: Hch. 26:18; 1 Co. 2:10, 12; Ef. 1:17, 18.
I.
Quitándoles el corazón de piedra y dándoles un corazón de carne: Ez. 36:26.
J.
Renovando sus voluntades y, por su poder omnipotente, induciéndoles a querer
hacer lo bueno, y llevándoles eficazmente a Jesucristo: Dt. 30:6; Ez. 36:27;
Jun. 6:44,45; Ef. 1:19; Fil. 2:13.
K.
Pero de modo que acuden a él con total libertad, habiendo recibido por la
gracia de Dios la disposición para hacerlo: Sal 110:3; Jun. 6:37; Ro. 6:16-18.
(2)
A.
Este llamamiento eficaz proviene exclusivamente de la gracia libre y especial
de Dios, no de ninguna cosa prevista en el hombre, ni por ningún poder o
instrumentalidad en la criatura: 2 Ti. 1:9; Tit. 3:4, 5; Ef. 2:4, 5, 8, 9; Ro.
9:11.
B.
Siendo en esto enteramente pasivo, al estar muerto en delitos y pecados, hasta
que es vivificado y renovado por el Espíritu Santo; 1 Co. 2:14; Ro. 8:7; Ef.
2:5.
C.
es capacitado de este modo para responder a este llamamiento y para recibir la
gracia que éste ofrece y transmite, y esto por un poder no menor que el que
resucitó a Cristo de los muertos: Ef. 1:19,20; Jun. 6:37; Ez. 36:27; Jun. 5:25.
(3)
A.
Los niños escogidos* que mueren en la infancia son regenerados y salvados por
Cristo por medio del Espíritu, quien obra cuándo, dónde y cómo quiere: Jun.
3:8. Así lo son también todas las personas escogidas que sean incapaces de ser
llamadas externamente por el ministerio de la Palabra.
(4)
A.
Otros, que no son escogidos, aunque sean llamados por el ministerio de la Palabra
y tengan algunas de las operaciones comunes del Espíritu: Mt. 22:14; Mt. 13:20,
21; He 6:4, 5; Mt. 7:22.
B.
Como no son eficazmente traídos por el Padre, no quieren ni pueden acudir
verdaderamente a Cristo y, por lo tanto, no pueden ser salvos: Jun. 6:44, 45,
64-66; 8:24.
C.
Mucho menos pueden ser salvos los que no reciben la religión
cristiana, por muy diligentes que sean en conformar sus vidas a la luz de la
naturaleza y a la ley de la religión que profesen: Hch. 4:12; Jun. 4:22; 17:3.
11. LA JUSTIFICACIÓN
(1)
A.
A quienes Dios llama eficazmente, también justifica gratuitamente. Ro. 3:24;
8:30.
B.
No infundiéndoles justicia y rectitud sino perdonándoles sus pecados, y
considerando y aceptando sus personas como justas: Ro. 4:5-8; Ef. 1:7.
C.
no por nada que hay en ellos o hecho por ellos, sino solamente por causa de
Cristo: 1 Co. 1:30, 31; Ro. 5:17-19.
D.
No imputándoles la fe misma, ni la acción de creer, ni ninguna otra obediencia
evangélica como justicia; sino imputándoles la obediencia activa de Cristo a
toda la ley y su obediencia pasiva en su muerte para la completa y única
justicia de ellos por la fe, la cual tienen no de sí mismos; es don de Dios:
Fil. 3:9; Ef. 2:7, 8; 2 Co. 5:19-21; Tit. 3:5, 7; Ro. 3:22-28; Jer. 23:6; Hch.
13:38, 39.
(2)
A.
La fe que así recibe a Cristo y confía en él y en su justicia es el único
instrumento de la justificación: Ro. 1:17; 3:27-31; Fil. 3:9; Gá. 3:5.
B.
sin embargo, no está sola en la persona justificada, sino que siempre va
acompañada por todas las demás virtudes salvadoras, y no es una fe muerta sino
que obra por el amor: Gá. 5:6; Stg. 2:17, 22,26.
(3)
A.
Cristo, por su obediencia y muerte, saldó totalmente la deuda de todos aquellos
que son justificados; y por el sacrificio de sí mismo en la sangre de su cruz,
sufriendo en el lugar de ellos el castigo que merecían, satisfizo adecuada,
real y completamente a la justicia de Dios en favor de ellos: Ro. 5:8-10, 19; 1
Ti. 2:5, 6; He 10:10, 14; Is. 53:4-6, 10-12.
B.
Sin embargo, por cuanto Cristo fue dado por el Padre para ellos: Ro. 8:32.
C.
Y su obediencia y satisfacción fueron aceptadas en lugar de las de ellos: 2 Co.
5:21; Mt. 3:17; Ef. 5:2.
D.
Y ambas gratuitamente y no por nada en ellos, su justificación es solamente de
pura gracia: Ro. 3:24; Ef. 1:7.
E.
A fin de que tanto la precisa justicia como la rica gracia de Dios fueran
glorificadas en la justificación de los pecadores: Ro. 3:26; Ef. 2:7.
(4)
A.
Desde la eternidad, Dios decretó justificar a todos los
escogidos: 1 P. 1:2, 19,20; Gá. 3:8; Ro. 8:30.
B.
Y en el cumplimiento del tiempo, Cristo murió por los pecados de ellos, y
resucitó para su justificación: Ro. 4:25; Gá. 4:4; 1 Ti. 2:6.
C.
Sin embargo, no son justificados personalmente hasta que, a su debido tiempo,
Cristo les es realmente aplicado por el Espíritu Santo: Col. 1:21,22; Tit.
3:4-7; Gá. 2:16; Ef. 2:1-3.
(5)
A.
Dios continúa perdonando los pecados de aquellos que son justificados: Mt.
6:12; 1 Jun. 1:7–2:2; Jun. 13:3-11.
B.
Y aunque ellos nunca pueden caer del estado de justificación. Lc. 22:32; Jun.
10:28; He 10:14.
C.
Sin embargo pueden, por sus pecados, caer en el desagrado paternal de Dios; y,
en esa condición, no suelen recibir la restauración de la luz de su rostro,
hasta que se humillen, confiesen sus pecados, pidan perdón y renueven su fe y
arrepentimiento: Sal 32:5; 51:7-12; Mt. 26:75; Lc. 1:20.
(6)
A.
La justificación de los creyentes bajo el Antiguo Testamento fue, en todos
estos sentidos, una y la misma que la justificación de los creyentes bajo el
Nuevo Testamento: Gá. 3:9; Ro. 4:22-24. Elegidos:
no aparece en algunas ediciones de la Confesión, pero sí en la original.
12. LA ADOPCIÓN
(1)
A.
A todos aquellos que son justificados: Gá. 3:24-26.
B.
Dios se dignó: 1 Jun. 3:1-3.
C.
en su único Hijo Jesucristo y por amor de éste: Ef. 1:5; Gá.4:4,5; Ro. 8:17,29.
D.
Hacerles partícipes de la gracia de la adopción, por la cual son incluidos en
el número de los hijos de Dios y gozan de sus libertades y privilegios, tienen
su nombre escrito sobre ellos: Ro. 8:17; Jun. 1:12; 2 Co. 6:18; Ap. 3:12.
E.
Reciben el espíritu de adopción, tienen acceso al trono de la gracia con
confianza, reciben capacitación para clamar: “Abba, Padre: Ro. 8:15; Ef. 3:12;
Ro. 5:2; Gá. 4:6; Ef. 2:18.
F.
Reciben compasión, protección, provisión y corrección como por parte de un
Padre, nunca son desechados, sino que son sellados para el día de la redención:
Sal 103:13; Pr. 14:26; Mt. 6:30, 32; 1 P. 5:7; He 12:6; Is. 54:8, 9; Lm. 3:31;
Ef. 4:30.
G.
Y heredan las promesas como herederos de la salvación eterna: Ro. 8:17; He 1:14;
9:15.
13. LA
SANTIFICACIÓN
(1)
A.
Aquellos que están unidos a Cristo, son llamados eficazmente y regenerados,
teniendo un nuevo corazón y un nuevo espíritu, creados en ellos en virtud de la
muerte y la resurrección de Cristo: Jun. 3:3-8; 1 Jun. 2:29; 3:9,10; Ro. 1:7; 2
Co. 1:1; Ef. 1:1; Fil. 1:1; Col. 3:12; Hch. 20:32; 26:18; Ro. 15:16; 1 Co. 1:2;
6:11; Ro. 6:1-11.
B.
Son aún más santificados de un modo real y personal: 1 Ts. 5:23; Ro. 6:19, 22.
3.
Mediante la misma virtud: 1 Co. 6:11; Hch. 20:32; Fil. 3:10; Ro. 6:5, 6.
C.
Por su Palabra y Espíritu que moran en ellos: Jun. 17:17; Ef. 5:26; 3:16-19;
Ro. 8:13.
D:
El dominio del cuerpo entero del pecado es destruido, y las diversas concupiscencias
del mismo se van debilitando y mortificando más y más, y se van vivificando y
fortaleciendo más y más en todas las virtudes salvadoras, para la práctica de
toda verdadera santidad: Ro. 6:14; Gá. 5:24; Ro. 8:13; Col. 1:11; Ef. 3:16-19;
2 Co. 7:1; Ro. 6:13; Ef. 4:22-25; Gá. 5:17.
E.
Sin la cual nadie verá al Señor: He 12:14.
(2)
A.
Esta santificación se efectúa en el hombre en su totalidad, aunque es
incompleta en esta vida; todavía quedan algunos remanentes de corrupción en
cada parte: 1 Ts. 5:23; 1 Jun. 1:8,10; Ro. 7:18,23; Fil. 3:12.
B.
De donde surge una continua e irreconciliable guerra: 1 Co.
9:24-27; 1 Ti. 1:18; 6:12; 2 Ti. 4:7.
C.
La carne lucha contra el Espíritu, y el Espíritu contra la carne: Gá. 5:17; 1
P. 2:11.
(3)
A.
En dicha guerra, aunque la corrupción que aún queda prevalezca mucho por algún
tiempo: Ro. 7:23.
B.
La parte regenerada triunfa a través de la continua provisión de fuerzas por
parte del Espíritu santificador de Cristo: Ro. 6:14; 1 Jun. 5:4; Ef. 4:15,16.
C.
Y así los santos crecen en la gracia, perfeccionando la santidad en el temor de
Dios, prosiguiendo una vida celestial, en obediencia evangélica a todos los
mandatos que Cristo, como Cabeza y Rey, les ha prescrito en su Palabra: 2 P. 3:18;
2 Co. 7:1; 3:18; Mt. 28:20.
14. LA FE
SALVADORA
(1)
A.
La gracia de la fe, por la cual los escogidos reciben capacidad para creer para
la salvación de sus almas, es la obra del Espíritu de Cristo en sus corazones,
y ordinariamente se realiza por el ministerio de la Palabra: Jun. 6:37, 44;
Hch. 11:21, 24; 13:48; 14:27; 15:9; 2 Co. 4:13; Ef. 2:8; Fil. 1:29; 2 Ts. 2:13;
1 P. 1:2.
B.
Por la cual, y por la administración del bautismo y la Cena del Señor, la
oración y otros medios designados por Dios, esa fe aumenta y se fortalece: Ro.
10:14,17; Lc. 17:5; Hch. 20:32; Ro. 4:11; 1 P. 2:2.
(2)
A.
Por esta fe, el cristiano cree que es fidedigno todo lo revelado en la Palabra
por la autoridad de Dios mismo, y también percibe en ella una excelencia
superior a todos los demás escritos y todas las cosas en el mundo, pues muestra
la gloria de Dios en sus atributos, la excelencia de Cristo en su naturaleza y
oficios, y el poder y la plenitud del Espíritu Santo en sus obras y
operaciones; y de esta forma, el cristiano recibe capacidad para confiar su
alma a la verdad así creída: . Hch. 24:14; 1 Ts. 2:13; Sal 19:7-10; 119:72.
B.
Y también actúa de manera diferente según sea el contenido de cada pasaje en
particular: produciendo obediencia a los mandatos. Jun. 15:14; Ro. 16:26.
C.
Temblando ante las amenazas: Is. 66:2.
D.
Y abrazando las promesas de Dios para esta vida y para la venidera. 1 Ti. 4:8;
He 11:13.
E.
Pero las principales acciones de la fe salvadora tienen que ver directamente con
Cristo: aceptarle, recibirle y descansar sólo en él para la justificación,
santificación y vida eterna, en virtud del pacto de gracia: Jun. 1:12; Hch.
15:11; 16:31; Gá. 2:20.
(3)
A.
Esta fe, aunque sea de un nivel diferente y pueda ser débil o fuerte: Mt. 6:30;
8:10, 26; 14:31; 16:8; Mt. 17:20; He 5:13, 14; Ro. 4:19, 20.
B.
Es, sin embargo, aún en su nivel más bajo, diferente en su clase y naturaleza
(como lo es toda otra gracia salvadora) de la fe y la gracia común de aquellos
creyentes que sólo lo son por un tiempo: Stg. 2:14; 2 P. 1:1; 1 Jun. 5:4.
C.
Y consecuentemente, aunque muchas veces sea atacada y debilitada, resulta, sin
embargo, victoriosa: Lc. 22:31, 32; Ef. 6:16; 1 Jun. 5:4,
D.
creciendo en muchos hasta obtener la completa seguridad: Sal 119:114; He 6:11,
12; 10:22, 23.
E.
A través de Cristo, quien es tanto el autor como el consumador de nuestra fe:
He 12:2.
15. EL
ARREPENTIMIENTO PARA VIDA Y SALVACIÓN
(1)
A.
A aquellos de los escogidos que se convierten cuando ya son adultos, habiendo
vivido por algún tiempo en el estado natural: Tit. 3:2-5.
B.
Y habiendo servido en el mismo a diversas concupiscencias y
placeres, Dios, al llamarlos eficazmente, les da arrepentimiento para vida: 2
Cr. 33:10-20; Hch. 9:1-19; 16:29,30.
(2)
A.
Si bien no hay nadie que haga el bien y no peque: Sal 130:3; 143:2; Pr.20:9;
Ec. 7:20.
B.
y los mejores hombres, mediante el poder y el engaño de la corrupción que
habita en ellos, junto con el predominio de la tentación, pueden caer en
grandes pecados y provocaciones: 2 S. 11:1-27; Lc. 22:54-62.
C.
Dios, en el pacto de gracia, ha dispuesto misericordiosamente que los creyentes
que pequen y caigan de esta manera sean renovados mediante el arrepentimiento
para salvación: Jer. 32:40; Lc. 22:31,32; 1 Jun. 1:9.
(3)
A.
Este arrepentimiento para salvación es una gracia evangélica: Hch. 5:31; 11:18;
2 Ti. 2:25.
B.
Por la cual una persona a quien el Espíritu hace consciente
de las múltiples maldades de su pecado: Sal 51:1-6; 130:1-3; Lc. 15:17-20; Hch.
2:37, 38.
C.
Mediante la fe en Cristo: Sal 130:4; Mt. 27:3-5; Mr. 1:15.
D.
Se humilla por él con una tristeza que es según Dios, lo abomina y se aborrece
a sí mismo, ora pidiendo el perdón y las fuerzas que proceden de la gracia: Ez.
16:60-63; 36:31, 32; Zc. 12:10; Mt. 21:19; Hch. 15:19; 20:21; 26:20; 2 Co.
7:10, 11; 1 Ts. 1:9.
E.
Con el propósito y empeño, mediante la provisión del Espíritu, de andar delante
de Dios para agradarle en todo: Pr. 28: 13; Ez. 36:25; 18:30,31; Sal 119:59,
104,128; Mt. 3:8; Lc. 3:8; Hch. 26:20; 1 Ts. 1:9.
(4)
A.
Puesto que el arrepentimiento ha de continuar a lo largo de toda nuestra vida,
debido al cuerpo de muerte y sus inclinaciones: Ez. 16:60; Mt. 5:4; 1 Jun. 1:9.
B.
Es por lo tanto, el deber de cada hombre arrepentirse
específicamente de los pecados concretos que conozca: Lc. 19:8; 1 Ti. 1:13,15.
(5)
A.
Tal es la provisión que Dios ha hecho a través de Cristo en el pacto de gracia
para la preservación de los creyentes para salvación que, si bien no hay pecado
tan pequeño que no merezca la condenación: Sal 130:3; 143:2; Ro. 6:23.
B.
No hay, sin embargo, pecado tan grande que acarree condenación a aquellos que
se arrepienten, lo cual hace necesaria la predicación constante del
arrepentimiento: Is. 1:16-18; 55:7; Hch. 2:36-38.
16. LAS BUENAS
OBRAS
(1)
A.
Las buenas obras son solamente aquellas que Dios ha ordenado en su santa
Palabra: Mi 6:8; Ro. 12:2; He 13:21; Col. 2:3; 2 Ti. 3:16,17.
B.
Y no las que, sin la autoridad de ésta, han inventado los hombres por un fervor
ciego o con el pretexto de que tienen buenas intenciones: Mt. 15:9 con Is.
29:13; 1 P. 1:18; Ro. 10:2; Jun. 16:2; 1 S. 15:21-23; 1 Co. 7:23; Gá. 5:1; Col
2:8,16-23.
(2)
A.
Estas buenas obras, hechas en obediencia a los mandamientos de Dios, son los
frutos y evidencias de una fe verdadera y viva: Stg. 2:18, 22; Gá. 5:6; 1 Ti.
1:5.
B.
Y por ellas los creyentes manifiestan su gratitud: Sal 116:12-14; 1 P. 2:9, 12;
Lc. 7:36-50 con Mt. 26:1-11.
C.
Fortalecen su seguridad: 1 Jun. 2:3, 5; 3:18, 19; 2 P. 1:5-11.
D.
Edifican a sus hermanos. 2 Co. 9:2; Mt. 5:16.
E.
Adornan la profesión del Evangelio: Mt. 5:16; Tit. 2:5, 9-12; 1 Ti. 6:1; 1 P.
2:12.
F.
Tapan la boca de los adversarios: 1 P. 2:12, 15; Tit. 2:5; 1 Ti. 6:1.
G.
Y glorifican a Dios, cuya hechura son, creados en Cristo Jesús para ello: Ef.
2:10; Fil. 1:11; 1 Ti. 6:1; 1 P. 2:12; Mt. 5:16.
H.
Para que teniendo por fruto la santificación, tengan como fin la vida eterna:
Ro. 6:22; Mt. 7:13, 14,21-23.
(3)
A.
La capacidad que tienen los creyentes para hacer buenas
obras no es de ellos mismos en ninguna manera, sino completamente del Espíritu
de Cristo. Y para que ellos puedan tener esta capacidad, además de las virtudes
que ya han recibido, necesitan una influencia real del mismo Espíritu Santo
para obrar en ellos tanto el querer como el hacer por su buena voluntad: Ez.
36:26,27; Jun. 15:4-6; 2 Co. 3:5; Fil. 2:12,13; Ef. 2:10.
B.
Sin embargo, no deben volverse negligentes por ello, como si no estuviesen
obligados a cumplir deber alguno aparte de un impulso especial del Espíritu,
sino que deben ser diligentes en avivar la gracia de Dios que está en ellos:
Ro. 8:14; Jun. 3:8; Fil. 2:12,13; 2 P. 1:10; He 6:12; 2 Ti. 1:6; Jud. 20,21.
(4)
A.
Quienes alcancen la máxima obediencia posible en esta vida quedan tan lejos de
llegar a un grado supererogatorio, y de hacer más de lo que Dios requiere, que
les falta mucho de lo que por deber están obligados a hacer: R. 8:46; 2 Cr.
6:36; Sal 130:3; 143:2; Pr. 20:9; Ec. 7:20; Ro. 3:9,23; 7:14 ss.; Gá. 5:17; 1
Jun. 1:6-10; Lc. 17:10.
(5)
A.
Nosotros no podemos, aún por nuestras mejores obras, merecer el perdón del
pecado o la vida eterna de la mano de Dios, a causa de la gran desproporción
que existe entre nuestras obras y la gloria que ha de venir. Ro. 8:18.
B.
Y por la distancia infinita que hay entre nosotros y Dios, a quien no podemos
beneficiar por dichas obras, ni satisfacer la deuda de nuestros pecados
anteriores; hasta cuando hemos hecho todo lo que podemos, no hemos sino
cumplido con nuestro deber y somos siervos inútiles: . Job 22:3; 35:7; Lc.
17:10; Ro. 4:3; 11:3.
C.
Y tanto en cuanto son buenas proceden de su Espíritu: Gá. 5:22, 23.
D.
Y en cuanto son hechas por nosotros, son impuras y están mezcladas con tanta
debilidad e imperfección que no pueden soportar la severidad del castigo de
Dios: 1ª R. 8:46; 2 Cr. 6:36; Sal 130:3; 143:2; Pr. 20:9; Ec. 7:20; Ro. 3:9,23;
7:14.Gá. 5:17; 1 Jun. 1:6-10.
(6)
A.
No obstante, por ser aceptados los creyentes por medio de Cristo, sus buenas
obras también son aceptadas en él: Ex. 28:38; Ef. 1:6,7; 1 P. 2:5.
B.
No como si fueran en esta vida enteramente irreprochables e irreprensibles a
los ojos de Dios: 1 R. 8:46; 2 Cr. 6:36; Sal 130:3; 143:2; Pr. 20:9; Ec. 7:20;
Ro. 3:9,23; 7; 14ss.; Gá. 5:17; 1 Jun. 1:6-10.
C.
sino que a él, mirándolas en su Hijo, le place aceptar y recompensar aquello
que es sincero aun cuando esté acompañado de muchas debilidades e imperfecciones:
He 6:10; Mt. 25:21,23.
(7)
A.
Las obras hechas por hombres no regenerados, aunque en sí mismas sean cosas que
Dios ordena, y de utilidad tanto para ellos como para otros: 1 R. 21:27-29; 2
R. 10:30,31; Ro. 2:14; Fil. 1:15-18.
B.
Sin embargo, por no proceder de un corazón purificado por la fe: Gn. 4:5 con He
11:4-6; 1 Ti. 1:5; Ro. 14:23; Gá. 5:6.
C.
Y no ser hechas de una manera correcta de acuerdo con la Palabra: 1 Co. 13:3;
Is. 1:12.
D.
ni para un fin correcto (la gloria de Dios): Mt. 6:2, 5, 6; 1 Co. 10:31.
E.
son, por tanto, pecaminosas, y no pueden agradar a Dios ni
hacer que alguien sea digno de recibir gracia por parte de Dios: Ro. 9:16; Tit.
1:15; 3:5.
F.
Y a pesar de esto, el descuido de las buenas obras es más pecaminoso y
desagradable a Dios: 1 R. 21:27-29; 2 R. 10:30,31; Sal 14:4; 36:3.
17. LA
PERSEVERANCIA DE LOS SANTOS
(1)
A.
Aquellos a quienes Dios ha aceptado en el Amado, y ha llamado eficazmente y
santificado por su Espíritu, y a quienes ha dado la preciosa fe de sus
escogidos, no pueden caer ni total ni definitivamente del estado de gracia,
sino que ciertamente perseverarán en él hasta el fin, y serán salvos por toda
la eternidad, puesto que los dones y el llamamiento de Dios son irrevocables,
por lo que él continúa engendrando y nutriendo en ellos la fe, el
arrepentimiento, el amor, el gozo, la esperanza y todas las virtudes del
Espíritu para inmortalidad: Jun. 10:28,29; Fil. 1:6; 2 Ti. 2:19; 2 P.1:5-10; 1
Jun. 2:19.
B.
Y aunque surjan y les azoten muchas tormentas e inundaciones, nunca podrán
arrancarles del fundamento y la roca a que por la fe están aferrados; a pesar
de que, por medio de la incredulidad y las tentaciones de Satanás, la visión
perceptible de la luz y el amor de Dios puede ensombrecérseles y oscurecérseles
por un tiempo: Sal 89:31,32; 1 Co. 11:32; 2 Ti. 4:7.
C.
Él, sin embargo, sigue siendo el mismo, y ellos serán
guardados, sin ninguna duda, por el poder de Dios para salvación, en la que
gozarán de su posesión adquirida, al estar ellos esculpidos en las palmas de
sus manos y sus nombres escritos en el libro de la vida desde toda la
eternidad: Sal 102:27; Mal. 3:6; Ef. 1:14; 1 P. 1:5; Ap. 13:8.
(2)
A.
Esta perseverancia de los santos depende no de su propio libre albedrío, 1 sino
de la inmutabilidad del decreto de elección: Fil. 2:12,13; Ro. 9:16; Jun.
6:37,44.
B.
Fluye del amor libre e inmutable de Dios el Padre, sobre la
base de la eficacia de los méritos y la intercesión de Jesucristo y la unión
con él: Mt. 24:22, 24,31; Ro. 8:30; 9:11,16; 11:2,29; Ef. 1:5-11.
C.
Del juramento de Dios: Ef. 1:4; Ro. 5:9, 10; 8:31-34; 2 Co. 5:14; Ro. 8:35-38;
1 Co. 1:8, 9; Jun. 14:19; 10:28, 29.
D.
De la morada de su Espíritu, de la simiente de Dios que está en los santos: He
6:16-20.
E.
Y de la naturaleza del pacto de gracia: 1 Jun. 2:19, 20, 27; 3:9; 5:4, 18; Ef.
1:13; 4:30; 2 Co. 1:22; 5:5; Ef. 1:14.
F.
De todo lo cual surgen también la certeza y la infalibilidad de la
perseverancia: Jer. 31:33, 34; 32:40; He 10:11-18; 13:20,21.
(3)
A.
Y aunque los santos (mediante la tentación de Satanás y del mundo, el
predominio de la corrupción que queda en ellos y el descuido de los medios para
su preservación) caigan en pecados graves y por algún tiempo permanezcan en
ellos: Mt. 26:70, 72, 74.
B.
(Por lo que incurren en el desagrado de Dios y entristecen a su Espíritu Santo:
Sal 38:1-8; Is. 64:5-9; Ef. 4:30; 1 Ts. 5:14.
C.
Se les dañan sus virtudes y consuelos: Sal 51:10-12.
D.
Se les endurece el corazón y se les hiere la conciencia: Sal 32:3, 4; 73:21,
22.
E.
Lastiman y escandalizan a otros: 2 S. 12:14; 1 Co. 8:9-13;
Ro. 14:13-18; 1 Ti. 6:1, 2; Tit. 2:5.
F.
Y se acarrean juicios temporales): 2 S. 12:14ss. Gn. 19:30-38; 1 Co. 11:27-32.
G.
Renovarán su arrepentimiento y serán preservados hasta el fin mediante la fe en
Cristo Jesús: Lc. 22:32, 61,62; 1 Co. 11:32; 1 Jun. 3:9; 5:18.
18. LA SEGURIDAD
DE LA GRACIA Y LA SALVACIÓN
(1)
A.
Aunque los creyentes que lo son por un tiempo y otras personas no regeneradas
vanamente se engañen a sí mismos con esperanzas falsas y presunciones carnales
de que cuentan con el favor de Dios y que están en estado de salvación (pero la
esperanza de ellos perecerá): Jer. 17:9; Mt. 7:21-23; Lc. 18:10-14; Jun. 8:41;
Ef. 5:6,7; Gá. 6:3,7-9.
B.
Los que creen verdaderamente en el Señor Jesús y le aman con sinceridad,
esforzándose por andar con toda sinceridad delante de él, pueden en esta vida
estar absolutamente seguros de hallarse en el estado de gracia, y pueden
regocijarse en la esperanza de la gloria de Dios; y tal esperanza nunca les
avergonzará: Ro. 5:2,5; 8:16; 1 Jun. 2:3; 3:14, 18, 19,24; 5:13; 2 P. 1:10.
(2)
A.
Esta certeza no es un mero convencimiento conjetural y probable, basada en una
esperanza falible, sino que es una seguridad infalible de fe: Ro. 5:2,5; He
6:11, 19,20; 1 Jun. 3:2,14; 4:16; 5:13, 19,20.
B.
Basada en la sangre y la justicia de Cristo reveladas en el evangelio: He 6:17,
18; 7:22; 10:14, 19.
C.
Y también en la evidencia interna de aquellas virtudes del Espíritu a las
cuales éste les hace promesas: Mt. 3:7-10; Mr. 1:15; 2 P. 1:4-11; 1 Jun. 2:3;
3:14, 18, 19, 24; 5:13.
D.
Y en el testimonio del Espíritu de adopción testificando con nuestro espíritu
que somos hijos de Dios: Ro. 8:15,16; 1 Co. 2:12; Gá. 4:6,7.
E.
Y, como fruto suyo, mantiene el corazón humilde y santo: 1 Jun. 3:1-3.
(3)
A.
Esta seguridad infalible no pertenece a la esencia de la fe hasta tal punto que
un verdadero creyente no pueda esperar mucho tiempo y luchar con muchas
dificultades antes de ser partícipe de tal seguridad: Hch. 16:30-34; 1 Jun.
5:13.
B.
Sin embargo, siendo capacitado por el Espíritu para conocer las cosas que le
son dadas gratuitamente por Dios, puede alcanzarla: Ro. 8:15,16; 1 Co. 2:12;
Gá. 4:4-6 con 3:2; 1 Jun. 4:13; Ef. 3:17-19; He 6:11,12; 2 P. 1:5-11.
C.
Sin una revelación extraordinaria, por el uso adecuado de los medios; y por eso
es el deber de cada uno ser diligente para hacer firme su llamamiento y
elección; para que así su corazón se ensanche en la paz y en el gozo en el
Espíritu Santo, en amor y gratitud a Dios, y en fuerza y alegría en los deberes
de la obediencia, que son los frutos propios de esta seguridad: así está de
lejos está seguridad de inducir a los hombres al libertinaje: 2 P. 1:10; Sal
119:32; Ro. 15:13; Neh. 8:10; 1 Jun. 4:19,16; Ro. 6:1, 2,11-13; 14:17; Tit.
2:11-14; Ef. 5:18.
(4)
A.
La seguridad de la salvación de los verdaderos creyentes puede ser zarandeada,
disminuida e interrumpida de diversas maneras por negligencia en conservarla:
He 6:11, 12; 2 P. 1:5-11.
B.
Por caer en algún pecado especial que hiere la conciencia y
contrista al Espíritu: Sal 51:8, 12, 14; Ef. 4:30.
C.
por alguna tentación repentina o fuerte: Sal 30:7; 31:22; 77:7, 8; 116:11.
D.
Por retirarles Dios la luz de su rostro, permitiendo, aun a
los que le temen, que caminen en tinieblas, y no tengan luz: Is. 50:10.
E.
Sin embargo, nunca quedan destituidos de la simiente de Dios y de la vida de
fe, de aquel amor de Cristo y de los hermanos, de aquella sinceridad de corazón
y conciencia del deber, por los cuales, mediante la operación del Espíritu,
esta seguridad puede ser revivida con el tiempo; y por los cuales, mientras
tanto, los verdaderos creyentes son preservados de caer en total desesperanza:
1 Jun. 3:9; Lc. 22:32; Ro. 8:15, 16; Gá. 4:5; Sal 42:5, 11.
19. LA LEY DE
DIOS
(1)
A.
Dios dio a Adán una ley de obediencia universal escrita en su corazón: Gn.
1:27; Ec. 7:29; Ro. 2:12a, 14,15.
B.
Y un precepto en particular de no comer del fruto del árbol del conocimiento
del bien y del mal: Gn. 2: 16, 17.
C.
Por lo cual le obligó a él y a toda su posteridad a una obediencia personal
completa, exacta y perpetua; prometió la vida por el cumplimiento de su ley, y
amenazó con la muerte su infracción; y le dotó también del poder y de la
capacidad para guardarla: Gn. 2:16,17; Ro. 10:5; Gá. 3:10,12.
(2)
A.
La misma ley que primeramente fue escrita en el corazón del hombre continuó
siendo una regla perfecta de justicia después de la Caída: Para el Cuarto
Mandamiento, Gn. 2:3; Ex. 16; Gn. 7:4; 8:10,12; para el Quinto Mandamiento, Gn.
37:10; para el Sexto Mandamiento, Gn. 4:3-15; para el Séptimo Mandamiento, Gn.
12:17; para el Octavo Mandamiento, Gn. 31:30; 44:8; para el Noveno Mandamiento,
Gn. 27:12; para el Décimo Mandamiento, Gn. 6:2; 13:10,11.
B.
Y fue dada por Dios en el monte Sinaí: Ro. 2:12a, 14,15.
C.
En diez mandamientos, y escrita en dos tablas; los cuatro primeros mandamientos
contienen nuestros deberes para con Dios, y los otros seis, nuestros deberes
para con los hombres: Ex. 32:15,16; 34:4,28; Dt. 10:4.
(3)
A.
Además de esta ley, comúnmente llamada ley moral, agradó a Dios dar al pueblo
de Israel leyes ceremoniales que contenían varias ordenanzas típicas; en parte
de adoración, prefigurando a Cristo, sus virtudes, acciones, sufrimientos y
beneficios: He 10:1; Col. 2:16, 17.
B.
y en parte proponiendo diversas instrucciones sobre los deberes morales: 1 Co.
5:7; 2 Co. 6:17; Jud. 23.
C.
Todas aquellas leyes ceremoniales, habiendo sido prescritas solamente hasta el
tiempo de su reforma, cuando fueron abrogadas y quitadas por Jesucristo, el
verdadero Mesías y único legislador, quien fue investido con poder por parte
del Padre para ese fin: Col. 2:14, 16,17; Ef. 2: 14-16.
(4)
A.
Dios también les dio a los israelitas diversas leyes civiles, que acabaron
cuando acabó aquel pueblo como Estado, no siendo ahora obligatorias para nadie
en virtud de aquella institución: .Lc. 21:20-24; Hch. 6:13, 14; He 9:18, 19cons
8:7, 13; 9:10; 10:1.
B.
Siendo solamente sus principios de equidad utilizables en la
actualidad: 1 Co. 5:1; 9:8-10
(5)
A.
La ley moral obliga para siempre a todos, tanto a los justificados como a los
demás, a que se la obedezca: Mt. 19:16-22; Ro. 2:14-15; 3:19-20; 6:14; 7:6;
8:3; 1 Ti. 1:8-11; Ro. 13:8-10; 1 Co. 7:19 con Gá. 5:6; 6:15; Ef. 4:25—6:4;
Stg. 2:11-12.
B.
Y esto no sólo en consideración a su contenido, sino también con respecto a la
autoridad de Dios, el Creador, quien la dio: Stg. 2:10-11.
C.
Tampoco Cristo, en el evangelio, en ninguna manera cancela esta obligación sino
que la refuerza considerablemente: Mt. 5:17-19; Ro. 3:31; 1 Co. 9:21; Stg. 2:8.
(6)
A.
Aunque los verdaderos creyentes no están bajo la ley como pacto de obras para
ser por ella justificados o condenados: Hch. 13:39; Ro. 6:14; 8:1; 10:4; Gá.
2:16; 4:4, 5.
B:
Sin embargo ésta es de gran utilidad tanto para ellos como para otros, en que
como regla de vida les informa de la voluntad de Dios y de sus deberes, les
dirige y obliga a andar en conformidad con ella: Ro. 7:12, 22, 25; Sal 119:4-6;
1 Co. 7:19.
C.
Les revela también la pecaminosa contaminación de sus naturalezas, corazones y
vidas; de manera que, al examinarse a la luz de ella, puedan llegar a una
convicción más profunda de su pecado, a sentir humillación por él y odio contra
él; junto con una visión más clara de la necesidad que tienen de Cristo, y de
la perfección de su obediencia: Ro. 3:20; 7:7, 9, 14, 24; 8:3; Stg. 1:23-25.
D.
También la ley moral es útil para los regenerados a fin de restringir su
corrupción, en cuanto que prohíbe el pecado; y sus amenazas sirven para mostrar
lo que sus pecados todavía merecen, y qué aflicciones pueden esperar por ellos
en esta vida, aun cuando estén libres de la maldición y el puro rigor de la
ley: Stg. 2:11; Sal 119:101, 104,128.
E.
Asimismo sus promesas manifiestan a los regenerados que Dios aprueba la
obediencia y cuáles son las bendiciones que pueden esperar por el cumplimiento
de la misma: Ef. 6:2, 3; Sal 37:11; Mt. 5:6; Sal 19:11.
F.
Aunque no como si se les deba por la ley como pacto de obras: Lc. 17:10.
G.
De manera que si alguien hace lo bueno y se abstiene de hacer lo malo porque la
ley le manda lo uno y le prohíbe lo otro, no por ello demuestra que se
encuentre bajo la ley y no bajo la gracia: Véase el libro de Proverbios; Mt.
3:7; Lc. 13:3,5; Hch. 2:40; He 11:26; 1 P. 3:8-13.
(7)
A.
Los usos de la ley ya mencionados tampoco son contrarios a la gracia del
evangelio, sino que concuerdan armoniosamente con él; pues el Espíritu de
Cristo subyuga y capacita la voluntad del hombre para que haga libre y
alegremente lo que requiere la voluntad de Dios, revelada en la ley: Gá. 3:21;
Jer. 31:33; Ez. 36:27; Ro. 8:4; Tit. 2:14.
20. EL EVANGELIO
Y EL ALCANCE DE SU GRACIA
(1)
A.
Habiendo sido quebrantado el pacto de obras por el pecado y habiéndose vuelto
inútil para dar vida, agradó a Dios dar la promesa de Cristo, la simiente de la
mujer, como el medio para llamar a los escogidos, y engendrar en ellos la fe y
el arrepentimiento. En esta promesa, el evangelio, en su sustancia fue
revelado, y por lo tanto, es eficaz para llevar a los pecadores a la conversión
y salvación: Gn. 3:15 con Ef.2:12; Gá. 4:4; He 11:13; Lc. 2:25,38; 23:51; Ro.
4:13-16; Gá. 3:15-22.
(2)
A.
Esta promesa de Cristo, y la salvación por medio de él, es revelada solamente
por la Palabra de Dios: Hch. 4:12; Ro. 10:13-15.
B.
Ni las obras de la creación ni la providencia, con la luz de la naturaleza,
revelan a Cristo, o la gracia que es por medio de él, no en forma general ni
velada: Sal 19; Ro. 1:18-23.
C.
Igual como tampoco los hombres que no tengan una revelación de él por la
promesa del evangelio pueden obtener una fe salvadora o arrepentimiento: Ro.
2:12a; Mt. 28:18-20; Lc. 24:46,47 con Hch. 17:29,30; Ro. 3:9-20.
(3)
A.
La revelación del evangelio a los pecadores, hecha en diversos tiempos y
distintos lugares, con el agregado de promesas y preceptos para la obediencia
que éste requiere de las naciones y personas a quienes es concedida, es sólo
por la voluntad soberana y el beneplácito de Dios: Mt. 11:20.
B.
No apropiándosela en virtud de promesa alguna, no obteniéndose por un buen uso
de las capacidades naturales de los hombres, ni en virtud de la luz común
recibida aparte de él, lo cual nadie hizo jamás ni puede hacer: Ro. 3:10-12;
8:7,8. Por lo tanto, en todas las épocas, la predicación del evangelio ha sido
concedida a personas y naciones, en su extensión o restricción, con gran
variedad, según el consejo de la voluntad de Dios.
(4)
A.
Aunque el evangelio es el único medio externo para revelar a Cristo y la gracia
salvadora, y es, como tal, completamente suficiente para este fin: Ro. 1:16,17.
B.
Para que los hombres que están muertos en sus delitos puedan nacer de nuevo,
ser vivificados o regenerados, es además necesaria, en toda alma, una obra
eficaz e insuperable del Espíritu Santo, con el fin de producir en ellos una
nueva vida espiritual; sin ésta, ningún otro medio puede efectuar su conversión
a Dios: Jun. 6:44; 1 Co. 1:22-24; 2:14; 2 Co. 4:4, 6.
21. LA LIBERTAD
CRISTIANA Y LA LIBERTAD DE CONCIENCIA
(1)
A.
La libertad que Cristo ha comprado para los creyentes bajo el evangelio
consiste en su libertad de la culpa del pecado, de la ira condenatoria de Dios
y de la severidad y maldición de la ley: Jun. 3:36; Ro. 8:33; Gá. 3:13.
B.
y en ser librados de este presente siglo malo de la esclavitud a Satanás y del
dominio del pecado: Gá. 1:4; Ef. 2:1-3; Col. 1:13; Hch. 26:18; Ro. 6:14-18;
8:3.
C.
Del mal de las aflicciones, del temor y aguijón de la muerte, de la victoria
sobre el sepulcro y de la condenación eterna: Ro. 8:28; 1 Co. 15:54-57; 1 Ts.
1:10; He 2:14, 15.
D.
Y también consiste en su libre acceso a Dios, y en rendirle obediencia a él, no
por un temor servil, sino por un amor filial y una mente dispuesta. Ef. 2:18;
3:12; Ro. 8:15; 1 Jun. 4:18.
E.
Todo esto era sustancialmente aplicable también a los
creyentes bajo la ley: Jun. 8:32; Sal 19:7-9; 119:14, 24, 45, 47,48, 72,97; Ro.
4:5-11; Gá. 3:9; He 11:27, 33,34.
F.
Pero bajo el Nuevo Testamento la libertad de los cristianos se ensancha mucho
más porque están libres del yugo de la ley ceremonial a que estaba sujeta la
iglesia judía, y tienen ahora mayor confianza para acercarse al Trono de
gracia, y tienen una comunicación más plena con el Espíritu libre de Dios que ordinariamente
tenían los creyentes bajo la ley: Jun. 1:17; He 1:1,2a; 7:19, 22; 8:6; 9:23;
11:40; Gá. 2:11ss.4:1-3; Col. 2:16, 17; He 10:19-21; Jun. 7:38, 39.
(2)
A.
Sólo Dios es el Señor de la conciencia: Stg. 4:12; Ro. 14:4; Gá. 5:1.
B.
Y la ha hecho libre de las doctrinas y los mandamientos de los hombres que sean
en alguna manera contrarios a su Palabra o que no estén contenidos en ésta:
Hch. 4:19; 5:29; 1 Co. 7:23; Mt. 15:9.
C.
Así que, creer tales doctrinas u obedecer tales mandamientos por causa de la
conciencia es traicionar la verdadera libertad de conciencia: Col. 2:20, 22,
23; Gá. 1:10; 2:3-5; 5:1.
D.
Y exigir una fe implícita y una obediencia ciega y absoluta es destruir la
libertad de conciencia y también la razón: Ro. 10:17; 14:23; Hch. 17:11; Jun.
4:22; 1 Co. 3:5; 2 Co. 1:24.
(3)
A.
Los que bajo el pretexto de la libertad cristiana practican cualquier pecado o
abrigan cualquier concupiscencia, al pervertir así el propósito principal de la
gracia del evangelio para su propia destrucción: Ro. 6:1,2.
B.
En consecuencia, destruyen completamente el propósito de la libertad cristiana,
que consiste en que, siendo librados de las manos de todos nuestros enemigos,
sirvamos al Señor sin temor, en santidad y justicia delante de él, todos los
días de nuestra vida: Lc. 1:74,75; Ro. 14:9; Gá. 5:13; 2 P. 2:18,21.
22. LA ADORACIÓN
RELIGIOSA Y EL DÍA DE REPOSO
(1)
A.
La luz de la naturaleza muestra que hay un Dios, que tiene señorío y soberanía
sobre todo; es justo, bueno y hace bien a todos; y que, por lo tanto, debe ser
temido, amado, alabado, invocado, creído y servido con toda el alma, con todo
el corazón y con todas las fuerzas: Jer. 10:7; Mr. 12:33.
B.
Pero el modo aceptable de adorar al verdadero Dios fue instituido por él mismo,
y está de tal manera limitado por su propia voluntad revelada que no se debe
adorar a Dios conforme a las imaginaciones e invenciones de los hombres o a las
sugerencias de Satanás, ni bajo ninguna representación visible ni en ningún
otro modo no prescrito en las Sagradas Escrituras: Gn. 4:1-5; Ex. 20:4-6; Mt.
15:3, 8,9; 2 R. 16:10-18; Lv. 10:1-3; Dt. 17:3; 4:2; 12:29-32; Jos. 1:7;
23:6-8; Mt. 15:13; Col. 2:20-23; 2 Ti. 3:15-17.
(2)
A.
La adoración religiosa ha de tributarse a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, y
a él solamente: Mt. 4:9, 10; Jun. 5:23; 2 Co. 13:14.
B.
No a los ángeles, ni a los santos, ni a ninguna otra criatura: Ro. 1:25; Col.
2:18; Ap. 19:10.
C.
Y desde la Caída, no sin un mediador; ni por la mediación de ningún otro, sino
solamente de Cristo: Jun. 14:6; Ef. 2:18; Col. 3:17; 1 Ti. 2:5.
(3)
A.
Siendo la oración, con acción de gracias, una parte de la adoración natural, la
exige Dios de todos los hombres: Sal 95:1-7; 100:1-5.
B.
Pero para que pueda ser aceptada, debe hacerse en el nombre del Hijo: Jun.
14:13, 14.
C.
Con la ayuda del Espíritu. Ro. 8:26.
D:
Conforme a su voluntad: 1 Jun. 5:14.
E.
Con entendimiento, reverencia, humildad, fervor, fe, amor y perseverancia. Sal
47:7; Ec. 5:1, 2; He 12:28; Gn. 18:27; Stg. 5:16; 1:6, 7; Mr. 11:24; Mt. 6:12,
14, 15; Col. 4:2; Ef. 6:18.
F.
Y cuando se ora con otros, debe hacerse en una lengua conocida: 1 Co. 14:13-19,
27,28.
(4)
A.
La oración debe ser por cosas lícitas, y a favor de toda clase de personas
vivas, o que vivirán más adelante: 1 Jun. 5:14; 1 Ti. 2:1,2; Jun. 17:20.
B.
Pero no a favor de los muertos ni de aquellos de quienes se pueda saber que han
cometido el pecado de muerte: 2 S. 12:21-23; Lc. 16:25,26; Ap. 14:13; 1 Jun.
5:16.
(5)
A.
La lectura de las Escrituras: Hch. 15:21; 1 Ti. 4:13; Ap. 1:3.
B.
La predicación y la audición de la Palabra de Dios: 2 Ti. 4:2; Lc. 8:18.
C.
La instrucción y la amonestación los unos a los otros por medio de salmos,
himnos y cantos espirituales, el cantar con gracia en el corazón al Señor: Col.
3:16; Ef. 5:19.
D.
Como también la administración del bautismo4 y la Cena del Señor: Mt. 28:19,
20.
E.
Son parte de la adoración religiosa a Dios que ha de realizarse en obediencia a
él, con entendimiento, fe, reverencia y temor piadoso; además, la humillación
solemne: 1 Co. 11:26.
F.
Con ayunos, y las acciones de gracia en ocasiones especiales, han de usarse de
una manera santa y piadosa: Est. 4:16; Jl. 2:12; Mt. 9:15; Hch. 13:2, 3; 1 Co.
7:5, 7. Ex. 15:1-19; Sal 107.
(6)
A.
Ahora, bajo el evangelio, ni la oración ni ninguna otra parte de la adoración
religiosa están limitadas a un lugar, ni son más aceptables por el lugar en que
se realizan, o hacia la dirección que se dirigen: Jun. 4:21.
B.
Sino que Dios ha de ser adorado en todas partes en espíritu y en verdad: Mal.
1:11; 1 Ti. 2:8; Jun. 4:23,24.
C.
Tanto en cada familia en particular: Dt. 6:6,7; Job 1:5; 1 P. 3:7.
D.
diariamente: Mt. 6:11.
E.
Como cada uno en secreto por sí solo: Mt. 6:6.
F.
Así como de una manera más solemne en las reuniones
públicas: Sal 84:1, 2, 10; Mt. 18:20; 1 Co. 3:16; 14:25; Ef. 2:21, 22.
G.
Las cuales no han de descuidarse ni abandonarse voluntariamente o por
negligencia, cuando Dios por su Palabra o providencia nos llama a ellas: Hch.
2:42; He 10:25.
(7)
A.
Así como es la ley de la naturaleza que, en general, una proporción de tiempo,
por designio de Dios, se dedique a la adoración a Dios, así en su Palabra, por
un mandamiento positivo, moral y perpetuo que obliga a todos los hombres en
todas las épocas, Dios ha señalado particularmente un día de cada siete como
día de reposo, para que sea guardado santo para él: Gn. 2:3; Ex. 20:8-11; Mr.
2:27, 28; Ap. 1:10.
B.
El cual desde el principio del mundo hasta la resurrección de Cristo fue el
último día de la semana y desde la resurrección de Cristo fue cambiado al
primer día de la semana, que es llamado el Día del Señor y debe ser perpetuado
hasta el fin del mundo como el día de reposo cristiano, siendo abolida la
observancia del último día de la semana: Jun. 20:1; Hch. 2:1; 20:7; 1 Co. 16:1;
Ap. 1:10; Col. 2:16, 17.
(8)
A.
El día de reposo se guarda santo para el Señor cuando los hombres, después de
la debida preparación de su corazón y de haber ordenado de antemano todos sus
asuntos cotidianos, no solamente observan un santo descanso durante todo el día
de sus propias labores, palabras y pensamientos: Ex. 20:8-11; Neh. 13:15-22;
Is. 58:13, 14; Ap. 1:10.
B.
Acerca de sus ocupaciones y diversiones seculares, sino que también se dedican
todo el tiempo al ejercicio público y privado de la adoración de Dios, y a los
deberes que son por necesidad y por misericordia: Mt. 12:1-13; Mr. 2:27, 28.
23. LOS
JURAMENTOS Y VOTOS LÍCITOS
(1)
A.
Un juramento lícito es una parte de la adoración religiosa en la cual la
persona que jura con verdad, justicia y juicio, solemnemente pone a Dios como
testigo de lo que jura, y para que le juzgue conforme a la verdad o la falsedad
de lo que jura: Dt. 10:20; Ex. 20:7; Lv. 19:12; 2 Cr. 6:22, 23; 2 Co. 1:23.
(2)
A.
Los hombres sólo deben jurar por el nombre de Dios, y al hacerlo, han de usarlo
con todo temor santo y reverencia. Por lo tanto, jurar vana o temerariamente
por este nombre glorioso y temible, o simplemente jurar por cualquier otra
cosa, es pecaminoso y debe reprobarse: Dt. 6:13; 28:58; Ex. 20:7; Jer. 5:7.
B.
Sin embargo, en asuntos de peso y de importancia, para confirmación de la
verdad y para poner fin totalmente a una contienda, la Palabra de Dios
justifica el juramento, por eso, cuando una autoridad legítima exija un
juramento lícito en tales casos, el juramento debe hacerse: He 6:13-16; Gn.
24:3; 47:30,31; 50:25; 1 R. 17:1; Neh. 13:25; 5:12; Esd. 10:5; Nm. 5:19,21; 1
R. 8:31; Ex. 22:11; Is. 45:23; 65:16; Mt. 26:62-64; Ro. 1:9; 2 Co. 1:23;Hch.
18:18.
(3)
A.
Todo aquel que haga un juramento justificado por la Palabra de Dios debe
considerar seriamente la gravedad de un acto tan solemne, y no afirmar en el
mismo nada sino lo que sepa que es verdad, porque por juramentos imprudentes,
falsos y vanos se provoca al Señor y por razón de ello la tierra gime: Ex. 20:7;
Lv. 19:12; Nm. 30:2; Jer. 4:2; 23:10.
(4)
A.
Un juramento debe hacerse con palabras comunes cuyo sentido es claro, sin
equívocos ni reservas mentales: Sal 24:4; Jer. 4:2.
(5)
A.
Un voto (que no ha de hacerse a ninguna criatura, sino sólo a Dios). Nm. 30:2,3;
Sal 76:11; Jer. 44: 25,26.
B.
Ha de hacerse y cumplirse con todo cuidado piadoso y con fidelidad: Nm. 30:2;
Sal 61:8; 66:13, 14; Ec. 5:4-6; Is. 19:21.
C.
Pero los votos monásticos papistas de celibato perpetuo, pretendida pobreza y
obediencia a las reglas eclesiásticas, distan tanto de ser grados de perfección
superior que son realmente trampas supersticiosas y pecaminosas en las que
ningún cristiano debe enredarse: 1 Co. 6:18 con 7:2, 9; 1 Ti. 4:3; Ef. 4:28; 1
Co. 7:23; Mt. 19:11, 12.
24. LAS
AUTORIDADES CIVILES
(1)
A.
Dios, el supremo Señor y Rey del mundo entero, ha instituido autoridades
civiles para sujetarse a él y gobernar al pueblo: Sal 82:1; Lc. 12:48; Ro.
13:1-6; 1 P. 2:13,14.
B.
Para la gloria de Dios y el bien público: Gn. 6:11-13 con 9:5,6; Sal 58:1,2;
72:14; 82:1-4; Pr. 21:15; 24:11,12; 29:14,26; 31:5; Ez. 7:23; 45:9; Dn. 4:27;
Mt. 22:21; Ro. 13:3,4; 1 Ti. 2:2; 1 P. 2:14.
C.
Y con este fin, les ha provisto con el poder de la espada, para la defensa y el
ánimo de los que hacen lo bueno, y para el castigo de los hacen el mal: Gn.
9:6; Pr. 16:14; 19:12; 20:2; 21:15; 28:17; Hch. 25:11; Ro. 13:4; 1 P. 2:14.
(2)
A.
Es lícito para los cristianos aceptar cargos dentro de la autoridad civil
cuando sean llamados a ocuparlos: Ex. 22:8, 9, 28,29; Daniel; Nehemías; Pr.
14:35; 16:10,12; 20:26,28; 25:2; 28:15,16; 29:4,14; 31:4,5; Ro. 13:2, 4,6.
B.
en el desempeño de dichos cargos deben mantener especialmente la justicia y la
paz, según las buenas leyes de cada reino y estado; y así, ahora con este
propósito, bajo el Nuevo Testamento, pueden hacer lícitamente la guerra en
ocasiones justas y necesarias: Lc. 3:14; Ro. 13:4.
(3)
A.
Habiendo sido instituidas por Dios las autoridades civiles con los fines ya
mencionados, se les debe rendir sujeción: Pr. 16:14,15; 19:12; 20:2; 24:21, 22;
25:15; 28:2; Ro. 13:1-7; Tit. 3:1; 1 P. 2:13,14.
B.
en el Señor en todas las cosas lícitas: Dn. 1:8; 3:4-6,16-18; 6:5-10,22; Mt.
22:21; Hch. 4:19,20; 5:29.
C.
que manden, no sólo por causa de la ira sino también de la conciencia; y
debemos ofrecer súplicas y oraciones a favor de los reyes y de todos los que
están en autoridad, para que bajo su gobierno vivamos una vida tranquila y
sosegada en toda piedad y honestidad: Jer. 29:7; 1 Ti. 2:1-4.
25. EL MATRIMONIO
(1)
A.
El matrimonio ha de ser entre un hombre y una mujer; no es lícito para ningún
hombre tener más de una esposa, ni para ninguna mujer tener más de un marido:
Gn. 2:24 con Mt. 19:5,6; 1 Ti. 3:2; Tit. 1:6.
(2)
A.
El matrimonio fue instituido para la mutua ayuda de esposo y esposa: Gn. 2:18;
Pr. 2:17; Mal. 2:14.
B.
Para multiplicar el género humano por medio de una descendencia legítima: Gn.
1:28; Sal 127:3-5; 128:3,4.
C.
Y para evitar la impureza: 1 Co. 7:2,9.
(3)
A.
Pueden casarse lícitamente toda clase de personas capaces de dar su
consentimiento en su sano juicio: 1 Co. 7:39; 2 Co. 6:14; He 13:4; 1 Ti. 4:3.
B.
Sin embargo, es deber de los cristianos casarse en el Señor. Y, por lo tanto,
los que profesan la verdadera fe no deben casarse con incrédulos o idólatras;
ni deben los que son piadosos unirse en yugo desigual, casándose con los que
viven una vida malvada o que sostengan herejías condenables: 1 Co. 7:39; 2 Co.
6:14.
(4)
A.
El matrimonio no debe contraerse dentro de los grados de consanguinidad o
afinidad prohibidos en la Palabra, ni pueden tales matrimonios incestuosos
legalizarse jamás por ninguna ley humana, ni por el consentimiento de las
partes, de tal manera que esas personas puedan vivir juntas como marido y
mujer: Lv. 18:6-18; Am. 2:7; Mr. 6:18; 1 Co. 5:1.
26. LA IGLESIA
(1)
A.
La iglesia cristiana o universal: Mt. 16:18; 1 Co. 12:28; Ef. 1:22; 4:11-15;
5:23-25, 27, 29, 32; Col. 1:18, 24; He 12:23.
B.
Que (con respecto a la obra interna del Espíritu y la verdad de la gracia)
puede llamarse invisible, se compone del número completo de los electos que han
sido, son o serán reunidos en uno bajo Cristo, su cabeza; y es la esposa, el
cuerpo, la plenitud de aquel que llena todo en todos: Ef. 1:22; 4:11-15;
5:23-25, 27, 29,32; Col. 1:18, 24; Ap. 21:9-14.
(2)
A.
Todos en todo el mundo que profesan la fe del evangelio y obediencia a Dios por
Cristo conforme al mismo, que no destruyen su propia profesión mediante errores
fundamentales o conductas impías, son y pueden ser llamados santos visibles: 1
Co. 1:2; Ro. 1:7, 8; Hch. 11:26; Mt. 16:18; 28:15-20; 1 Co. 5:1-9.
B.
Y de tales deben estar compuestas todas las congregaciones locales: Mt.
18:15-20; Hch. 2:37-42; 4:4; Ro. 1:7; 1 Co. 5:1-9.
(3)
A.
Las iglesias más puras bajo el cielo están sujetas a la impureza y al error: 1
Co. 1:11; 5:1; 6:6; 11:17-19; 3 Jun. 9,10; Ap. 2 y 3.
B.
Y algunas se han degenerado tanto que han llegado aser no iglesias de Cristo
sino sinagogas de Satanás: Ap. 2:5 con 1:20; 1 Ti. 3:14,15; Ap. 18:2.
C.
Sin embargo, Cristo siempre ha tenido y siempre tendrá un reino en este mundo,
hasta el fin del mismo, compuesto de aquellos que creen en él y profesan su
nombre: Mt. 16:18; 24:14; 28:20; Mr. 4:30-32; Sal 72:16-18; 102:28; Is. 9:6,7;
Ap. 12:17; 20:7-9.
(4)
A.
La Cabeza de la Iglesia es el Señor Jesucristo, en quien, por el designio del
Padre, todo el poder requerido para el llamamiento, el establecimiento, el
orden o el gobierno de la iglesia, está suprema y soberanamente investido: Col.
1:18; Ef. 4:11-16; 1:20-23; 5:23-32; 1 Co. 12:27, 28; Jun. 17:1-3; Mt.
28:18-20; Hch. 5:31; Jun. 10:14-16.
B.
No puede el papa de Roma ser cabeza de ella en ningún sentido, sino que él es
aquel Anticristo, aquel hombre de pecado e hijo de perdición, que se ensalza en
la iglesia contra Cristo y contra todo lo que se llama Dios, a quien el Señor
destruirá con el resplandor de su venida: 2 Ts. 2:2-9.
(5)
A.
En el ejercicio de este poder que le ha sido confiado, el Señor Jesús, a través
del ministerio de su Palabra y por su Espíritu, llama a sí mismo del mundo a
aquellos que le han sido dados por su Padre: Jun. 10:16, 23; 12:32; 17:2; Hch.
5:31, 32.
B.
Para que anden delante de él en todos los caminos de la obediencia que él les
prescribe en su Palabra: Mt. 28:20.
C.
A los así llamados, les ordena andar juntos en
congregaciones concretas, o iglesias, para su edificación mutua y la debida
observancia del culto público, que él requiere de ellos en el mundo: Mt.
18:15-20; Hch. 14:21-23; Tit. 1:5; 1 Ti. 1:3; 3:14-16; 5:17-22.
(6)
A.
Los miembros de estas iglesias son santos por su llamamiento, y en una forma
visible manifiestan y evidencian (por su profesión de fe y su conducta) su
obediencia al llamamiento de Cristo: Mt. 28:18-20; Hch. 14:22,23; Ro. 1:7; 1
Co. 1:2 con los vv. 13-17; 1 Ts. 1:1 con los vv. 2-10; Hch. 2:37-42; 4:4;
5:13,14.
B.
Y voluntariamente acuerdan andar juntos, conforme al designio de Cristo,
dándose a sí mismos al Señor y mutuamente, por la voluntad de Dios, profesando
sujeción a los preceptos del evangelio: Hch. 2:41,42; 5:13,14; 2 Co. 9:13.
(7)
A.
A cada una de estas iglesias así reunidas, el Señor, conforme a su voluntad
declarada en su Palabra, ha dado todo el poder y autoridad en cualquier sentido
necesario para realizar el orden en la adoración y en la disciplina que él ha
instituido para que lo guarden; juntamente con mandatos y reglas para el
ejercicio propio y correcto y la ejecución del mencionado poder: Mt. 18:17-20;
1 Co. 5:4, 5,13; 2 Co. 2:6-8.
(8)
A.
Una iglesia local, reunida y completamente organizada de acuerdo con la
voluntad de Cristo, está compuesta por oficiales y miembros; y los oficiales
designados por Cristo para ser escogidos y apartados por la iglesia (así
llamada y reunida), para la particular administración de las ordenanzas y el
ejercicio del poder o el deber, que él les confía o a los que los llama, para
que continúen hasta el fin del mundo, son los obispos o ancianos, y los diáconos: Fil. 1:1; 1 Ti. 3:1-13; Hch.
20:17, 28; Tit. 1:5-7; 1 P. 5:2.
(9)
A.
La manera designada por Cristo para el llamamiento de cualquier persona que ha
sido calificada y dotada por el Espíritu Santo: Ef. 4:11; 1 Ti. 3:1-13.
B.
Para el oficio de obispo o anciano en una iglesia, es que
sea escogido para el mismo por la votación común de la iglesia misma: Hch.
6:1-7; 14:23 con Mt. 18:17-20; 1 Co. 5:1-13.
C.
Y solemnemente apartado mediante ayuno y oración con la imposición de manos de
los ancianos de la iglesia, si es que hay algunos constituidos anteriormente en
ella: 1 Ti. 4:14; 5:22.
D.
Y para el oficio de diácono, que sea escogido por la misma votación y apartado
mediante oración y la misma imposición de manos: Hch. 6:1-7.
(10)
A.
Siendo la obra de los pastores atender constantemente al servicio de Cristo, en
sus iglesias, en el ministerio de la Palabra y la oración, velando por sus
almas, como aquellos que han de dar cuenta a él: Hch. 6:4; 1 Ti. 3:2; 5:17; He
13:17.
B.
Es la responsabilidad de las iglesias a las que ellos ministran darles no
solamente todo el respeto debido, sino compartir también con ellos todas sus
cosas buenas, según sus posibilidades: 1 Ti. 5:17, 18; 1 Co. 9:14; Gá. 6:6, 7.
C:
De manera que tengan una provisión adecuada, sin que tengan que enredarse en
actividades seculares: 2 Ti. 2:4.
D.
Y puedan también practicar la hospitalidad hacia los demás: 1 Ti. 3:2.
E.
Esto lo requiere la ley de la naturaleza y el mandato
expreso de Nuestro Señor Jesús, quien ha ordenado que los que predican el
evangelio vivan del evangelio: 1 Co. 9:6-14; 1 Ti. 5:18.
(11)
A.
Aunque sea la responsabilidad de los obispos o pastores de las iglesias, según
su oficio, estar constantemente dedicados a la predicación de la Palabra, la
obra de predicar la Palabra no está tan particularmente limitada a ellos, sino
que otros también dotados y calificados por el Espíritu Santo para ello y
aprobados y llamados por la iglesia, pueden y deben desempeñarla: Hch. 8:5;
11:19-21; 1 P. 4:10,11.
(12)
A.
Todos los creyentes están obligados a unirse a iglesias locales cuándo y dónde
tengan oportunidad de hacerlo. Asimismo, todos aquellos que son admitidos a los
privilegios de una iglesia también están sujetos a la disciplina y el gobierno
de la misma, conforme a la norma de Cristo: 1 Ts. 5:14; 2 Ts. 3:6, 14,15; 1 Co.
5:9-13; He 13:17.
(13)
A.
Ningún miembro de iglesia, por alguna ofensa recibida, habiendo cumplido el
deber requerido de él hacia la persona que le ha ofendido, debe perturbar el
orden de la iglesia, o faltar a las reuniones de la iglesia o abstenerse de la
participación de ninguna de las ordenanzas por tal ofensa de cualquier otro
miembro, sino que debe esperar en Cristo mientras prosigan las actuaciones de
la iglesia: Mt. 18:15-17; Ef. 4:2,3; Col. 3:12-15; 1 Jun. 2:7-11, 18,19; Ef.
4:2,3; Mt. 28:20.
(14)
A.
Puesto que cada iglesia, y todos sus miembros, están obligados a orar
continuamente por el bien y la prosperidad de todas las iglesias de Cristo en
todos los lugares, y en todas las ocasiones ayudar a cada una dentro de los
límites de sus áreas y vocaciones, en el ejercicio de sus dones y virtudes.
Jun. 13:34,35; 17:11,21-23; Ef. 4:11-16; 6:18; Sal 122:6; Ro. 16:1-3; 3 Jun.
8-10 con 2 Jun. 5-11; Ro. 15:26; 2 Co. 8:1-4,16-24; 9:12-15; Col. 2:1 con 1:3,
4,7 y 4:7,12.
B.
así las iglesias, cuando estén establecidas por la providencia de Dios de
manera que puedan gozar de la oportunidad y el beneficio de ello: Gá. 1:2,22;
Col. 4:16; Ap. 1:4; Ro. 16:1,2; 3 Jun. 8-10.
C.
deben tener comunión entre sí, para su paz, crecimiento en
amor y edificación mutua: 1 Jun. 4:1-3 con 2 y 3 Juan; Ro. 16:1-3; 2 Co.
9:12-15; Jos. 22.
(15)
A.
En casos de dificultades o diferencias respecto a la doctrina o el gobierno de
la iglesia, en que las iglesias en general o una sola iglesia están preocupadas
por su paz, unión y edificación; o uno o varios miembros de una iglesia son
dañados por procedimientos disciplinarios que no coincidan con la verdad y al
orden, es conforme a la voluntad de Cristo que muchas iglesias que tengan
comunión entre sí, se reúnan a través de sus representantes para considerar y
dar su consejo sobre los asuntos en disputa, para informar a todas las iglesias
involucradas: Gá. 2:2; Pr. 3:5-7; 12:15; 13:10.
B.
Sin embargo, a los representantes congregados no se les entrega ningún poder
eclesiástico propiamente dicho ni jurisdicción sobre las iglesias mismas para
ejercer disciplina sobre cualquiera de ellas o sus miembros, ni para imponer
sus decisiones sobre ellas o sus oficiales: 1 Co. 7:25, 36, 40; 2 Co. 1:24; 1
Jun. 4:1.
27. LA COMUNIÓN
DE LOS SANTOS
(1)
A.
Todos los santos que están unidos a Jesucristo: Ef. 1:4; Jun. 17:2, 6; 2 Co.
5:21; Ro. 6:8; 8:17; 8:2; 1 Co. 6:17; 2 P. 1:4.
B.
Su cabeza, por su Espíritu y por la fe: Ef. 3:16, 17; Gá. 2:20; 2 Co. 3:17, 18.
C.
(Aunque no por ello vengan a ser una persona con él): 1 Co. 8:6; Col. 1:18, 19;
1 Ti. 6:15, 16; Is. 42:8; Sal 45:7; He 1:8, 9.
D.
Participan en sus virtudes, padecimientos, muerte, resurrección y gloria: 1
Jun. 1:3; Jun. 1:16; 15:1-6; Ef. 2:4-6; Ro. 4:25; 6:1-6; Fil. 3:10; Col. 3:3,4.
E.
Y, estando unidos unos a otros en amor, participan mutuamente de sus dones y
virtudes: Jun. 13:34, 35; 14:15; Ef. 4:15; 1 P. 4:10; Ro. 14:7, 8; 1 Co.
3:21-23; 12:7, 25-27.
F.
Y están obligados al cumplimiento de tales deberes, públicos y privados, de
manera ordenada, que conduzcan a su bien mutuo, tanto en el hombre interior
como en el exterior: Ro. 1:12; 12:10-13; 1 Ts. 5:11,14; 1 P. 3:8; 1 Jun.
3:17,18; Gá. 6:10.
(2)
A.
Los santos, por su profesión, están obligados a mantener entre sí un
compañerismo y comunión santos en la adoración a Dios y en el cumplimiento de
los otros servicios espirituales que tiendan a su edificación mutua: He 10:24,
25; 3:12, 13.
B.
así como a ayudarse unos a otros en las cosas externas según sus posibilidades y
necesidades: Hch. 11:29, 30; 2 Co. 8, 9; Gá. 2; Ro. 15.
C.
Según la norma del evangelio, aunque esta comunión deba ejercerse especialmente
en las relaciones en que se encuentren, ya sea en las familias o en las
iglesias: 1 Ti. 5:8, 16; Ef. 6:4; 1 Co. 12:27.
D.
debe extenderse, según Dios dé la oportunidad, a toda la familia de la fe, es
decir, a todos los que en todas partes invocan el nombre del Señor Jesús: Hch.
11:29, 30; 2 Co. 8, 9; Gá. 2; 6:10; Ro. 15.
E.
Sin embargo, su comunión mutua como santos no quita ni infringe el derecho o la
propiedad que cada hombre tiene sobre sus bienes y posesiones: Hch. 5:4; Ef.
4:28; Ex. 20:15.
28. EL BAUTISMO Y
LA CENA DEL SEÑOR
(1)
A.
El bautismo y la Cena del Señor son ordenanzas que han sido positiva y
soberanamente instituidas por el Señor Jesús, el único legislador: Mt. 28:19,
20; 1 Co. 11:24, 25.
B.
para que continúen en su iglesia hasta el fin del mundo: Mt. 28:18-20; Ro. 6:3,
4; 1 Co. 1:13-17; Gá. 3:27; Ef. 4:5; Col. 2:12; 1 P. 3:21; 1 Co. 11:26; Lc.
22:14-20.
(2)
A.
Estas santas instituciones han de ser administradas solamente por aquellos que
estén calificados y llamados para ello, según la comisión de Cristo: Mt.
24:45-51; Lc. 12:41-44; 1 Co. 4:1; Tit. 1:5-7.
29. EL BAUTISMO
(1)
A.
El bautismo es una ordenanza del Nuevo Testamento instituida por Jesucristo,
con el fin de ser para la persona bautizada una señal de su comunión con él en
su muerte y resurrección, de estar injertado en él: Ro. 6:3-5; Col. 2:12; Gá.
3:27.
B.
De la remisión de pecados: Mr. 1:4; Hch. 22:16.
C.
Y de su entrega a Dios por medio de Jesucristo para vivir y
andar en novedad de vida: Ro. 6:4.
(2)
A.
Los que realmente profesan arrepentimiento para con Dios y fe en Nuestro Señor
Jesucristo y obediencia a él son los únicos adecuados para recibir esta
ordenanza: Mt. 3:1-12; Mr. 1:4-6; Lc. 3:3-6; Mt. 28:19,20; Mr. 16:15,16; Jun.
4:1,2; 1 Co. 1:13-17; Hch. 2:37-41; 8:12,13,36-38; 9:18; 10:47,48; 11:16; 15:9;
16:14,15,31-34;18:8; 19:3-5; 22:16; Ro. 6:3,4; Gá. 3:27; Col. 2:12; 1 P. 3:21;
Jer. 31:31-34; Fil. 3:3; Jun. 1:12,13; Mt. 21:43.
(3)
A.
El elemento exterior que debe usarse en esta ordenanza es el agua, en la cual
ha de ser bautizada: Mt. 3:11; Hch. 8:36,38; 22:16.
B.
La persona en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo: Mt. 28:18-20.
C.
La inmersión de la persona en el agua es necesaria para la correcta
administración de esta ordenanza: 2 R. 5:14; Sal 69:2; Is. 21:4; Mr. 1:5,8-9;
Jun. 3:23; Hch. 8:38; Ro. 6:4; Col. 2:12; Mr. 7:3,4; 10:38,39; Lc. 12:50; 1 Co.
10:1,2; Mt. 3:11; Hch. 1:5,8; 2:1-4,17.
30. LA CENA DEL
SEÑOR
(1)
A.
La Cena del Señor Jesús fue instituida por él la misma noche que fue entregado:
1 Co. 11:23-26; Mt. 26:20-26; Mr. 14:17-22; Lc. 22:19-23.
B.
Para que se observara en sus iglesias: Hch. 2:41, 42; 20:7; 1 Co. 11:17-22, 33.
C.
Hasta el fin del mundo: Mr. 14:24, 25; Lc. 22:17-22; 1 Co. 11:24-26.
D.
Para el recuerdo perpetuo y para la manifestación del sacrificio de sí mismo en
su muerte: 1 Co. 11:24-26; Mt. 26:27, 28; Lc. 22:19, 20.
E.
Para confirmación de la fe de los creyentes en todos los beneficios de la
misma: Ro. 4:11.
F.
Para su alimentación espiritual y crecimiento en él: Jun. 6:29, 35,47-58.
G.
Para un mayor compromiso en todas las obligaciones que le deben a él: 1 Co.
11:25.
H.
Y para ser un vínculo y una prenda de su comunión con él y entre ellos
mutuamente: 1 Co. 10:16,17.
(2)
A.
En esta ordenanza, Cristo no es ofrecido a su Padre, ni se hace en absoluto
ningún verdadero sacrificio para la remisión del pecado ni de los vivos ni de
los muertos; sino que solamente es un memorial de aquel único ofrecimiento de
sí mismo y por sí mismo en la cruz, una sola vez para siempre: Jun. 19:30; He
9:25-28; 10:10-14; Lc. 22:19; 1 Co. 11:24, 25.
B.
Y una ofrenda espiritual de toda la alabanza posible a Dios por el mismo: Mt.
26:26, 27, 30.
C.
Así que el sacrificio papal de la misa, como ellos la
llaman, es sumamente abominable e injurioso al sacrificio mismo de Cristo, la
única propiciación por todos los pecados de los escogidos: He 13:10-16.
(3)
A.
El Señor Jesús, en esta ordenanza, ha designado a sus ministros para que oren y
bendigan los elementos del pan y del vino, y que los aparten así del uso común
para el uso sagrado; que tomen y partan el pan, y tomen la copa y (participando
también ellos mismos) den ambos a los participantes: Co. 11:23-26; Mt.
26:26-28; Mr. 14:24,25; Lc. 22:19-22.
(4)
A.
Negar la copa a los miembros de la iglesia: Mt. 26:27; Mr. 14:23; 1 Co.
11:25-28.
B.
Adorar los elementos, elevarlos o llevarlos de un lugar a otro para adorarlos y
guardarlos para cualquier pretendido uso religioso: Ex. 20:4, 5.
C.
Es contrario a la naturaleza de esta ordenanza y a que
Cristo instituyó. Mt. 15:9.
(5)
A.
Los elementos externos de esta ordenanza, debidamente separados para el uso
ordenado por Cristo, tienen tal relación con el Crucificado que en un sentido
verdadero, aunque en términos figurativos, se llaman a veces por el nombre de
las cosas que representan, a saber: el cuerpo y la sangre de Cristo: 1 Co.
11:27; Mt. 26:26-28.
B.
No obstante, en sustancia y en naturaleza, esos elementos siguen siendo
verdadera y solamente pan y vino, como eran antes: 1 Co. 11:26-28; Mt. 26:29.
(6)
A.
La doctrina que sostiene un cambio de sustancia del pan y del vino en la
sustancia del cuerpo y la sangre de Cristo (llamada comúnmente
transustanciación), por la consagración de un sacerdote, o de algún otro modo,
es repugnante no sólo a las Escrituras: . Mt. 26:26-29; Lc. 24:36-43, 50, 51;
Jun. 1:14; 20:26-29; Hch. 1:9-11; 3:21; 1 Co. 11:24-26; Lc. 12:1; Ap. 1:20; Gn.
17:10, 11; Ez. 37:11; Gn. 41:26, 27.
B.
Sino también al sentido común y a la razón; echa abajo la
naturaleza de la ordenanza; y ha sido y es la causa de muchísimas
supersticiones y, además, de crasas idolatrías.
(7)
A.
Los que reciben dignamente esta ordenanza: 1 Co. 11:28.
B.
participando externamente de los elementos visibles, también participan
interiormente, por la fe, de una manera real y verdadera, aunque no carnal ni
corporal, sino alimentándose espiritualmente de Cristo crucificado y recibiendo
todos los beneficios de su muerte: Jun. 6:29, 35, 47-58.
C:
El cuerpo y la sangre de Cristo no están entonces ni carnal
ni corporal sino espiritualmente presentes en esta ordenanza para la fe de los
creyentes, tanto como los elementos mismos lo están para sus sentidos
corporales: 1 Co. 10:16.
(8)
A.
Todos los ignorantes e impíos, no siendo aptos para gozar de la comunión con
Cristo son, por lo tanto, indignos de la mesa del Señor y, mientras permanezcan
como tales, no pueden, sin pecar grandemente contra él, participar de estos
sagrados misterios o ser admitidos a ellos: Mt. 7:6; Ef. 4:17-24; 5:3-9; Ex.
20:7,16; 1 Co. 5:9-13; 2 Jun. 10; Hch. 2:41,42; 20:7; 1 Co. 11:17-22, 33,34.
B.
además, quienquiera que los reciba indignamente es culpable
del cuerpo y la sangre del Señor, pues come y bebe juicio para sí: 1 Co.
11:20-22,27-34.
31. EL ESTADO DEL
HOMBRE DESPUÉS DE LA MUERTE Y LA RESURRECCIÓN DE LOS MUERTOS
(1)
A.
Los cuerpos de los hombres vuelven al polvo después de la muerte y ven la
corrupción: Gn. 2:17; 3:19; Hch. 13:36; Ro. 5:12-21; 1 Co. 15:22.
B.
Pero sus almas (que ni mueren ni duermen), teniendo una
subsistencia inmortal, vuelven inmediatamente a Dios que las dio: Gn. 2:7; Stg.
2:26; Mt. 10:28; Ec. 12:7.
C.
Las almas de los justos, siendo entonces perfeccionadas en santidad, son
recibidas en el Paraíso donde están con Cristo, y contemplan la faz de Dios en
luz y gloria, esperando la plena redención de sus cuerpos: Sal 23:6; 1 R.
8:27-49; Is. 63:15; 66:1; Lc. 23:43; Hch. 1:9-11; 3:21; 2 Co. 5:6-8; 12:2-4;
Ef. 4:10; Fil. 1:21-23; He 1:3; 4:14,15; 6:20; 8:1; 9:24; 12:23; Ap. 6:9-11; 14:13;
20:4-6.
D.
Las almas de los malvados son arrojadas al infierno, donde permanecen
atormentadas y envueltas en densas tinieblas, reservadas para el juicio del
gran día: Lc. 16:22-26; Hch. 1:25; 1 P. 3:19; 2 P. 2:9.
Fuera de estos dos lugares
para las almas separadas de sus cuerpos, las Escrituras no admiten ningún otro.
(2)
A.
Los santos que se encuentren vivos en el último día no dormirán, sino que serán
transformados: 1 Co. 15:50-53; 2 Co. 5:1-4; 1 Ts. 4:17.
B.
Y todos los muertos serán resucitados: Dn. 12:2; Jun. 5:28, 29; Hch. 24:15.
C.
Con sus mismos cuerpos, y no con otros: Job 19:26, 27; Jun. 5:28, 29; 1 Co.
15:35-38, 42-44.
D.
aunque con diferentes cualidades: 1 Co. 15:42-44,52-54.
E.
Y éstos se unirán otra vez a sus almas para Siempre: Dn. 12:2; Mt. 25:46.
(3)
A.
Los cuerpos de los injustos, por el poder de Cristo, serán resucitados para
deshonra: Dn. 12:2; Jun. 5:28, 29.
B.
Los cuerpos de los justos, por su Espíritu: Ro. 8:1, 11; 1 Co. 15:45; Gá. 6:8.
C.
Para honra: 1ª Co. 15:42-49.
D.
Y serán hechos entonces semejantes al cuerpo glorioso de Cristo: Ro. 8:17,29,30; 1 Co. 15:20-23,48,49; Fil.,
3:21; Col. 1:18; 3:4; 1 Jun. 3:2; Ap. 1:5.
32. EL JUICIO FINAL
(1)
A.
Dios ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia por
Jesucristo, a quien todo poder y juicio ha sido dado por el Padre: Hch. 17:31;
Jun. 5:22, 27.
B.
En aquel día, no sólo los ángeles apóstatas serán juzgados:
1 Co. 6:3; Jud. 6.
C.
sino que también todas las personas que han vivido sobre la tierra comparecerán
delante del tribunal de Cristo: Mt. 16:27; 25:31-46; Hch. 17:30, 31; Ro.
2:6-16; 2 Ts. 1:5-10; 2 P. 3:1-13; Ap. 20:11-15.
D.
para dar cuenta de sus pensamientos, palabras y acciones, y para recibir
conforme a lo que hayan hecho mientras estaban en el cuerpo, sea bueno o malo:
2 Co. 5:10; 1 Co. 4:5; Mt. 12:36.
(2)
A.
El propósito de Dios al establecer este día es la manifestación de la gloria de
su misericordia en la salvación eterna de los escogidos, y la de su justicia en
la condenación eterna de los réprobos, que son malvados y desobedientes: Ro. 9:
22, 23.
B.
pues entonces los justos entrarán a la vida eterna y recibirán la plenitud de
gozo y gloria con recompensas eternas en la presencia del Señor; pero los
malvados, que no conocen a Dios ni obedecen al evangelio de Jesucristo, serán
arrojados al tormento eterno y castigados con eterna perdición, lejos de la
presencia del Señor y de la gloria de su poder: Mt. 18:8; 25:41,46; 2 Ts. 1:9;
He 6:2; Jud. 6; Ap. 14:10, 11;Lc. 3:17; Mr. 9:43,48; Mt. 3:12; 5:26; 13:41,42;
24:51; 25:30.
(3)
A.
Así como Cristo quiere que estemos totalmente persuadidos de que habrá un Día
de Juicio, tanto para disuadir a todos los hombres de pecar: 2 Co. 5:10, 11.
B.
como para ser de mayor consuelo de los piadosos en su adversidad: 2ª Ts. 1:5-7.
C.
así también quiere que los hombres no sepan cuándo será ese día, para que se
desprendan de toda seguridad carnal y estén siempre velando porque no saben a
qué hora vendrá el Señor: Mr. 13: 35-37; Lc. 12:35-40.
D.
y estén siempre preparados para decir: Ven, Señor Jesús; ven pronto, Amén: Ap.
22: 20
“Este pequeño tomo no se presenta como una
regla autoritativa ni como un código de fe, sino como una ayuda en casos de
controversia, una confirmación en la fe y un medio para edificación en
justicia. En él los miembros más jóvenes de nuestra iglesia tendrán un conjunto
resumido de enseñanzas divinas, y por medio de pruebas bíblicas, estarán
preparados para dar razón de la esperanza que hay en ellos.
No te avergüences de tu fe; recuerda
que es el antiguo evangelio de los mártires, confesores, reformadores y santos.
Sobre todo, es la verdad de Dios, contra la que las puertas del infierno no
pueden prevalecer. Haz que tu vida adorne tu fe, haz que tu ejemplo adorne tus
creencias. Sobre todo, vive en Cristo Jesús, y permanece en él, no creyendo
ninguna enseñanza que no haya sido manifiestamente aprobada por él y sea propia
del Espíritu Santo. Aférrate a la Palabra de Dios que aquí es explicada para ti
Charles Hadon Spurgeon
(1834-1892) London Baptist Confession of Faith of 1689 – Spanish.