En este
estudio deseamos examinar sobre todo la acción múltiple del Espíritu Santo.
Antes de ello, sin embargo, es necesario reflexionar acerca de quien o qué es
el Espíritu Santo. De ahí que dediquemos este capítulo inicial al Espíritu
Santo y la trinidad.
Hacemos
cuatro afirmaciones respecto a este Espíritu y su personalidad.
A. EL ESPÍRITU SANTO ES UNA PERSONA
Uno de los
rasgos distintivos del cristiano es crecer en el Espíritu santo como persona.
Desde los primeros tiempos de la iglesia hasta el modernismo actual, ha habido
quienes han negado la personalidad del Espíritu en una forma u otra. Muchos
predicadores y teólogos llamados cristianos hablan del Espíritu no como ‘Él’
sino como ‘lo’. Ven en Él una influencia
o poder o energía impersonales, y no la tercera Persona de la Trinidad.
Sí esto fuera así, nos veríamos privados de algunas de las mayores bendiciones
de nuestra salvación. Además, no es bíblico.
La Biblia
nos revela en diversas formas que el Espíritu es una persona, ante todo, le
atribuye mente, voluntad y emociones, que son características exclusivas de la
persona. Los objetos impersonales no tienen estas cualidades, pero el Espíritu
de Dios si las tiene. Pablo da por sobrentendido que el Espíritu tiene mente
cuando escribe que ‘el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios.
Porque ¿Quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre
que está en él? Así también nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu
de Dios’ (1ª Cor. 2: 10-11) Pablo atribuye conocimiento al Espíritu Santo, y el
conocimiento lo tiene una persona, pero no una influencia o poder. La biblia también
describe al Espíritu como poseedor de la cualidad personal de voluntad. Leemos
que cuando Pablo, Silas y Timoteo querían ir a Bitinia, ‘el Espíritu no se lo
permitió’ (Hch. 16: 7) Y en 1ª Cor 12: 11 Pablo nos dice que el Espíritu dio
muchos dones a los cristianos, ‘repartiendo a cada uno en particular, como el
quiere’. En cuanto a emociones, Efesios 4: 30 da por sentado que el Espíritu
puede apesadumbrarse, porque nos manda, ‘contristéis al Espíritu Santo’.
La Biblia
también nos revela que el Espíritu es una persona al colocarlo en contigüidad
con otras personas. Por ejemplo sabemos que el Padre y el Hijo so personas, y
por ello cuando Jesús habla de bautizar a los discípulos ‘en (dentro de) el
nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo’ (Mt. 28: 19), indica con ello
que el Espíritu Santo es persona, lo mismo que lo son el Padre y el Hijo.
Santiago, al dar ciertas instrucciones a la iglesia primitiva, escribió,
‘Porque ha parecido bien al Espíritu Santo, y a nosotros, no imponeros ninguna
carga más que estas cosas necesarias’ (Hch 15: 28) Es evidente que considera al
Espíritu Santo como persona capaz de los mismos pensamientos e ideas que tenían
él y los Apóstoles.
Además,
seria redundancia sin sentido decir que Jesús regreso del desierto ‘en el poder
del Espíritu’ (Luc. 4: 14) si el Espíritu fuera simplemente un poder
impersonal. Lea de nuevo la frase, poniendo en lugar de poder espíritu. ¡Cuán
agradecidos debemos estar de que el Espíritu sea una persona’! Porque
precisamente por ser persona nos puede convencer de pecado y con ello guiarnos
hasta Dios, morar dentro de nosotros y darnos poder sobre el pecado, e iluminar
nuestra mente para entender la Biblia, dirigirnos a fin de poder descubrir la
voluntad de Dios, dirigirnos en oración, y llamar a ministros, ancianos y
diáconos como oficiales de la iglesia.
Como el
Espíritu Santo es persona también podemos reaccionar desfavorablemente frente a
El. Podemos resistirnos a El, agraviarlo, despreciarlo, y blasfemarlo. Esto le
desagrada y seguramente nos causará daño. Ojala nunca neguemos la personalidad
del Espíritu, sino que cream0os en El y experimentemos las bendiciones que esta
fe conlleva.
B. EL ESPÍRITU SANTO ES UNA PERSONA
DIVINA
Hay quienes
han creído que el Espíritu Santo es una persona, pero lo han considerado una
personalidad creada, y no como Dios mismo. Se han dado cuenta de que el
Espíritu no es un ‘algo’ impersonal, pero lo han considerado como inferior al
Padre. La Biblia, sin embargo atribuye al Espíritu Santo no sólo características
personales, sino también cualidades divinas. Estos atributos divinos indican
que el Espíritu Santo es Dios.
Según las
Escrituras, el Espíritu de Dios es omnipotente, porque desempeña un papel en la
creación (Gn. 1: 2) en la providencia (Sal. 104: 30) y en la concepción sobrenatural
de Jesús (Luc. 1: 35) en la regeneración, y en el dotar a cada cristiano de
dones espirituales.
Es también
omnisciente, como indica Isaías cuando pregunta: ¿Quién enseño al Espíritu de
Jehová, o le aconsejo enseñándole? ¿A quien pidió consejo para ser avisado? ¿Quién
le enseño el camino del juicio, o le enseño ciencia, o le mostro la senda de la
prudencia? (Is 40: 13-14) Pablo nos quiere enseñar lo mismo cuando escribe que
‘el Espíritu todo lo escudriña, aún lo profundo de dios´ (1ª Cor. 2: 10)
Además se
puede describir al Espíritu Santo como omnipresente. El salmista pregunta
elocuentemente: ¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a donde huiré de tu
presencia? (Sal. 139: 7) Dice que nunca puede eludir la presencia del Espíritu,
ni siquiera si asciende al cielo, o desciende al Sheol, o huye hacia el océano,
o se esconde en la negrura de la noche. El Espíritu está en todas partes. En el
nuevo testamento leemos que le Espíritu mora en los creyentes, y Él que ha
hecho que los cristianos sean tantos en número, no le impide estar presente en
cada uno de ellos. Si Hebreos 9: 14 se puede interpretar en el sentido de que
Cristo se ofreció a sí mismo ‘mediante el Espíritu eterno’ es decir el Espíritu
Santo, entonces estamos ante un pasaje que atribuye al Espíritu la cualidad divina
de eternidad.
Otra prueba
de la divinidad del Espíritu se encuentra en el hecho de que tanto el Antiguo
como el Nuevo Testamento alternan a veces la expresión ‘dijo el Espíritu’ la
expresión ‘dijo Jehová’.
Finalmente,
el unir simplemente el nombre del Espíritu Santo con los nombres del Padre y el
del Hijo como en la gran comisión (Mt. 28. 19) o en la bendición apostólica (2ª
Cor. 13: 14) muestra que se coloca al espíritu en el mismo nivel que las otras
dos personas, y por consiguiente, se le considera como divino. Seria sumamente
ilógico unir el nombre de un ser creado con el de la Divinidad en expresiones
tan estrechamente tramadas.
El hecho de
la divinidad del Espíritu Santo es importante para nosotros. Si no fuera Dios,
no podría llevar a cabo su obra maravillosa en la creación, ni su obra de
autoridad en la inspiración, ni su obra iluminadora en la menta del hombre. Ni
tampoco hubiera podido superar nuestra depravación para regenerarnos, morar en
nosotros y santificarnos. Debemos sentirnos agradecidos de que no sea un ser
finito sino una persona Divina.
C. EL ESPÍRITU SANTO ES UNA PERSONA
DIVINA DISTINTA DEL PADRE Y DEL HIJO.
En la
historia de la iglesia ha habido quienes han creído en la personalidad del
Espíritu Santo y en su Divinidad, pero que han insistido tanto en la unidad de
la trinidad que han llegado a negar que hubiera tres personas distintas en la
Deidad. En le siglo tercero hubo quienes describieron a Dios quien opero en la
creación como Padre, luego en la historia
como Hijo, y por fin que se manifiesta como Espíritu Santo. Según su
manera de ver no había simultáneamente tres personas en la Deidad. La única Deidad
era llamada Padre en una época, Hijo en otra y Espíritu en un tercer momento, o
también, el Padre se transformo primero en Hijo, y luego en Espíritu Santo.
Estas
teorías se apartan de la revelación de la Escritura. Ciertos textos bíblicos
señala bien claramente que hay tres personas distintas y no simplemente
manifestaciones diferentes delo mismo Dios. Cuando Jesús fue bautizado, por
ejemplo, la voz del Padre resonó desde el cielo para decir, ‘Este es mi hijo
amado, en quien tengo complacencia’. En ese mismo momento el Espíritu Santo
descendió sobre Jesús en forma de paloma. La aparición simultánea de estas tres
Personas hace imposible interpretar a la Deidad simplemente como unidad. Lo
mismo se puede decir de la afirmación de Jesús, ‘Y yo rogaré al Padre y os dará
otro consolador, para que esté con vosotros para siempre (Jn 14: 16) De igual
modo, Hechos 2: 33 distingue claramente entre las tres personas de la Deidad.
‘Así que, exaltado por la diestra de Dios, y habiendo recibido del padre la
promesa del Espíritu Santo, ha derramado “Cristo” esto que vosotros veis y oís.
Es una
bendición grande tener un Dios que no es una Persona sino tres. Constituye una
Trinidad abundante. Porque no sólo hay un Padre que nos ama y cuida de
nosotros, sino también un Cristo que trajo salvación e intercede por nosotros y
un Espíritu Santo que mora dentro de nosotros y aplica la salvación a nuestra
vida.
D. EL ESPÍRITU SANTO PROCEDE DEL PADRE
Y DEL HIJO.
Entre las
tres personas de la trinidad hay una relación y orden concretos. Del hecho de
que las tres Personas son igualmente Dios, no se debe deducir que sean lo
mismo. Cada una de ellas tiene propiedades peculiares y relaciones exclusivas
hacia las otras. Entre la primera y la segunda persona, por ejemplo, hay la
relación de Padre e Hijo. Desde toda la eternidad el Padre engendro al Hijo. El
Espíritu Santo no engendro al Hijo, sino que sólo el Padre lo Hizo.
Del mismo
modo, hay una relación inmutable entre el Espíritu Santo y las otras Personas
de la Deidad, el Espíritu Santo procede eternamente del Padre y del Hijo. Es difícil
describir qué significa la procedencia del Espíritu de Dios; no se puede hacer
mucho más que repetir las palabras de la Escritura, ya que la Biblia no explica
este término. Pero es notable que no diga que el Espíritu Santo fue engendrado
por el Padre, como lo fue Cristo. Si esto hubiera sido así, entonces, tal como
lo indicaron los Padres de la iglesia, el Espíritu hubiera sido o hermano de
Cristo o nieto del Padre. Pero la Biblia omite expresamente el término
engendrado en relación con el Espíritu Santo. Como el credo de Atanasiano lo
expresa correctamente, no fue ‘ni hecho, ni creado, ni engendrado, sino que
procede. Este verbo proceder lo usa Jesús en Juan 15: 26, cuando dice, ‘Pero cuando
venga el Consolador, a quien yo os enviaré del padre, el Espíritu de verdad, el
cual procede del Padre, el dará testimonio de mí’.
El nombre
del Espíritu ofrece también otro indicio en cuanto a su relación
intratrinitaria. Porque así como el nombre Padre muestra su relación con el
Hijo, el nombre Hijo describe su relación con el Padre, así también el nombre
Espíritu indica la relación de Él con las otras dos Personas: es una relación
en la que es inspirado o exhalado, porque este es el significado del nombre
Espíritu.
Se debe
recordar, si embargo, que si bien el Espíritu procede de, o es inspirado por,
el Padre y el Hijo, sigue siendo totalmente Dios. Su procedencia no quiere
decir que sea inferior al Padre y al Hijo, del mismo modo que le Hijo sea engendrado
tampoco significa que no este en un plano de igualdad con el Padre. El secreto
está en el hecho de que el Espíritu fue enteramente inspirado, del mismo modo
que el Hijo fue enteramente engendrado. Nunca hubo un tiempo en que el Espíritu
no fuera espirado. Ha coexistido eternamente con el Padre y el Hijo. Decir que
procedió de, o fue espirado del Padre y del Hijo no implica que sea menos Dios;
sólo habla de la relación que sostiene eternamente con las otras dos personas
de la Trinidad.
También debería
advertirse que le Espíritu procede tanto del Padre como del hijo, y no sólo del
Padre. Que procede del Padre es obvio por Juan 15: 26, pero no se ve tan claro
que también proceda del Hijo. Sin embargo se puede deducir esto de los pasajes
que nos hablan de que Jesús envía al Espíritu al mundo y lo espira en sus
discípulos (Jn 15: 16-17; y 20- 22) La espiración temporal implica una espiración
eterna. Refleja cierta autoridad que el Hijo posee incluso en las relaciones
intratrinitarias. Además, el Espíritu no sólo se le llama ‘Espíritu del Padre’,
sino también Espíritu del hijo’ (Gal. 4: 6) ‘Espíritu de Cristo’ (Rom 8: 9), y
‘Espíritu de Jesucristo’ (Fil 1: 19).
Esta
relación del Espíritu con las otras dos personas explica porque el Espíritu
Santo es considerado la tercera Persona de la trinidad y no la primera o la
segunda. El Padre es primero porque engendra al hijo. El Hijo es la segunda
persona porque es engendrado. El Espíritu es la tercera porque procede tanto
del Padre como del Hijo.
Es notable
que este mismo orden de la Trinidad se revele en la historia, de modo que el
Espíritu Santo no adquiere un papel prominente sino después de que las dos
Personas han ocupado el primer plano. Desde el tiempo de la creación hasta la
época de Cristo, el Padre desempeñó el papel prominente en el mundo. El fue
quien recibió la gloria principal en la creación y con quien tuvo que
relacionarse especialmente el Israel del Antiguo testamento. Cuando Cristo
vino, el Padre dejo de ocupar una posesión tan conspicua, el Espíritu Santo
todavía no había aparecido en toda su plenitud, y Cristo desempeño el papel más
prominente. Después de la encarnación, sin embargo, Cristo ascendió a los
cielos, y la tercera Persona de la Trinidad apareció en escena más que las
otras. Así pues, como las tres Personas tiene un orden definido en la trinidad,
ese orden se manifiesta en la historia, de modo que cada Persona aparece en la
historia en el mismo orden en que se encuentra en la Trinidad.
También se
observa lo siguiente: El Espíritu Santo es expirado por el Padre y el hijo en
la trinidad. Es lógico pues, que sea el Espíritu Santo, y no el Padre o el
Hijo, quien sea exhalado sobre la iglesia en Pentecostés. Esto corresponde al
hecho de que, como la segunda Persona de la trinidad es Hijo en la trinidad,
debe ser el Hijo encarnado en la tierra. Así también, como la primera Persona
de la Trinidad es Padre en al Trinidad, también es el Padre de los creyentes.
Estos son, pues,
algunos de los aspectos de la relación del Espíritu Santo con las otras dos Personas
de la Trinidad. Si bien no entendemos mucho acerca de esta relación, no
deberíamos pasar por alto lo que el Espíritu ha revelado sino, por el contrario,
regocijarnos de que haya guiado a su iglesia a una definición de su persona y
de su relación con otras dos Personas, por muy limitada que sea esta
definición. Porque cada uno de los aspectos de su revelación tiene un propósito
y no debe ser pasado por alto.
Las
consecuencias prácticas de la doctrina de la exhalación del Espíritu de Dios,
ha tenido mucho alcance. En el año 1054 la cristiandad se dividió en dos: la
iglesia Católica Romana y la iglesia Ortodoxa Oriental. Si bien esta división
se debió a muchos factores, una piedra de tropiezo fue que los cristiano
orientales creían que el Espíritu Santo procede del Padre solo, en tanto que
las iglesia occidentales confesaban con el concilio de Toledo (589) que el
Espíritu procede del Padre ‘y del Hijo’ (Filoque; es decir, y del Hijo, que era
el término que simbolizaba la diferencia) Como consecuencia de estas
diferencias, el Oriente se separó del Occidente y hoy en Día la Iglesia
oriental tiene más de 160 millones de miembros. Así pues, esta doctrina sí
tiene enormes efectos prácticos, y si los Padres de la Iglesia no la hubieran
formulado hacen 1500 años, todavía hoy día podría haber sido tema candente, que
afectara nuestras vidas como miembros de la iglesia. Por consiguiente, debemos
estar agradecidos por el conocimiento que el Espíritu Santo nos ha dado en esta
materia.
Además, como
Abraham Kuyper ha señalado perspicazmente, negar el filioque conduce a un
misticismo enfermizo. Tiende a aislar la obra del Espíritu Santo en nuestras
vidas de la acción de Jesús. La redención por Cristo pasa a un plano
secundario, en tanto que la acción santificadora del Espíritu pasa al primer
plano. Se enfatiza cada vez más la obra del Espíritu en nuestra vida lo cual
tiende a coincidir a una cierta independencia de Cristo, de la iglesia, y de la
Biblia. La santificación puede descollar mucho más que la justificación, la
comunión subjetiva con el Espíritu mucho más que la vida objetiva de la
iglesia, y la iluminación por el Espíritu que la Palabra. Kuyper cree que seto
es lo que ha sucedido de hecho, hasta cierto punto en la iglesia Oriental, como
consecuencia de negar que el Espíritu procede del Hijo tanto como del Padre.
Vemos, pues,
que las extensas disputas teológicas que se llevan a cabo en los concilios y sínodos
de la iglesia tienen a veces gran influencia. Sus decisiones provienen de las
altas esferas hasta los miembros, aún cuando los debates corran el riesgo de
llenarse de sutileza. Debemos mostrarnos agradecidos por la revelación preciosa
que el Espíritu Santo ha dado de su propio lugar en la trinidad, pero no debiéramos
contentarnos con un simple conocimiento intelectual. Antes bien, edificando
sobre eso, debemos esforzarnos por conocer en forma personal y en la
experiencia propia al Espíritu y sus acciones. Este es el propósito por el que
han sido escritos los capítulos.